Desde hace poco vivo en un piso alquilado y llevo tiempo pensando en mudarme. Esto es porque tengo unos vecinos en el piso de arriba con los que es imposible vivir. Hasta altas horas de la madrugada hacen ruido, y yo tengo que levantarme pronto todas las mañanas para ir a la facultad de Aeronáutica. Más de una vez he dado golpes en el techo, pero a los vecinos les da igual.
Este problema me estuvo atormentando hasta hace unos días en que ocurrió lo siguiente:
Una tarde de viernes salí para ir de juerga con los amigos, y a la vuelta, sobre las tres de la madrugada, coincidí en el portal con dos bellezas, una morena y una de pelo castaño, que subían en el ascensor. Apreté un poco el paso y llegue a tiempo para parar la puerta del ascensor y entrar.
-Hola –les dije.
-Hola guapo.
-¿Vivís aquí? –Les pregunté– nunca os he visto.
-Sí, vivimos en el sexto ¿y tú?
-Ah ¿sí?, yo vivo en el quinto, justo debajo.
Me bajé del ascensor y entonces pude pensar… Ellas son las vecinas que no me dejan dormir… Aunque siendo como son creo que puedo hacer un esfuerzo y perdonárselo.
Mientras intentaba dormirme pensaba en mis vecinas con esos cuerpazos tan… tan… creo que no se me ocurren palabras para describirlas. Creo que debería visitarlas alguna vez…
Al día siguiente, mientras me comía la aburrida pizza del sábado y observaba embobado mi desordenada cocina (quien me mandaría irme de casa de mis padres), pensé en mis dos preciosas vecinas con esos cuerpos que inducían al pecado. Y poco después me di cuenta de que ¡no podía pensar en otra cosa más que en ellas! Estaba enfermo de amor, ¿o quizás era de lujuria?
Esa noche, como casi todas las demás, empezaron los golpes, la música. Esto fue mientras yo estudiaba.
Seguro que están montando una fiesta con sus amigos y están borrachos y fumaos y habrá alguna parejita magreándose… Pero la curiosidad era superior a mí. Necesitaba saber que estaba ocurriendo encima de mí. Pero no podía presentarme ahí, llamar a la puerta y mirar a ver que estaban haciendo, ya que me tacharían de cotilla y de marujón. Pero tenía la excusa perfecta: yo estaba estudiando cuando la música atronadora me desconcentró, y yo necesito estudiar porque dentro de poco tengo exámenes.
Muy seguro de mi mismo me vestí decentemente, subí al piso de arriba y fui a llamar… pero en ese momento me acobardé. Me daba vergüenza hablar con ellas. Era algo que solo me pasó cuando era crio, pero que otra vez volvía cuando me gustaba una chica. Si hablase con ella me temblarían las piernas y diría tonterías y se me trabaría la lengua y pensarían que soy tonto y…
En ese momento de dudas, la puerta se abrió y salió la chica morena.
-Hombre, hola vecino. ¿Qué haces aquí?
-Pu… pues yo venía a… es que estaba estudiando y la música…
-Ay… perdona. ¡Vero! ¡Baja la música!
-Eh… bueno. Gracias…
-Oye cari, ¿me podrías hacer un favor?
-Supongo… -Contesté yo tontamente.
-Es que tengo que bajar al sótano a por unas cosas y me da un poco de miedo ir sola, ¿podrías acompañarme?
Con un gesto de asentimiento me dirigí al ascensor y ella entró dándome las gracias. Es curioso, he dicho más de una palabra y no he metido la pata ni me siento nervioso. Después de unos largos segundos en el ascensor, ella me dijo:
-Yo me llamo Sara y mi compañera, Verónica. Y tú, ¿cómo te llamas?
-Jorge, y vivo en el quinto…
Ella se rio. Ya sabía yo que antes o después iba a meter la pata.
La puerta del ascensor se abrió y reveló ante nosotros un oscuro pasillo con puertas a los lados. Creo que tenía razón Sara al decir que daba miedo. Yo sabía que esta casa tenía un sótano, pero creo que nunca pensé en utilizarlo, creo que ni siquiera tengo la llave…
Llegamos a una puerta con un cartel en el que se leía "6º Dcha". Un poco antes pude distinguir entre el polvo una puerta en que ponía "5º Dcha", aunque la cerradura ni se veía de la cantidad de porquería que la tapaba.
