Llevo todo el tiempo prestando atención a vuestros movimientos, por el piso. Estoy en un total silencio, expectante, esperando oír a tu pareja cuando salga del piso.
Por fin parece que se dirige hacia la puerta. Sí, la oigo abrirse. Y el ascensor subir. Bajar. Mmmm.
Me acerco a la ventana, sin que se me vea desde fuera. Le veo subirse al coche.
Espero unos minutos, a que se aleje…bien, ya está. Vía libre.
Vaya, parece que te has calzado zapatos de tacón. Oigo ese cadencioso sonido repicar en mi techo, cuando andas con ellos puestos.
Abro la puerta con sigilo, y subo por las escaleras. Es solo un piso y hay que hacer ejercicio ahora con esto del confinamiento.
Llamo al timbre. Oigo pasos, de nuevo ese taconeo. Se abre la puerta y, ahí estás. Guapa y sensual. Con una camiseta blanca de manga larga, que ciñe tu pecho, y una falda generosamente corta, también blanca y de pliegues. Como las de las colegialas…
-¿Sí? Ah, hola, dime.
-Verás, siento molestarte, pero no tengo luz en mi piso. He llamado a la compañía y me han dicho que tal vez sea algo del contador de abajo, y que tienen muchas llamadas, y con eso de las restricciones, pues… eso que tardarán en venir.
-Vaya, ¿Y?
-Pues que como sé que tu pareja es el presidente, si me pudieras dejar las llaves del cuarto de contadores, a ver si pudo solucionarlo yo mismo.
-mmmm, sí, cierto las tiene por aquí -te giras y buscas en un armario alto que hay en la misma entrada. Al ponerte de puntillas, todavía la falda parece más corta.
-Creo que están aquí arriba. Las toco, pero no alcanzo a cogerlas. ¿Me ayudas?
Entro y después de entronar un poco la puerta, para evitar miradas indiscretas, me coloco detrás de ti y paso mi brazo por encima de tu hombro hasta alcanzar con mi mano la tuya. Mi cuerpo está pegado al tuyo. Me he preparado bien, y llevo un pantalón corto de deporte, sin boxers debajo. Así que mi verga está muy pegada a tus nalgas. Y encima tú te echas aún más para atrás, como intentando coger las llaves.
Pasan unos segundos que quisiera que nunca terminaran, y no puedo evitar colocarte mi otra mano sobre tu hombro izquierdo, en un gesto de posesión para que ni se te ocurra moverte.
-¿Las alcanzas?
-mmmm ahora, sí, las tengo, María -He dejado de acariciarte la mano y cojo las malditas llaves.
-Pero esas llaves son de la presidencia. Si mi pareja sabe que te las he dejado, igual se molesta. Ya sabes, luego hay muchos que no las devuelven.
-Mujer, soy honrado. Pero vamos, vente conmigo y así te las subes tú misma.
-No sé… espera que le digo a los niños que regreso en un momento.
Y te alejas por el pasillo, dejándome con una erección ya evidente.
Andas como una modelo, pisando una línea recta imaginaria en el suelo, sin que tus pies se separen de ese recorrido ficticio, y ello hace que esa falda bambolee de forma muy sugerente.
-Niñaaa, vigila a tu hermano que voy un momento al portal por un tema del suministro eléctrico.
-Vale, mami -se oye desde el fondo del piso.
Coges las llaves de tu piso y salimos. Cierras con llave, para evitar que tus niños puedan salir al rellano o lo que fuere.
-Coge el ascensor -te digo.- Yo ya bajo andando, así evitamos el contacto próximo.
Estamos en la escalera y cualquiera podría vernos.
Cuando llego al portal, estás ya con la puerta del cuarto de contadores abierta y me miras con una sonrisa pícara.
Sin mediar palabra (hay que evitar conversaciones…) entro y tú me sigues, al tiempo que me entregas las llaves. Pasas por mi lado, rozándome con generosidad y yo, entendiendo tu intención al darme el manojo de llaves, cierro la puerta y le doy una vuelta a la cerradura.
Nos hemos quedado a oscuras. Se trata de un lugar sin ventana ni tragaluz alguno, y con tan solo una rejilla de ventilación en la puerta. Busco con mi mano el interruptor al lado de la puerta, y me encuentro con tu falda, mmmm estás justo delante de mí.
