Los veranos en el campo eran la meta ansiada del año durante mi niñez. Se terminaba el colegio. Aire, sol, verde, pileta, nada de obligaciones ni tareas, ni levantarse temprano. Ni nada. Pero con la adolescencia y las hormonas, las aspiraciones cambian. Y ese año además terminaba para mí el colegio secundario. En marzo comenzaría la nueva aventura de la universidad, y digo aventura porque traería las nuevas libertades que ya podía reclamar con mi recientemente cumplida mayoría de edad. Pero el esquema familiar mandaba y obligaba, y el verano en el campo era la regla. Y en los 80, sin celulares ni internet (y es más, casi sin teléfonos) ninguna alternativa existía para socializar. Con lo cual nos instalábamos allá, los mayores iban todos los días a trabajar hasta la fábrica de la familia, dejándonos a nosotros solos al cuidado de los caseros.
De cualquier manera bastante privilegiados éramos de tener el campo. Aunque no era muy grande, estaba solamente a 80 kilómetros de mi ciudad de Buenos Aires, y tenía un casco muy lindo. Era el sueño realizado de mi abuelo inmigrante, y teníamos con separadas, una para mis abuelos, y dos más pequeñas para mis tíos y nosotros. Aunque siendo yo el varón mayor había reclamado con éxito la exclusividad de una de las habitaciones de huéspedes de la casa de mis abuelos, que contaba además con un baño. Genial para mejor privacidad en la (como mínimo) paja diaria que exigían mis urgencias hormonales.
Susana era dos meses menor que yo, y nuestra relación de primos era estrecha, gestada en tantos veranos compartidos de esta manera. Comenzó a usar bikinis en la pileta ese año, mostrando un poco más su cuerpo en el cual también las hormonas ya habían completado su trabajo. Morocha de pelo largo y ojos negros, tez blanca, flaca, un culo que ya se adivinaba divino, aunque unas tetas más bien pequeñas.
De cualquier manera, el formato de la educación religiosa preponderante en aquellos tiempos en familias como la nuestra reprimía el sexo en forma brutal. Todos habíamos pasado por una clase de “educación sexual” en el colegio, en la cual se hablaba más de Dios que de la anatomía, al punto que ni siquiera teníamos una idea acabada de cómo eran los genitales del sexo opuesto salvo por un mínimamente ilustrativo gráfico. El sexo era para el matrimonio, y riesgoso en extremo antes. No se podía hablar de anticonceptivos para las chicas, conseguir preservativos para un chico era una tarea casi imposible, las enfermedades venéreas eran el castigo divino para los pecadores (y eso que el HIV apenas aparecía en un horizonte lejano). Si bien es posible que hubiera otros entornos más liberales, nuestra familia era conservadora en extremo. Italianos, de misa dominical, todos (padre, madre, hijos, nuera y yerno) trabajan en la empresa del “Nonno”. Y eso se esperaba de nosotros cuando completáramos la universidad.
La pornografía… bueno, justamente por esos años, cambios políticos copernicanos en mi país derivaron en otros cambios, de índole social, y una tímida revolución sexual comenzó a aflorar. Primero por ese lado, ya que hasta meses antes de este relato, cualquier imagen catalogada de impúdica por las autoridades era censurada tanto en medios gráficos como en tv y en el cine. Esto comenzó a cambiar y hasta se le puso un nombre: “El Destape”. Aparecieron entonces las primeras revistas “porno”, pero al principio su circulación era cerrada, pudorosa, y los comerciantes ni si quiera las exhibían en los puestos de venta.
