Llevaba ya unos cuantos años acompañando a sus alumnos en el viaje de fin de curso. Como tutora de 2º de Bachillerato, esa era una de sus obligaciones, y tenía que reconocer que le agradaba pasar esos cinco días apartada de las tareas docentes habituales, lejos de las clases y de la pizarra. Es cierto que acompañar a un grupo de jóvenes en un viaje fuera de España era mucha responsabilidad, pero le compensaba estar con sus alumnos durante esos días, porque se establecía un lazo muy fuerte con ellos y era una manera de conocerlos mejor.
Era la última de las noches que iban a pasar en Berlín. Al día siguiente tomarían el avión rumbo a España y ese viaje que tan bien había salido, en el que tanto habían reído y en el que tantos lugares habían visitado, formaría parte de otro álbum de recuerdos inolvidables.
Maite estaba ya en su habitación individual del hotel. Ésa era una de las ventajas de ser profesor acompañante. Había hecho ya la ronda nocturna con sus otros dos compañeros para comprobar que los alumnos estaban relativamente tranquilos, aunque sabían perfectamente que a lo largo de la noche habría un ir y venir de chicos y chicas de unas habitaciones a otras.
Estaba preparada para ir a dormir. Se había dado una ducha rápida y se había puesto el pijama. En abril la temperatura en Berlín era fresca, así que su pijama, de chaqueta rosa y pantalón blanco, estaba un poco afelpado.
Maite tenía 35 años, pero la podían confundir perfectamente con una de sus alumnas de 18. Era como una muñequita; su media melena castaña y lisa enmarcaba una preciosa cara redonda de piel suave y con unos ojos verdes muy penetrantes. Era bajita y delgada, pero, aun así, tenía un culo duro y respingón que la hacía muy atractiva.
Estaba ya metida en la cama cuando llamaron a la puerta. No se sorprendió demasiado. Se levantó y abrió.
– Hola, ¿puedo hablar contigo?
– Claro, Laura. ¿Qué te pasa, cariño? – replicó Maite mientras hacía entrar a su alumna en la habitación y se sentaba junto a ella en la cama.
Conocía muy bien a Laura. Llevaba siendo tutelada suya dos años y habían tenido muchas conversaciones. Siempre hay alumnos con los que congenias más, con los que tienes más confianza … y Laura era una de esas personas. Maite conocía bastante bien la vida de esa joven. Ella le había hablado de sus problemas en casa, de sus dudas respecto al futuro y también, en varias ocasiones, le había hablado de sus novios y rolletes. Por eso Maite sabía que Laura tenía un novio de su misma clase, Víctor, con el que llevaba saliendo unos meses.
– ¿Qué ocurre, cielo? – preguntó Maite viendo que los ojos de su alumna estaban llorosos. Siempre le había gustado Laura. Le gustaban esos ojos marrones y esa mirada que parecía expresar algo de tristeza. Le gustaba su melena morena un poco ondulada que le llegaba casi a media espalda. Le gustaba su figura estilizada y le encantaba que fuera bastante más alta que ella.
– Es Víctor, me ha engañado – contestó Laura entre sollozos.
– Mi niña, cómo lo siento. Cuéntame qué ha pasado – la animó Maite mientras le acariciaba el pelo intentando consolarla.
– Le acabo de pillar… en su habitación dándose el lote… con Lucía – explicó entrecortadamente Laura. – Se suponía que iba a estar conmigo como todas estas noches… y cuando he llegado a su habitación… he entrado sin llamar y… allí estaba morreándose con Lucía. Me he puesto histérica y él me ha dicho que eso no significaba nada, que era una tontería y yo… yo… le he mandado a la mierda y me he ido de allí.
– Oh, cariño. Cuánto lo siento, de verdad. Ya verás como todo se arregla – intentó consolarla Maite abrazándola contra su pecho.
– ¡He sido una estúpida! No es la primera vez que me lo hace… y yo siempre se lo he pasado – sollozaba Laura entre hipidos.
– Laura, los chicos son así, deberías saberlo. Ellos no piensan con la cabeza; piensan más con otra parte de su cuerpo. Pero esta vez, piensa bien lo que vas a hacer, piensa si le vas a perdonar de nuevo.
– Nooo…; esta es la última vez que me hace algo así – replicó enérgicamente Laura.
