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Yo quiero a Juan
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Luego de cinco años sin sexo, revisé las alternativas que podía encontrar. Me había dedicado a una relación romántica pero unidireccional. Tardé mucho en darme cuenta que no podía guardarle culto.

Comencé a explorar mi cuerpo a través de simples toqueteos. Cada uno de ellos despertaba en mis recuerdos que tenía dormidos. Nunca había sido consciente de lo atractiva que había sido para los hombres. Las miradas no podían ser disimuladas.

Aquella sensación fogosa que inicia al calor de la vagina húmeda, luego de haberla tocado con los dedos. Un movimiento circular que comienza siendo muy suave, confundiéndose con un simple roce. Luego se agita, al ritmo de la respiración acelerada que comienza a salir por la boca de forma abrupta. El jadeo una y otra vez marca el compás del movimiento, que busca un escape.

Juan fue el primero que ocupó el puesto que mi amor unidireccional había dejado. Se dedicaba a la construcción, y cada mañana llegaba a casa con un grupo de trabajadores. En aquel momento yo solo me dedicaba a admirar el trabajo que hacía. No reconocía que eran sus brazos musculosos los que deseaba para mí. Frente al hierro, los instrumentos y el cemento era un hombre ágil. Atento al trabajo que realizaba, sus rasgos enmarcados por una barbilla cuadrada y una manzana de Adán muy definida me hacía fantasear con encontrarme en sus brazos.

Aquel día tropecé con él, en mi camino a uno de los cuartos en remodelación, un leve tropiezo se convirtió en la excusa para tocarnos. Situación que accionó de manera inmediata, pues me empujó suave pero con firmeza hacía uno de los baños desocupados. Cerramos la puerta y comenzamos a tocarnos mutuamente. De pie conteniendo nuestras ganas de desnudarnos, nos rozamos. Su pene ya se encontraba rígido, esperando que le tocara, pero la situación entre emocionante y de precaución nos hizo mantener control sobre nuestros gemidos y pequeños gritos sofocados.

Allí estaba él, tomando con sus manos mi cuerpo, sobre la blusa podía sentir mis pezones excitados, deseaba que arrancara mi blusa, pero la situación nos hacía ser conscientes que no podíamos ser libres como queríamos. Fue así como él tomó asiento, y me tomó sentándome frente a frente, su miembro que explotaba dentro de su pantalón no requería de mi ayuda, el rocé con mi ropa me hacía sentir una enorme excitación.

Comenzamos a besarnos apasionadamente, perdimos el sentido del tiempo y del lugar. Copioso era el sudor que humedeció nuestras ropas. Con sus manos retiró algunos de los botones, y con su boca mordisqueaba suavemente mi pecho. Al entrar en contacto con mis aureolas, la excitación fue mucho mayor, y el ritmo de mi cadera comenzó a liberar toda la tensión acumulada a lo largo del tiempo. Él quería despojarse de todo, pero las limitaciones de tiempo nos hacía contenernos y aprovechar el poco tiempo que podíamos tener.

Por debajo de mi vestido, encontró el camino y sin necesidad de quitar mi panty introdujo su mano que acariciaba mi vagina, tal como lo esperé, primero un roce suave, casi imperceptible. Luego sostuvo hizo presión sobre mi clítoris con su dedo pulgar, a la vez que introducía el dedo medio, ese enganche y la forma de moverlos me hicieron arquear por primera vez, decidió pasar su otro brazo por mi espalda y aferrarse a mí, apretándome contra si, volvió a soltar y comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás entre los dos.

Logramos sacar su pene del pantalón, y retirando mi panty puesta, se introdujo con firmeza, fue lo que más esperábamos. Ambos nos dejamos llevar por el momento y los movimientos acompasados fueron suficientes para hacernos llegar a varios orgasmos. Su cara entre mis tetas, su boca impetuosa que no dejaba de besar, lamer y succionar.

Ambos sudábamos en con gotas, parecía un sauna. Solo queríamos permanecer juntos. Pero escuchamos que sus compañeros dejaron de hacer la mezcla del cemento, y se dirigían a pasar con los materiales dentro de casa. Sutilmente lo besé en los labios, y salí antes que ellos sospechasen de la situación. Experimenté los orgasmos maravillosos, como nunca, realmente memorable.

Lo único que faltó es que Juan existiese y que hubiésemos compartido un tiempo de relax en cama con un cigarro.

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