Digamos “Porno”. Las comillas son intencionales. Eventualmente una cola algo de costado. Los senos siempre con los pezones cubiertos… Apenas erótico lo llamaríamos hoy. Todavía lo recuerdo con claridad. “Status” se llamaba una de las publicaciones. La edición en particular tenía una chica rubia de ojos marrones en la portada, con curvas pronunciadas, y la foto estaba tomada de frente en un campo de maíz, detrás de una planta. Dos hojas altas cubrían estratégicamente ambos pezones, y una más corta la entrepierna. No importaba. Era atómico entonces. No me interesaba elucubrar que había llevado a mi abuelo a comprarla. Pero la había descubierto en un cajón de su habitación, bajo unas prendas (Si, tenía la costumbre de revisar a hurtadillas). El terror me impedía sacarla de ahí y llevármela a mi habitación o baño para lo que correspondía, no fuera a ser que me bloquearan el retorno y válgame, Dios. Pero en las tardes bucólicas y estáticas, más bien a la hora de la siesta, iba sigiloso a ojearla. Al principio volvía corriendo a mi baño a pajearme con las imágenes grabadas en mi retina. Pero más tarde comencé a tocarme por sobre el short de baño, para luego terminar en mis dominios, y un día me venció la tentación de sentir mi mano en mi verga como corresponde, deje caer mi traje de baño y comencé a frotarme, mi izquierda pasando las páginas de la rubia de la revista apoyada en el mueble vestidor y mis oídos atentos a cualquier sonido que quebrara el silencio de la siesta. Mis ojos clavados en las fotos y sin perder la visión periférica…
– ¡Ayyy! – Susi me miraba fija, como hipnotizada desde la puerta entornada. Doblé mi pija para abajo escondiéndola precariamente entre mi mano y el mueble.
– ¿Qué haces?
– M-me… me hago l-l-la paja Susi. Mira es que es n-n-normal los pibes…
– ¿Me mostrás?
Le extiendo la “Status”.
– No boludo, esas revistas tienen solo fotos de chicas. A mí no me interesan las chicas. ¿Me mostrás?… – y señalo tímidamente a mi erección semi oculta. O semi erección a esta altura, producto del pánico. Me descubrí y me paré frente a ella, miró mi verga con sumo interés, y el súbito cambio de clima hizo que volviera a levantarse un poco.
– Uh. Solo había visto unos gráficos malísimos en “educación sexual”. ¿Así esta erecta?
– En parte. Se pone más dura y rígida.
– Uh… Eh, yo te venía a buscar para que me acompañaras en bici al pueblo. Mamá me dejó unos encargos. – Dijo, mas no sacaba la vista de mi pene.
– Ahh OK…P-Pero… mira, no me dejás un rato…es por… bueno, me va a molestar en la bici… y no se baja hasta que termino…
– Si… dale. Te… te espero. – Seguía sin correr la mirada.
– ¿Querés mirar? – No sé cómo me atrevía a decir eso.
– Bueno… – dijo con cierto titubeo, luego de un segundo de silencio.
Devolví la revista a su escondite, me subí a medias el short y caminamos hasta mi habitación. Tenía dos camas de una plaza. Me senté a los pies de la mía cruzado de piernas, y ella hizo lo mismo en el otro extremo. Tenía un remerón largo, con su bikini verde y negra debajo. La posición me regaló una vista de su entrepierna cubierta por la tanga del bikini. Vista a cuyo recuerdo ya le había dedicado alguna paja, pero ahora en vivo y en directo, lo que me la puso dura como nunca. Comencé a frotarme, regulándome, porque hubiera acabado al toque pero quería prolongarlo lo que pudiera. Susi tenía sus ojos clavados en mi masturbación. Seguramente percibió el aumento de mi ritmo de respiración y la proximidad de lo inevitable, y eso debió aumentar su oculta excitación también. Por lo que en determinado momento la veo que, casi como por instinto, coloca su mano en su concha, por sobre el bikini. Eso fue detonante, y eyaculé como nunca. Tan fuerte que el primer chorro llego hasta mi propio pecho.
– ¿Eso es semen? – dijo luego de unos segundos de silencio.
– Si.
– ¿Y podés seguir sacando?
– No, luego de un rato. Después de que me sale me queda algo sensible, y tengo que esperar un rato…
– Si, leí en algún lado que se llama orgasmo.
Me vestí, limpié un poco el enchastre, agarramos las bicis y salimos al pueblo. Pedaleamos un rato en silencio.
– Y vos, ¿te pajeas?
– Un poco…
– ¿Un poco? ¿Como? ¿Te metes el dedo adentro?
– ¡No, No! Duele, y eso me rompería el himen… Te enseñaron lo que es el himen, ¿no?
