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Valentina y el fin de mi arromanticismo (1): El comienzo
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Valentina fue una mujer a la que yo siempre quise, a pesar de que ella no sabía de mi existencia, o eso creía yo. Tiene 36 años, pero aún sigue soltera. Creo que es por su fama de mujer tímida.

Es una mujer de unos 170 centímetros, más o menos delgada. Cabello teñido de color rubio. Piel más o menos clara. Ojos color negro. Boca mediana, y bastante atractiva. Algo que me causaba asombro, pues siempre estaba sola en su casa. Cuando salía a la calle, siempre llevaba con ella un paraguas para cubrirse del sol.

En cambio yo, yo tengo 22 años, y a comparación de Valentina, no tuve la misma suerte que ella, pero bueno. Mido 165 cm. Soy de piel más o menos morena. Ojos cafés (aunque todos en la escuela siempre halagaron mis ojos, a pesar de que yo jamás les encontré algún atractivo). Boca algo pequeña, cabello castaño oscuro con unos tintes cafés. En fin.

A lo largo de mi vida, siempre tuve la suerte de que alguna chica se fijara en mí, sin embargo, jamás me sentí atraído para formar una relación romántica. Siempre se me hizo algo incómodo, incluso me parecía algo ridículo el pensar en ir tomado de la mano con una mujer. Todo eso generó que yo fuera virgen hasta los 20 años, cuando en ese tiempo, Valentina tenía alrededor de 34 años.

Fue así como en la escuela, tanto en la preparatoria como en la universidad, me etiquetaran de arromántico.

Faltaban alrededor de dos meses para que yo cumpliera veinte años, ese día yo iba llegando de la universidad, cuando encontré a Valentina afuera de su casa. Se veía algo alterada. Al parecer había olvidado las llaves de su casa, así que no podía entrar.

Como buen vecino, me acerqué a preguntar si le podía ayudar en algo.

—Hola. Disculpe, ¿le puedo ayudar en algo?

Cuando me miró, clavó sus ojos en los míos, pero su mirada llegó más allá de ellos. Sentí una puñalada en el corazón.

—Ah, Hola. Bueno, fui a la farmacia y olvidé mis llaves dentro de la casa y ahora no puedo entrar. Mi papá está allá adentro y necesita tomarse sus medicamentos, pero no puedo entrar de ninguna manera.

Recordé que su papá está enfermo, y ni siquiera puede levantarse por sí mismo. Su madre murió hace algunos años, así que ella vive solo con su padre, que tiene como 65 años.

—Bueno, puedo saltar el portón si quieres.

Miré el portón. No estaba muy alto, pero tenía puas que evitaban la entrada de ladrones a la casa.

—¿Enserio harías eso, vecinito?

—Sí, solo sostén mi mochila.

Me quité la mochila y se la di. Comencé a trepar el portón, que estaba muy resbaloso. Aquí tenía que poner a prueba las cincuenta flexiones que hacía a diario dentro de mi habitación.

Cuando llegué a lo más alto, traté de no lastimarme con aquellas púas, pero al momento de saltar, mi sudadera se atoró con una de ellas, así que cuando aterricé ambos pies en suelo firme, mi sudadera estaba partida por la mitad.

—¿Estás bien?

Yo solo tenía en mente la terrible decisión que había tomado al intentar ayudar a aquella mujer.

—Sí, estoy bien. Fue mi sudadera. Está rota.

Caminé hacia la puerta y la abrí. La mujer entró y cerró. Me miró y me dio las gracias. Me regresó mi mochila y miró mi sudadera.

—Ay, perdón. Se te rompió la sudadera.

—Sí, pero no importa. Me tengo que ir.

La chica me tomó del hombro y me quitó la mochila rápidamente.

—No, espera. Arreglaré tu sudadera. Solo le doy los medicamentos a mi papá y vuelvo contigo.

