—¿Hugo? Pues si no está aquí, debe estar con Paco y con Luis. —Pero a Martha eso no le hizo gracia y torció su boca, o desconocía los nombres de los sobrinitos del Pato Donald. Después volteó su cabeza para mirar, colocando su mano sobre la frente a modo de visera, como oteando el lejano panorama.
—Ahh, allí están, al fondo ¿Hugo bailando? Humm, pero que sorpresa. —Y ella se notaba aparte de sorprendida, algo mosqueada.
—Bueno, pues vamos allá y les mostramos como es que se baila, porque déjame decirte que si es aquel, el que baila con la mechi colorada, tu marido, francamente merece estar sentado. —E inmediatamente Martha soltó una risotada y me tomó de la mano. No sin antes dejar mi bolsa de regalo, amparada al lado de un bolso negro con una hebilla dorada, que se me hizo un tanto familiar.
—Rodrigo eres muy gracioso. ¡Y… Demasiado sincero! —Me dijo mientras alcanzábamos un espacio vacío para los dos, entre las personas que bailaban.
— ¡Lo siento! Mi programación no me permite mentir. A veces caigo mal por decir las cosas así, sin anestesia. Un desperfecto más que no creo poder reparar. —Y me reí, mientras la tomaba con mi brazo rodeando su delgada cintura y con la otra, delicadamente la envolvía entre mis dedos.
Martha me observó nerviosa al principio, pero una leve sonrisa mía, terminó por derrumbar sus temores y empezamos a girar, derecha, vuelta y risas; derecha, otra vuelta más y hacia la izquierda y…
—… ¡Hugoo! Te presento a un amigo colombiano. —Le gritó Martha a su esposo, cuando nos lo encontramos de frente, el obviamente absorto en intentar seguir el paso de aquella joven mujer de cabello tinturado a la famosa moda Californiana. Las dichosas puntas del cabello decoloradas.
El hombre me miró de arriba hasta abajo. Él muy pulcro y bien vestido, camisa blanca y bien alisada; y en los puños, doradas y gruesas mancuernas modeladas. Y de corbata azul, el nudo algo flojo del cuello, con rayas verticales de fina seda. Y yo pues sabia como iba de mojado, mi pantalón negro de paño algo ajado, mi camisa azul comprada en un bazar cercano a mi piso. Y arrugadas las mangas, desaliñada y descuidada como el alma mía, cuando los ojos de la acompañante se encontraron sorprendidos con los bien abiertos míos.
—Es un gusto, mi nombre es Rodrigo, pero los amigos me llaman Rocky. —Le hablé subiendo el tono de mi voz grave, para que me escuchara mejor, ya que la música estaba un poco alta. Y de inmediato le extendí mi mano, soltando a Martha de la suya.
El tal Hugo hizo una mueca, con tintes leves de disgusto y apretó bastante fuerte la mía, como demostrando su superioridad.
—Mucho gusto, soy Hugo. —Me saludó. Y de inmediato me fijé en la mujer… ¿Mi mujer?
—¡Ahhh! Rodrigo ella es Silvia, una amiga de Luis y bueno… También mía y al igual que tu es de Colombia. —Y sonrió Martha al hacer la presentación de « ¡la amiga! » que ellos no sabían que yo bien conocía.
—La miré fijamente, le extendí también la mano y la saludé como si nada. —Encantado, es un placer.
Y mi esposa, de manera nerviosa, tartamudeó un… —Mu… Mucho gusto, Silvia. —Quitando su mano rápidamente de la mía, esquivando por supuesto mirar mi cara.
Vaya sorpresa me llevé. Ya estaba advertido por mi mujer, de que esta noche me devolvería la afrenta con su admirado jefe. ¿Pero porque tenían que haber venido aquí? Si este era nuestro sitio, donde acostumbrábamos venir los dos en plan de… ¡Enamorados!
Martha, ya más desinhibida, recogió en su mano la mía y nos desplazamos bailando unos dos o tres pasos, para brindarles a ellos su espacio, su intimidad y a nosotros dos, nuestra… ¿Infidelidad compartida? ¡Puff! Un escalofrió me recorrió de pies a cabeza.
