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Tiempo de lectura: 12 minutos

Era jueves, alrededor de las 11 de la mañana. Suena el intercomunicador interno:

“Ece, ¿podés venir un momento?” -era el délégué-exécutif, la máxima autoridad en la oficina, yo soy la officielle-exécutive, segunda en orden jerárquico.

Su nombre es Didier Arberet, francés, pero cuya familia se radicó en Uruguay cuando él era un niño. De ahí la vinculación de la empresa en la que trabajamos, dedicada a negocios agropecuarios, pero que responde ante la sede central en Grenoble, Francia.

“Ece, mirá, habría que acompañar a Felipe Macedo a Córdoba, para concretar con Atenas S. A. la compra e importación de la cosechadora que Macedo quiere comprar. Viajan a Buenos Aires, y de ahí en avión privado los trasladan a la planta industrial en Córdoba.”

Inmediatamente pensé: «¿A Argentina? ¿Yo sola con un tipo que apenas conozco? ¡Éste está loco!»

“Creo que deberías ser tú quien acompañe a Macedo, eres la máxima autoridad en la oficina. No me parece bien ir sola con un tipo, casi desconocido; me va a querer levantar por todos lados…” Respondí, algo sorprendida y quizás titubeante.

“¡Eh!, no, pará turquita, las cosas no son así. Macedo no es un desconocido. Es un buen cliente con el que venimos tratando hace tiempo, es casado, sé que tiene nietos, es bastante mayor para vos, podría ser tu abuelo. Pero fundamentalmente te pido esto porque vos sabés bien, ya te he comentado, que estoy complicado con mi padre; está con internación domiciliaria, con oxígeno, su situación es delicada. Además, también ya te lo he dicho, mi suegra anda con problemas de salud. Es por eso que te pido que vayas vos.”

“¿Y Alberto o Javier no pueden ir?”

“Ingresaron hace muy poco a la empresa. Sabés bien que no están en condiciones. Ninguno de los dos tiene facultades para cerrar un trato. Son empleados que por ahora están para cosas menores.” -respondió con un tono y un gesto como diciendo: «¿A estos inútiles voy a mandar?»

“A Alejandro no le va a gustar que yo vaya.” -dije.

Alejandro era un hombre mayor con el que yo estaba saliendo en ese momento. Su respuesta inmediata fue:

“¡¿Qué Alejandro qué?! ¿Vos me estás tomando el pelo Ece? No me vengas con «Alejandro» que hasta los perros de la calle saben que tiene como 30 años más que vos, que es casado, y que te tiene para satisfacer sus apetitos sexuales con una chica joven y bonita como vos. ¡No jodas Ece! Vos misma me lo has dicho. ¿Ahora te ponés condescendiente con el viejo ese?”

Hubo un silencio en la habitación. Era verdad, eso mismo yo se lo había dicho casi con las misma palabras.

Pensé que como curriculum, acompañar al productor Macedo a Argentina y concretar la importación de la cosechadora seguramente iba a ser bien valorado por nuestra central en Francia. Ya me habían insinuado la posibilidad de transferirme, en un futuro, a algún lugar de Europa o, por mis conocimientos del turco, el farsí y algo del árabe, a algún país del Cercano Oriente. ¡Cómo me gustaría volver a Turquía! Aunque por el momento ahí no tienen filial.

“Ok, voy con él a Argentina, pero nos quedamos en habitaciones separadas, y si es posible, en distintos pisos del hotel. A Alejandro le digo que voy sola.” Dije finalmente respirando hondo.

“¡No pienses tanto en Alejandro!, Ece. Pero sí, me parece bien: decile que vas vos sola. Le comunico a Macedo que lo acompañás, y le digo a Olga que organice con la agencia las reserva de pasajes y hoteles.”

“No olvides decirle que habitaciones separadas, y si es posible pisos distintos también.”

“Ok, tranqui. Le digo eso.”