Enciendo la luz. Una pequeña bombilla situada justo encima del cuadro de contadores, al fondo, y que apenas ilumina donde estamos ahora. Te cojo por la cintura y te empujo hacia adentro, un poco más lejos de la puerta.
Me miras. Mis manos se posan en tu cara, apretando tus mejillas, y mientras te apoyo en la pared, mis dedos pulgares dibujan tus labios y tu boca se abre.
Te beso. Con un beso largo, intenso, que va in crescendo a medida que nos vamos sintiendo más calientes.
-Ufff -suspiras.
-Pssschhh, flojito, que si pasa alguien puede oírnos.
Y te volteo, de cara a la pared. Colocas tus manos abierta sobre el yeso blanco, a la altura de tu cara, y ladeas la cabeza, para intentar verme.
Empujo tu cabeza contra la pared, y me apoyo con todo mi cuerpo encima de ti. Al sentirme, te mueves, masajeando mi polla con tus glúteos, perversamente.
-Ohhhh -se te escapa un susurro.
Al tiempo que bajo mis pantalones, saco del bolsillo un pañuelo impoluto lo doblo, y te lo ofrezco para que lo cojas con la boca. Así evitaremos ruidos excesivos.
Mis manos diestras están ya debajo de tu falda, amasando ambas nalgas, y meto un pie entre los tuyos para que separes las piernas. Ha sido buena idea lo de los tacones, porque así quedas perfectamente a la altura necesaria para lo que se avecina.
Acerco mi boca a tu cuello y empiezo a lamerlo con lujuria. Mi mano derecha se abre camino entre tus piernas, y asía con un dedo ese cordón fino de tu tanga que une la parte delantera con la cintura, justo pasando por dentro de tu raja. Y tiro de él hacia abajo, para tener acceso libre.
Mueves tu cintura, para facilitar la maniobra. Y ya estoy en tu sexo. Empapado, suave, con ese ligero vello que cubre en un rectángulo deliciosamente dibujado la parte superior del mismo.
Juego con ese velo, con dos de mis dedos, mientras mi polla se roza con tus nalgas de forma insistente y descarada.
Perfecto lo del pañuelo. Porque gimes, pero apenas se percibe.
Acerco mi boca a tu oído. Te lamo justo detrás de la oreja hasta dejarte bien mojada esa parte tan sensible. Y te susurro al oído:
-Ayer fue muy rápido, hoy tenemos más tiempo.
-A ha -me respondes con una voz ahogada y moviendo la cabeza negando.
-Entiendo, los niños están solos. Pues disfruta, vecina, que a mí ya me tienes loquito.
Con mi mano izquierda me abro camino bajo tu camiseta hasta encontrar uno de tus pechos, que amaso con firmeza, para después proceder a masajear tu pezón con mimo. Esta duro y prominente. Son dos garbanzos de buen tamaño que deben ser tratados como se merecen.
Mis dedos dentro de tu sexo, exploran tu cavidad y encuentran ese clítoris hinchado y endurecido que está pidiendo a gritos ser frotado hasta la saciedad.
Te voy susurrando al oído, no quiero dejar de ser atrevido.
-Muy bien, así nena, así me gusta tenerte, como te sueño cada minuto del día, cada vez que te oigo andar por el piso sabiendo que estás sola, y desatendida…
-Te gusta, ¿verdad?, te noto bien húmeda. Así te correrás y te quedarás bien servida. Seguro que te mueres de ganas de sentirme dentro.
Asientes con la cabeza, al tiempo que tus dedos se crispan sobre la pared.
Te cojo por las caderas con ambas manos, te coloco un poco más hacia atrás para facilitar la entrada, y coloco la punta de mi falo entre tus nalgas. Todo el trayecto se presenta bien lubricado, así que la entrada se produce con suavidad, aunque me esfuerzo en que sea un movimiento lento para que lo disfrutemos al máximo. Lento pero seguido, sin detenerse en el recorrido hasta su final. Sintiendo el roce en mi piel del cavernoso tejido prieto que envuelve todo el interior de ese maravilloso y sensible coño de mujer deseosa.