Por eso es que “El Puertas” estaba tan extraño y Lara, muy nerviosa. Pero yo no era de armar trifulcas ni melodramas. Ya estaba al tanto de lo que mi mujer y su jefe habían planeado para esta noche. Solo que no debía ocurrir aquí, en un sitio donde nos conocían como pareja, por ser clientes desde hacía ya algún tiempo. «Hacerme un cornudo, pagándome con la misma moneda» según palabras de mi celosa esposa. Y menos que el hombre con quien pasaría la noche, se hiciera acompañar también de su esposa. A no ser que Martha les hubiese amargado la noche. O… ¿Era un trío, la dichosa terapia?
«Ojo por ojo y diente por diente» Me había sentenciado ocho días atrás, cuando llegué pasada la medianoche a nuestro hogar y ella bien despierta y furiosa, los niños ya dormidos. Y como no sé mentir, le exploté la bomba de Hiroshima en su cara. A lo hecho pecho pensé, Silvia también tenía derecho a resarcir la ofensa, y más a sabiendas que su dichoso Jefecito le había estado comentando desde meses atrás, que estaba en vísperas de una separación. El viejo truco del despechado, caído en desgracia. Y ella picó.
¿Separación? Pero sería de las piernas de mi esposa, porque después de terminar de bailar dos canciones más de salsa y una de merengue, junto a Martha nos acercamos a la mesa y ellos dos estaban sentados muy juntos, demasiado bien posicionada una mano de su jefe, en el muslo derecho, muy por encima de la rodilla de mi mujer. Y ella sonriente, con su vaso casi vacío de amarillo licor, que hasta donde yo sabía, el whiskey, no era que le agradara mucho. «Todo cambia, siempre hay una primera vez» Y se me removía el estómago, de solo imaginar si sería esa noche la vez primera o por el contrario, la continuación de algún desliz pasado.
Silvia prefería como yo, un aguardiente Néctar, ron Bacardí o cerveza rubia y fría. Y me fijé también en su cambio su look, peinado nuevo y ropa nueva. Blusa rosa con transparencias, minifalda de cuero magenta, medias veladas de color humo y zapatos negros altos, de tacón dorado y afilado. Todo nuevo, como ella misma. ¡Diferente y distante!
—¡Hugo! No sabía que te gustara el vallenato. Mira que no lo haces tan mal, ¡Jajaja! —Le dijo Martha a su esposo, con una sonrisa algo fingida, tan pronto como nos acomodamos los dos, en las sillas al otro lado de la mesa. —¡Será el ambiente, cariño! —Contestó Hugo sin apartar la mirada del rostro de mi esposa. Y mi mujer le sonreía coqueta.
—Si es probable. Eso o que la pareja de baile te estimula a soltarte y te llama la atención, ¡poderosamente! —Terminó Martha por aclarar para luego tomar un vaso corto y grueso, vertiendo en el dos cubitos de hielo y un poco de la botella del whiskey escocés, para ofrecérmelo, no sin antes probarlo ella un poco, dejando la huella de sus labios, impresos en el borde. Me estaba… ¿Incitando?
Le agradecí la bebida y nos pusimos a charlar desprevenidos de cosas banales, el tiempo que llevaba ella sin bailar, las canciones que a ella le agradaban y yo, de soslayo, no perdía detalle de los gestos, La mano de Hugo, acariciando su mejilla algunas veces, demasiadas para mi gusto, y otras veces, movimientos de sus manos por debajo de la mesa.
Todo avivado con las sonrisas coquetas y carcajadas que se me antojaban exageradas, de mi mujer y que su jefe le celebraba, mientras él se acercaba cada vez más a su oído para comentarle algo. Y Martha, haciéndose la desentendida.
La situación, con el tiempo y el alcohol, se tornaba cada vez más relajada entre los cuatro. Martha, risueña y yo encantado con su compañía, por su renovada efusividad, a lo nuestro. Mi esposa y su jefe, en lo suyo. Miradas morbosas, sonrisas amplias que resguardaban sus deseos, una boca que planta un beso en su lozana mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios. Y mi corazón bombeando sangre hasta mis palpitantes sienes.
Hasta que de improviso se acercó “El Puertas”, por el costado donde se sentaba Hugo y algo le dijo, que no alcancé a escuchar. Con un gesto de su mano, el esposo de Martha le indicó algo y de inmediato Alberto se alejó de nuevo hacia la salida del bar, no sin antes echarme una mirada de confusión.
Al instante ingresó al local un hombre alto y fornido, con un sombrero de vaquero puesto, cazadora de cuero mostaza, de las mangas pendían largas tiras de cuero. Camisa a cuadros abierta unos tres botones y un jean descolorido, adornado por un cinturón de cuero con una gran hebilla, en la cual se visualizaba un gran toro astado.