En su trastero había muchas cajas con cosas escritas, un colchón y bolsas que no fui capaz de averiguar su contenido.
-Jorge, ayúdame a bajar esa caja y la bolsa que está encima.
Fue extraño porque ella no se movió de donde estaba, por lo que comprendí que el "ayúdame a bajar" significaba "baja" en imperativo.
Para alcanzarla hice verdaderos esfuerzos, pero finalmente pude sacarlas de la estantería y ponerlas en tierra.
-Muchas gracias –dijo, y me dio un beso en la mejilla, a lo que mi cuerpo respondió con miles de sensaciones y una inmensa producción de hormonas.
Me dijo que llevase la bolsa y ella cogió la caja, que era más pequeña.
En el ascensor, estando enfrente de ella me fijé que llevaba una bata de color rosa claro y como yo era más alto que ella podía ver su escote sin demasiado esfuerzo, pero mi sorpresa llegó cuando me fijé en lo que contenía la polvorienta caja "Mega-Dildo XXL Extra Vibrator" ¡Llevaba un vibrador de alta calidad con doble punta y ergonómico!
No me creía lo que me estaba ocurriendo. Miré disimuladamente dentro de la bolsa y vi un bote de vaselina, otro de aceite y un juego de bolas chinas. Esto ya me hizo imaginármela usando todas esas cosas. Mientras tanto, le miraba a los ojos y ella me sonreía inocentemente. Aquellas visiones me provocaron una terrible erección que tuve que esconder con la bolsa que llevaba.
Al llegar a su piso me dijo que si quería pasar a tomar algo. En ese momento mi corazón se agitó tanto que casi se me sale del pecho: ¡Una ninfómana me invita a su casa! Eso no se repetiría jamás en la vida, pero mi nerviosismo me hizo contestarle la siguiente imbecilidad:
-No gracias, ya es muy tarde y tengo que dormir que mañana tengo que madrugar.
Pero si eran las nueve menos cuarto y el día siguiente era domingo. Fue la excusa más tonta que nunca he dicho. Durante un rato me atormenté pensando en la estupidez que había cometido. Esa tía iba a pensar que soy un crio que se acuesta a las nueve de la noche. Pero tras unos momentos de arrepentimiento, me armé de valor, salí de casa y subí. Llamé a la puerta mientras pensaba que decir.
Esta vez abrió la puerta Verónica, un auténtico regalo para la vista. No superaba los veintitrés años y tenía un cuerpo de infarto. Bajo la camiseta ajustada se dibujaban las siluetas de dos pechos duros y del tamaño de una pelota de tenis.
-Hola guapo, ¿qué quieres? –Dijo ella con una voz melosa.
-Esto… yo venía a… ver si necesitáis algo, como… hielos, por ejemplo.
-Pues no, no necesitamos nada. Muchas gracias –Me contestó en un tono desagradable y cerró la puerta.
Yo me quedé un poco confuso, no estaba seguro de si era posible que me dejasen más por los suelos.
Cuando ya estaba esperando al ascensor, su puerta se abrió y apareció Sara:
-¡Jorge espera!
-¿Qué pasa? –contesté con desgana.
-Perdona a Vero, pero es que no le gustan mucho las visitas.
-Ah… Da igual no importa
-¿Quieres entrar? –Me preguntó con malicia en la cara.
-Bueno, vale.
Esta vez las cosas iban bien, solo tenía que evitar meter la pata. Al entrar, contrariamente a lo que me esperaba, encontré que la casa estaba vacía. ¿No había fiesta? Me llevó directamente al dormitorio. En ese momento pensé que esa chica era demasiado lanzada, y cuál fue mi sorpresa cuando al llegar al dormitorio encontré a Verónica vestida únicamente con la ropa interior, lo que a ella le disgustó. Rápidamente fue a taparse mientras farfullaba y maldecía. Luego volvió y dijo:
-¿¡Me puedes explicar que hace este tío aquí!?
-¿No dijiste que querías probar algo nuevo? –Le respondió Sara.
-Pero no me refería a un ménage a trois, y menos con un tío.
En ese momento lo comprendí todo: los juguetes sexuales, las noches locas. Eran dos lesbianas ninfómanas, lo que las hacía más atractivas si cabe, y encima estaban buenas. Ese era el sueño de cualquier hombre que estuviera en su sano juicio, y yo me encontraba dentro de ese sueño.
-Venga que seguro que te gusta… -dijo Sara.