Yo tenía tareas por hacer, así que le dije que me tenía que ir, pero ella insistió y terminé pasando a su sala con un pedazo de ropa colgándome hasta el piso.

Después de unos minutos, la mujer regresó y me pidió la sudadera. Yo comencé a quitármela, pero recordé que solo traía una camiseta.

—Disculpa, mejor así déjalo. De verdad me tengo que ir.

La mujer se acercó a mí y me quitó ella misma la sudadera, o bueno, lo que quedaba de ella.

—Lucas, ¿verdad?

La mujer me miró mientras yo me cubría el cuerpo con mi mochila mientras la abrazaba con ambos brazos.

—¿Perdón?

—Lucas, Ese es tu nombre, ¿no?

Para ese punto, me comenzaban a traicionar los nervios.

—Aah, sí.

La mujer tomó una aguja y un hilo y comenzó a arreglar mi ropa.

—Nunca te he visto con una mujer. ¿Tienes novia?

Sus preguntas me estaban comenzando a dar algo de miedo.

—No, no tengo.

—¿En serio? ¿Acaso eres gay o algo así?

Apreté aún más mi mochila contra mi pecho.

—No, eso solo que no tengo tiempo para eso.

—Ooh, está bien, señor ocupado.

—Bueno, yo tampoco la he visto con alguien.

Al parecer, mi comentario había sorprendido a aquella mujer.

—No, no tengo novio. He intentado tener varias relaciones, pero nunca he tenido buenos resultados. Pero entonces, ¿no has dado tu primer beso, Lucas?

Soltó una pequeña risita que me causó ternura, pero que a la vez me molestó por su comentario.

—Sí, solo que fue hace mucho tiempo.

La mujer dejó el hilo y la aguja y se levantó del sillón en el que estaba sentada.

—Mira, Lucas. Tu sudadera no tiene arreglo. Así que te la voy a pagar.

Caminó hacia una habitación y regresó con dinero.

—Toma.

Estiró su brazo para entregarme el dinero.

—¿O prefieres que te pague con mi cuerpo?

Nuevamente dejó ir otra risa de sus labios, solo que esta vez era una risa mucho más marcada.

—¿Qué? No, no. Así está bien.

Le rechacé el dinero y me puse de pie. Salí de su sala rumbo a la puerta, pero ella me volvió a detener y me dio la vuelta, solo que esta vez se puso de rodillas y comenzó a olerme debajo de mi estómago, así, sobre la ropa.

—¿Qué está haciendo?

La mujer no dejaba de olerme, solo que me esta vez podía sentir sus dientes mordiendo mi pantalón.

—Espera, Lucas. Quiero verlo.

Mi corazón estaba a punto de salirse de mi cuerpo. Solté mi mochila y cayó al suelo. Comencé a desabrocharme el cinturón y desabroché mi pantalón.

La mujer nuevamente comenzó a oler mi bóxer, pero está vez podía sentir su respiración caliente sobre mi parte.

Jamás había sentido tanto calor en esa parte de mi cuerpo. Las venas que hay ahí parecía que iban a reventar de tan caliente que estaba la sangre. La mujer me tomó de las manos y con una sola las detuvo sobre mi estómago.

—Ay, Lucas.

Sacó mi pene de mi bóxer y comenzó masturbarme con una mano. No necesitaba de saliva ni nada extra. Solo de ver a aquella mujer de rodillas frente a mí, hacía que todo mi cuerpo se humedeciera.

—Disculpe. No creo que sea buena idea que haga eso. Vengo de un largo día de la uni y…

—Ay Dios. Huele delicioso.

No siquiera había terminado de hablar cuando metió todo mi pene en su boca.

Sentí que me iba a morir o algo así. Ella no dejaba de mover su cabeza y mi corazón no dejaba de latir como loco.

De pronto, la mujer se levantó y me tomó de la mano. Caminé tras ella, y al llegar a una puerta, abrió y pude ver lo que había ahí dentro.

Esa mujer me llevaba directo a su habitación.

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