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Veinte años yo, él, veinte años más
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Historia real cuando a los 20 años dejé de ser una niña y convertirme en mujer, empecé a vivir mi sexualidad de forma diferente, empecé a ser feliz y a tomar las riendas de mi vida y todo por un polvo de verano.

Una vez más me desnudo ante todos vosotros con un relato real, un relato que aunque largo no quiero partirlo en dos, una experiencia que tuve con tan solo 20 años recién cumplidos, una etapa de mi vida en la que después de algunas desilusiones me llevaron a dedicar mi tiempo en mí, sin importarme con quien terminaría esa noche o la siguiente, una etapa de mi vida que duró apenas dos o tres años, una etapa de mi vida muy intensa sexualmente.

Apenas había cumplido los 20 años cuando mis amigas y yo decidimos irnos 15 días fuera de la burbuja en la que vivíamos en Valencia y decidimos irnos a Jávea un pueblo precioso de Alicante con unas calas muy bonitas donde poder tomar el sol en toples sin que te encontraras con tu vecino, con tu panadero o con alguien de nuestra familia, teníamos veinte años y todavía aquello nos avergonzaba un poco, fueron unos días increíbles donde las cuatro disfrutamos de nuestra amistad y curiosamente nos olvidamos de los chicos incluso por las noches cuando salíamos a bailar en donde los teníamos que estar espantando continuamente, pero no a todos he de decir.

Todo empezó aquel viernes por la noche, tres días todavía por delante de vacaciones antes de volver a la rutina, antes de volver a prepararnos para un nuevo año de estudio en la universidad, tres días y dos noches por delante. Aquel viernes después de arreglarnos durante bastante tiempo, imaginar a cuatro chicas, cuatro veinteañeras arreglándose en un pequeño apartamento con un cuarto de baño pequeño, pues bien al final de ponernos monas, salimos para asistir a una de las fiestas de uno de los locales de moda de aquel verano, una discoteca la cual no habíamos ido todavía, me acuerdo como si fuera ayer, llevaba un vestido azul muy cómodo y fresco para aquellas noches de calor, un vestido vaporoso que la falda me llegaba hasta las rodillas y dejaba mi espalda desnuda con unos tirantes sobre mis hombros que caían por mi espalda en forma de X para que lo sujetara en mi cuerpo, debajo de mi vestido tan solo un tanga pequeño de color negro, las piernas brillaban recién depiladas, así como mis axilas y mi sexo que ese año empecé a depilármelo por completo, mi pelo largo que caía por mi espalda, pero que continuamente me lo ponía hacia delante solo por un lado tapando uno de mis pechos con él, cosas de la edad.

Nada más llegar dejamos el coche en una gran explanada junto a una de las playas, el gentío se agolpaba en la entrada de aquella discoteca al aire libre, chicas y chicos guapos por todas partes y al entrar las cuatro, con ganas de guerra, con ganas de terminar las vacaciones de la mejor forma posible, empezamos a bailar, a mostrar las ganas de pasarlo bien, las ganas de jugar con movimientos sensuales, mirando de reojo a todos los chicos que nos miraban y que no se perdían ni un solo movimiento de nuestros cuerpos, de giros de cabeza soltando las melenas al viento, el anzuelo estaba echado y solo faltaba que picaran el anzuelo.

No habían pasado ni unos minutos cuando ya teníamos a nuestro alrededor a varios candidatos cada cual más guapo, cada cual más cachas y como en un cortejo cada uno de ellos revoloteó sobre nosotras mostrando todo sus atributos, espaldas anchas, músculos bien perfilados de gimnasio, morenos por el sol de la playa, sonrisas blancas, bailes provocativos, en fin todo lo que los machos alfas intentan demostrar a las hembras que cortejan, pero curiosamente a mí aquello no me llamó la atención no así a las chicas que enseguida se decidieron por sus sementales para que las cubrieran esa noche y quien sabe si al día siguiente, lo que si teníamos claro que en un apartamento de dos camas, allí no entrábamos todas así que las dos primeras que llegaran tendrían su noche feliz y las otras dos nos tendríamos que conformar con hacerlo en un coche y más tarde dormir en el sofá porque de ninguna manera nos separaríamos y lo de una orgía no se nos había pasado por la cabeza, de momento todavía claro está, quizás en otro relato.