Así quedaron las cosas, y así se llevó a cabo lo planeado. Con Felipe Macedo tomamos el avión con destino a Aeroparque Internacional Jorge Newbery. Durante los 50 o 55 minutos del vuelo fuimos conversando sobre la vida de cada uno.

“Tu nombre y apellido, Ece Varal” -me preguntó Macedo, “son turcos, ¿verdad?. ¿Vos sos turca?”

“Sí, nací en Trabzon, Turquía.”

Y por supuesto explicarle toda la historia de cómo vinimos a dar a al Uruguay. Las diferencias en costumbres, los idiomas y todo lo que envuelve a los emigrantes que dejan un país y se trasladan a otro con distinto lenguaje. Y claro, la infaltable pregunta.

“¿Estás casada, en pareja o algo por estilo?”

“Estoy saliendo con un señor, un poco mayor que yo.”

“Veo que te gustan los hombres maduros. ¿Viven juntos?”

“No. Nos vemos algunos días de la semana, o algún feriado.”

“¡Aja! ¡Mmmmmm! «¿Algunos días de la semana, o algún feriado» y los fines de semana no?… No quiero ser atrevido ni indiscreto, pero sospecho que es casado. No quiero que te ofendas. ¡Por favor!”

“Sí, tiene una familia.” -le respondí al hijo de puta.

Me contó de su vida, de su esposa, de sus nietos, de sus padres, de su establecimiento rural y hasta de su afiliación política y su amor por Nacional en fútbol.

“Llamame Felipe, no me digas usted, decime «tú». Yo te llamo Ece. ¿Cómo se pronuncia en turco?”

“Eye. La C en turco suena como Y o LL rioplatenses.”

Y así fue transcurriendo la conversación hasta llegar a Aeroparque. Allí nos estaba esperando un empleado de la empresa Atenas que de inmediato nos llevó a otro aeropuerto bastante lejos que se llama San Fernando.

Tomamos un avión de 6 plazas más los pilotos. Todos los asientos ocupados. El vuelo duró más tiempo que el de Montevideo-Buenos Aires; según mi reloj una hora y media. Nuevamente nos sentamos juntos con Felipe, quien mientras acomodábamos los bolsos aprovechó para agarrarme de la cintura y subió la mano hasta escasos centímetros de mi seno derecho. «Bueno Ece, no te puede sorprender, ¿verdad? Estaba en tus cálculos» me dije a mí misma.

Durante el viaje seguimos hablando con Felipe, quien cada vez se acercaba más y cada tanto me tocaba mientras hablaba. Era marzo, y parecía que el verano se había extendido un poco más de sus límites, por lo cual todos íbamos ligeros de ropa. Yo tenía puesto una blusa roja y un short que como cinturón tenía una cuerda blanca gruesa.

“Muy bonitas piernas, Ece. Tenés todo en la medida justa.” Me dice Felipe en determinado momento.

¿Qué podía hacer en un momento así? Sonreí complacientemente y respondí:

“No es para tanto. Soy una chica como la mayoría, quizás me vista y me maquille un poco más cuidadosamente, pero nada más que eso.”

“Que vestís elegantemente me di cuenta desde que te conocí, pero no te me achiques, también sos rebonita e inteligente.”

“¡Gracias!” -dije sonriendo nuevamente y me puse a mirar por la ventanilla.

Después de varias disquisiciones, por fin llegamos a Córdoba. Allí, como en Buenos Aires nos estaban esperando y en una hermosa camioneta Renault nos llevaron a la planta industrial. Las autoridades de la empresa nos recibieron muy amablemente. Visitamos las oficinas y después nos llevaron a conocer la fábrica, más tarde nos trasladaron a un establecimiento rural, cerca de ahí, donde pudimos apreciar en funcionamiento la maquinaria agrícola y donde, además, y muy importante, almorzamos.

Cuando empezaba a caer el sol nos dejaron en el hotel. Habitaciones distintas para los dos; yo estaba en el piso 4° y él en el 6°. Cenamos, charlamos, y cada uno se fue a su cuarto.