¿Premonición? O ¿Nuevo mensaje del destino? Al atuendo del salvaje oeste, lo complementaban sus botas texanas de cuero de serpiente.
De inmediato al verlo, Martha se puso en pie y lo saludó, con dos besos en las mejillas. El hombre, la abrazó y quitándose el sombrero, dejó ver su corte de cabello casi rapado y una rubia coleta que descendía unos cuantos centímetros desde su nuca. Sin dejar de abrazar a Martha por la cintura, se acercó a Hugo, quien ya de pie, lo saludó sonriente dando una suave palmada en su espalda. Luego este “Lobo solitario” se detuvo ante mi mujer, mirándola morbosamente, de arriba hacia abajo. Inclinándose también le dio dos besos en cada mejilla, para después reparar en mí. Observé la reacción de Hugo, y se me antojó algo timorato. No sonreía como antes, se encontraba muy nervioso. ¿Debido al nuevo invitado?
Martha me presenta a su fornido amigo y este me deja en claro lo fuerte que es, al estrechar mi mano al saludarlo. Su nombre es David, seguido del apellido Mac Allister. Lo dijo también en un español enredado, aunque por su “pinta”, claramente demostraba ser un doble de Chuck Norris, pero con “colita de caballo”.
Inicialmente noté cierto azoramiento en la compostura de Martha, y embelesamiento en los ojos de mi mujer. El gringo le había gustado. Pero Hugo atrae su atención, pasando un brazo por detrás de su espalda, rodeándola, como protegiéndola. David no se corta, toma asiento al lado de mi esposa. El mismo se sirve el trago, puro sin agua ni cubitos de hielo. Y mira con ojos ansiosos a las dos mujeres. ¡Puff! A este recién llegado, no me lo esperaba. Y tampoco mi amiga Lara, que pasaba por el lado mío, sirviendo copas a una mesa vecina y mientras colocaba las bebidas sobre la mesa contigua, miraba a Silvia y luego a mí, con suspicacia. ¿Intrigada?
El texano resulto ser un buen charlatán. Enredado y todo, contaba graciosas anécdotas al principio y luego fue variando su repertorio hasta tocar temas sexuales. ¡Ufanándose de sus conquistas! Mientras lo hacía iba llenando los vasos y de paso, de manera confianzuda, se acercaba demasiado hacia la oreja de mi esposa, susurrándole alguna morbosidad pues yo veía como Silvia abría los ojos, pero a la vez, ella se sonrojaba por el libidinoso comentario y le mostraba alegre su sonrisa, celebrándole sus payasadas. Y no, no me miraba.
Entre tanto, Martha a mi lado, también intervenía en los comentarios, algo acerca de unos contratos petroleros y chismes varios de oficina, como siempre el tema recaía en unas amigas de ella, que al parecer el gringo también ya conocía. Y yo en silencio, sin intervenir en esos ajenos temas, bebiendo cortos sorbos de aquel escocés, que el americano me ofrecía, sin agua y sin cubitos de hielo, pero que diligentemente, Martha había subsanado al instante, regalándome una sonrisa, y adornándola con un atractivo guiño.
Silvia mencionó la urgencia de ir al baño, y yo les comenté que de igual forma, aprovecharía para salir a fumar, y me puse en pie también. Pero recordé que los míos, estaban dentro de mi chaqueta. Me acerqué a la barra donde en esos instantes atendía “El Juli”, lo saludé y pregunté por Lara. “El Juli” con solo torcer su boca, me indicó el lugar, pero Lara estaba ocupada conversando con dos mujeres cerca a la salida. Me asomé entonces un poco hacia el pasillo que conducía a los baños…
Silvia estaba allí dentro, pensé en hablar con ella cuando saliera y reclamarle por este sorpresivo encuentro. Pero cuando me encaminaba hacia allí, se me adelantó Hugo y se encontró con mi esposa, justo cuando ella abría la puerta. Me hice el disimulado y pedí permiso para pasar al interior del baño. Muy caballeroso y gentil, Hugo me cedió su lugar y tuve que entrar y ajustar la puerta. ¡Y directo a… pegar la oreja a la madera!
—¡Hugo!… —Pude escuchar cómo sin bajar la voz, mi esposa lo encaraba.
