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Verano del 84 (Capítulo 2)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Lo prohibido se volvió rutina. A la siesta, a veces antes del almuerzo, un orgasmo o dos. Hasta desarrollamos un “plan de contingencias” por las dudas. En la cama que no se usaba, pusimos un tablero de ajedrez con una partida por la mitad. Susi siempre debía traer sus remeras largas que la cubrirían rápidamente si se acomodaba de determinada manera, yo debía correr al baño conectado a mi habitación donde una remera y un short esperaban convenientemente, vestirme y tirar la cadena. Todo si escuchábamos pasos subiendo la escalera.

Susi fue ganando confianza con su cuerpo. Sus orgasmos aumentaban en intensidad, al punto que sus espasmos ya eran visibles. A veces juntaba con firmeza sus piernas (hasta el día de hoy todavía me excita a sobremanera cuando una mujer cierra sus piernas en el clímax). También le pedí y accedió a mostrarme sus pechos, levantando su remera, y pronto se le hizo natural sobárselos con su mano libre mientras se tocaba. Lo más increíble, sin embargo, es que aprendimos a entendernos aún sin haber tenido siquiera el más mínimo contacto físico. Acabar juntos era lo deseado, y pronto comenzamos a interpretar con certeza en el otro los signos que indicaban en que etapa de excitación estábamos.

El “plan de contingencia” rindió sus frutos. Un viernes antes del almuerzo, cuando estábamos ya próximos al primer clímax, escuchamos pasos en la escalera y lo pusimos en práctica.

– ¡Jojo, Jojo! – llamaba de mi hermana al subir las escaleras.

No hizo falta mi huida al baño. Dio tiempo a ponerme el short y la remera. Resulta que Maxi se había escapado a la calle, y no obedecía para volver a entrar al casco. Maxi era mi perro. O el perro del campo, pero yo le prestaba especial atención, y había desarrollado lealtad hacia mí. Fuimos hasta la tranquera, donde la casera lo intentaba atrapar infructuosamente para entrarlo. Me vio, y sobre todo escuchó el tono furioso de mi voz de mando, producto del primer coitus interruptus de mi vida (o algo parecido), con lo cual se dio cuenta que el clima no estaba para bromas y entró rápidamente. Acabado el incidente (Susi y yo no).

– ¿Por qué no aprovechan un remojón en la pileta? ya casi está la comida. – Dijo la casera.

No daba para retomar, con lo cual optamos por el agua fresca con nuestros hermanos/primos. Los más pequeños rápidamente salieron y se fueron a jugar a otra cosa. Susi se tendió al sol sobre su toalla, boca abajo. Yo sentado en una playera, coloqué mi toalla sobre mi traje de baño, disimulando mi erección.

– No podés más, ¿no?

– No Susi. La tengo de piedra. Me bajó un poco con el sobresalto. Pero después ni el agua fría. Menos viéndote en tanga. – Mi mirada se fijó brevemente en sus tetas que colgaban flojas dentro del corpiño (se había apoyado sobre sus codos para hablarme). Ella se dio cuenta y dijo:

– Que suertuda es Cami con eso. – Camila era su mejor amiga. De contextura más bien robusta, sin ser gorda y sus lolas estaban tremendas.

– ¿Si Susi? Nunca la vi en traje de baño. No me había parecido tanto – Mentí.

– Quizás la ves pronto. Seguro viene a pasar unos días.

– Igual Susi, aprecia lo que tenés. Tu cola es para el campeonato. Perfecta. Es más, no sé cómo no me mostraste ese ángulo antes en nuestros encuentros. A la siesta de quiero tirada así, pero sin la tanga mientras nos pajeamos.

– Jaja. ¡Dale!

El almuerzo se hizo interminable, como las “maniobras elusivas” hasta las dos de la tarde, la hora de continuar. Empezamos como siempre, pero claro, y casi no me tocaba porque explotaba.

– Dale, quiero ver tu cola y tu espalda – Me puse de pie y me paré al lado de la cama – Vos acostate boca abajo y yo sigo parado.

