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Vane (I). Si somos amigas, ¿por qué fantaseo con ella?
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Por razones que ya les contaré, he tenido mucho deseo los últimos meses. Nunca en mi vida había sido una persona muy libidinosa, pero, esta última época, he estado fantaseando de forma casi incontrolable con algunas personas y engañé a mi novio con dos de ellas. Escribo esta serie de relatos porque quiero que alguien lea mis fantasías, primero, y mi infidelidad, después. Disculpen si lo que están buscando es esto último y me tardo en llegar. Quiero que alguien, así sean ustedes, que vienen a leer este tipo de cosas, intenten entender por qué hice lo que hice.

Creo que todo empezó el 2 de abril. Caminaba con Indira hacia mi coche, después de un ensayo. Creo que le había dicho que su ropa de ese día le quedaba muy linda. Ella sonrió y se sonrojó, pero no por lo que le dije. Sonreía como si mi diálogo le hubiera recordado un secreto, algo que ya no pudiera guardarse más. La animé un poco a que se confesara, creyendo que había algo de su vida que quería contarme.

—No te vayas a poner rara —me dijo finalmente. —Pero escuché por allí que Vane es bisexual… y dicen que le gustas mucho.

Vane e Indira son dos de mis compañeras… La verdad no quiero decir exactamente qué es lo que hacemos juntas. Siento que eso es mucha información. Quizá más tarde entre en más detalles. Diré que tenemos un grupo artístico. Ensayamos juntas y nos presentamos en distintos escenarios dos o tres veces al año. Las tres tenemos veintitantos, aunque tenemos algunas compañeras más jóvenes.

Indira tiene tres ligues, que la siguen embobados. Vane y yo tenemos novios. Sé que Vane conoce a su novio hace muchos años. Es un tipo callado, que parece amable. Va a ver a Vane a todas las funciones, la espera en los ensayos y carga con toda su utilería. Mi novio es más reciente y no vive aquí. Lo conocí en el extranjero y regresé a mi país con el compromiso de volver a verlo. Estoy haciendo todo lo posible para que pase pronto.

Por todo esto, mi primera reacción fue decirle a Indira:

—¡No! ¿Cómo crees? ¿Quién anda diciendo eso?

—Pues no te voy a decir quién me lo dijo a mí, pero…

—¡Pero qué! ¡Dime!

—Pero deberías ver cómo se te queda viendo a veces. Yo sólo diré eso.

No me pude sacar la idea de la cabeza. La verdad me parecía lindo e incómodo. Yo me decía a mí misma “bueno, a ver, Emilia, hay que ser claras: tú eres hetero. Nada va a pasar. Partamos de allí”. Pero, además de que me sentía halagada, la verdad es que si no fuera hetero, me decía, me gustaría alguien como Vane. Ella es alta, delgada, de piel tersa y aperlada, de un pelo negro corto, que le cae en caireles sobre las comisuras de los labios. Tiene una risa hechizante y una cara muy linda.

Por las noches me descubría pensando en ella… en cómo sería estar con ella. Me divertía imaginando que nos besábamos. Después de un par de noches, empecé a imaginar que fajábamos: que, saliendo de un ensayo, yo la llevaba en mi coche, ella se me confesaba y yo le tocaba la cara. Le acariciaba una oreja, besaba su cuello y finalmente metía la mano debajo de su blusa… Yo nunca tuve iniciativa ni con los hombres (la verdad nunca la necesité; ellos siempre tienen bastante iniciativa conmigo), así que esta idea (la idea de que era yo quien la tocaba) era completamente ficticia, pero bueno: fantasías son fantasías.

La verdad no sabía si la idea de fajar con Vane me excitaba o solamente me divertía. Pero, una noche de esa semana, llamó mi novio, y yo tuve que tranquilizarme para contestarle con tranquilidad. Sentía que estaba haciendo algo incorrecto. Fue allí donde me di cuenta de que ya no estaba pensando en Vane como en cualquier amiga.

Durante esas mismas fechas, empecé a verla en los ensayos. ¿Me va a ver con deseo, como Indira me dijo que me vería?, me preguntaba todo el tiempo. Y no. Vane era muy profesional y nunca le noté nada mientras estuvimos trabajando. Sin embargo, yo sí empecé a fijarme en ella. ¿Qué es lo que ve una mujer en otra?, me preguntaba. Sabía qué era lo que veían los hombres en Vane. Tiene unas piernas bellísimas, de muslos grandes y fuertes. Aún después de todo lo que pasó después, me apena mucho escribir que tiene un trasero bonito.

Vaya, que la verdad yo quisiera uno así. Los hombres con los que he estado dicen que soy hermosa, pero cuando les pido que me digan “¿qué significa ‘ser hermosa’?”, siempre dicen que tengo una cara encantadora o una figura delicada. Les gustan los dos lunares que tengo en la mejilla, debajo del ojo izquierdo; o el lunar que tengo en la circunferencia de uno de mis pechos. Les atrae como luzco el ombligo con las ombligueras que me gustan. Pero nada más. A veces les pregunto eso después de tener relaciones, y es como si hubieran tenido sexo con una muñeca de porcelana.

