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¿Volverás a dejar que juegue contigo, Rosalía?
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Tenía yo por aquel entonces 42 años. Pasaba de las once de la mañana. Iba vestido con mi ropa de caza, mi gorra, mis botas, mi cinturón con cartuchos del que colgaban tres conejos y llevaba la escopeta de cartuchos al hombro. Mi perro olió algo y salió corriendo. Seguí monte arriba y me encontré con un espectáculo triple. Desde lo alto vi en una cantera a Señora Felisa, apodada la Leona, una vieja de unos ochenta años, viuda, y a señor Antonio, apodado el Trompo, un viejo de su edad, casado, que andaba borracho un día si y otro también.

El viejo le estaba comiendo el coño a la vieja entre dos grandes rocas. A Felisa no le oí lo que le decía al trompo, lo que sí oí fueron los gemidos de Rosalía, una joven pastora de ovejas, estaba apoyada con la espalda a un pino y de espaldas a mí mirando cómo el viejo le comía el coño a la vieja y cómo mi perro se follaba a su perra. Cuando ya mi perro y su perra estaban pegados culo con culo, me di la vuelta para irme, pisé una rama y Rosalía sintió el ruido. Se giró y me vio. Yo vi su falda gris levantada, sus bellas piernas y una mano dentro de sus bragas blancas, que se apresuró a sacar. Después bajó la falda. Se le puso la cara colorada. Cómo ya me descubriera, fui a su lado, me dijo:

-¡No me toque!

Sabía que no debía, pero fui a por ella. Le dije:

-Deja que vea esa mano si no quieres que cuente lo que acabo de ver.

No lo decía en serio, pero ella no lo sabía, así que no se opuso a que le cogiera la mano que sacara de las bragas. La miré y vi dos dedos mojados, se los chupé, y le dije:

-¿Quieres que termine lo que interrumpí?

Bajó la cabeza, y vergonzosa, me dijo:

-No, pero si no le dejo se va a ir de la lengua.

Puse las cartas sobre la mesa.

-No, Rosalía, lo que vi no se lo voy a decir a nadie.

Seguía con la cabeza gacha.

-Si acaba de decir…

Le levanté el mentón con un dedo, la miré a los ojos, y le dije:

-Te engañé, era por conocer el sabor de tu coño.

Me volví a dar la vuelta y me iba cuando me preguntó:

-¿Le gustó?

Sin dejar de caminar giré la cabeza, y le respondí:

-Mucho, tienes un coño muy rico.

-Quiero.

Me di la vuelta y le pregunté:

-¿Qué quieres?

-Que acabe lo que interrumpió.

Volví a su lado, me quité el cinturón con los cartuchos y los conejos, apoyé la escopeta en un pino, me senté sobre la hierba y le dije:

-Siéntate a mi lado.

Se sentó a mi lado izquierdo. La quise besar pero giró la cabeza. Seguía colorada y estaba temblado. Le abrí tres botones de su blusa marrón y la magreé las tetas por encima del sujetador. Volví a buscar su boca, esta vez dejó que le diera un pico en sus temblorosos labios. Le levanté las copas del sujetador y vi sus tetas, redondas, duras, grandes, con areolas rosadas y pezones medianos y de punta. Lamí un pezón, luego el otro… Cuando empecé a mamar la teta izquierda metí mi mano derecha debajo de su falda y dentro de sus bragas. Estaba muy mojada. Comencé a girar tres dedos sobre su clítoris. Le volví a dar otro pico y ya me lo devolvió, le volví a mamar las tetas. Rosalía ya estaba cachonda a más no poder, ya que movía la pelvis alrededor cuando mis dedos dejaban de hacerlo. La besé con lengua y puso la suya a mi disposición. Después de cada beso volvía a bajar la cabeza… Cuando la levantó sin besarla fue para mirarme a los ojos, y susurrando, decir:

-Me corro.

Sentí cómo su coño se le encharcaba de jugos y cómo se estremecía, diciendo:

-¡Ayyy! ¡¡Ayyyy…!!

Cuando acabó de correrse yo ya estaba empalmado y con ganas de meter. ¡Y Quién no tendría ganas de meter dentro de ella! Rosalía era un cuadro de la Rosalía que triunfa cómo cantante, sí, esa que del flamenco pasó a ser una pop star. Tenía el mismo, cabello, la misma atura… Tenía el mismo cuerpo, y si me apuran de cara aún era más bella. Sabía que no me iba a dejar meter por las buenas, así que debía buscar la forma, lo que hice fue chupar mis dedos y la palma de la mano, y decirle:

-¿Me dejas que te coma el coño?

Volvía a tener la cabeza gacha.

-No. ¿Cómo puede ser tan cochino?

-Porque me gusta su sabor.

Era vergonzosa, pero no se chupaba el dedo, no, de tonta no tenía ni un pelo. Me dijo:

-Lo que quiere es echarme un polvo.

-¿Qué te hace pensar eso?

-Estoy viendo el bulto que hace su polla en el pantalón.

