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Volver siempre al incesto con mi madre
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Creo que muchos de estos relatos pueden ser solo fantasías, pero hay muchos que dejan entrever la veracidad del incesto entre madre e hijo. Si bien esa fantasía se recrea entre miradas, provoca al mismo tiempo el ambiente, ese que podemos compartir con nuestra madre. Ello desata el instante del placer, cuando —en mi caso— mi madre también lo provoca, lo busca y lo concreta. Nos gusta con Laura o “Xochi” (el sobrenombre mi madre), leer estos relatos y recrear nuestro sexo en el placer de recordar nuestras aventuras y por ello, las volvemos a repetir.

Como todos los viernes yo salía temprano de la facultad donde cursaba ingeniería, cuando mientras dejaba en su casa a mi novia Rosana después de esa clase, me sonó el teléfono móvil, —era mi madre—, que todavía en su estudio me pedía que la pasara a buscar, dado que se le había hecho tarde con un proyecto. Por supuesto, que siendo las nueve de la noche, me dirigí a su estudio. Le avisé que estaba llegando, cuando la veo en el hall del edifico con sus impecable y sensual figura, pantalón blanco ajustado a sus caderas, montada sobre unos tacos de igual color y una camisola también blanca; pero no estaba sola, un “tipo” mucho más joven estaba conversando junto a ella.

Cuando le hice señas desde el auto, ví que mi madre levantando la mano, me saluda, mientras que con la otra tomó la cara del “flaco” y le dio un pico rápido en los labios, este le pasó su mano por la cintura a mi madre y le respondió con un “nos vemos arqui”. Algo pasó en ese momento, porque mi madre subió acalorada al auto y me dio otro “beso piquito” en la boca, yo me mordí provocativamente los labios y se lo dejé entrever.

—Ese pendejo me quiere coger. —me dijo, mientras aceleré por Av. del Libertador—, me la quedé mirando cuando nos detuvimos en un semáforo y debajo de esa camisa, sus pezones marcaron una fuerte excitación, la que nada podía disimular. Trate de ocultar también que me había calentado la escena; ella toda de blanco, pantalón ajustado partiendo su pubis y dibujando sus curvas al caminar, con sus casi cincuenta años, era una ninfa morena en el cielo de los placeres.

Yo no tenía ganas de llegar a casa, así que empecé a dar vueltas por la Av. Costanera más allá del aeroparque, donde las luces son más cómplices de la noche que de aquello que sucede frente al río. Detuve el auto y con ese aroma a brisa que tenía la noche le dije que bajáramos a tomar un poco de aire… Mi idea resultó. Mi madre bajó del auto y mientras yo la miraba, ella se fue acercando hacia la orilla, me excite otra vez, al verle esa cola dibujada en su pantalón blanco… Se detuvo y se apoyó sobre la baranda, yo me fui acercando y abrazándola por detrás, le dejé sentir mi erección. No tenía la menor idea de cómo reaccionaría. Ella me beso las manos con las que había abrazado su cuello y refregando su cabellera sobre mis brazos, me murmuró —hace mucho que no estamos juntos. Me apoyé aún más sobre su cola cuando ella desabrochó su pantalón y fui bajando mis manos hasta provocar que ese cierre se abriera aún más, deslicé mis manos hasta alcanzar el borde de su tanga de tiro corto, esa caricia sobre el pubis de mi madre, fue el interminable deseo que nos volvía a conectar.

—¿Estás seguro? —me murmuro, mientras ahora ella se mordía los labios y cerraba los ojos.

—Muy… —mientras le mordía suavemente la oreja y se la mojaba con la punta de mi lengua.

—Me volvés loca Richard… —cuando llevó mi mano más profundo, dejándome sentir lo húmeda que estaban su tanga y su pantalón blanco. Allí sentí que estaba totalmente depilada y su clítoris latiendo a gritos.

—Vámonos al country Richard (nuestra casa fuera de Bs. As.) allí estaremos solos hasta mañana; podemos pasar la noche juntos.