—Se suponía que vendríamos solos, que sería nuestra noche y primero me llevo la sorpresa de que también saldríamos junto a tu esposa. Luego tu infiel mujer se levanta a un desconocido en la barra de este bar y ahora para rematar, llega un gringo «pesado y manilargo». ¿En que estabas pensando? O es que… ¿Quieres que hagamos entre todos una orgia? ¿Y entonces nuestros planes, qué? ¡Al carajo, yo me voy! —Vaya, más candela para la inesperada fiesta. Me quedé en silencio esperando la respuesta del «jefecito» de mi mujer, y de nuevo acerqué mi oreja hasta dejarla muy cerca de la superficie, pues habían bajado el tono de la voz y la música lejana aún interfería.
—¡Silvia, preciosa no te enfades! —Le escuché decir a mi próximo corneador.
—¡Entiéndeme! yo si quiero estar contigo, me lo he soñado todos estos días, después de aquel beso que nos dimos en la oficina. —Wow ¿Besos? Humm, no me lo esperaba, la verdad. Se hizo un corto silencio, roto por un profundo suspiro. ¡Sospeché que se estuvieran besando!
Y seguí escuchando con atención…
—Llevo días pensando en proponértelo, quiero hacerte el amor… ¡Te deseo mucho! Pero a Martha no le puedo mentir. Y a ti tampoco. Pero te lo explico luego, vamos, terminamos aquí y luego para mi casa. —¡Puff! Me faltaba el aire, hiperventilaba y latía tan fuerte mi corazón, que temí por un momento ser escuchado del otro lado de esa puerta. ¡Hacerle el amor! a mi… ¿Amor?
—¡No Hugo! me lo explicas ya o pido un taxi. ¿Sabes qué? Me quiero ir. ¡Suéltame! Me habías dicho que lo tuyo con tu esposa estaba mal. Que tenías listos los papeles del divorcio. Por eso te presenté a Albert, para que te agilizara el tema. Y ahora me sales con el cuento de que tú y ella están en no sé qué tratamiento para parejas. ¡No lo entiendo! Debe ser que me tomas por una puta, por estar aquí contigo a punto de ponerle los cuernos a mi esposo, como lo hizo tu mujer contigo tantas veces. —¿Martha? ¿Infiel? ¿Con varios?
—¡No! Silvia, yo no pienso eso de ti. — Le aclaró Hugo, la situación a mi… ¿Acongojada esposa?
—Hace tiempo entendí que me gustas, desde que empezaste a trabajar para mí, me encantó la forma de ser tuya, eficiente, puntual y tu mirada angelical, la forma tan amable de tratarme; como te preocupaste por mi estado y mi salud, cuando dejé un tiempo de ir a la oficina. Pero… tú estás casada y no me veía intentando nada contigo. —¡Si claro cómo no! Zorro mentiroso.
Recordé como Silvia hacía ya algún tiempo atrás, empezó a hablarme de manera diferente de su «jefecito». Antes lo detestaba por ser un opresor y un huraño, que apenas si la saludaba. Y después pasó a contarme preocupada, que lo notaba distante, cabizbajo y perdido. Que se hallaba alejado de su trabajo. Obvio… ¡Acercándose más a mi mujer!
—Lo de Martha lo veía terminado. —Continuó hablándole Hugo a mi esposa, queriendo tranquilizarla y obviamente encausarla de nuevo hacia lo planeado esa noche por ellos dos. –¿Salgo?– lo pensé, pero mejor era escuchar algo más ¡Necesitaba saber!
—Era un martirio mi matrimonio, tú lo sabias y sí, tu amigo abogado me tenía listos los documentos, de hecho están firmados por los dos, pero algo sucedió. Y pues… ¡Ven mi cielo! mejor te lo explicamos entre ella y yo. Del gringo ese no te preocupes, que Martha se encargará de él. Ella fue quien lo invitó. Le voy a decir a Martha que se quite de encima al baboso de tu paisano, –se me hace hasta gracioso– tan colombiano como el infiel de tu esposo ¿No te parece?
La llamó su… ¿Cielo? Ya era hora de parar aquello, pasara lo que pasara, así que me dispuse a tomar la manija y abrir la puerta cuando escuché hablar a mi esposa.
—Pues a mí me parece «jefecito», que tu «mujercita» esta como pillada por él colombiano y el gringo es solo un invitado que llegó un tanto tarde. ¿No te parece? —Solo hay que ver como se miran, las «picaditas» de ojos y las sonrisas entre los dos. ¿Estás seguro de ella ha cambiado? Porque yo siendo mujer, noto muy bien cuando nos gusta un tipo y a leguas se ve, que a tu esposa se le han caído las tangas con Rodrigo. —¡Upaa! Al escuchar a mi esposa responderle eso a su jefe, me dio a entender que estaba demasiado celosa.