Con Vane es algo distinto. Tiene rasgos lindos y delicados, sí. Definitivamente es guapa, con una guapura un poco desgarbada y quizá ligeramente masculina. Pero… ¡ajj, digámoslo de una vez! Su trasero es enorme, atlético, redondo, simétrico, continuación perfecta de unas perfectas piernas. Es uno de esos traseros que, no importa qué pase, todo hombre termina viendo, si pasa en el mismo cuarto que Vane el tiempo suficiente. Un trasero que hace que “los caballeros” aparten la cara entera, porque saben que no podrían apartar sólo la mirada. Mi último exnovio, por ejemplo, ¡cuántas veces lo vi mirando a Vane! Me enojaba tanto que dejaba de hablarle durante tardes enteras… y ahora yo misma no podía desviar la mirada.

Después de una semana de que Indira me llegó con el chisme, Vane me atrapó mirando su trasero. Tuve que disimular mucho.

—Oye, se ve increíble la tela de ese pantalón —le dije. —¿Dónde lo compraste? Los míos se deshacen demasiado rápido con lo que hacemos… con nuestros ensayos, quiero decir.

Esa aclaración era perfectamente innecesaria. Pensé que el verbo “hacer” se escuchaba muy sexoso. Pero no. Era sólo que yo estaba pensando en eso; era solamente porque la noche anterior había fantaseado que estábamos en mi cama y ella, arriba mío, me masturbaba con su rodilla por encima del pantalón —su rodilla era en la realidad mi puño. Cuando me di cuenta de que mi diálogo no tenía sentido, y exponía una partecita de mi fantasía, me sonrojé. Vane sonrió y me dio recomendaciones sobre la ropa.

—No creo gustarle —le dije ese mismo día a Irina.

—¿Por qué?

—Tú dijiste que me miraba… y no.

—Pues es que no te mira cuando la miras.

—¡Pero si yo no la miro tanto! —exclamé, temiendo que Irina se hubiera dado cuenta del tono de mis miradas.

Ella adivinó lo que estaba pasando por mi cabeza.

—¡La hermosa Emilia, la tierna Emilia, está cayendo enamorada de…! —empezó, pero la hice callar.

—¡No es eso!

Se rio al principio, pero como vio que yo estaba preocupada, trató de consolarme.

—A ver, niña —me dijo. —¿Hace cuánto que no hablas con tu novio?

—Ayer.

—¿Y hace cuánto que no coges?

Dudé, un poco porque la pregunta me sorprendió, y un poco para hacer las cuentas.

—Cinco meses.

—¡Cinco meses! Me extraña que esto no te pasara antes. Es la cosa más normal del mundo. Como no tienes… digamos “un asta para tu bandera”, entonces tu mente se pone loquita pensando en una persona a la que le gustas. Dime ¿tu novio se molestaría si cogieras con una mujer?

—Sí, pero creo que no mucho. Con un hombre se enojaría mucho más.

—¡Ajá! Eso es lo que pasa. Tú mente busca posibles parejas, pero quiere ahorrarse complicaciones. ¿Ves? Nada del otro mundo. Si Vane te despierta algo, tienes de dos: cógetela o mastúrbate pensando en ella. Pero, por el amor de Dios, no hagas una tormenta en un vaso de agua.

Irina me dejó pensando. Conduje distraídamente de vuelta a casa y me tumbé en la cama. Afuera, empezaba a anochecer. ¿Qué tenía que ver mi novio con que empezara a desear a mi amiga? ¿Qué estaría haciendo él? Revisé mi celular y vi que no había visto mi último mensaje, de hacía un par de horas.

Empecé, como de costumbre, a pensar en Vane. Pero esta vez había algo distinto. Vane estaba en el vestidor que compartimos antes de los ensayos. Se quitaba la parte superior de su vestuario y quedaba en top. En ese momento mi novio llegaba, sin camisa, y se acercaba a Vane. El tono de bronce de su piel contrastaba con la palidez de ella. Con sus manos pequeñas y fuertes, mi novio tomaba la cadera de mi amiga y la conducía contra la suya. Vane sentía la erección de mi novio; sonreía y se le restregaba. Él intentaba besarla, pero ella no lo permitía. A ella le gustaba sentirse en control, y le respiraba en la cara para excitarlo más.

Después de un tiempo así, Vane tomaba las manos de mi novio, las quitaba de su cadera y las llevaba a sus nalgas, pero por fuera del pantalón. Mi novio se revelaba por fin, y las metía dentro de su ropa.

Yo estaba echada en la cama. Me había quitado el pantalón y la ropa interior, y empezaba a usar dos dedos frotar empujar mis labios vaginales hacia adentro y hacia afuera. La humedad se acumulaba en torno a mi vagina, pero quería mojarme más antes de empezar a repartirla de arriba a abajo a lo largo de toda la vulva. Pensé en meterme a mi fantasía, pero ese vestidor no tiene ningún lugar desde el que pudiera ver secretamente cómo mi novio me engañaba con mi amiga. Mi imaginación habría tenido que modificar el lugar, y eso no me gustaba. Así que me limité a dejarlos solos.