Ya fuera lo que fuera aquella noche no estaba dispuesta a soportar las tonterías de estos machos que solo estaban dispuestos a cubrir a la hembra posiblemente solo con la intención de su propio disfrute y no de ambos, así que me aparté del grupo y en la barra pidiendo un gin tonic, escuché por detrás las típicas palabras de “esta noche estás realmente guapa” “no bailas”, típicas palabras de cuando no tienes nada más interesante que ofrecer, pero resultó que me equivocaba, al darme la vuelta observé a un hombre de bastante más edad que yo, aunque soy mala adjudicando edades me atreví a pensar que tendría entre 38 y 42 años, un hombre muy guapo con pelo corto, ojos azules y perilla al estilo de Gustavo Adolfo Bécquer, con su perilla recortada y un bigote fino, un hombre de espaldas anchas, pectorales y abdominales que no los dioses del olimpo como más tarde pude comprobar y culto, gracias a dios muy culto con el que pasé gran parte de la noche bebiendo, hablando y porque no bailando.

Allí estaba yo una niña de 20 años bailando de forma sensual con un hombre que me doblaba la edad, los dos en la pista bailábamos al son de la música, subiendo mis brazos hacia arriba mientras que culebreaba mis caderas con él muy pegado a mí por detrás, con sus manos en mis caderas, con sus manos casi rozando mis pechos, sentía sus manos cada vez más cerca, cada vez su cuerpo se pegaba más a mí hasta poderlo sentir rozándose con el mío, mis amigas me miraban, se reían y calentaban más y más a sus sementales, hasta que fueron desapareciendo poco a poco para luego al cabo de las horas aparecer con la ropa un poco arrugada o mal puesta.

De las cuatro yo fui la única que no folló esa noche, quizás porque al final me acobardé por ser un hombre mayor, no lo sé, pero el destino me tenía reservada otra oportunidad, ya que al día siguiente en la misma discoteca y a la misma hora me lo volví a encontrar.

Volvíamos al mismo plato que el día anterior con las mismas ganas de ser malas, de ser juguetonas, de ser guerreras, mismo plato diferentes actores masculinos salvo el mío que se acercó a mí como lo hace un felino a su presa, con sigilo para que esta no se espante, pero mi sexto sentido ya lo había detectado nada más entrar y la presa se convirtió en cazadora, dejando que se acercara, dejando que volviera su cortejo sin saber que yo ya había decidido el final de aquella historia, dejando que él pensara que había ganado, ese juego que las mujeres solemos jugar y por regla general ganar.

Había anochecido cuando Julián que así se llamaba me pidió que le acompañara fuera, ya que había demasiada gente, demasiado ruido y al salir de la discoteca parecíamos un padre y una hija que habían salido de allí precipitadamente, como si el padre buscara y se llevara a su niña por desobedecerle por quizás ir demasiado provocativa, ya que él con un pantalón vaquero y camisa y yo con una falda azul muy corta por encima del medio muslo y una blusa blanca atada por un lazo dejando ver mi vientre y los botones de arriba desabrochados hasta casi enseñar mis pechos que cubría con un sujetador negro de encaje.

Justo a la vuelta apoyados en una de las paredes encoladas de blanco de la discoteca, donde la música a todo volumen era casi un mero recuerdo, bajo aquel pequeño manto de estrellas que por la contaminación lumínica podíamos observar hablábamos de todo un poco, de la universidad, de su Madrid donde vivía orgulloso, allí bajo la atención de aquellas pocas luces celestiales nuestras manos se empezaron a tocar entrelazando los dedos, sus dedos empezaron acariciar la piel de mis brazos hasta llegar a mi cuello donde nuevamente volvían a bajar y a pesar de haber sido yo la que provocara aquel ardid, a pesar de dejar que poco a poco me fuera llevando a su terreno me sentía nerviosa, sentía como sus caricias me provocaban pequeños escalofríos en mi cuerpo y me notaba como mi sexo se iba humedeciendo al paso de sus manos que ya se atrevían a pasar por mis pechos por encima de mi blusa, Julián me miraba fijamente a los labios, deseoso de sentir los míos unidos a los suyos, un deseo compartido por ambos, pero el juego era claro, él tenía que dar el primer paso, él era el león y yo su gacela.