Se giró delicadamente, me miró con sus ojos verdes y colgándose de mi cuello, mientras me despeinaba, me comió la boca como una perra… ¡Esa era otra vez mi madre!, una perra sobre sus tacos blancos. Mi boca devoró sus labios y un juego de salivas volvieron nuestros alientos en uno.

Subimos al auto, nos quedamos en silencio y tomando por esas avenidas de Bs. As. pretendí tomar la autopista panamericana, cuando ella sin mirarme, acarició mi mano y aún con su pantalón húmedo y desabrochado, murmuró —vamos a un telo—. A mi siempre me gustó “Saint James” en Belgrano. Llegamos, se abrió la magia de la suitte y las luces rojas encendidas junto al chorro de agua que iba llenando el jacuzzi fue el escenario, frente a nosotros mil espejos que delante de mis ojos reflejaban a mi madre desnudándose para mis instintos. Me relajé, me senté en un sillón y pedí ese “scotch on the rocks” que le pasé a mi madre, para que esos hielos jugaran con sus pezones.

La deseaba nuevamente, o como nunca dejé de desearla en mis fantasías, después de nuestra última vez en la playa, hacía varios años; aquellas épocas cuando ella jugaba con los cuernos de mi padre y las calenturas de sus amantes, conjugados en ambos sexos, ¡una ninfa! Con sus lolas hechas, sus aureolas dibujadas de tono rozado y sus pezones provocándome, mientras ella misma se los pellizcaba.

Se acercó a mí, seduciéndome, su dedo índice jugando en su boca; el pantalón blanco manchado con su flujo se dejaba caer a cada paso, su tanga de tiro bajo ya no escondía su pubis depilado y esa fina tira de bellos que baja hacia ese clítoris encendido, todo ello hacía sentir que mi erección se escapaba de mi boxer. Me levanté, la atraje hacia mí, mi boxer se juntó con su tanga y su mano bajó hasta sentir que mi erección estaba dedicada a ella. Volvimos a conjugarnos en un juego de labios, lenguas y salivas que iban de mi boca a su boca y que dejábamos caer sobre sus lolas.

No hubo tiempo de llegar a la cama redonda de esa suitte. Mi madre se puso frente a mí, y de rodillas fue apretando mi sexo con sus labios, hasta que logró con sus dientes quitarme el boxer, mientras mi “pija” comenzó a entrar y salir de su garganta, ella era un espectáculo pornográfico que hipnotizaba a mis instintos y aún más, se erectaba mi sexo en su boca.

Sus ojos verdes se alzaban, se abrían y se confundían con los míos en una mirada lasciva, sus aureolas naranjadas con esos pezones rígidos, cada vez me parecían más bellos y más grandes. —Ella, puta como ninguna, sabe masturbarme con su boca, hasta que mi semen escurriéndose por sus labios provocan su ahogo. Sus manos acariciando y separando mis glúteos dejaban que sus delicados dedos jugaran con mi esfínter y eso era el placer que desataba más lujuria. ¿Cómo no amarla?, ¿cómo no desearla?, ¿cómo no ser su amante y su cómplice a la vez? si ella elevó el placer hasta el incesto, incomparable morbo que no encontré en otras.

No hubo tiempo de alcanzar la cama, tumbados en el suelo, al menos sobre esa buena alfombra, —donde quizá otros también cogieron—, fui deslizándome sobre ella, desnudándola por completo y dejando que mi lengua y mis labios bajaran desde su boca, hasta sus pezones, sus gemidos comenzaron a provocar que sus manos arrancando mis cabellos me guiaran hasta que sus jugos, esos que, dentre sus labios comenzaron a verter orgasmos en mi boca. El tercer orgasmo fue suficiente para saber que era el momento, mi glande buscó su concha y (crease o no) jamás sentí sobre mi pija la humedad que siento cuando la voy cogiendo, cuando voy penetrando lentamente a mi madre. Ni ese juego de besos húmedos tienen el almíbar que siento en su concha, desde siempre.