Lamentablemente para mí, no era recomendable echarle más leña al fuego. Y cuando ya me disponía a salir de aquel mal oliente baño, escuché la tan temida sentencia. Esa noche Silvia, ¡Mí Silvia! se entregaría a él.
—¡Y no, Silvia! por supuesto que no haremos una orgia. — se apresuró Hugo, a debatir aquellos argumentos de mi mujer. —Tú y yo juntos, preciosa. Y el americano que se encargue de Martha. Si es que Martha se atreve y su amigo la seduce. ¡Juntos pero no revueltos! Pero Martha debe estar presente, mirándonos. Esa puede ser la solución. —¿Swingers? Y prosiguió rematando con otra sorpresa…
—Digamos que es una especie de terapia de pareja. Y tú me prometiste que me ayudarías en todo, con tal superar mis peores pesadillas. Si ella quiere se puede acostar con su amigo David, también debo superar mi temor de verla con otro. —¡Vaya procedimiento!
No les miento al contarles que sentí como se aflojaron las piernas y se me estremecieron las entrañas. Y mi mujer tan comprensiva. ¡Puff! Respiré profundo. Saber que tu esposa te va a ser infiel es una cosa, ver los inicios en vivo y en directo es otra. Mariposas revoloteando y retorcijones en el estómago, angustia y sudor frío humedeciendo la frente. Entonces sí… ¡Todo estuvo muy planeado y tan pactado! Allí sobraba alguien. Y ese otro era exactamente yo.
Regresé hasta el lavamanos y abrí el grifo para humedecer mi rostro. Necesitaba calmar mi desazón, pensar en cómo actuaria después de haber escuchado aquello. Me miré al espejo y observé pequeñas luces, verdes, amarillas, naranjas… estaba mareado. Mi esposa me venía engañando desde antes, –beso incluido– y quien sabe que más habría sucedido. Caricias, tocamientos permitidos… ¿Deseados?
Al final abrí la puerta pero ya no estaban. Me encontré con Lara en la barra y le pedí una cerveza. Con ella en la mano, me dirigí hacia la salida, sin mirar a la mesa. Mejor tabaco y alcohol, ¡sí! Lara siguió mis huellas sin que yo me diera cuenta.
—¡Albert! Ten. —Le dijo Lara a “Puertas” tras de mí, extendiéndole el frio envase. — Mira a estos dos. No sé qué les pasa, pero aquí hay gato encerrado. ¡Rocky! nos vas a tener que contar… ¿Qué les sucede hoy? —¡Wow! Había llegado el momento de mi confesión.
—Ok, lo que sucede es que estoy tan sorprendido como ustedes, de ver aquí a Silvia. Esta noche ella… Había decidido salir con su jefe y desquitarse con él. —Agaché mi cabeza y clavé la mirada en unas de las pequeñas pozas de la ya pasada lluvia y que reflejaban por igual, la luz ámbar del portal y la amargura en la cara de un hombre culpable.
—Porque yo hace ocho días me… Tuve sexo, con una compañera del trabajo. Se lo confesé a Silvia tan pronto llegué de madrugada y ella estaba allí, en la sala haciendo guardia. No lloró, no me hizo rabietas ni nada por el estilo. Pero cambiaron las cosas, su trato hacia mí, obviamente se volvió distante, intrascendente. Fuera sexo, adiós caricias. ¡A la mierda todo!
Lara le quitó la cerveza al Puertas de la mano y bebió de ella unos dos sorbos seguidos, sin dejar de mírame mal, realmente mal. La había defraudado a ella también. Y Albert… “El Puertas” se acercó y me abrazó fuerte, para luego separarse, no sin antes darme una suave bofetada. —¡Eres medio estulto y gaznápiro! —No me dijo más, tampoco le entendí. Supuse que era una reprimenda expresada en sus rebuscadas palabras con significado a elegante insulto. Y recuperó el envase de las manos de su Lara.
—Le pedí perdón, aceptó las disculpas sin prestarme mucha atención. —Les expliqué a mis dos confidentes.
—Y hace tres días, después de comer y acostar a los niños, me confesó que su jefe le gustaba y ella a él. El mismo jefe que hacia algunos meses, estaba triste y llorando en su oficina, por una infidelidad de la esposa, así que el hombre, con sus tristes confidencias, buscó aliento y abrigo en mi esposa. —Y ella lo acogió.
