Entré en el bar por descansar. Ni tenía ganas de beber ni de alternar. La mascarilla me las hacía pasar putas. Era un bar cualquiera de un lugar cualquiera. Solo había una mujer sentada a una mesa. Me senté en otra mesa, guardando la distancia. Vino la camarera, una veinteañera rubia, de ojos azules, bella y con un cuerpazo, pedí y al ratito me sirvió un gin tonic. La mujer de la mesa de al lado andaría en los cuarenta años de edad. Tenía los codos apoyados en la mesa y parecía estar adorando a su bebida. Levantó la vista, me miró y al ver que la estaba mirando, me dijo:
-No quiero que me invites a nada.
-No iba a invitarte.
Apoyó las manos en la mesa, se estiró echando el cuerpo hacía atrás, lo que hizo que se marcaran las tetas en su blusa blanca, y dijo:
-Ya no quedan caballeros.
Se bajó la mascarilla y echó un trago.
La miré detenidamente. Estaba muchísimo más que potable. Imagina a una mujer madura, atractiva, con un tremendo polvo y acertarás. Le respondí:
-Haberlos hailos, Pero hay que dar con ellos.
-Con un gallego me he topado.
-Ni te has topado ni te toparás. No están los tiempos para aventuras.
Me miró, se rio, y después me dijo:
-¡Pero qué dices, Matusalén! Contigo no iba yo ni a comprar el pan.
-No es la primera vez que me lo dicen.
-¿Lo de Matusalén?
-No, lo de ir a comprar el pan. Muchas de ellas acabaron más calientes que el horno de la panadería.
La mujer le daba bien a la retranca.
-¿Y eso cuándo fue, antes o después de la extinción de los dinosaurios?
-Me da que estás muy mal follada.
-¡¿Yo?! Aún tengo entre las piernas la leche de mi macho.
Me dejó planchado. Si no fuera por el puto bicho intentaría llevarla al huerto, y digo intentaría por qué aquella mujer además de estar buena tenía mucha escuela, y yo no soy de los que meten envidia. Mi metro setenta y mis anchas espaldas pierden su valor con el gris y blanco de mis cabellos. Cómo no le di réplica me dijo:
-¿Eres de los de piel fina?
-No, me gustan los olores fuertes, cuando de coños se trata.
-¿Explícate?
-Te escandalizarías.
-A mí ya no me escandaliza nada. Estoy de vuelta en todo. ¿Qué olores fuertes son esos?
-¿No te parece algo muy raro que dos personas que se acaban de conocer hablen de cosas que muchos matrimonios no se atreven ni a mencionar.
-Por eso lo hablamos, si fuéramos conocidos jamás lo haríamos. La gente es muy hipócrita.
-Y tú muy curiosa.
-¡Ahí me has dado! Cuenta.
-A ver, por ponerte un ejemplo… Después de correrse una mujer seis o siete veces en la noche, me gusta al despertar comer eso coño con la leche y los jugos secos. Tiene un olor que me empalma. ¿Quieres tomar otro de esos?
Me respondió:
-Sí, pero de aquí cada uno a su casa.
-La mía queda muy lejos, ¿Cómo te llamas?
-Xiomara, pero mis amigos me llaman Xio.
-Xiomara. ¿Qué significa?
-La más hermosa del universo.
-Tampoco te pases.
-Te he dicho lo que significa, no que lo sea. Por cierto, no me creí ni una palabra de lo que dijiste. Al hablar de siete corridas de una mujer en una noche la cagaste.
Mirando para sus tetas, le dije:
-Y doce veces también se corrieron un par de ellas, eso no quita que algunas con dos ya quedaran servidas.
-Eso te funcionará con jovencitas, con mujeres de verdad no cuela.
-¡Qué ya te dije que no es tiempo para aventuras!
-Ahora lo pillo. Cómo sabes no tienes que demostrarlo…
-Si no tuviéramos entre manos lo del bicho, y tú quisieras, te comía el coño con la leche de tu macho en él…
-No creo que seas tan cerdo.
-Sí que lo soy, soy tan cerdo que sería capaz de comerte el culo sin haberlo limpiado.
-Eso no te lo crees ni y tú.