Eran las 23:00, hacía calor, pero mi intuición me decía que de un momento a otro Felipe iba a aparecer por mi habitación. Me puse una bata que me llegaba algunos centímetros por encima de la rodilla. Arreglé la ropa en los placares. Inspeccioné lo que había en el minibar; lo de siempre, botellitas de whisky, chocolates, jugos, bebidas gaseosas, etc. Ya me había bañado y secado el pelo. El panorama desde la ventana no era nada del otro mundo: techos de casas, pocos autos, además era de noche y no se distinguía mucho en profundidad.

Tok, tok, tok, tok. Golpes en la puerta, notoriamente con los nudillos de los dedos. «¿Será el viejo verde éste?» me pregunté a mí misma. Abro la puerta, y por supuesto: allí estaba Felipe Macedo (nombre ficticio, cambiado para evitar posibles molestias) muy orondo en busca de complacer su libido con una chica mucho más joven y sola, a 850 de kilómetros de su casa. ¡¿Qué mejor oportunidad que ésta?! «Bueno, a ver Ece cómo resuelves esto» me dije a mí misma. Pensaba y no encontraba las palabras adecuadas para no dejarlo pasar y rehusarlo. Traía una botella de vino blanco.

“Buenas noches…, ¿cómo debo llamarte, señora o señorita Varal?”

“Cómo más te guste, en el avión me decías Ece.”

“Ok, ok. Buenas noches señorita Ece. Disculpa que haya llegado sin avisar. Pensé que te gustaría compartir este buen vino blanco y charlar un rato.”

“Disculpa Felipe, es tarde, ya estaba por dormir, y me parece que un señor casado no debería estar en este escenario.”

“No Ece, ¡por favor! No pienses mal de mí. Simplemente estaba un poco aburrido y pensé en compartir este vino y charlar unos minutitos contigo. Prometo no molestarte. No es fácil encontrar una chica tan agradable para conversar como vos.”

“Bueno Felipe, pasa, toma asiento en esa banqueta.”

“¡Qué mujer más educada, fina y elegante! Con permiso, ¡gracias! Me gusta que me llames Felipe”.

Entró, tomó asiento en una de las banquetas (o silla con reposabrazos) que había en la habitación. Dejó la botella sobre la mesita, cerré la puerta, me miró de arriba a abajo con un aire de fascinación. No tardó mucho en soltar un halago:

“Nena, con esa batita estás para que te coman toda…, terrible piernas tenés. Supongo que debajo de esa bata no debe de haber mucha más ropa… ¿eh?”

“Felipe, no olvides que tienes familia, esposa, hijos, nietos. Hay mucha diferencia de edad entre nosotros. Éste es un viaje de negocios y acá estamos para concretar la compra de una cosechadora. Te ruego que te ubiques y te comportes como una persona respetable, como un caballero.”

Como si le hubiera hablado a la pared. Siguió mirándome con una sonrisa socarrona. Me senté en la otra silla tratando de que la bata no dejara ver mi interior. En este caso el silencio no era conveniente, algo había que decir, por lo que empecé con un:

“¿Cómo estás?”

“Muy bien. Excelente. Imagínate, un viejo de 64 años con una chica de 32 tan bonita y sensual como vos, ¿qué más puedo pedir? Es un privilegio estar aquí contigo. Diría que es una condecoración.”

“Bueno, ‘tá, calmate. Sos un tipo casado. Me dijiste que querías a tu esposa…”

Me interrumpió…

“Que quiera a mi esposa no significa que no sepa admirar una belleza como vos.”

Después de unos segundos, continuó:

“Traete unos vasos, vamos a escabiar este vino. Dale.”

Fui al minibar y traje dos vasos comunes; no había copas de vino, pero no importaba. Me acerqué a la mesita y apoyé los dos vasos. Estaba a pocos centímetros de él, quien para nada lerdo en lugar de llenar los vasos con el vino estiró su mano derecha para tocar mi pierna, subió a la rodilla y siguió hasta el muslo, muy cerca de mi santuario. No opuse resistencia, lo admito. Me excitó, me excitó mucho, casi le digo «¡cogeme!», pero no, me contuve.