Al cabo de los pocos minutos su saliva se unía a la mía, nuestras lenguas bailaban de un lado a otro dentro de mí, dentro de él, mis manos abrazando su nuca, acariciando y pasando mis dedos por su pelo y mi espalda apoyada en la blanca pared soportaba el peso de su cuerpo sobre el mío, mis pechos apretados contra su torso, mientras una de sus manos acariciaba la piel desnuda de mis caderas y la otra hacia una incursión por debajo de mi falda, notando la humedad evidente de mis bragas y metiendo sus dedos para comprobar lo mojada que estaba mi vagina, entre beso y beso sentía como su pelvis se apretaba a la mía sintiendo una gran erección de su pene por debajo de sus pantalones, mis brazos bajaron a su espalda abrazándole a la vez que una de mis piernas se abría y le rodeaba por debajo de su culo para que el roce de su pene tan duro fuera más fuerte contra mis bragas, contra mi sexo. La gente seguía pasando y a pesar del abrigo que la noche nos prestaba, de la oscuridad que nos rodeaba podían ver a dos amantes que empezaban a respirar profundamente, dos amantes que se movían al unísono con solo una intención, el sonido suave de un jadeo cuando ella sentía el pene de su amante entrar suavemente en su vagina, podía ver las miradas indiscretas, las risas al ver que habían sorprendido a una pareja en pleno acto de amor, donde él con movimientos precisos, movía su cadera hacia delante metiendo su pene y provocando los jadeos de su ambos.

Quizás el pudor, quizás la vergüenza, pero Julián paró y metiéndose el pene nuevamente por dentro de su pantalón, me cogió de la mano y me llevó sin mediar palabra a un sitio aunque no oculto del todo, pero si más lejos de miradas indiscretas y que posiblemente todos los allí presentes estuvieran en la misma faena y así ya en su coche en la parte trasera me tumbó después de haber reclinado los asientos delanteros hacia delante dejando el espacio justo para podernos mover bien, sus dedos desabrochaban mi blusa y me quitaban el sujetador, sintiendo la suavidad de su boca en mis pezones que habían estado luchando por salir desde que salimos de la discoteca, sentía los besos en mi cuello y en mis labios, mis piernas rodeaban su cuerpo sintiendo ese pene tan duro y gordo que no hacía ni unos minutos me había llenado y me había hecho sentir simplemente con la cabeza de su pene, Julián poco a poco iba bajando dejando un resto de saliva en mi cuerpo hasta llegar a mis bragas, sentía su aliento en ellas, como me las mordía queriéndomelas quitar y queriendo saborear los líquidos que en ella se acumulaban, oliéndome como un animal, deseando que su compañera, que su hembra le diera las llaves nuevamente para poder abrir esa puerta y la respuesta llegó en forma de caricias en su pelo aplastando su boca contra mi sexo, quería sentirle de nuevo dentro de mí, quería saber de lo que era capaz aquel hombre que me doblaba la edad, quería sentir su experiencia en mi cuerpo quería que me follara, que me lamiera, que me hiciera gemir y gritar.

No tardé mucho en sentir su pene penetrándome de nuevo, de sentir como me llenaba entera y mi vagina se iba dilatando cada vez más y más, dejando que el roce contra mis paredes calientes y mojadas nos hiciera gemir a los dos, notaba como una y otra vez su pene entraba en mi chochito apretado, su pene tan caliente, tan duro, gordo y venoso me atravesaba continuamente de arriba abajo, estaba sentada entre sus piernas con su polla bien metida en mi coño mientras que él disfrutaba de mis tetas saboreándolas una y otra vez, apretándolas así como yo apretaba al bajar mis caderas su pene haciéndome gemir de placer, empujando con mis manos apoyadas en el techo hacia abajo, la música antes histriónica de la discoteca se convirtió en música celestial en mis oídos con mis gemidos con los suyos, el movimiento de nuestros cuerpos era ahora el que hacía bailar el coche de un lado a otro como si tuviera vida propia, en esos momentos de placer, un placer al que todavía nunca nadie me había acompañado empezó a sonar el móvil, justo cuando los dos primero yo y después él, explotábamos en sendos orgasmos.