El ritmo es suave, hasta que se convierte en la locura de llevar sus piernas sobre mis hombros y penetrarla tanto, hasta que acabo dentro de su vientre sin despegar nuestras miradas. El primer “polvo” siempre es el más rápidos y dejé vacías mis pelotas de tanto semen, que me quedé tumbado sobre ella, mientras aún nos seguíamos comiendo la boca, la calentura se sentía latir en esa química de estar unidos por nuestros sexos, por los besuqueos desesperados en los labios y por las caricias que mi madre aún me daba sobre mis cabellos bajando por mi espalda. ¡No queríamos o no podíamos despegarnos!, yo seguía latiendo dentro de ella, liberando todo mi esperma apretándome aún más contra su pubis, ni una gota debía chorearse, ¡Todo dentro de ella!

Mientras yo me incorporaba ella se arrodilló delante de mí y llevó el resto de mi erección a sus labios, mientas me masturbaba lamía mi glande como limpiando hasta la última gota de semen que quizá con sus mismos flujos fueron a parar a su garganta. Se levantó del suelo y meneando sus caderas se introdujo en la ducha, detrás de aquella mampara fumé su cuerpo era aquella misma ninfa que me había seducido y cogido en aquel verano en Cabo Frío. Era mi madre, esa ninfómana volvía a ser mi placer.

Me higienicé sobre el lavabo y me tumbé boca abajo en la cama, perdí la noción del tiempo cuando sentí que ella gateando sobre esa cama, se acercaba entre mis piernas, sus lolas con sus pezones rozaron mis piernas, cuando sus manos separaron mis muslos y su lengua comenzó a acariciar mi esfínter, solo tuve el impulso de levantar hacia su boca mi cadera y colocar debajo de mí una almohada y la dejé jugar, lamer y penetrarme; ese tiempo fue el suficiente para volver a estar erecto, mi pija crecía mientras la frotaba en esa almohada sintiendo que la lengua de mi madre me mojaba y dejaba correr su saliva por mis testículos.

—¿Te gusta Richard?

—No pares putita…

—¿Putita yo?… me parece que encontré otro putito o un bisexual esta noche.

Pero sonó su celular, rompiendo esa magia de incesto y de erotismo.

—Es tu padre… —mirándome a los ojos— ¿Qué le digo?

—Que te acabo de pasar a buscar por el estudio y que pensamos irnos para Pilar. No se me ocurrió más que la verdad. Fue lo que le dijo, cuando escuché del otro lado del celular de mi madre, que mi padre le consentía la decisión y que él iría para Pilar mañana sábado por la tarde. Ah… y que yo tuviera cuidado al conducir.

Cuando cortó, le hice apagar el teléfono para asegurarme que la llamada había terminado y con mi celular comencé a tomarle fotos, necesitaba inmortalizar la desnudez de mi madre, sus casi cincuenta años con esas lolas que se apoyaron sobre mi pecho estallando y dejándome sentir la dureza de sus pezones. Acaricié su espalda llena de pecas hasta que subí a su cabellera y ahora ella yo que la despeinaba. La empujé y le di un par de “sopapos” para enrojecerle las mejillas, dejándola caer hasta que se apoyara sobre la pared, cuando me mostró un par de lágrimas, —así, así me gusta— dijo cerrando esos ojos verdes. Me arrodillé delante de ella y mis labios encontraron otra vez su clítoris, yo quería ir más allá, quería que gritara y que no solo acabara otra vez en mi boca, sino que pretendí que me mojará toda la cara con sus flujos, mi lengua desparramó tanto sus flujos que mi cara era un mar con sus aromas y restos de mi semen que chorreaban por su pierna.

—No aguanto más, —gritó y se dejó caer en la cama; esta vez era ella la que estaba boca abajo con su colita hacia mi erección que deseaba penetrarla y como dijo mi padre “con cuidado”.

—Quiero esa colita, —le dije, mientras me acercaba detrás de ella, le hice sentir mi erección por sus piernas—. ¿Cuánto hace que te hicieron la colita por última vez, putita?