Mi novio por fin estaba consiguiendo besar a Vane, que sentía contra en sus mejillas la poblada barba de candado que me había besado a mí tantas veces. Era uno de esos besos a boca cerrada, intensos, pujantes, en los que las cabezas luchan por empujar la del otro; en donde los amantes se toman de la nuca y se acarician el cabello con tierna ferocidad. El pecho de mi novio, vigoroso y casi lampiño, presionaba los pechos de Vane, en los que la excitación y el top resaltaban los pezones.

Fue allí cuando fui subiendo y bajando. Sentía cómo mi vulva, deliciosamente impermeable, dejaba correr mis dedos a todo lo largo. Mis manos empezaron a tomar la forma de cuenco, como me gusta para estos casos. Masajee con tres dedos los labios y el derredor de la vagina, y presionando un poquito con la muñeca el clítoris que, cuidadosamente húmedo, ya se me había erguido.

Finalmente, seducida, Vane empezó a masajear el miembro de mi novio por encima de la ropa, pero no pasó mucho antes de que metiera la mano. Cuando mi novio sintió el aire en su miembro, le dio la vuelta a Vane y le bajó los pantalones delicadamente. Se acuclilló y besó entero su trasero grandísimo. Jugó a explorar, desde atrás, con su nariz, la parte más extrema de la vagina de ella. La dedeó un poco.

—¿Te puedo hacer sexo oral? —le preguntó él.

—No. Ya no. Métemela —contestó ella.

Dicho y hecho, mi novio se incorporó, la hizo reclinarse sobre la banca larga que mis compañeras y yo usamos para sentarnos mientras nos peinamos antes de salir a escena. Allí la penetró lentamente. Primero metió y sacó el glande media docena de veces. Vane se hartó de que la provocara y se penetró ella misma contra el miembro de él. A ratos, mi novio le imponía su ritmo rápido; a ratos Vane lo golpeaba con todo su ser y se le restregaba.

Luego Vane hizo a mi novio recostarse bocarriba en la misma banca larga. Lo cabalgó haciendo botar sus nalgas, sin dejarlo moverse. Él subió su top y empezó a besar sus pechos, irguiéndose un poco. Vane le permitió un par de besos, pero luego lo alejó y, para tenerlo controlado, le impuso sus manos sobre el pecho, vigoroso y lampiño.

—Besa las de tu novia —se burlaba Vane.

Pero mi novio no se dejaba controlar, y llegó nuevamente a besarla en la boca mientras ella se lo cogía. Yo sé cuánto aguanta Vane, físicamente. Es fuerte, y no la agotan las carreras ni los ejercicios pesados. Su objetivo sería, sin dudas, dejar agotado a mi novio. Cansarlo, sobrecogerlo. Aumentaba la velocidad sonriendo con malicia, y mi novio cerraba los ojos, intentando contenerse y luchando por llevar el ritmo.

Por supuesto, los tres terminamos juntos. Ellos comenzaron a desvanecerse en mi cabeza, mientras el momentáneo cansancio del orgasmo me cerraba los ojos. Cuando los abrí, vi el espejo que hay a un lado de mi cama. Me vi en él. Mi cuello apuntaba los primeros brillos de un sudor delicado. Mis labios estaban hinchados; me los había mordido sin darme cuenta. Complacida, volví a la cama y revisé mi celular

—Buen día, mi cielo —había escrito mi novio, en inglés (ni él habla mi lengua, ni yo hablo la suya) y sin tener en cuenta la diferencia de horarios.

Calculé que estaría saliendo a trabajar. Pensé en provocarlo, diciéndole:

—Acabo de imaginar que tenías sexo con una amiga mía.

Pero no me gustó la idea. No quería compartirle algo tan mío. Lo que sentía por Vane debía quedarse para mí, aunque lo hubiera usado a él como vía para fantasear con ella. Sí, es verdad, le debía algo a mi novio por haberlo “utilizado”, pero ¿qué?

Cambié el espejo de lugar y me tomé algunas fotos. Le envié las que más me gustaron. Fue toda una sesión, porque quería algo vagamente elegante. En una de ellas, de mis favoritas, sólo se ven mi boca, mis labios hinchados, abiertos como en un gemido, y mis pechos descubiertos. En otra, una lámpara me ilumina desde atrás y hace que mi silueta desnuda, casi completamente oscura, se ilumine justo en el borde para mostrarle uno de mis pezones. La única en la que mostré mi cara, me tenía tapando mis pechos con el antebrazo, con el torso contorsionado en una posición de baile.

—¿Cómo puede existir una persona tan linda y a la vez tan ardiente? —me escribió; supongo que en inglés esos términos suenan más inconciliables.

Hubo una única foto que me gustó, pero que no le envié: era demasiado provocadora. En ella, ponía el espejo delante de la cama, me recostaba y me habría de piernas frente a él. Así, se veía en escorzo todo mi cuerpo desnudo. Mis piernas, mi vulva enrojecida, mi torso, mis pechitos y mi cara, que es “encantadora”, según dicen.

¡Quién diría que sería precisamente esa foto la que iba a precipitar los eventos que le siguieron a eso!

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