-¡No!, Llévatelo de aquí inmediatamente. –contestó Verónica metiéndose en el cuarto de baño y cerrando la puerta.
Sara me cogió de la mano y me sentó en la cama. Luego se quitó la ropa quedándose con un conjunto de lencería de color rosa con plumas, lo que me excitó muchísimo. Se acercó y se sentó en mis muslos mirando hacia mí, dejando sus pechos a la altura de mi cara. Me besó la frente y me desabrochó la camisa que llevaba. Luego acercó mi cara a su pecho pudiendo sentir la dulce fragancia que despedía. Yo reaccioné y lamí el centro de su sostén, luego el bulto que uno de sus pezones dejaba en él. Ella se estiraba y contorsionaba, mientras tocaba mi cuello, mi pecho y mis brazos. Cogí sus nalgas con las manos y las apreté fuertemente, luego las abrí un poco y jugué con un dedo con el agujero de su culo. Ella se desabrochó el sujetador y lo dejó caer deslizándose por sus brazos, dejando a la vista sus prominentes senos con oscuros pezones bien duros.
Yo lamí sus tetas, las amasé, las aplasté, las mordí y jugué con ellas hasta que Sara se dirigió a mi bragueta. Yo respondí metiendo la mano entre sus piernas y sintiendo su vagina a través de las finas bragas. Mientras ella jugaba con mi polla yo le frotaba los labios vaginales con las bragas por encima sintiendo como estas iban poco a poco empapándose de sus flujos, hasta quedar completamente mojadas. Sara me empujó tumbándome en la cama y restregó sus mojadas bragas por mi torso, dejándome con un fuerte olor a hembra, luego se quitó las bragas y me las puso en la cara, yo las chupé con énfasis recibiendo un magnífico sabor.
Después se puso de rodillas sobre mi cara dejando toda su raja a la vista; esta estaba totalmente rasurada y sus labios brillantes. Sara flexionaba ligeramente las rodillas para dejar su conejo al alcance de mi lengua, pero muy escasamente de forma que mi deseo de comérselo iba en aumento, mis manos estaban bloqueadas por sus piernas, por lo que no podía hacer nada para conseguir mi propósito. Le supliqué para que se acercara más pero ella se negaba.
De vez en cuando caía alguna gotita que saboreaba como si fuera un manjar. De pronto salió Verónica del baño con unas bragas negras con bordados que las hacían casi transparentes, y las grandes tetas al aire. Se acercó a nosotros y cogiendo a Sara por la cintura la empujó hacia abajo, aplastando mi cara en su vagina, ocasión que aproveché para lamer hasta saciarme. Mientras hacía esto noté que unas manos frías me tocaban el durísimo miembro y advertí que era Verónica, ya que Sara las tenía en mi cabeza para empujarme contra su entrepierna. Verónica me estaba pajeando rápidamente, luego se introdujo la polla en la boca y la succionó mientras me pajeaba con entusiasmo.
Yo no tardé en correrme llenando su boca con mi esperma. Después con la boca llena todavía besó a Sara traspasándole gran parte de mi semen, y entre las dos se lo tragaron. Verónica le hizo una indicación a Sara y esta se apartó de mi cara, yendo a mis caderas, sentándose encima de mi pene, que se recomponía por momentos, luego Verónica se puso encima de mi cara mirando hacia Sara y dejándome su coño al alcance de mi boca. Como mis manos ya estaban libres, aproveche para meter los dedos en la uretra de Verónica a la vez que lamía su orificio vaginal, penetrándolo con la lengua. Mientras tanto Sara se metía mi polla por el coño y Verónica le comía las tetas a Sara. Aquello parecía una bacanal, todos gemíamos y botábamos sin control. Llegamos al clímax los tres casi simultáneamente, yo me corrí otra vez inundando los interiores de Sara, ella se corrió mojando todo mi vientre y Verónica tuvo varios orgasmos seguidos. Parecía que cada uno era más intenso que el siguiente.
A partir del tercero empezó a secretar un líquido parecido al agua pero con un sabor dulce, que me empapó la cara. Mientras yo descansaba, Sara y Verónica se acoplaron en un 69 para limpiarse la una a la otra y cuando acabaron se acercaron a mí y me besaron pasándome la mezcla de jugos que llevaba cada una en la boca.
Después de esto nos quedamos dormidos los tres en la cama.
Este fue el comienzo de una relación a tres bandas que todavía hoy dura.