-¡¿Me estás llamando mentiroso?!
-Sí.
Tiré de sarcasmo.
-Usted de sexo me parece que lo que sabe es montar y dejar que la monten, señora.
Ella era una experta en el terreno del sarcasmo.
-¿Y usted que más sabe hacer, señor?
Ya le tenía unas ganas que ni virus ni cojones, si la pillara me papaba enterita. Le dije:
-Me gusta que una mujer me coja en su regazo y me deje las nalgas al rojo vivo, entre otras cosas.
-¿Te excita que te azoten el culo?
-Sí, pillo empalmes brutales.
Seguía sin creer una palabra de lo que le había dicho.
-En mi vida he conocido muchos fantasmas, pero tú te llevas la palma. Seguro que si empezase a masturbarme en tu cara, en vez de comerme el coño, salías corriendo.
-Si estuviéramos a solas…
La camarera, me dijo:
-Haz cómo si no estuviera. ¿Se la vas a comer?
-Si estuviéramos en otro sitio más íntimo comía. Aquí puede venir gente.
-¿Quieres que te coma el coño, Xio?
-Este sale corriendo, Bea, a los bocazas cómo él ya los tengo calados.
La camarera salió de detrás de la barra, cerró el bar y le bajó la persiana. Xio echó la silla hacia un lado, se levantó, bajó las bragas y me las tiró.
-A ver si tienes cojones a comerme el coño cuando te lo diga.
Al coger las bragas vi que por dentro estaban mojadas y amarillas. Las olí, olían a semen, a coño, a meo, olían a lujuria. Bea puso música ambiente muy bajita, después fue junto a Xio, se colocó a su espalda y comenzó a magrear sus tetas. Dos dedos de Xio recorrieron su raja y acariciaron su clítoris, luego se perdieron dentro de su vagina. Yo ya estaba empalmado. Aparté la silla de la mesa. Estaba a unos dos metros de ellas. Saqué la polla y empecé a masturbarme. Bea le fue abriendo los botones de la blusa a Xio hasta dejar a la vista su sujetador, le levantó las copas y con dos dedos de cada mano le apretó y le tiró de los pezones, de sus bellas tetas, después bajó su mascarilla y la de Xio, buscó su boca y se besaron. Meneándola vi cómo se chupaban las lenguas y cómo Bea le amasaba las tetas. Al dejar de besarse, mirándome para la polla se mordían el labio inferior. Poco después sentí los dedos de Xio haciendo chapoteos con los jugos del coño. Me retó.
-Ven y come mi coño si tienes cojones.
Lo que me sobraban eran cojones y leche en ellos. Fui a su lado, bajé la mascarilla, le abrí las piernas del todo y pasé mi lengua por su coño abierto. Ya no había rastro de la leche de su macho. El coño le olía a vicio. Le metí la lengua dentro de la vagina y se la follé con ella, Xio ahogó sus gemidos en la boca de Bea, después lamí apretando mi lengua contra los labios, y para rematar la faena, apreté mi lengua contra su clítoris con el glande erecto y le hice el remolino… Al venirle, dijo:
-Me corro, cabrón, me corro!
A Bea, que le estaba apretando los pezones, le comió la boca y a mí me dio una corrida tan larga y tan rica que si me llego a tocar me corro cómo un perro.
Quedó sin fuerzas, con las piernas estiradas y abiertas y la cabeza ladeada a la izquierda.
Empalmado, fui a mi mesa y me mandé el gin tonic de una sentada. Luego volví, me puse la mascarilla, y señalando la polla, le dije:
-¿Y ahora qué hago con esto?
Se rio de mí.
-Dale la vuelta y métela en el culo.
Bea tenía ganas.
-No lo vamos a dejar así.
Se puso en cuclillas delante de mí. Me echó las manos al culo y comenzó a mamar. Xio miraba cómo mi polla entraba y salía de la boca, y quiso participar. Se puso al lado de Bea, y le dijo:
-Déjame a mí que tú no tienes idea de cómo se hace una mamada.