—Dentro de mi mujer, –proseguí– empezó a surgir algo. —¡Puff! Suspiré y Lara me abrazó, recostó su cabeza en mi hombro, por un momento. —Un sentimiento de pesar y compasión, que desembocó en una oculta atracción.
—Luego, me comentó que ella le iba ayudar en todo lo que estuviera en sus… ¿Manos? ¡Pero que afortunado aquel señor! —Y resulta que aquí, mi apreciado letrado, fue informado de la situación por Silvia y le llevó su caso. ¿Me equivocó “Puertas”? —Y Albert, asintiendo con un ligero movimiento de su cabeza, me soltó un… —«Solo es un cliente más, de lo otro no tenía idea» —Respondió al final.
—Y pues se suponía, –continúe mi tertulia con Lara y Albert, –a quienes notaba expectantes– que hoy sería la “compensación”. —Remarqué la frase con un golpe de mi pie hacia un cercano charco de agua, salpicando sin querer a un inocente perro negro. ¿Sería el mismo de antes?
—Eso es todo, que saldrían en plan de «pareja», pero ni idea que vendrían aquí, y que él con su esposa, son o quieren ser una pareja abierta, o algo así, la verdad no lo tengo muy claro. —Y terminé por dar una bocanada larga al poco cigarrillo que me quedaba, lanzando luego la colilla lejos.
—Debo irme, tengo una reunión de trabajo temprano. —Y me regresé al interior del bar.
Me encontré con la sorpresa, de que el gringo había tomado mi lugar y en su silla ahora se encontraba Martha, justo al lado de la de mi esposa, que estaba bailando de nuevo con su jefe, una canción de UB40, un reggae suavecito y armonioso. Y los dos, muy acaramelados. Me senté al otro extremo, Martha y el americano se miraban con cierto entusiasmo. Siguió otra canción lenta del mismo grupo, una que por cierto me encantaba a mí, pero a mi esposa no tanto. “Red, Red Wine” y de inmediato el texano tomó a Martha de la mano y arrancó con ella hacia el centro de la pista. Me quedé allí, solitario, observando a las dos parejas de «nuevos enamorados».
Sonriente, el alto gringo la apretuja, la acosa con frases que no escucho pero que adivino y que humedece con su lengua en la oreja de ella; y la oprime contra su cuerpo, Martha no se defiende, su pecho se aplana contra la camisa, pero no lo aparta, levanta su mirada y el entiende que puede, que debe. Se acerca a su rostro, la besa suavemente al principio, para finalmente, lamerle morbosamente los labios, entre abriéndolos forzadamente con su lengua. Y Martha lo recibe con… ¿Agrado?
Y en la otra esquina de aquel bailable ring de boxeo, ella no se aparta, no le esquiva. Solo cierra sus ojos y acepta el obsceno beso con lengua… Se da cuenta que la observo, no me aleja de sus ojos cafés. Hugo acaricia su espalda y otra mano tantea las nalgas. Mi esposa sonríe, no a él, por supuesto. La sonrisa es para mí, su venganza la da por sentada. Mira a Martha, la observa besarse con David, no sonríe pero alarga ella su beso, prolonga mi sufrimiento. Hugo mira a mí esposa con deseo, y la abraza con mayor fuerza.
Una mano de Silvia desciende de la cintura de su amado y se aloja entre el espacio escaso que dejan entre los dos; acaricia y palpa la dureza, abre su boca y de nuevo se entrega, esta vez con la mirada aquella que no me ve, pero que el resto del cuerpo de mi esposa siente. Ninguno de ellos se da cuenta de que me levanto de la mesa, de que recojo mi regalo y me retiro. ¡Se bien cuando sobro! Y sobraba mi presencia, esa noche.
Le pido a Lara el favor de me entregue mi saco. Me mira consternada y le sonrió mientras levanto mis hombros, expresándole que no pasaba nada. Lara vuelve un instante después con una cerveza helada, y del bolsillo posterior de su pantalón, saca una cajetilla de Marlboro rojo, no me ofrece uno, me obsequia todo el paquete, que estaba casi nuevo.
—¿Me acompañas? —Le pregunté a Lara, quién miró hacia el otro lado donde se encontraba “El Juli”, dialogando animadísimo con una de las clientes. “El Juli” le sonrió a Lara y alcancé a leer, al mover sus labios, un… ¡Adelante! Y con su mano le indicó, que solo fueran cinco minutos.
