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Tiempo de lectura: 2 minutos

Nos vimos desnudos, abrazados, cuando nos encontró la mañana dormidos.

Desperté y en silencio, te observé, atiné a acariciar tu pecho, como descubrí que te gusta.

Mi mente se trasladó a las caricias que fueron protagonistas unas horas antes y creció en mí el deseo de poseerte.

Nuevamente.

Creo que no quiero ponerle palabras a lo que generaste en mi, ganas intensas y una ferviente pasión que no puedo controlar.

Te besé, pasé mis dedos por tu cabello y volví a besarte. Pude notar que fue de tu agrado por el gemido que dejaste escapar de tus labios, mucho más silencioso que los que ya me habías regalado, pero era solo el principio.

Me propuse atesorar cada suspiro y cada mirada no descubierta por otras mujeres, la excitación apareció en mí al sentir tu piel erizarse y la desesperación que no podías ocultar.

Me permití utilizar mis uñas, disfrutarlo, pegarme a tu cuerpo, sentir tus manos en mi columna, tu mirada buscando el ángulo ideal para encontrarse con la mía.

Cuando dos cuerpos se reconocen, la explicación lógica queda nula, la delicadeza solo aparece en los besos mientras que la atracción de las pieles se abre paso con una fiereza primitiva, natural.

La reacción de tu cuerpo, de tu mente, a todos mis estímulos fue lo valioso de ese minuto, tus gemidos y la respiración agitada, lo valioso del siguiente.

Ansiedad por desenredar lo que llevo dentro, por recrear lo vivido anoche, por sorprenderte y que me sorprendas.

Nuevamente.

Tu boca recorre mi cuello y tus manos mis costillas, cierro los ojos para trasladarme a los recuerdos de anoche y ellos surgen efecto en mi, de inmediato.

Solo íbamos a cenar pero la electricidad que sentimos al tocarnos hizo su magia.

Pudimos mantenernos de lados opuestos de la mesa por muy poco tiempo, ni mi tan preciada percepción pudo prevenirme por lo que iba a ocurrir.

Te acercaste a mi y me tomaste por la espalda, afirmando mi cintura con tus manos, transmitiéndome una intensidad imprudente que hasta mis memorias se exaltaron al sentir tu respiración en mi cuello.

Moviste mi cabello con suavidad escondiendo una perversidad única de la que eres dueño para obtener el control de la situación y en ese momento decidí darte placer, como lo pidieras.

Tu voz me devolvió a la realidad, “¿Y ahora?”, preguntaste.

¿Qué clase de pregunta es esa?, pensé.

“Y ahora quiero conocer el resto de ti”, respondí.

Utilizando la discreción de cualquier dama, roce mis dedos con tu piel, justo al borde del abismo, me miraste, confundido, mordí mi labio mientras te miraba y encogía mis hombros.

Mi mano siguió su recorrido por tu ombligo, se movió a tus costillas y me enseñaste un punto débil al sostenerla con la tuya.

Ni siquiera así ibas a poder frenar lo que ya había comenzado.

Deslice mi muñeca entre tus dedos solo para marcarlos como punto de inicio y así recorrer la palma de tu mano, tu muñeca, el ante brazo y antes de que te dieras cuenta, ambos brazos estaban sujetados por mí.

Con mi poca habilidad de niña exploradora use mi ingenio para atarlas y mientras las sostenía sobre tu cabeza, hablaba a tu oído, como quien cuenta un secreto, muy privado.

“Quiero tu antes y después.

Que cada gemido lleve mi nombre, tus caricias mis recuerdos, tu respiración mi aroma y tus pensamientos mi voz.”

Tu mirada evidenciaba la ansiedad por perder el control, no estabas acostumbrado a tal atrevimiento.

La cordura se había alejado de mí y mis sentidos habían tomado control total.

Reconocí que habías llegado al mismo estado cuando me sonreíste, presiento que con una de esas sonrisas exclusivas que son solo tuyas y me preguntaste, “¿Que estas esperando?”

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