Orgasmo, una palabra que aún no había estado en mi diccionario hasta ese día, ese día lo solté todo, ese día Julián. 20 años mayor que yo me hizo ver las estrellas ocultas hasta ahora para mí, ocultas por chicos de mi edad con poca experiencia o quizás ansiosos de llegar ellos solos a cruzar la meta, ese día supe que había más formas de follar, más formas de placer y eso que solo era el principio.

El teléfono volvió a sonar mientras recobraba el aliento, era Sofía, que al oírme jadear, recobrando la respiración me dijo que ellas ya se iban al apartamento y al colgar Julián solo oyó “no, no me esperéis”, una vez vestidos salíamos de aquel parking sucio y polvoriento hacia ninguna dirección realmente, Julián me preguntó que si me había gustado, que él realmente había disfrutado follándome a lo que yo sin saber que decir en ese momento asentí dulcemente mirándole a los ojos, me preguntaba si me dejaba en casa o donde mis amigas a lo que de momento no tuve respuesta, hasta que rompiendo nuestro acuerdo de chicas por segunda vez esa noche me atreví a decirle “no, a tu casa mejor” sin saber si había esposa, madre o hijos con él de vacaciones y a lo que él me contesto después de largo rato sin hablarnos pensando yo que no iba a ser posible, “segura Lara, estás segura de venir a mi casa”.

Mi respuesta no se hizo esperar y como antes mi respuesta no salió de mi boca, bueno en parte si, porque aprovechando un semáforo me agaché y abriéndole la bragueta del pantalón le saqué la polla y me la empecé a lamer sin que él pusiera oposición, sin parar hasta nuestro destino y sin bajarnos del coche hasta que no terminé, no paré de chupar, de succionar, de morderle con mis labios su pene, dulce como la miel, duro como el acero hasta que no le oí gemir de placer y sentí como llenaba esta vez de su leche mi boca.

La puerta del ascensor se abrió en la última planta de aquel edificio, tan solo dos puertas en el rellano y una era por la que íbamos a entrar, las vistas a pesar de la oscura noche eran impresionantes, no podía dejar de mirar por el ventanal del salón cuando sentí que me llamaba desde la cocina y al acercarme me ponía en la mano una cerveza bien fría, “Y bien Lara, te gusta mi casa”, “siéntate como en la tuya, ponte cómoda y no tengas miedo”, es cierto, estaba un poco nerviosa, nunca había hecho eso, nunca me había ido con un desconocido a su casa, no sin que mis amigas supieran donde estaba, no sé, si la calidez de su voz, su sonrisa al mirarme, sus ojos llenos de confianza o que, pero reaccioné de la mejor forma posible después de haber sido mía la idea de ir a su casa y aprovechando que me dijo por segunda vez que me pusiera cómoda, dejé la cerveza en la encimera y con movimientos lentos para que él pudiera verme mejor empecé a desanudar el nudo de mi blusa, de desabrocharme botón a botón hasta que me la quité por completo.

Él solo me miraba a la vez que daba largos tragos a su cerveza, me miraba como me quitaba el broche del sujetador y como me acariciaba los pechos pellizcándome los pezones tan sensibles aquella noche que no paraba de estar en punta, le miraba sin decirle nada, le miraba con lujuria mordiéndome los labios con los dientes, le miraba cuando empecé a desabrochar el botón trasero de mi falda y a bajarme la cremallera hasta que mi falda cayó al suelo y con dos pataditas pequeñas quitándomelos de mis tobillos y quedándose bajo sus pies, estaba allí desnuda ante él solo con mis bragas llamándole a gritos que se acercara a mí, Julián solo me observaba, me miraba de arriba abajo sin perder detalle de mis curvas, de mis largas piernas, de mis muslos, de la forma de mis bragas en mi cuerpo tapando lo justo de mi sexo y subiendo por los laterales hasta mis caderas, todo mi cuerpo hablaba de forma sensual esa noche, todo mi cuerpo estaba preparado para el pecado aquella noche y se lo ofrecía a él, una veinteañera le estaba ofreciendo su cuerpo para que él hiciera lo que quisiera con él, estaba deseando que se acercara y que me hiciera suya, estaba deseando sentir una vez más como su cuerpo penetraba en el mío, quería gritar desde ese instante, quería gozar, quería sentir nuevamente los orgasmos en mi cuerpo.

