Kiko no pudo reprimir su sorpresa al encontrarse con Lucía después de tanto tiempo. ¿Cuánto había pasado?, ¿veinte años? A pesar del tiempo, ella seguía estando estupenda a sus 40 primaveras. No había tenido hijos y había tenido una vida laboral cómoda trabajando para aquella gran superficie de electrónica, entre Sevilla y Las Palmas. Kiko, con medio siglo de vida a sus espaldas tampoco se mantenía mal. Sólo las canas daban fe del paso del tiempo… bueno, las canas y una muy incipiente barriguita. La altura y el porte que tenía al andar ayudaban a disimular.
A Lucía casi le molestó un poco que Kiko no la reconociera a primera vista una vez que lo abordó en el pasillo de los televisores. Pero Kiko ya tenía edad para no ser políticamente correcto y saber pedir perdón si metía la pata. Lucía pensó que al menos era sincero y terminó por pasarlo por alto. Su relación había terminado de manera abrupta, la manera en que descubren las mujeres las infidelidades. Una factura de teléfono con más importe del debido, llamadas que Kiko que no atendía, y algún que otro WhatsApp altamente sospechoso… Lucía estaba muy enamorada de Kiko, llegó a asumir que no quisiera casarse, que no le gustaran los niños, o querer vivir juntos a pesar de que los padres de ella estuvieran muy chapados a la antigua, y eso a ella le influyera mucho. Lucía no tenía mucha experiencia en el sexo, sólo había tenido una relación, y aunque no era una mojigata, tampoco experimentó muchas cosas hasta que entró Kiko en su vida. Él no era un maestro, pero sus ganas de probar y su imaginación, se unieron a la curiosidad de Lucía como el hambre se une a las ganas de comer. Bondage, un intercambio con otra pareja, el trío con John -aquél negro que conocieron en Badoo-, o el lésbico con Nina, una chica rusa que Kiko conoció en la academia de idiomas. Hasta Lidia, la hermana de Lucía, estuvo en la imaginación calenturienta de Kiko; Lucía se llegó a molestar cuando Kiko le confesó que no le importaría hacer un trío con ellas, a pesar de dejarle muy claro que se trataba sólo de sexo. Todo eso probaron en los cuatro años que estuvieron juntos. Todo eso, hasta que Irene se cruzó en el camino de Kiko, y éste no se sabe muy bien porqué, pero perdió la cabeza por ella. Aun así Kiko nunca dejó de pensar en Lucía.
Mientras tomaban un café en la terraza del centro comercial, se pusieron al día. Kiko seguía casado con Irene, tenían una hija en la universidad y una vida estable. Lucía al contrario, tuvo dos relaciones todas fallidas, la última de ellas terminó en divorcio. Ella le confesó que lo había visto varias veces caminando con su mujer por el paseo marítimo, pero que nunca se acercó, ni se acercaría, a saludarlo estando Irene delante. Kiko lo entendía y no hizo comentario alguno.
La entrada en el piso fue atropellada. A trompicones avanzaron por el pasillo sin dejar de besarse con la misma intensidad del primer día. Se desnudaron el uno al otro de forma torpe. No se decían absolutamente nada, sólo se besaban y se tocaban con desesperación. El piso vacío donde estaban era el mismo que usaron a veces hace veinte años para follar como animales. Los padres de Kiko se lo dejaron como herencia y estaba a la espera de una reforma para volverlo a alquilar. Lucía lo conocía bien, Kiko la llevaba todos los fines de semana, probando todas las camas, la bañera y hasta la terraza, donde en más de una ocasión algún vecino los había visto. La enorme cama de matrimonio seguía allí, y Kiko no dudó ni un minuto en tirar a Lucía de un empujón sobre el colchón. A Lucía le excitaba que Kiko le comiera el coño, de hecho el primero que lo hizo en su vida, fue él… hace veinte años. Estaba mojada, sentía la boca y el aliento desesperado de Kiko entre sus piernas, además del paseo descarado de su lengua por el clítoris y el perineo que le arrancaba gemidos y suspiros de placer. Uno… y otro… y otro… y otro más. Ella echaba fuera sus líquidos y Kiko los mezclaba con su saliva. Lucía se derritió de gusto cuando el dedo índice de Kiko entró en su vagina. Arqueó la espalda y lanzó un largo gemido de placer, mientras sujetaba la cabeza de su amante para que no se despegara. Sin pedir permiso alguno, Kiko llevó su dedo lubricado hasta el culo de Lucía, y estimuló la entrada. Los dos estaban como en un frenesí hasta que Kiko se puso de rodillas delante de ella, y levantando sus piernas, se las apoyó sobre los hombros. Sujetando su verga con la mano, la orientó hasta los labios vaginales de Lucía, y los rozó con el glande. Se desesperó, como se desesperaba cuando Kiko hacía aquella maniobra… hace veinte años. Y no se la metía hasta que ella le pedía a gritos que la follara, y que la rebosara con toda su leche.