—¡Bien vamos! y de paso le llevo esta otra cerveza a mi “Puertas” —¡Le sonreí! Pero antes terminé de beber, esa cerveza que me había obsequiado de nuevo, la princesa de aquel bar…
La llevo hasta mis labios, Lara bebe de la suya un sorbo. Recojo mi saco, mi regalo y los cigarrillos, miro una última vez a la mesa y me encuentro con la mirada de mi esposa. Su jefe ya le tiene el brazo por sobre sus hombros, la mano reposa cercana al pecho izquierdo; aprovecha para acariciar el nacimiento de su seno, oculto bajo su sostén y muerde al tiempo su cuello. Martha de medio lado, no los observa, solo conversa, aparentemente entretenida con aquel texano.
Pero había algo en ella que no emanaba, que no fluía. Así que deshice mis pasos, dejando al cuidado de una preocupada Lara, mi saco aun mojado, el regalo y los pocos restos de mi cerveza. — ¡No lo hagas Rocky, por favor!
—No te preocupes Corazón. —Sonriente, respondo a una Lara preocupada y me distancio de ella.
—¿La ultima? ¡Claro! si no es mucha molestia. —Les dije a todos los allí presentes, pero colocando mi mano suavemente sobre el hombro de Martha. Mi joven esposa, que se hallaba sentada en el medio de Hugo y del «amigable» texano, me lanzó una mirada reprobatoria. Yo le correspondí con una mía, ¡Desafiante!
Por supuesto a Hugo, no le hizo mucha gracia mi interrupción y aguardó observando en calma, la respuesta de Martha. Hice un poco de presión en el hombro con mi pulgar para forzar la respuesta, ya fuera afirmativa o negativa. Y a modo de generar una mayor tensión, le extendí generoso y firme mi mano diestra sobre la mesa. Ella me miró.
Martha levantó sus hermosos ojos color miel con chispitas de caramelo y me sonrió. Pero de inmediato volteó a mirar a Hugo, su esposo, como pidiéndole su autorización. Hugo finalmente asintió con un gesto de su mano, como dejándola libre de tomar su decisión. Desplacé la silla de Martha hacia atrás con cuidado de que su bolso no cayera al piso, y a la vez aproveché para introducir en el, mi tarjeta de presentación. Y no por nada malo o lujurioso, sino por un acto reflejo de cualquier asesor comercial. Ella podía ser una futura cliente, o tal vez, referenciarme ante sus amistades.
Además como un cortés caballero, para permitirle una espaciosa salida a sus hermosas piernas y deleitarme con aquella visión, hasta que el vestido se alargó por la gravedad, hasta su normal posición. Obviamente el gringo, me miró con ganas de enviarme lejos, seguramente hasta mi lejana y preciosa sabana. Masculló entre dientes, algo en inglés, no le presté atención.
Al fin y al cabo era mí despedida de aquella interesante mujer. Y tomé su mano para dirigirnos hacia la mitad de la pista, bajo las luces intermitentes de colores amarillos, naranjas y azuladas.
Y obviamente bajo la atenta mirada de aquellos tres.
—¿Rodrigo? Fuiste un poco osado, aunque debo decirte, que eso… ¡Me encanto! —Y me alegré por su confesión.
—¡Es que… recordé una canción! Para que no te olvides de este “mojado” Latin Lover.
—¿Es en serio? —Me respondió alegre. —¿Ves que me esté riendo? ¡No! ¿Verdad? Así que ven, espera un poco… — Martha se dejaba llevar por mí, hasta alcanzar la rockola y después de recorrer el índice, encontré la canción adecuada. ¡Y yo sin monedas!
Pero gracias a un viejo truco que me enseñó el “Puertas”, pude ponerla a funcionar. Obviamente Lara no estaba enterada, de lo contrario me fusilaba. Y de inmediato sonaron los primeros acordes de una eléctrica guitarra y enseguida la voz grave de aquel cantautor canadiense.
—¡Humm, No la había escuchado antes! —Me dijo Martha.
—¡Ahh! Esta canción se llama “Lost” y es de Jonathan Roy. —Respondí confiado. —Para ti. ¡Ven! —Y nos fuimos moviendo, meciéndonos suavemente, ella siguiendo atenta, mis pasos cortos hacia la derecha, siguiendo imaginariamente el segundero y el minutero de un reloj. ¡Los dos, casi flotando, apenas rozando el suelo!