Se sacó la remera, y se tendió, levemente girada de espaldas a mí, para poder acceder a su concha con su diestra. Comenzó a pajearse, entre sus piernas levemente separadas veía sus dedos frotando el clítoris, y gemía suavemente, moviendo rítmicamente su pelvis hacia adelante y atrás, y podía apreciar sus glúteos tensarse y aflojarse sincrónicamente. Una imagen divina. Apenas me podía tocar. Cualquier mínimo roce me llevaba al borde. Esperé así unos minutos, hipnotizado, con la verga rígida como un acero al rojo vivo. Y en un momento me sentí acabar. Mi mente trataba de controlarme, ya ni siquiera me estaba tocando. Me concentré, respire hondo, pero pequeño pero contundente chorro de semen me salto incontenible. Y la catástrofe: las gotas aterrizaron en la parte baja de su espalda y alguna más al inicio de su raya del culo. ¡La cagué!, pensé. El acuerdo era cero contacto físico y la acabo de cagar… Pero lo que siguió no tuvo nada de eso. Lejos de enojarse, dejó de respirar, su cuerpo se tensó, dio un largo y contenido gemido, y tembló con el orgasmo más fuerte y prolongado hasta el momento. Tan largo que yo alcancé a tomar mi verga, y pajearme hasta dos fuertes eyaculaciones más, que fueron a dar en el mismo sitio. Hasta hoy en día no sé si el mío fue un orgasmo, o dos, o uno largo. Rara vez volví a sentir lo mismo, aunque más tarde leí que a veces los hombres podemos tener una eyaculación parcial sin acabar. No sé.

– No fue a propósito. Estaba tan caliente que me saltó sola. ¿Estás enojada? – ya era evidente que no.

– No, no…

– ¿Acabaste así al sentir mi leche? – Asintió con la cabeza. – Esperá que busco una toalla y te limpio.

– No… esparcímela como si fuera una crema…. – mientras se ponía un dedo en la espalda y levantaba un poco se semen, palpándolo con curiosidad.

Mas que esparcirlo, la comencé a masajear con el como si fuera una loción, con ambas manos. Ella volvió a pajearse, y a moverse rítmicamente contra el colchón, y mi pija volvió a su máxima dureza, si es que la había perdido.

– Otro Susi, ¿no?

– ¡Si claro, otro! – entre suspiros.

Tomamos ritmo en la misma posición, con el habitual in crescendo de suspiros y jadeos.

– No te veo Jojo. ¿estas cerca? porque yo sí.

– Tranqui Susi, yo te veo y te sigo. Cuando quieras, te estoy esperando.

Aumento su ritmo hasta que su cuerpo nuevamente se envolvió en los estertores del clímax, y yo acompañe derramando nuevamente, aunque menos, pero esta vez bien sobre sus glúteos.

Comenzaba el fin de semana, con lo cual venían los dos días de abstención, ya que el ritmo de funcionamiento de la familia no nos permitía esas aventuras de sábado y domingo. Para peor, sobre la noche me susurra:

– Me vino. Abstinencia hasta el martes.

– Uyy no… que tortura.

– Junta mucho, hay algo que quiero hacer y te necesito bien cargado.

La abstinencia fue terrible. Bien la podría haber vulnerado, pero por alguna razón me sentía comprometido en esa lógica de hacerlo solo con ella. O más bien sería frente a ella. Por suerte al estar en su período no se metió en la pileta. Solo tomó sol con unos pantaloncitos. Verla en tanga hubiera sido algo muy duro para esa suerte de fidelidad intima prometida.

Tampoco me ayudó la lectura. Me gustaba mucho leer, aunque más vale que me gustara. Para las nuevas generaciones: no existía internet, solamente había 5 canales de TV y pocos aparatos (uno por casa era la norma). La biblioteca de mi padre era abundante, y devoraba todo tipo de novelas, aunque estaban muy de moda las relacionadas con la guerra fría, de espionaje generalmente. Al azar me puse a leer una titulada “La Segunda Dama”. En La Segunda Dama, la KGB se había propuesto reemplazar a la esposa del presidente de los Estados Unidos por una doble. Para que el engaño fuera viable, se necesitaba por fuerza averiguar las costumbres íntimas de la pareja presidencial, y naturalmente luego entrenar a la espía rusa, con lo cual el texto abundaba en tramos explícitos.