– Bien, niña, tranquila. Puedes quedarte aquí conmigo el tiempo que lo necesites, hasta que se te pase el mal trago -. Laura estaba apoyada en el pecho de Maite, mientras ella le acariciaba el pelo. Era muy suave y olía muy bien, un olor a fruta dulce.
– Te has lavado el pelo.
– Sí, así por la mañana ganamos tiempo.
– Huele muy bien. Tienes un pelo muy bonito, sedoso. Me gusta acariciarlo.
– Gracias – sonrió tímidamente Laura.
Y fue en ese momento cuando Maite levanto la barbilla de su alumna, la miró a los ojos, le acarició las mejillas por las que aún había algún rastro de lágrimas y le dio un beso en los labios, un suave y dulce beso.
– Déjame que esta noche, que ibas a pasar con Víctor, sea distinta. Déjame intentar probar que sientas conmigo lo que podrías sentir con él. Quiero que esta noche no llores, cielo, y quizá yo pueda ayudarte. ¿Me dejarás?
Laura se había quedado quieta, sin saber qué hacer ni decir. Miraba a su tutora sorprendida, pero había escuchado la dulzura de su voz, había notado la suavidad de su mano y, sobre todo, había sentido ese beso en sus labios. Y supo que le había gustado.
– Sí, Maite – dijo con un susurro de voz.
Se abrazaron y empezaron a besarse. Juntaron sus labios despacio, para saborearlos poco a poco. Eran besos suaves que ayudaban a investigar la boca de la otra. Empezaron a usar las lenguas; primero las puntas se chocaban y se lamían; luego, entraban en la boca de cada una haciendo círculos; intentaban apresarse con los labios, se mordisqueaban y los besos fueron haciéndose más apasionados.
– Ahh, tienes experiencia besando, mi niña – gimió Maite. Notaba cómo su sexo se iba mojando a medida que los besos se hacían más intensos.
– Síiii – jadeó Laura con los ojos cerrados -. Me gusta besar… y que me besen, pero los tíos siempre querían acabar pronto con eso.
Siguieron con ese juego durante un rato hasta que Maite apartó a Laura unos centímetros y, tirando de la camiseta que llevaba su alumna, se la sacó por la cabeza. Laura no llevaba sujetador y sus tetas quedaron a la vista de su profesora.
– ¡Qué bonitos pechos tienes, cielo! – exclamó Maite. Eran unas tetas bastante grandes, duras y firmes. Tenían unas areolas de un marrón clarito no muy grandes, y en el centro de ellas, unos pezones que, de momento, no sobresalían mucho.
La profesora empezó a tocar esas tetas juveniles. Las apretaba con sus pequeñas manos y pasaba los dedos en círculos por los pezones. Laura empezó a gemir suavemente y se tumbó en la cama. Maite se inclinó sobre ella y comenzó a usar la lengua sobre los pechos. Los tenía agarrados aún con las manos y jugueteaba con ellos. Pasó la lengua por las areolas unas cuantas veces y notaba cómo, simplemente con eso, los pezones de Laura se iban endureciendo y agrandando. Se los metía en la boca y los chupaba ansiosamente: allí dentro, usaba la punta de la lengua para golpear y lamer el pezón, y los dientes para tirar de ellos. Laura sentía un placer cada vez mayor y sus gemidos eran más fuertes. Los pezones habían aumentado considerablemente de tamaño y Maite aprovechó para pellizcarlos y tirar de ellos con los dedos sin dejar de apretar las tetas.
Inclinada como estaba sobre Laura, empezó a bajar con su lengua por el cuerpo de su alumna. Mientras le iba chupando su tripa, mientras metía la punta de la lengua en su ombligo, mientras iba llegando a su vientre plano, Maite acariciaba los costados de Laura con unos dedos mágicos que la hacían sentir en el cielo.
Cuando llegó a la parte de debajo del pijama, Maite tiró de los pantalones con cuidado y se los sacó. Laura estaba delante de ella en bragas, unas bragas rosas con puntitos que a Maite le parecieron las más excitantes que había visto en su vida. Antes de quitárselas, la profesora pasó la mano por encima de la tela; primero tocó el pubis de Laura y lo notó duro; luego bajó la mano hasta posarla encima de la vulva de la chica y notó la humedad en esa parte.