Cuando la penetró, lo hizo despacio buscando primero adaptar la vagina de su amante al tamaño de su órgano. Sin llegar a meterla del todo la sacaba, provocando la desesperación de Lucía. Cuando lo creyó conveniente, con un empujón de su pelvis la introdujo con fuerza arrancándole a su antigua novia un grito ahogado de placer. Kiko se abrazó fuertemente a las piernas de ella, y bombeó con fuerza hasta que el sonido del choque de ambos cuerpos, inundó la habitación.
-¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… no pares, fóllame cabrón -le pidió Lucía, -dame fuerte pero no te corras dentro.
-No has perdido las mañas, te gusta que te follen fuerte, ¡eh? -le replicó Kiko mientras el sudor le resbalaba por la sien.
Cuando Kiko presintió el orgasmo, salió de ella y se masturbó terminando en una abundante corrida acompañada de un gruñido. El líquido caliente y viscoso terminó en las tetas de Lucía con el primer disparo, y el resto en el vientre. Hace veinte años eso hubiera terminado en un cabreo monumental por parte de ella, pero lo de Kiko fue instintivo. Se había acostumbrado a hacerlo, y dio por sentado que a su ex novia le gustaría. Lejos de enfadarse, Lucía se contuvo y aprovechando que Kiko se recuperaba, fue al baño a limpiarse. Cuando volvió, la verga de su antiguo novio había perdido algo de rigidez pero conservaba un buen tamaño todavía.
-Joder -le dijo mientras miraba el trozo de carne con lujuria, –te mantienes en forma.
-Más que mío, el mérito es de quien hace que esté así -respondió con una sonrisa irónica y mirando fijamente el cuerpo de Sandra. –Estás estupenda niña, sigues estando igual de buena. Me volvías loco.
-Pues eso que te perdiste por jilipollas, -contestó ella mientras subía a la cama y se preparaba para un 69.
Moviendo el cuerpo para asegurarse de que su sexo quedara a la altura de la boca de Kiko, cogió el miembro con la mano y se dispuso a regalarle a su amante una buena mamada. Se centró primero en el glande, estaba pringoso y con restos de semen y flujo vaginal. Lo rodeó con la lengua para provocar una erección y cuando lo consiguió, hundió el falo rígido y musculoso en su boca. Sintió el roce de la carne y el resalte de las venas en su lengua y en el paladar. Lucía se regodeó en su trabajo, mientras abarcaba con su boca el miembro de su amante, con su mano hacía un movimiento “masturbatorio” que sacaba de sus casillas a Kiko. Al mismo tiempo él daba buena cuenta del sexo de su ex novia. Con la punta de su lengua rozaba el botón esponjoso del clítoris de Lucía. Ella cerró los ojos y sentía como el placer la envolvía. Kiko no se detuvo sólo en el coño húmedo de ella, con el dedo corazón se aventuró en el ano. Lucía exhaló un largo suspiro.
-¡¡¡Aaaah!!!…
A Kiko le pudo el delirio, empujó a Lucía hacia un lado y la puso boca abajo. Colocó su verga endurecida en la entrada del ano dispuesto a vencer la resistencia del esfínter. Empujó suavemente mientras ella gemía y se agarraba con fuerza a la vieja sábana que cubría el colchón. Lucía notó como se iba abriendo paso en su interior. Un ligero pinchazo se mezcló con el placer y perdiendo todo recato, gimió en voz alta. Kiko aumentó la velocidad de sus embestidas a medida que el culo de Lucía se adaptaba a la medida de su pene. Ambos estaban completamente fuera de sí, y los jadeos inundaron la estancia. Un orgasmo intenso los invadió al unísono. Kiko expulsó el semen dentro de Lucía, y ella sintió el fluido viscoso en sus entrañas. Él saco su miembro y derramó unas gotas en la espalda de ella. Con un movimiento de su cuerpo, restregó la polla por los glúteos de Lucía.
-Joder Lucía -dijo jadeante, -ha sido increíble.
-¡¡Mmmm!! desde luego. Lo echaba de menos.
Kiko se dejó caer hacia el lado de la cama mientras recuperaba el aliento. Lucía se puso a su lado, pero a diferencia de lo que hacían hace veinte años, no se abrazaron.
Cuando Lucía abrió los ojos, ya era de noche. Buscó su teléfono móvil en el bolso, y comprobó la hora. Eran las ocho y media. Se giró y Kiko dormía profundamente. Se vistió, y antes de irse, escribió en un trozo de papel su número de teléfono. Le importó bien poco que estuviera casado, estaba segura que volvería a saber de él, lo iba a utilizar todo lo que pudiera. Como decía la canción de Malú, “tú has sido mi maestro para hacer sufrir, si te hago daño lo aprendí de ti”. ¿No dicen que el arte de ser mujer consiste en hacerle creer al hombre que lleva la batuta?… pues eso.