La presa estaba acorralada. Nosotros, los cazadores, habíamos puesto trampas para que cayera, y ahí estaba ella. Se llamaba Alexia. Ale para sus conocidos. Ali para los más cercanos. Fui yo personalmente quien la eligió. Cuando, en nuestra última reunión semanal, se la propuse a los otros cazadores, se les hizo agua la boca. Ali era la presa perfecta.
La habitación estaba oscura, apenas iluminada por la débil luz que emanaba una lámpara. Había invitado a Alexia a una fiesta de disfraces. Su primera sorpresa se la llevó cuando vio que los invitados, aparte de ella y yo, sólo eran otros tres hombres. Iba disfrazada de Minine Mousse. O algo parecido. Una pollerita roja con lunares blancos, una remera ceñida color blanca, con los puños estampados igual a la pollera. En su cabeza, una bincha con dos círculos grandes que hacían de orejas de ratón. Los finos labios estaban pintados de un rojo intenso.
-¿No va a venir nadie más? -Preguntó ingenuamente.
Esa era una de las cosas que más me gustaba de ella: su ingenuidad. Alexia tenía una cara hermosa. Piel blanca, un tanto alargada. Ojos marrones, nariz pequeña, con las ventanas más abiertas de lo normal. Su figura era esbelta. No había mucha voluptuosidad en su cuerpo. Pero a sus veintitrés años, tenía todo perfectamente firme.
-Parece que no, pero con nosotros te vas a divertir. -Contestó Diego. Un rubio regordete que iba disfrazado como el César.
Los cinco estábamos alrededor de una mesa. Alexia estaba rodeada por Diego y por mí. Él apoyó su mano en su pierna. Corrió la pollera hacia arriba, y la piel de los muslos comenzó a quedar a la vista.
-No ¿Qué hacés? -Se exaltó.
Intentó ponerse de pie, pero yo la agarré de la cintura y la mantuve en su asiento.
-¿Qué pasa Edu? -preguntó, dirigiéndose a mí.
Los otros tres miraban la escena con expresión lujuriosa. Los lobos mostraban sus colmillos.
Yo les había dicho que Alexia no iba a oponer mucha resistencia. Que no iba a acceder, que iba a pedir que la dejen, pero no iba a gritar. Y que al final iba a ceder a todos nuestros deseos. Los cazadores habían quedado encantados con la descripción. Salvo Leandro, que ahora, detrás de su máscara de Frankenstein, emanaba su violento deseo de poseerla por la fuerza, los otros cuatro preferimos a las presas reacias pero sumisas. Alexia era una de ellas. Yo lo sabía. Éramos compañeros en un taller de teatro. Compartimos varias salidas, y yo supe sacarle información. Sé reconocer a una sumisa incluso cuando ellas mismas no saben que lo son
Me dio algo de lástima cuando su rostro reflejó que comenzaba a entender todo. Yo le había hecho la cabeza desde hacía meses. Estaba convencida de que albergaba sentimientos románticos por ella. Pero nada más lejos de la realidad.
Alexia miró uno a uno a todos los cazadores. Y finalmente a mí.
-Para esto me trajiste. -Me recriminó.
-Tranquila, está todo bien. -Fue mi respuesta vacía.
Diego levantó aún más la falda. Su bombachita blanca quedó a la vista de Leandro, y de Rogelio, el más veterano del grupo, quien iba con un equipo de fútbol con la palabra Messi estampada en la espalda como disfraz. Yo deslicé la mano que tenía en su cintura, despacito, hasta llegar a sus glúteos, los cuales, todavía rebeldes, apretaban mis dedos contra el sillón, decididos a no dejarse acariciar.
La agarré de la barbilla con mi mano libre, y la obligué a mirarme a los ojos. Hizo un puchero, viéndose aún más joven de lo que era. Le costaba sostenerme la mirada. Sus grandes faros marrones buscaban el piso, pero yo volví a levantarle la carita. Se sentía claramente intimidada por la situación. Sus ojos estaban brillosos. Pensé en amenazarla. En decirle que estaba en una casa grande, cuyo vecino más cercano se encontraba a doscientos metros, y por lo tanto los gritos no serían escuchados por nadie. En recalcarle que una chica frágil como ella, nada podía hacer contra cuatro hombres. Pero preferí seguir con el plan. Intimidarla, pero sin amenazarla. Además, el hecho de conocerla me jugaba en contra. Lo mejor era que en su cabeza quede el recuerdo de haber copulado con cuatro desconocidos porque le fueron tan insistentes que no le quedó otra. Una violación encubierta que sufren tantas ilusas como ella.
Le di un beso. Ella hizo la cara a un costado. Agarré con fuerza su rostro, inmovilizándola, y le metí la lengua en la boca, lamiéndole los labios al hacerlo. Mi mano se cerró con fuerza, pellizcándole las nalgas, haciendo que Alexia de un pequeño brinco sobre su asiento. Cuando dejé de violar su boca con mi lengua, vi que Diego ya había levantado la pollerita, hasta dejarla a la altura de las caderas.
-Esto se pone bueno. -dijo Rogelio, acariciándose la verga ya dura, a través del short de fútbol.
-No chicos, no quiero esto, no me gusta. -Se quejó Alexia. Nosotros respondimos como solemos hacerlo al recibir una resistencia tan débil: hicimos de cuenta que no la oímos.
Diego agarró la tela de las bragas y tiró hacia abajo. Un oscuro vello púbico quedó a la vista. Alexia quiso acomodarse la pollera, pero se lo impedí con facilidad. Me miró, asustada, mientras mi colega bajaba la bombacha hasta loa rodillas.
Leandro suspiró detrás de su máscara.
-Es preciosa. -dijo.