Metió los dedos en el elástico de las bragas y tiró de ellas hacia abajo. Vio el oscuro triángulo de vello púbico que quería tapar la rajita de su coño. En ese momento Maite se incorporó y se desnudó.
– ¡Mira, Laura! ¡Mira a tu tutora desnuda! – jadeó, llena de excitación.
Laura obedeció y vio el cuerpo de su profesora. Apenas tenía tetas. Sus pechos eran como unas manzanas grandes que podían caber perfectamente en las manos de su alumna. Apenas tenía areolas y los pezones, de un color oscuro, resaltaban puntiagudos y duros. El cuerpo de Maite no tenía nada de grasa, pero se veía que estaba muy trabajado. El vientre liso, los muslos fuertes y esa pequeña línea de vello oscuro encima de su sexo.
– Somos tan diferentes, Laura… Pero tenemos lo mismo para darnos placer. Nuestros coños, nuestras tetas, todo sirve para eso, mi niña. ¿Te gusto?
– Síii… – contestó la joven. Lógicamente había visto a muchas otras chicas desnudas; a sus compañeras de clase en los vestuarios del colegio, y a amigas suyas en otras situaciones. Pero, lo que le excitaba de ese cuerpo que tenía enfrente de ella, era que sabía lo que iba a pasar a continuación, sabía que lo iba a tocar, que lo iba a acariciar; sabía que iba a comer un coño por primera vez y, además, era el de su tutora. Ese pensamiento acabó por excitarla del todo.
Maite se arrodilló en el suelo y pidió a Laura que abriera las piernas y pusiera los pies encima de la cama. Así tenía la vista perfecta del coño. Era una vulva simétrica en la que los labios pequeños no sobresalían de los mayores. A su alrededor se veía que el vello había sido afeitado no hacía mucho. La entrada de la vagina se veía brillante. Le abrió bien los labios tirando hacia los lados y observó cómo unos hilillos espesos de flujo tapaban esa cavidad. Los recogió con los dedos; podía estirarlos y agrandarlos; los chupó, los metió en la boca y los tragó.
Laura no veía lo que estaba pasando. Tenía los ojos cerrados y sintió los dedos de Maite que tocaban su rajita. También notaba la terrible humedad dentro de su vagina y sabía que todo eso tenía que salir en algún momento.
Maite se inclinó sobre el coño palpitante de Laura y empezó a chuparlo. Mantenía aún separados los labios. Empezó chupándole el ano, que se contraía involuntariamente; jugó con ese agujero un rato, pasando la punta de la lengua por encima, sin llegar a penetrarlo. Siguió lamiendo toda la vulva, metiendo la lengua en la vagina para saborear los jugos que seguían dentro, que seguían saliendo y que parecían no tener fin. Finalmente llegó al clítoris, que ya no estaba escondido en su capuchón. Estaba inflamado, tenía un color muy rojizo y, cuando lo lamió, se dio cuenta de lo duro que estaba. Maite se dedicó a él y era consciente de que podría hacer correr a Laura cuando quisiera. Le daba pequeños golpecitos con la lengua, le rozaba con el dedo, lo pellizcaba. Los flujos seguían empapando el coño de Laura, que estaba experimentando algo que nunca había sentido.
– Tu novio no te lo hacía así, ¿verdad, cielo? – le preguntó Maite deteniéndose en su juego clitoriano.
– Nooo – jadeó Laura-. Él iba siempre muy rápido, ufff, no parecía que le gustara mucho comérmelo…. ahh…, era como si quisiera acabar rápido y, a veces, me hacía daño… Lo que me estás haciendo esss… ahhhh…
– Voy a ser mala, niña, y no te vas a correr ahora, porque quiero que antes de que lo hagas te comas mi coño, mi pequeño y jugoso sexo. ¿Lo quieres, cariño?
– Síii.
– Es el primero que vas a tener para ti, ¿verdad?
– Síii.
– No te preocupes, niña. Recuerda que eres una mujer y que sabes exactamente dónde tienes que tocar y chupar. Nadie mejor que tú lo sabe.