“No Felipe, ¡por favor! ¡Calma! Creo que es mejor que te vayas para tu habitación.”

“Tranquila nena. No te voy a hacer daño. Ponete cómoda. Vamos a tomar este vinito.”

Tomamos el vino, yo no mucho, evito el alcohol si tengo planificado dormir enseguida. Hablamos de todo lo que vimos durante el día, de lo que le rendiría esta nueva cosechadora. Levantó su cabeza, quedó mirando hacia arriba algún rato. Bajó la vista, me miró. Me hizo una especie de brindis-saludo en silencio con el vino. Y habló:

“Ece, vení, sentate acá.” -me señaló la mesita ratona frente a él donde estaba la botella y su vaso de vino.

“Dale Ece, vení, no pasa nada mija, vení sentate acá. No te voy a morder querida.”

“Podemos charlar así como estamos.” -repliqué.

Silencio. Quedó inmóvil, hasta que finalmente se paró. Caminó lentamente dando un rodeo a la mesita y se acercó donde yo estaba sentada. Pensé que se iba a sentar en el reposabrazos, pero no, se puso a mis espaldas. Me acarició el pelo. Con el dorso de su mano izquierda me rozó la mejilla. Delicado. Me excitó. Se acercó a mi oído y me susurró:

“Te quiero coger.”

No me dio tiempo a responder. De inmediato su mano se introdujo entre mi bata y se adueñó de mi seno derecho. Al mismo tiempo me besó en la oreja, en la mejilla, en los labios. Su mano en mis tetas me transmitía una sensación de confianza, seguridad, firmeza. Ahora sí se sentó sobre el reposabrazos. Una mano la puso sobre mi muslo desnudo y lo acarició con delicadeza y cariño. Olió el aroma de mi cabello. Tomó mi vaso de vino y lo depositó en el suelo lo más lejos posible.

Me rendí, me venció, capitulé. Ahora soy yo quien toma la iniciativa: tomo su cabeza por la nuca y la acerco a mí. Con la punta de mi lengua recorro sus labios y lo beso lentamente. Su mano recorre cada parte de mi cuerpo.

Es incómodo el lugar, la silla no es para este tipo de actividades… Se para agarrándome de la mano y me lleva a la cama. Primero nos paramos pegaditos. Siento su pierna acariciar la mía, también siento su pene erecto a través del pantalón. Tira de la cinta de la bata permitiendo se abra por completo. Recorre mi cuerpo con su mano hasta que se apodera de mi pecho para apretarlo ligeramente mientras continúa besándome.

Me encanta lo que hace, me encanta el sabor de sus labios, mi cuerpo ha empezado a experimentar cambios en mi interior, siento la humedad entre mis piernas y mis pezones tremendamente sensibles, mi excitación va en aumento.

Ni una palabra entre los dos, me enfrento a él con mi cuerpo desnudo, espero. Me mira desnuda y veo claramente una erección que crece dentro de su pantalón. Le acaricio su virilidad a través de la ropa. Su mano derecha me agarra del mentón.

-Arrodillate. -me dice. ¿Me dice o me ordena? Evet sultanım ne buyurursan (Sí mi sultán, lo que usted ordene).

Ante de arrodillarme su mano recorre mi cuerpo, empezando por mis piernas, mirándome a los ojos y deleitándose con mis expresiones. Recorre mi vientre y sube a mis pechos y luego juega con mis pezones, y continúa subiendo, recorre mis labios con la punta de los dedos, me besa y deja que mi lengua juegue con la suya.

Estoy temblando, miles de voltios atraviesan mi cuerpo, es excitante ver en la oscuridad como su pene está completamente empalmado, como mi vagina se ha mojado tanto con tan solo el paseo de sus dedos, mis pezones estén tan sensibles que solo piden ser consolados con su boca, mis labios con sabor a él, con su lengua jugando al juego de la pasión con la mía, estoy viviendo una fantasía, una de mis fantasías sexuales y la estoy viviendo con él.