-Y toda una sumisa. -Agregó Rogelio.
Alexia seguía mirándome, expectante, como pretendiendo que la saque de ese embrollo.
-Tranquila, te vamos a tratar bien. -Le dije.
Le di otro beso. Luego mi boca bajó a su cuello, haciéndola gemir contra su voluntad. De repente escuché el grito apagado que largó. Diego le había metido un dedo en su sexo.
-Ya está bebé. -dijo él-. Ya estás siendo cogida. No hay marcha atrás.
Como si esas palabras fueran una verdad irrefutable, Alexia aflojó su cuerpo, tiró el torso para atrás, y abrió las piernas. Una lágrima recorría su mejilla. Yo se la sequé con la lengua. Me arrodillé sobre el sofá, me bajé los pantalones, y saqué mi verga, dura como el hierro. La agarré otra vez de la barbilla. Esta vez haciéndole ver mi falo. Ella lo miró, y luego a mi, con tristeza y resignación. Apoyé el glande sobre sus labios, pero estos no se abrieron. Empujé, y apenas cedieron unos centímetros. Apreté su encantadora nariz con mis dedos. Al poco tiempo se quedó sin aire, y tuvo que respirar por la boca. Mi ansiosa pija la invadió.
A partir de ahí todo fue mucho más fácil. Alexia, para evitar que la penetre con violencia, hasta llegar a su garganta, tomó la posta y empezó a manipular mi sexo de la manera que le resultaba más cómodo. Me apretaba el glande con fuerza, casi mordiéndomelo, probablemente para que acabe lo más rápido posible, pero la sensación era increíble. Diego se había arrodillado, y le frotaba con fruición la lengua en el sexo de nuestra presa. Yo veía cómo chorreaba abundante baba de la boca de mi colega. Cada tanto, sin dejar de chupármela, largaba un apagado gemido cuando Diego estimulaba en el lugar correcto.
Después de unos pocos minutos, ante semejante mamada, no pude más, y acabé en su boca. Alexia tosió, y escupió el semen que le había metido adentro de su boca. El líquido viscoso colgaba de su barbilla. Sin dejar que se limpie, Diego le metió su propia verga en la boca. Vi cómo los ojos de Alexia se abrían desmesuradamente. Por algún motivo, mientras la verga gruesa y venosa de Diego la violaba, ella me miraba a mi. Otra vez recibió la eyaculación adentro de su boca. Y otra vez tosió y escupió el semen.
-Qué puerquita. -Susurró Leandro, y Alexia, limpiándose como pudo el semen impregnado en su cara, se ruborizó por la vergüenza.
-Bueno, ahora es nuestro turno. -Dijo Rogelio.
Él y Leandro se desnudaron. El abundante presemen que largaban sus miembros era la prueba de que no durarían mucho. La escena anterior los había excitado mucho. Diego y yo nos hicimos a un lado, colocándonos en un lugar donde pudiéramos ver todo detalladamente. Los otros dos se pararon frente a Alexia.
-Tengo las mandíbulas cansadas. -Se quejó ella.
Como respuesta Rogelio hizo un movimiento pélvico y le metió la mitad de su generosa verga en la boca. Leandro la agarró de la mano, y la llevó hasta su propio sexo. Alexia lo entendió enseguida, y empezó a masturbarlo.
A estas alturas, salvo por su rostro de expresión apática, nuestra presa participaba activamente de la orgía. Se llevó las vergas de mis colegas una y otra vez a la boca, sin dejar de masturbar al otro, hasta que ambos embarraron su cara de semen.
-Vaya putita sumisa. -dijo Rogelio, agitado, después de acabar, al ver a la chica de cara inofensiva repleta de semen.
Ya completamente sometida, Alexia se tiró al piso y abrió sus piernas. La cabalgamos uno a uno.
Cuando todo terminó, ya era de madrugada. Ofrecí llevarla a su casa. Ella se negó, dijo que pediría un Uber. Pero yo la agarré de la muñeca y la llevé hasta mi auto.
En el vehículo se sentía el olor a sexo impregnado en el cuerpo de Alexia.
-Me gustó mucho lo que hicimos. -Le dije.
Ella esquivó la mirada.
-No tenía pensado hacer todo eso. -Susurró.- No le vas a decir a nadie lo que pasó ¿No? -Preguntó, suplicante.
Me dio ternura que sienta vergüenza de lo sucedido. Le juré que no, y de paso le insinué que probablemente algún día repetiríamos lo sucedido. Ella guardó silencio.
La dejé en la puerta de su casa, y no me fui hasta estar seguro de que entró a salvo, como hacen los caballeros.
Al volver al auto vi que me llegó un mensaje de Leandro "¿te enteraste del nuevo miembro del equipo?", me preguntó. Le respondí que no tenía idea de qué me hablaba. "Es un sobrino del mismísimo Fundador" decía el mensaje. "Entonces es de confianza" escribí. "De todas maneras, va a tener que entregar una ofrenda, como todos lo hicimos" contestó Leandro.
Manejé, rodeado de sombras, hasta mi casa. Podía estar seguro de que no tendría problemas con Alexia. Ella se culparía a sí misma por ser tan débil, y por estar en el lugar equivocado, antes de culparnos a nosotros.
Un nuevo miembro, pensé, mientras atravesaba la avenida solitaria. Un nuevo cazador, un nuevo depredador, un nuevo aire… y traerá una ofrenda especial, como lo hacen todos los novatos. Pero antes debemos mostrarle los encantos de la cacería. Una vez que se convierta en un adicto, le exigiremos la ofrenda. Ojalá se esmere, pensé. De lo contrario no lo aceptaríamos en el equipo. Aunque sea un protegido del Fundador, no lo aceptaríamos. Ojalá se esmere.