– Si, si… ¿y entonces como hacés?
– Me toco el clítoris. También te enseñaron que es, ¿no?
– “Es el punto donde se unen los labios menores al frente de la vulva” recité como alumno aplicado. No sabía que producía placer.
– Es más que una “unión” es como un botón, que se pone más grande cuando me excito. Y luego la concha se me entra a humedecer, y es muy lindo.
– ¿Y las mujeres tienen orgasmos?
– Eso aseguran algunas chicas, pero nunca me pasó.
– Y se te mojó cuando me viste pajearme.
– Si… mucho. Mucho más que de costumbre.
– ¿y ahora seguís mojada?
– Si… y la bici… – se sonrojó bastante.
– Que te parece… si… bueno, nos hacemos la paja juntos. También… también me gustaría ver, yo ya te mostré.
– Y… suena que nos vamos al infierno… pero sin tocarnos, no sería imperdonable…
Pactamos a las dos del día siguiente. Resultaba el horario ideal, después del almuerzo. Los caseros tenían su turno de descanso, la pileta la teníamos prohibida hasta las cuatro, y los hermanos/primos más pequeños miraban la tele o dormían la siesta. En mi habitación solitaria, los nervios me carcomían y mi corazón latía con fuerza. A la hora señalada, abre sigilosamente la puerta…
– ¿Jojo? – Dijo nerviosa.
– Hola. – Se produjo un silencio incómodo.
Mas que hablar, me bajé los shorts, y me quedé expuesto frente a ella. Mi verga floja, pero ya queriendo despertar. Ella hizo lo mismo con la parte de abajo de su bikini, aunque como llevaba el mismo el mismo remerón del día anterior, solo tuve un breve vistazo de su concha y su vello púbico. Luego me senté como antes, cruzado de piernas en un extremo de la cama. Ella eligió sentarse recostándose en el respaldo de la cabecera de la cama, enfrentándome, con sus rodillas dobladas, y sus piernas juntas primero, pero luego abriéndolas para brindarme la vista esperada y ansiada. Sus caderas ya traían buenas curvas, y desplegadas así sus piernas largas y torneadas eran un espectáculo alucinante. Su vello púbico incipiente, sus labios mayores carnosos y perfectamente moldeados, apenas separados mostrando tímidamente el interior deseado. El silencio era ahora cómplice. Mi verga se paró hasta doler en pocos segundos, y frente a mis ojos pude ver cómo, aún sin tocarse, los labios menores se abrían como una flor, mostrando su clítoris engordado, y lo que adivinaba debía ser la entrada más deseada, todo brillante de humedad.
Comenzó a tocarse, y yo también. Fuimos despacio, prolongando el placer, mirándonos alternativamente a los ojos y a nuestros sexos. La respiración de Susi se aceleraba a la par de la mía. Traté de llegar lo más lejos posible, pero en un punto fue demasiado y me estremecí en un orgasmo. Susi continuó con más fuerza, entrecerrando un poco los ojos, hasta que en un punto contuvo la respiración, y luego exhaló con fuerza. No puedo asegurar que su bajo vientre haya temblado un poco, pero me pareció. Si fue claro que atinó a cerrar un poco las piernas, como involuntariamente. Abrió de nuevo los ojos con una sonrisa de oreja a oreja, su respiración más pausada y relajada.
– ¿Tuviste un orgasmo?
– No se… Creo que sí. Fue diferente, tuve como un pico de placer y sentí que me estremecía y ahora el clítoris esta como sensible y me hace cosquillas.
– ¡Seguro que si entonces! ¡Qué bien!
– Y vos… ¡no te salió casi nada! ¿no te gustó?
– ¡Me re gusto! es que… bueno… este plan me re calentó… y me hice dos pajas seguidas anoche, y tres en lo que va del día antes de ahora.
– ¡Ah, Jojo! ¡No así no! Mañana lo hacemos de vuelta, pero la quiero toda para mí. Si no…
– No, no, ¡te prometo!
– ¡Palabra! – dijo señalándome con el dedo y mirándome con una sonrisa pícara.