Lo primero que hizo fue quitar los huevos de su guarida, poner mi polla pegada al cuerpo y lamer huevos y polla hasta llegar al glande. Allí lamió el frenillo, el meato, pasó su lengua alrededor de la corona y después mamó el glande varias veces antes de meterla en la boa casi hasta los huevos… Luego masturbó mamó… Me hizo una mamada magistral mientras Bea miraba, aprendía y se masturbaba. Cuando sentí que le iba llenar la boca de leche, le dije:
-Ponte en pie que te quiero follar
-¿Ahora que te tengo a punto?
-¿Tienes miedo de que te rompa el culo después de comértelo?
-¿Miedo yo? Por cierto, tengo el culo sin limpiar.
La puse en pie, la arrimé a la pared, me agaché, le abrí las nalgas y le lamí el ojete, se lo lamí y se lo follé. Miré para Bea y vi que había apartado las bragas para un lado y tenía dos dedos dentro del coño. Pasado un tiempo, se besaban de nuevo y gemían las dos. Me estaba sintiendo el puto amo, pero, las cosas cambiaron, Xio le dijo algo al oído a Bea. Se dieron la vuelta, y una por delante y la otra por detrás me desnudaron al tiempo que se desnudaban. Cuando vi a Xio sentarse en su silla olí lo que venía a continuación.
-¿No decías que te gustaba que te calentaran el culo?
Bea ya tenía una de sus chanclas azules de goma en la mano y una sonrisa de sádica en sus labios. Me eché sobre las rodillas de Xio y comenzó la chancleteada.
Bea me largó con fuerza en las dos nalgas.
Xio, acariciando mis nalgas con las palmas de sus manos, y poniendo boquita de piñón, me dijo:
-¿Le dolió al nene?
-No, te dolió a la nena, no te jode.
Xio era una falsa de mucho cuidado.
-¡Leña al mono que es de goma, Bea!
-¡¡Plas, plas, plas!!
-El nene tiene que cuidar su vocabulario. Hazle las curas en las pupitas Bea.
Bea lamió mis nalgas.
Para qué vamos a engañarnos, a mi me gusta más dar que recibir, así que me levanté, forcejeando con Xio, y mientras me llamaba de todo menos bonito, me senté en la silla donde se sentaba ella, la puse en mi regazo y le dije a Bea:
-¡Dale!
Xio no estaba por la labor.
-¡Ni se te ocurra, Bea!
Bea no llevaba una perversa dentro. Le dio, pero con muy poca fuerza, era cómo si ya le hubiese dado antes y supiera cómo le gustaba.
-Plas -Ay- Plas. -Ay.
Ahora el de la retranca era yo.
-Cura sus pupitas, Bea.
Bea lamió sus nalgas doloridas. Se las abrí, y le dije.
-El roto, cúrale el roto.
Bea le lamió el ojete, Xio callaba por no gemir. Le pregunté:
-¿Le gusta a la nena que le coman el culete?
Le gustaba, si no le gustara no me diría:
-No, le gusta al nene, no te jode!
Usé casi sus mismas palabras.
-Leña a la mona que es de goma!
Le cayeron las del pulpo, pero sin fuerza.
-Plas plas plas.
No se quejó. No le di tiempo. La puse en pie y la senté sobre mi polla, polla que entró en su culo cómo un supositorio, apretado pero con una suavidad exquisita. Me bajó la mascarilla, y sin temor a nada, metió su lengua en mi boca y me la comió cómo se come un chuletón, degustándolo poquito a poco. Pasado un tiempo sentimos gemir a Bea, miramos para ella y vimos cómo le temblaban las piernas y cómo se fue encogiendo a medida que se iba corriendo. Xio, que ya estaba punto de llegar, la sacó del culo, la metió en el coño, y sin más, me dijo:
-Córrete conmigo, forastero.
-Quique, mis amigos me llaman Quique.
-Córrete conmigo, Quique, yo ya, ya. Aaaah. ¡Yaaa!
Sintiendo cómo su coño apretaba y bañaba mi polla con sus jugos, solté un chupinazo de leche al tiempo que le decía:
-¡Ahí va!
Ver correrse a Xio es una de las cosas más bellas que se pueden ver, y yo vi cómo se corría tres veces más. Fue uno de mis días de suerte.
Quique.