Yo había hecho lo difícil y él solo tenía que acercarse y cuando pensaba que no lo haría dejo su cerveza y con tres zancadas se pegó a mí, empezándome a besar, supongo que el sabor de mi boca, una mezcla entre saliva, cerveza y semen no le supuso mayor problema porque no paraba de meter su lengua dentro de mí, mis manos en su cara acariciándosela suavemente, abrazándole por la nuca y vuelta a sentir su cara en mis dedos, mientras que él con más brusquedad que yo me cogía los cachetes del culo, apretándolos con fuerza, llevando sus manos a mis caderas y cogiendo por ambos lados mis bragas entre sus dedos estirándolas hasta casi romperlas, estaba realmente caliente, lo había provocado de tal manera que se estaba comportando como un animal y eso me estaba excitando más, me estaba poniendo más y más caliente, notaba como los fluidos de mi vagina empezaban a mojar mis bragas, como mis labios se inundaban con ellos, podía sentir como me bajaban por la vagina, realmente estaba dispuesta a dárselo todo, realmente estaba como una gata en celo.

Julián se apartó de mí y empezó a lamer mi cuerpo, desde mis labios, hasta mis pechos, desde mis pechos hasta mi vientre y luego de cuclillas empezó como antes en el coche a oler mis bragas, a meter su nariz tan profunda en ellas que la tela de mis bragas se metía en mi rajita, me hacía estallar de placer y poco a poco me las fue bajando hasta que se quedaron colgadas de un tobillo cuando este reposaba en uno de sus hombros mientras que su nariz se metía en mi vagina totalmente mojada, sus dedos masajeaban mi clítoris una y otra vez, su lengua recorría la autopista de mis labios humedecidos y yo no paraba de gemir, sujetándome con una mano apoyada en la encimera de la cocina y con la otra a su cabeza, hundiéndola más en mi sexo y tirándole de los pelos, si la verdad que si me habían comido el coño otras veces, pero no como él, cada lametazo, cada penetración de su lengua, cada penetración de su nariz dentro de mi rajita, algo que realmente me encantaba y era totalmente nuevo para mí, sentía como mi cuerpo se estremecía, como me atravesaba el cuerpo desde la punta de los pies hasta la cabeza pequeños escalofríos, pequeños espasmos con los consiguientes gemidos y risa nerviosa de sentirme tan feliz, de sentirme tan deseada, de sentir tanto placer.

Mi cabeza no se mantenía en su sitio, se movía de arriba abajo con mi boca constantemente abierta emitiendo sonidos de placer, mi rodilla flexionada sobre su hombro en continuo temblor cuando sentía sus dedos entrar dentro de mí, llevándolos tan profundo como podía, su lengua sobre mi clítoris en un baile circular, luego siendo succionado por su boca, casi mordido por sus labios, realmente estaba casi en éxtasis, con los ojos cerrados y cuando los abría totalmente en blanco con la cara desencajada de placer, Julián se levantó y volvía a besarme, ahora era yo la que bebía de él mis propios jugos, sabía a mí, sabía a sexo y sin más nuevamente sus manos sobre mis nalgas y subiéndome con fuerza me quedé suspendida sobre él, abrazándole con mis piernas por debajo de su culo, hasta que despacio con paso lento, pero firme, mientras que nuestros labios seguían unidos como uno solo me llevó a la cama echándome boca arriba.

Veía como de pie se empezaba a desnudar, solo con la luz que venía de la cocina, casi en penumbra le veía quitarse la ropa hasta quedarse desnudo, y con una rodilla en la cama empezó a besar mis pies a la vez que me quitaba las sandalias, primero una luego la otra, sus labios sobre mis rodillas, sentía la humedad de su saliva por mis muslos, lamiendo de arriba abajo mi sexo, oliéndomelo y metiendo su nariz en mi vagina, podía sentir su respiración, podía sentir su excitación, pequeños gemidos salían de mi garganta, estaba tan excitada, nunca nadie me hizo eso y me encantaba, empezó a subir por mi monte de Venus totalmente depilado, mi vientre y próxima parada mis pechos con mis pezones esperando ansiosos ser mordidos por sus labios, poco a poco iba subiendo con sus manos ya sobre mi pelo, revolviéndolo mientras que nos empezamos a besar y empezaba a gemir en su boca al sentir como su pene tremendamente duro había encontrado solo la entrada de mi vagina y empezaba a meterse lentamente hasta el fondo, hasta sentir sus testículos chocando con mi culo.