Se subió a la cama y se puso encima de la boca de Laura. La chica vio una vulva de labios muy pequeños, perfectamente afeitada, y completamente empapada. De la vagina de su tutora salían, igual que de la de ella, unos deliciosos jugos, que empezaron a empapar la boca de Laura. Ella sacó la lengua y empezó a chuparlos y a tragarlos; sabían un poco ácidos, pero no le importaba. Como le había dicho Maite, enseguida supo dónde chupar. Dirigió su lengua hacia un clítoris que, respecto al resto de la vulva, era bastante grande. Lo chupaba con ganas, lo absorbía. Maite empezó a moverse por la cara de su alumna mientras le decía que no parara, que lo estaba haciendo muy bien, que siguiera…
– ¡Tócame las tetas, niña!¡Agárramelas, apriétalasss!
Laura lo hizo y se dio cuenta de que esas pequeñas tetas le cabían casi en sus manos. Mientras seguía comiendo el coño de Maite, las apretujaba como si estuviera exprimiéndolas, al tiempo que pellizcaba los diminutos pezones.
Los gemidos de Maite eran cada vez mayores, lo mismo que su movimiento encima de la cara de Laura, a quien le excitaba cada vez más todo lo que estaba viviendo. Seguía lamiendo el clítoris y la raja de su profesora, mientras continuaba apretándole las tetas o bajaba las manos hasta su cintura y su culo.
– ¡No pares, cielo, no paresss! ¡Me voy a correeer!
Un pequeño chorro de líquido transparente salió del coño de Maite y su alumna, como buena alumna que era, lo recogió en su boca y lo tragó. La profesora, como recompensa, se inclinó ante ella y le dio un beso con lengua que le llegó casi a la garganta.
– Cielo, esto ha sido maravilloso, pero tú no te has corrido aún y sigues excitada. Tú has tenido pollas dentro de ti, y aunque te puedes correr sólo con mi lengua, quiero que lo hagas con algo que te penetre. Y ese algo van a ser … ¡mis dedos!
Claro que Laura continuaba excitada. Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo, tenía en su boca el sabor del coño de su tutora, su sexo seguía empapado y de su vagina continuaba saliendo flujo. Ante ese coño Maite se volvió a poner delante y volvió a estimularlo con la boca, aunque no era muy necesario.
Después de unas pocas lamidas, colocó su mano a la entrada de esa maravillosa cueva; introdujo un dedo, que resbaló dentro sin ningún problema. Metió el segundo dedo y, por fin, el tercero. Laura los notaba; no eran como la polla de Víctor, pero los notaba dentro de ella. Y los notó más cuando Maite empezó a moverlos dentro y fuera. Estaba tan mojada que entraban sin ninguna dificultad, y Maite aceleró el movimiento. Intentaba que los dedos llegaran los más dentro de la vagina. Laura gemía como poseída mientras se apretaba las tetas y se clavaba las uñas. En ese ritmo, los jugos que salían del cuerpo de su alumna iban salpicando cada vez más. Maite sabía dónde encontrar el punto justo para que una mujer chorrease, porque lo había practicado con otras y con ella misma. El movimiento de la mano era cada vez más frenético. Lo que salía era ya líquido, como si fuera una fuentecilla, y ese líquido salpicaba en el cuerpo y el rostro de Maite, que abría la boca sin ningún problema para poder saborearlo.
Las piernas de Laura temblaban sin cesar, sus gemidos eran tan fuertes que podrían oírlos en otras habitaciones, su cuerpo empezó a contorsionarse, soltó tres grandes chorros por su coño y …
– ¡Ya, yaaa! Ohhh
Quedó exhausta. Maite se acostó a su lado. La abrazó cariñosamente; le dio un suave beso en la frente y le acarició el pelo. Sonreía.
– Ha sido tu primera experiencia con una mujer, cariño. No sé si tendrás más con otras, pero espero que no olvides esta noche. Ojalá que te haya hecho olvidar todo lo malo que ha pasado con tu novio. Lo he hecho con todo mi cariño y, aunque suene un poco raro, porque me gustas. Eres mi alumna favorita, no lo olvides.
– Maite, nunca había hecho nada con una mujer y no sé si lo haré con otras, pero te aseguro que contigo lo volveré a repetir. Me has hecho sentir cosas que nunca había sentido. ¡Ha sido maravilloso!
Se abrazaron, se acariciaron y se quedaron dormidas.