La tomé con mi mano izquierda por su cintura, la derecha mía apretada con firmeza a la suya, elevada, abanicando suavemente el íntimo ambiente. La otra mano de Martha sobre mi pecho, tomando recatada distancia. Pero sus ojos y los míos, no. Estaban cercanos, entregados y translúcidos.
—Martha… ¡Todos cometemos errores! Pequeños o inmensos, eso no importa pues somos humanos. —Y seguíamos bailando, aunque ya un poco más cercana mi boca de su oreja para poder hablar un último instante.
De reojo observaba las lejanas reacciones en los rostros de mi esposa, de su amante jefe y de aquel extranjero invitado, aunque al final pensé para mis adentros… ¡El extraño y ajeno allí, era yo!
—Alguna vez nos perdemos y caemos. —Continúe hablándole a su oído, de forma pausada y elegante.
—Pero no importa que tan rota quedes, si a tu lado tienes quien te brinde su mano, para rescatarte y ayudarte a retomar de nuevo el vuelo. —Y seguimos danzando sobre la madera, alumbrada por varios colores.
—Rodrigo, yo… No sé qué decir. ¡Gracias! —Y suspirando Martha me comentó: —La canción aunque triste, tiene un mensaje que me da esperanza. —Y noté una cristalina lágrima, rodar por su mejilla. Me soltó de la mano para borrar el acuoso trazado en su mejilla. ¡Y estaba por terminarse la canción!
—¡Martha! eres muy hermosa, pero sobre todo, valiosa e inteligente. Has lo que creas que estará bien para Hugo y para ti. Disfrútalo, diviértanse sin temores y después sin reproches. Y sin herir a nadie. –Aunque yo iba a terminar muerto del amargo dolor– Tú y el, necesitan enfrentar los miedos juntos y procurarse valor.
—¡Entrégate! Otórguense mucho amor y confianza. —Le decía yo, dando ahora mi espalda hacia la mesa, entre tanto Martha si tenía su mirada dirigida a ese punto. ¡Serena!
—¡El teme perderte! —Dije yo. —Así que ayúdalo a encontrarte… ¡Siempre! Demuéstrale que tu amor por él es fuerte, indivisible y único. Dale la seguridad que noto que le falta. Y tú, libérate de esa oscuridad que consume tu brillo, busca siempre la luz en tu interior. Si deseas algo, explora y toma lo mejor que encuentres para ti. ¡Para los dos! De lo contrario solo díganse adiós.
Martha me dio en ese momento un beso en los labios, aunque con sus labios cerrados. Fue quizá, su forma de dar las gracias. Yo también le agradecí, con la tranquilidad de saber que mi mujer a su lado, seguramente iba a estar bien.
—En cualquier persona podrás encontrar su brillo. Libera tu temor y solo intenten ser felices con lo que tienen y con lo que han aprendido de los demás.
Y terminó precisamente la canción. Nos acercamos a la mesa, extendí mi mano hacia Hugo, luego hacia el americano y desde la altura de mis ojos, un… ¡Se feliz! a mi mujer.
Me retiré de la mesa, caminando hasta la desolada barra, apenas con un grupo de tres mujeres y otros dos jóvenes, compartiendo risas y miradas hacia el sexteto de nalgas. Al final, cerca del camino hacia los baños, estaba Lara, recostada sobre la barra y mirándome muy seria. ¿Confundida?
—Larita, ¿Te debo algo? —Nada mi Rocky, esta noche invita la casa. —No Lara, ¡insisto! Dime… ¿Cuánto es? —Le rebatí, pero Lara tan solo me miró con ternura y un beso dulce depositó en mi mejilla derecha.
—No sé qué ha ocurrido hoy aquí, pero cuenta conmigo para lo que necesites. ¿Vas a casa? —Me preguntó con ese tono que colocan las buenas amigas y la preocupación de una consoladora madre.
—¡Si señora! le contesté y añadí… —Derecho a mi camita, tengo una reunión de ventas muy temprano con «Pluma Blanca» y es importante llegar puntual.
—¡Y tranquila Lara!, aún no ha pasado nada. De hecho hay una expresión que leí alguna vez por ahí… «El diablo te ofrece el plato, más no te obliga a comer. Falla el que quiere».
Y me di la vuelta, completamente tranquilo.
Destino próximo… ¿Lo quiera Dios?
Continuará…