—Hace dos días en el gimnasio, —me contestó—, una pija enorme, el nuevo profesor de “aqua gim”.

Me encantaba que me contará sus aventuras, me excitaban y me excitan todavía cuando las recreamos. Ella se puso como un perrito, levantó su cadera, apoyó su cara en la almohada, y entre sus piernas su conchita depilada mojada de sus jugos nacarados, me obligó a volver a pasarle mi lengua, dejándole un buen chorro de saliva para lubricar también su ano, me apoyé sobre ella y dejando que mi pija latiera punteando sus labios vaginales solo le introduje mi glande, mojándome hasta subir a su esfínter, que al sentir que lo apoyaba se fue dilatando. Me enterraba otra vez en mi madre, ella gemía arañando la almohada, mordiendo las sábanas. La tomé de la cadera, dándole ese impulso que se volvió un grito otra vez en ella, tomamos un ritmo que volvía a gemir, ella iba y venía golpeando mi vientre, yo la cabalgaba, la estocaba cada vez más fuerte y me revolvía entrando y saliendo de su colita.

—¿Quién te rompe este culito mamita?, ¿cuántas veces te lo hacen a la semana?

—Seguí no pares… me hacen la colita cada vez que voy al “gim”, te dije; pero no pares; se llama Gustavo y me cogen en el vestuario.

—¿Cómo que te cogen, putita?

—Si a veces son dos, ¡No pares, que acabo!

Cuando gritó ese orgasmo, se giró sobre ella misma y exploté en su cara llenándola de semen, mi madre con un dedo fue juntando toda esa leche y quitándola de sus ojos la llevaba a su boca saboreándola, y sin pensarlo, abrió sus labios como una “o” grande para que la penetrara otra vez y pajearme en ella, —aunque más no sea para sentir esos sabores en su garganta—, no sé cuánto tiempo estuvo chupándome, mordisqueando mi pija, atragantándose, refregándola por sus labios, por su cara, hasta que la tomó como en un rezo entre su manos y con una mirada lascivia, me sonrió.

Nos incorporamos desnudos, cuerpo a cuerpo, nos dimos otro abrazo con un beso encendido y nos metimos juntos en la ducha; enjaboné su espalda, acaricié otra vez todo su cuerpo, apoyado todo yo en ella, mis manos envolvieron sus lolas y suavemente pellizcaba sus pezones enjabonados. Sentía que no había placer más excitante que coger con mi madre. Todavía no era media noche, y decidimos pasarla en ese “telo” hasta que amaneciera ese sábado.

Envuelta en una bata dejando entrever sus lolas erguidas (que había operado hacía poco) mi madre me despertó, había pedido un desayuno y decidimos sí, irnos hacia nuestra casa en Pilar. Llegamos, —gracias a que todavía no había llegado mi padre— me zambullí en la piscina con mi boxer, mamá fue a cambiarse cuando apareció en el jardín con una tanga “colaless” y con un soutien que se quitó al entrar también la piscina. Estuvimos jugando largo rato, entre besuqueos y caricias calientes que yo provocaba rozando esa tanga, apretando otra vez su clítoris, esa caricia la vuelve loca y me come la boca otra vez con sus labios, cuando vuelve a apoyar sus pecosas tetas y sus pezones en mi pecho. Estábamos festejando nuestro reencuentro sexual y eróticamente incestuoso, ¡Nos gusta la palabra incesto!

—No pudimos seguir cogiendo ese fin de semana—. Cuando llegó mi padre, mi madre estaba en su reposera tomando sol y yo como un buen hijo cortando el césped del jardín; pero en las noches, ella nunca dejó de pasar por mi dormitorio, al menos para besarme con su lujuria y contarme sus pecados de ninfómana. El placer, o el incesto persiste entre nosotros, porque ella es aún en sus libertinajes y con sus aventuras, secreto entre mis manos; o sus labios impuros rozando también mis labios, una vez y otra vez deseando satisfacer siempre el incesto libertino con mi madre. Ella como Yocasta, y aún más puta, y yo Edipo pero, cerrando los ojos para sentirla.

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