Tenía que seguir con la seducción.

-Ya, pero me conformo con lamer tu coño y hacer que te corras en mi boca.

Levantó la cabeza, y muy seria, me dijo:

-¡Qué barbaridad! ¿Una mujer se corre así?

-Te aseguro que te correrás

-No sé si dejarle… Me da vergüenza que me vea el coño.

-Seguro que lo tienes lindo, una chica preciosa tiene que tener un coño bonito. ¿Quieres ver mi polla?

Ya se echó al monte, me respondió:

-Bueno.

Saqué la polla la miró de reojo, y me dijo:

-Es más grande de lo que yo pensaba.

-¿Quieres conocer su sabor?

-No.

Le puse la mano en la nuca y le llevé la boca a mi polla empalmada sin que opusiera resistencia, pero no abrió la boca. Le froté la polla mojada en los labios. Sacó la punta de la lengua y la pasó por el meato, luego abrió la boca y me la chupó un par de veces, después me dijo:

-No me gusta, sabe raro.

La eché hacia atrás y le pasé la polla mojada por los pezones y las areolas… Se la volví a poner en los labios, la cogió y la chupó una docena de veces. Luego quitó la blusa y el sujetador, yo le quité la falda y después le volví a pasar la polla por las areolas y los pezones y acto seguido quise frotársela en el coño. Se volvió a sentar, y me dijo:

-¡No, puedo quedar preñada!

-No te la voy a meter, te la voy a frotar en el coño.

Le puse una mano en el pecho y se dejó caer hacia atrás, le eché las manos a las bragas, ella levantó el culo y se las quité. ¡Cómo estaban! Estaban para escurrir. Las eché a un lado, metí mi cabeza entre sus piernas y lamí su coño pequeñito. Sentí otra vez, cómo en un susurro:

-Me corro.

Solo le había lamido el coño una vez y ya se corrió. Vi cómo su coño se había abierto cómo una flor en primavera y de él salía una pequeña cascada de flujos espesos cómo el aceite que me tragué con lujuria. ¡Qué rica estaba!

Cuando se recuperó del tremendo placer que sintió. Agarré la polla dura y mojada y se la acerqué al coño, Rosalía, asustada, me dijo:

-¡Meter, no!

-No, solo te la voy a frotar.

No las tenía todas con ella.

-¿No me está engañando?

-No, confía en mí.

Froté mi polla desde el periné al clítoris de abajo a arriba y de arriba a abajo. Por vez primera comenzó a gemir, y gimiendo levantó el culo para que también frotase la cabeza de mi polla en su ojete, y la froté, y al rato empujé y la cabeza entró un poquito, y empujé en la vagina y también entró un poquito, y volvía a frotar de abajo a arriba y de arriba a abajo. Rosalía ya no apartaba la vista de mí. La calentura hizo que olvidara la timidez. Cogió las tetas y se las magreó, y cuando ya estaba muy, muy cachonda, jugando con mi polla en su vagina, me cogió las nalgas, tiró hacia ella y metió toda la cabeza dentro, y me dijo:

-No se corra dentro, por su madre se lo pido.

-Tranquila, no soy tan cabrón.

Poquito a poco se la metí toda y luego la folle. Pasado un tiempo, a Rosalía se le nubló la vista, y de nuevo, susurrado, dijo:

-Me corro.

Se corrió como una jabata. De su coño salieron cantidad de jugos que bañaron mis huevos y mojaron la hierba mientras se sacudía debajo de mí cómo un junco ante un temporal.

Había despertado la traviesa que llevaba dentro. Me cogió la polla y me la sacudió cómo si estuviera haciendo un batido. Hasta apretaba los dientes para darle con más fuerza. Cómo vio que no me corría, se puso a cuatro patas, y me dijo:

-En el culo se puede correr que no quedo preñada.

Lamí desde el coño al ojete varias veces, después se lo follé mientras le magreaba las tetas, y luego volví a frotar desde el coño al ojete, metiendo el glande dentro de la vagina al llegar al coño y en el ojete al llegar al culo… Y metiendo la punta del glande en el ojete empujó con su culo y lo metió. La cogí por la cintura y le di caña. Me ponía malo viendo cómo mi polla entraba y salía de su culo y sintiendo cómo gemía, cómo empujaba hacia atrás… Llegó un momento en que no aguanté más y me corrí dentro de su culo. Rosalía dijo por última vez, susurrando:

-Me corro.

Comenzó a gemir y a temblar. Le temblaba el culo, le temblaban las piernas… Le eché las manos a las tetas, se incorporó, echó una mano a mi nuca, giró la cabeza y me comió la boca mientras el placer recorrió su cuerpo.

Al acabar de follar, vistiéndose, tenía de nuevo la cabeza gacha y parecía que se moría de vergüenza. Le pregunté:

-¿Volverás a dejar que juegue contigo, Rosalía?

-No.

-¿Nunca?

-Nunca es mucho tiempo, señor Enrique.

Quique.

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