Mi mano acaricia su pene apretándolo por encima del pantalón, siento su respiración, consigo atravesar las barreras de la tela y ahora, siento la piel suave de su miembro en mi mano. Otra vez recorre mi cuerpo, pero ahora ha empezado por mi boca, ha pasado por mis senos y mis pezones y continua hacia abajo.

Me besa mientras continúa bajando por mi cuerpo, mientras mi mano comienza a jugar delicada y suavemente con su pene y apaga mis gemidos con otro beso. Ahora lleva la punta de sus dedos a mi escondite y comienza a jugar en él, roza mis labios vaginales mientras emito gemidos. ¡¡Wow!! Hace una pequeña invasión en mi templo, entra un poquito, solo un poquito, me hace desear, enloquezco.

Mi mano continúa jugando con su pene mientras, vuelve a meter su dedo en mi vagina, poquito, lo saca, lo vuelve a introducir, apenas. Me había pedido que me arrodille, pero es él quien baja la cabeza y lame mi intimidad, se detiene.

“Creo que esto merece un brindis.” Dice y toma la botella de vino, luego la alza.

“Por nosotros Ece.”

Me dice e inclina la botella sobre mis pechos, solo un poco, mi cuerpo reacciona al frío y sonrío, vierte un poco más y comienza a chupar de mis pechos, supongo que el sabor del vino y mi piel saben más que deliciosos y vierte un poco más para beber del vino. Me saborea por completo.

Con la botella en la mano, baja hasta mis piernas, las abre para dejar caer el líquido en mi monte de Venus, mientras su otra mano comienza a acariciar mi vagina, humedeciendo por completo mi vulva, junta su boca a mi vagina y comienza a lamerla, el vino aumenta la delicia de probarme, así que vierte un poco más, y comienza a comerme la concha, completamente hambriento de mí.

No puedo parar de gemir, siento como su lengua recorre mi cuerpo dándome el placer que tanto deseaba, como un líquido frío recorre mi piel y como poco a poco él lo va bebiendo, provocándome escalofríos en todo el cuerpo. Me mira, cierro mis ojos, quiero sentirlo solo con mis otros sentidos, el oído, el olfato, el tacto de sus dedos sobre mi cuerpo, de su lengua recorriendo mi figura, lo deseo, deseo tanto que me bese, que me haga el amor que intento llegar a su pene para agradecerle lo que está haciendo por mí, pero no puedo, no llego.

Se ha dado cuenta, lo deja todo por un momento y se desnuda completamente, ahora sí sin decir nada sus manos me empujan desde los hombros hacia abajo para que se cumpla el «arrodillate» que me había pedido anteriormente. Bajo lentamente, recorriendo con mi lengua desde su boca hasta quedar frente a su pene. Consigo lamer con la punta de mi lengua su glande, introduzco su miembro dentro de mí, balanceándose en mi boca, gime, huelo el olor a sexo, a vino, permito que su pene vaya muy adentro hasta mi garganta provocándome esos gemidos-arcadas que encantan y excitan a los amantes.

Mi boca abraza su pene, de una forma lenta y delicada. Lo aprieto con mis labios y mi lengua lo recorre. Ya sentí la acuosidad de tu fluido preseminal. No resiste más, perdió el control, me sujeta de la cabeza y mantiene su miembro hasta el fondo. Acaba. Acaba en mi boca. Así lo deja varios segundos mientras descarga totalmente su esencia. Cuando finalmente lo saca de mi boca, dejo caer su semen sobre la moquete.

No hablamos. No nos miramos. Quedamos con la mirada como extraviada. Así pasamos algunos minutos hasta que llevó su boca hasta mi vagina. Junta mis labios vaginales, me hace vibrar, su dedo índice ataca mi clítoris y suelto un grito debido a un orgasmo, un grito tan alto que seguramente en las otras habitaciones se habrá oído, se levanta poco a poco, recorre mi cuerpo con besos, recreándose un poco con mis pechos y luego en mi boca.

