El olor a azufre era inconfundible. Ambos malditos colgaban de sus manos y casi de punta en pie se afirmaban. El terror se había apoderado de ellos. Sabían que iban a morir. Yo no quiero, no fui, ahora no, por favor piedad, nunca más lo hago, porque seguí a este loco, nunca pensamos matarla, mi mamá, quiero vivir, quiero la cárcel, era muy rica, me gusto metérselo, se lo merecía la maraca, a la chucha todos… y sintió el puñal abrir su piel desde el pubis hasta el ombligo. Los ojos de su amigo y cómplice casi se salían de sus orbitas al contemplar la escena y ver como en la otra mano el verdugo levantaba una foto, donde estaban ambos violando a la chica. Sus vísceras estaban colgando y él seguía vivo. Detrás de su verdugo, una figura gigantesca, fantasmagórica y conocida se elevaba como claro presagio de lo que venía después. Pronto sería el turno de su amigo.
A Juan, le avisaron al medio día. Fue su madre. Lo llamo al celular desde la morgue del Hospital Carlos Van Buren.
-Hijo, le dijo. Tu hermana Pao está muerta.
-¡No mamá! ¡No puede ser cierto!… ¡Dime que no es así! -Surgió el grito desgarrador.
-Si hijo, es así, sollozaba ella angustiada. –Ocurrió hoy en la mañana entre las 10 y 12. Fue hallada como a la una de la tarde en el Parque Alejo Barrios. Yo estoy ahora en la morgue y acabo de reconocerla, sentenció.
-Ya madre. Yo me hago cargo. -Y apagó el celular.
Paola, la hermana de Juan tenía solamente 18 años cuando fue violada y asesinada de una manera brutal por esos dos sujetos. Hallarlos se convertiría en su obsesión a partir del momento que supo que su hermanita menor había muerto de esa manera. Él tenía 25 años y recordaba en ese momento con mucha pena, la alegría que sintió cuando ella llego a casa y todo el tiempo que paso viéndola crecer sana e inteligente, pero sobre todo muy hermosa y angelical. Era un ser de luz y amor para él y para todos aquellas personas que tuvieron la bendición de conocerla.
Juan estaba muerto de miedo. Nunca pensó en su inconsciente que sucedería, que sería cierto, pero ahí estaba. Lucifer hecho carne frente a él. Alto, no más de 50 años, contextura atlética, rostro afilado y con una barba y bigotes característicos del comic y los filmes donde se le señalaba.
En el suelo, junto a Juan yacía el libro ”Practicas de Conjuros” de Fray Luis de la Concepción. Ese que había ido a buscar a la biblioteca de la Universidad Católica de Valparaíso. El fin último era realizar un conjuro y poder comparecer ante el al Padre de las tinieblas. Y había resultado.
-Lo que deseas será concedido con una sola condición. Que entregues tu alma inmortal a mi causa -dijo Lucifer.
-Sea -le contesto Juan sin titubear.
Inmediatamente se sintió transportado a través de una dimensión desconocida a otro plano y la oscuridad absoluta se hizo presente. Cerró los ojos y se dejó llevar. Sin temor. Y con una paz que lo tranquilizaba.
Cuando volvió a abrir los ojos y la luz se hizo, lo que vio lo paralizo. A 10 metros suyo estaba siendo violada su hermana. Detrás de él, Lucifer sacando una foto a la escena. Y el impávido, impotente e inmóvil sin poder actuar para rescatar a su hermana. Era parte del trato. Nada del pasado podía ser alterado. Sería el caos. Solo el presente era válido para actuar.
Después de eso, se sintió transportado nuevamente. Ahora en el reloj con calendario que usaba, observaba una fecha que señalaba que eran dos semanas las pasadas desde el asesinato de su hermana.
El intentó una pregunta, pero Lucifer lo hizo callar. De inmediato vio salir de una residencia estudiantil a los dos violadores. Iban con mochilas saliendo de ahí. Seguro rumbo a su lugar de estudio. Tenían el aspecto de estudiantes universitario.
Lo miro y Lucifer le dijo:
-A la noche será el momento.
-Tus mandas -le contestó.
-Después de eso cobraré mi parte del trato.
-Y yo pagaré sin dudarlo.
Los vecinos no podían creer tanta desgracia para esa esforzada vecina del Puerto, a la que tanto querían.
Primero su hija Paola violada y asesinada y dos días después aparece el cuerpo de su hijo Juan colgado de una viga en su casa. Se había suicidado. No había resistido tanto horror y violencia contra su hermanita querida.
Los vecinos también lamentaban mucho el tipo de muerte de Juan, pues su familia era muy creyente y su religión establecía que los suicidios condenaban al alma del sujeto a vagar por el limbo para ir después al infierno. La vida era un regalo de Dios. Solo Él tenía el derecho a quitarla.
Dos semanas después otro evento sacudió a esa comunidad del cerro Playa Ancha en Valparaíso. Se descubrió a 5 cuadras de distancia en un galpón abandonado, el cuerpo de dos estudiantes Universitarios, amigos de siempre y oriundos de Calama, que habían sido brutalmente asesinados. Fueron hallados colgados de las manos, afirmados a penas en la punta de los pies y las vísceras colgando a causa de un violento corte que iba desde el pubis hasta el ombligo.
Era de noche en Valparaíso. Un sujeto alto, de traje negro y sombrero de copa, camina a través de la niebla difusa riendo con una carcajada que provoca temor. El Puerto de Chile siempre le daba buenos dividendos cuando lo visitaba.