Cuando siento que mis huevos chocan contra tus nalgas en la punta de mi miembro siento el contacto de tu interior más profundo.
-Ya está, nena, ya la tienes toda dentro. Así debes estar siempre. Siempre que quieras, me lo pides, ¿entiendes?
Afirmas con la cabeza y te agitas respirando.
Ahora toca salir, con la misma lentitud, suave, sin detenerme en la maniobra, hasta casi salir por entero de ti, justo al borde de tus labios vaginales.
Sueltas un quejido de protesta. Estás caliente y la quieres dentro.
Ahí va de nuevo, eso es, hasta el fondo, ahhh, muy bien.
-Iré acelerando zorrita, no temas, será un buen sexo para los dos, cielo.
El movimiento acompasado empieza a acelerarse, y el chasquido de mis huevos contra tus nalgas es una muestra evidente de que todo está empapado por nuestros fluidos que preparan el terreno para que todo resulte más placentero.
Tus gemidos son constantes, a cada entrada, y tu cuerpo se mueve al unísono con el mío, justo en el sentido opuesto, para poder hacer mayor el contacto en tus adentros cuando te penetro.
Acerco un dedo a tu clítoris, porque ya no necesito sujetarte por las caderas, y quiero conseguir que tengas un orgasmo clitorial y vaginal a la vez.
-Me voy a correr, María, me vengo en ti, zorra, cielo, niña ohhh -te susurro mientras mordisqueo el lóbulo de tu oreja.
Y sale con fuerza el chorro de esperma caliente que, en varias sacudidas, baña todas las paredes de tu coño por entero.
Te temblaban las piernas mientras te corrías, y ese vaivén ha acelerado más mi orgasmo, logrando soltar hasta la última gota de mi reserva de leche.
Poco a poco salgo de ti. Te giras y apoyas tus manos en mi cintura, no sin antes sacarte el pañuelo.
Te miro con una inmensa dulzura y agradecimiento, mientras mis manos te suben la camiseta hasta casi el cuello.
Ahora mi boca juega con tus pezones y aureolas, se enganchan mis labios, y te succionan, como queriendo beber de tu elixir femenino.
Jadeas y me acaricias el cabello. Tus dedos se enredan entre mis canas varoniles.
Mis manos vuelven a sujetarte la cara por las mejillas y ladeando tu cabeza, nos fundimos en un nuevo y apasionado beso, esta vez con grandes dosis de ternura y mimo.
-Eres preciosa.
-Nos vamos a tener que ir, esto es muy atrevido -me dices al tiempo que te agachas en cuclillas delante de mí y acaricias con las dos manos mi falo, para lamerlo con suavidad y dejarlo sin rastro de mi corrida.
-Salgo yo primero y subo por la escalera. Cierra tú y coge el ascensor. Cuando te hayas recuperado, y antes de quitarte los zapatos, me das tres taconazos en el suelo si te ha gustado. Si crees que puedo mejorar, me das dos. Y si no quieres repetir, uno.
-Te vas a quedar sordo de los taconazos que voy a darte, tonto.
Sonrío y te echo una última mirada de arriba abajo. Te acaricio con suavidad y ternura el pelo.
-Gracias, vecina.
-A ti, Enrique. Venga, sal.
Subo las escaleras, pero me detengo en mi rellano. Oigo pasar la cabina del ascensor y detenerse en el tercero. Sales, abres la puerta y la cierras con extrema suavidad detrás de ti.
Sonrío. Llamo al ascensor. Baja y se detiene en el segundo. Se abren las pertas. Extiendo un brazo y desde fuera de la cabina, pulso el botón de la planta baja. El ascensor obedece y baja hacia su destino.
El ascensor tiene que estar donde lo dejó tu pareja cuando se fue. Con el confinamiento, y en domingo, nadie sale de su casa, hay que ser precavido, y pensar en cada detalle.
Entro en mi casa, me dirijo al sofá y espero tranquilo tu señal de que todo está correcto.
Quiero repetirlo. Encontraremos el modo y la forma, porque esto es un ya un delicioso vicio.
Estoy contento, porque te presiento ahora bien atendida y satisfecha.
Algunos no valoran la joya que tiene en sus aposentos…