Nuevamente tenía su pene metiéndose y atravesando un mar de placer, placer de los dos, nuestros gemidos ahogados por nuestros besos, su cuerpo sobre el mío subiendo y bajando, resbalando por mis pechos sudorosos, mis piernas lo rodeaban por la cintura y mis manos arañaban su espalda, los primeros gritos de placer empezaron a volar por la ventana abierta, placer en ningún caso fingido como en otras ocasiones, como otros amantes, este era real, el placer me hacía gemir y gritar, temblaba todo mi cuerpo cuando le sentía entrar, cuando sentía su pene llenarme por completa, llegar tan al fondo como nadie me la había metido, rozando desde su cabeza hasta el tronco entero de su pene toda mi vagina, envuelto en un mar de fluidos que me llenaban por dentro.

Julián se dio la vuelta despacio, arrastrándome a mí con él, sin sacarme el pene de mi coño, haciendo que empezara a montarle como una experimentada amazona, me iba guiando y yo le iba haciendo caso, me decía que me echara hacia atrás y yo lo hacía, hacia delante y yo lo hacía, que no la sacara y empujara y yo lo hacía, la sentía llenarme entera, presionando el final de vagina, queriendo entrar en el mismo útero, la había tenido en mis manos, en mi boca, sabía que la tenía grande, pero me estaba sorprendiendo lo mucho que me llenaba. Me había echado hacia atrás apoyándome con las manos en sus tobillos moviendo mi cadera hacia delante y hacia atrás viendo como su pene me entraba, como poco a poco Julián me atravesaba como una lanza haciéndome emitir los gemidos más dulces, me subía nuevamente con mis manos en mi cabello, revolviéndomelo cuando apretaba hacia abajo teniendo su polla prisionera de mi coño, moviéndome lentamente de lado a lado mientras miraba como la cara de Julián se descomponía de placer, como cerraba los ojos y los abría para lanzar sus manos a mis tetas, agarrándolas y tirándome de mis pezones tremendamente sensibles a todo lo que hacía.

Poco a poco iba sintiendo ese ardor nuevamente, ese calor que me nacía en el vientre y descendía hasta mi vagina, esa llama que me atravesaba el cuerpo y me hacía tumbarme hacia él presionando nuestros pechos sudorosos mientras que dábamos rienda suelta a nuestras lenguas que empezaron a bailar frenéticamente, a saborear todos los gemidos, mis gemidos que iban siendo encarcelados en su boca, Julián levantó la pelvis unos centímetros y con un potente empujón hizo que me separara de su boca para poder gritar, para sentirme realmente satisfecha con lo que estaba sintiendo cuando me penetraba con tanta velocidad con tanto vigor hasta que los dos estallamos en un maravilloso orgasmo, notaba como su semen me atravesaba toda la vagina como su pene expulsaba como lava ardiente ríos de semen que discurrirían por mi interior.

Los gemidos y jadeos fueron remitiendo cuando los besos se hicieron hueco en aquella habitación, dos, dos orgasmos en una noche, algo que sabía que existía, pero que aún no me lo habían presentado y que a partir de aquella noche, de aquella mañana cuando me despertaba a su lado, cuando de espaldas a mí me despertaba con sus besos en mi cuello y su pene penetrando mi vagina por detrás hasta que un orgasmo más me hizo ver que no había sido un sueño, que la noche anterior realmente existió, las posturas, los orgasmos, no uno, ni dos, tampoco tres ni cuatro, no sé, había perdido la cuenta de cuantas veces penetró en mi cuerpo, de cuantas posturas exploré y ya en la ducha, lavando mi sexo, una risa nerviosa salía de mis labios recordándolo todo lo que sentí aquella noche, así como lo estoy recordando ahora con mis bragas mojadas sobre la silla, con mi portátil en la mesa y mis dedos tecleando a duras penas poniendo negro sobre blanco aquella experiencia que empezó a cambiar como vivir mi sexualidad, una experiencia que ahora mismo recuerdo como si fuera ayer e intentando ahora ser más fuerte que esa fuerza tan poderosa que llena mi cuerpo de deseo, que mis manos se quieran meter por debajo de mis bragas, que mis ojos se cierren y mis dedos intenten emular el prodigio que Julián realizó aquella noche de finales del mes de agosto, ya hace cinco años.

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