“Quiero más de vos.” Me susurra al oído mientras acaricia mi entrada con sus dedos de forma tranquila y lenta.

Me viene a la mente el comentario que me hizo en el avión: «te gustan los hombres maduros». Se pone encima de mí con su pene en mi estómago, su torso aplasta mis pechos que sienten que se funden con su cuerpo, yo también quiero más de él, quiero que me haga el amor lentamente, que me mire a la cara mientras me penetra sintiendo su miembro entrar en mi vagina hasta hacerme temblar.

Abro mis piernas para que quede en medio, siento como su mástil se va recuperando y con una mano lo acompaña a mi entrada, entra suavemente, veo mi cara reflejada en la suya cuando su glande como punta de lanza empieza a traspasar la puerta de mi templo.

Su pene sigue creciendo dentro de mí, en poco rato podrá sacarlo y meterlo con ese ritmo que me encanta, ese ritmo que me permite disfrutar esos empujones lentos que lo meten tan a fondo que pueden llegar a dar con la mismísima entrada de mi útero. La tiene tan metida en mí que ya no hay espacio para más, estoy tan dilatada que su miembro es como la ficha que falta en un puzzle, la unión perfecta, tan perfecta que mis gritos vuelan por toda la habitación obligándome a que mis brazos lo abracen y mis uñas lo arañen cada vez que lo siento entrar.

Continua el vaivén mientras junta nuestras frentes, puedo ver como mis pechos suben y bajan al ritmo de sus embestidas y eso me encanta, se detiene para besarme. Se sale y me da vuelta con sorprendente facilidad, como si yo fuera de papel, quedo bocabajo en la cama y vierte más vino sobre mis nalgas. Me levanta de mi pelvis para lamer el vino de mi piel, y se coloca sobre mí con la intención de meter cada centímetro de su pene en mí culo.

Inicia una paciente tarea: con sus pulgares y pequeños toques de su glande me va dilatando para hacerme una penetración anal. Estoy muy excitada. Pocas veces hablo cuando tengo sexo. Quisiera decirle que se ponga un condón lubricado, pero no me salen las palabras. Finalmente su glande ingresa en mí sin inconveniente. Lentos empujones permiten que su pene se introduzca cada vez más. Besa mi cuello. Nuestros cuerpos chocan. El balanceo va de menos a más. Aumenta su velocidad.

Con una mano toma una de mis tetas y dos dedos de la otra mano se zambullen en mi vagina. Salvo gemir, gemir y gemir con fuerza poco puedo hacer, tan solo dejarme arrastrar a un mundo de placer. Siento que me voy a morir de placer. Asoma un orgasmo. Continúa penetrándome. Me agarro de una almohada, mi cuerpo se convulsiona debido a otro orgasmo.

Sus movimientos se hicieron frenéticos y acaba dentro de mí. Sublime la sensación de sentir el calor de su esperma en mi culo. Ralentiza sus movimientos. Grito de placer. Se detiene. Continua dentro de mí. Hasta que se desploma a mi lado. Veo como su pene ha perdido rigidez. Su semen comenzaba a salir de mi interior

Ha conseguido hacerme olvidar del mundo exterior. Un orgasmo antes de que acabara dentro mí ha sido como estar en el nirvana, no quiero olvidar esta noche, soy feliz de que sus negocios y mi actividad laboral nos hayan hecho viajar juntos y solos a Córdoba. Está a mi lado con los ojos cerrados, exhausto por todo lo que me ha dado, lo beso. Se ha dormido. Me río de mi exigencia a Didier para que nos dieran habitaciones separadas y en distintos pisos. ¡Qué contrasentido!

Es la primera vez que hacemos el amor, no sé si habrá una segunda vez. No quiero ni debo interferir en su familia. Mañana, después del mediodía salimos para Buenos Aires y enseguida para Montevideo. Volveremos a nuestras rutinas.

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