Llegó el esperado martes, y convenida la hora habitual después del almuerzo, esperé a Susi en mi habitación de la casa de mis abuelos, recostado en la cama, desnudo y rígido, leyendo La Segunda Dama.

– ¡No me esperaste Jojo!

– Si Susi. Solo que ya me molestaba mucho el short. Estoy así desde la mañana, y además estoy leyendo una novela con tramos calientes. Pero te juro que no me la toqué.

Sonrió pícara, y parada frente a mí se sacó su remera, luego el corpiño y finalmente la tanga de su bikini, quedando completamente desnuda. Algo me llamó la atención en la bombacha que había apoyado en la cama, la tomé y estaba húmeda.

– Parece que no soy el único sufriendo la abstinencia.

– Para nada.

– ¿Que tenés en mente Susi? Que venís anticipando con tanta calentura.

– Vení, parate. – Se recuesta ella en mi lugar, boca arriba, y separando algo las piernas, y más hacia el costado de la cama que estaba contra la pared – Vos poné una rodilla acá entre mis piernas.

Lo que llevó a arrodillarme como a horcajadas sobre su pierna derecha, en el limitado ancho de la cama de una plaza. Pero por mínimo que fuera, había contacto piel a piel, y es más si me sentaba ligeramente hacia atrás mis huevos acariciaban su muslo.

– Quiero que me tires la leche en el pubis. – dijo mientras empezaba a pajearse.

– Uy que lindo… pero me vas a tener que correr la mano.

– Si, avisame y la saco.

Comenzamos el ritual creciendo el ritmo, aunque estaba claro que no iba a ser largo para ambos. Los roces tímidos entre nuestras piernas y las caricias suaves de mis bolas nos electrizaban-

– ¡Ahí va Susi! – dije entre jadeos y Susi corrió su mano.

Pero el primer chorro se fue largo, sobre su vientre y tan fuerte que alcanzó su pezón izquierdo. Corregí mi puntería doblando mi pene hace abajo, pero eso llevó a apoyar mi glande en su ingle. Mas contacto de piel y furiosos tres chorros adicionales que fueron donde debían, empapando su vello y chorreando hacia su ranura. Eso detonó su orgasmo, aún sin tocarse. Sus piernas se cerraron violentamente sobre la mía, dobló sus rodillas y levantó su torso. La tensión y los espasmos en su bajo vientre eran visibles, y podía sentirlas en mi pierna atrapada entre las suyas. Yo también tuve mi cuota de espasmos, mi clímax fue igual de espectacular. Tanto que mi pierna izquierda se resbalo de la cama y me apoyé en el piso. Ambos emitimos largos pero contenidos gemidos, ya estábamos en un punto donde prestábamos mucha atención a no ser oídos. Susi movió su mano, probablemente buscara su entrepierna en forma refleja, pero se encontró con mi verga en el camino. La volvió atrás en un instante de duda, pero luego me agarró.

– Pajeame por favor, no pares.

Dije entre jadeos, ya parado al costado de la cama, con mi rodilla derecha sostenida en el borde. Obedeció y comenzó a frotarme como había visto que yo lo hacía. Llevó su mano a su concha, y yo coloqué la mía encima, como preguntando. Retiró la suya y comencé a dedearle el clítoris con mi índice. Nos miramos. Esta vez Susi explotó primero. Mi dedo continuó, hasta el punto en que entre temblores me sacó gentilmente. Se concentró luego de nuevo en mí, y aceleró el ritmo hasta que derramé dos nuevos e intensos chorros que cayeron en sus tetas. Luego sin soltarme frotó con su pulgar mi frenillo y mi glande y retrocedí de un respingo.

– ¡No!… me hace cosquillas, jaja.

– Debe ser como me pasó a mí.

Le masajee sus tetas, su vientre, su pubis, su entrepierna con todo el semen que le había derramado, mientras nos mirábamos con sendas sonrisas cómplices. Otra barrera se había vencido, y sin decirnos nada, sabíamos que ambos estábamos bien con eso.

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