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Una sorpresa para mi marido
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Llevábamos ya una temporada con nuestros encuentros swinger. Un día, mi marido, tras un polvete discreto, me soltó medio en broma o medio en serio que ya iba siendo hora que organizase yo una aventura de intercambios. La verdad es que hasta el momento todas las fiestas las había montado él, así que decidí tomar el relevo. ¿Cómo quieres que sea? Le pregunté.

-Sorpréndeme, me respondió él, y ya no me dio más pistas.

Así pues, me puse en la web y empecé a imaginar. Entré en contacto con algunos hombres, los que tenían las fotos más excitantes para mi. Una noche entablé diálogo, por el chat, con un tal L., que me resultaba muy morboso y atractivo en las fotos, no solo por su aspecto si no por las escenas de sexo que mostraba. Parecía decidido, apasionado y a la vez delicado, impetuoso y elegante. Me fijé en las expresiones de placer que inundaban las caras de sus amantes, muchas de las cuales terminaban con grandes chorretones de esperma en el rostro, cuello y pechos, saciadas y desmadejadas.

Hablando con L., se me ocurrió la idea: citarle en casa poco antes de la llegada de mi marido, para que nos pillase en los preliminares. Me imaginé a mi misma con mi lencería quizás ya medio arrancada, quizás arrodillada y a punto de besar el gran pene, quien sabe si tumbada en la cama, boca abajo, mientras L. me lamía ella no para prepararlo. Viendo sus fotos y hablando con él sabía perfectamente de su gusto por la penetración anal a modo de saludo inaugural.

Así lo hice: a las cinco en punto, L. apareció en la puerta. Iba vestido con elegancia, aunque cuando le abrí la puerta descubrí que llevaba el pene fuera, completamente erecto. Sin darme tiempo ni siquiera a cerrar la puerta tras él, ya me había empujado hacia abajo y me tenía agachada con todo su miembro metido hasta la glotis. Tras un minuto de mover mi cabeza, me agarró y me cargó en su hombro mientras me preguntaba por el dormitorio. Se lo indiqué con las manos. Tal como me temía, poco después yo yacía en la cama y él escupía en mi ano mientas me metía dos dedos así, de buen principio y como una declaración de intenciones . Aunque estaba de espaldas y no le podía ver, supe que se estaba masturbando loco de deseo. Yo hice lo mismo.

Estando así llegó el whatsapp de mi marido: Llegaré más tarde, no te preocupes.

No me preocupé por su tardanza, en efecto: L, ya me estaba penetrando con brío por detrás y mi mente no estaba por otra cosa. Su ritmo aumentaba a medida que, con unos cachetes acompasados, mi cuerpo parecía un instrumento de percusión. Y sucedió otra cosa encantadora: L. jadea con energía. No hay nada que me ponga más que escuchar los gemidos del compañero, los silenciosos me aburren. Tras una sesión larguísima, me dio la vuelta y me penetró por la vagina con un ardor descomunal, gimiendo con tanta energía que temí una denuncia de los vecinos, puesto que yo no le andaba a la zaga con mis chillidos.

Me lo hizo en la cama, en el sofá, en el suelo del salón y en el mármol de la cocina. Hubo un momento en el que me acordé de mi marido y pensé: cuando llegue apenas podré darle algo, estaré exhausta sin remedio.

Pero pasó el tiempo y yo seguía abierta para L. y mi marido sin aparecer. Me estaba volviendo loca de placer y él parecía no tener fin. Así que cuando me propuso hacerlo en el balcón yo no pude más que aceptar. Joder, nadie ma ha follado así, me sorprendí a mi mismo diciendo eso justo antes de que me dispusiera entre dos macetas, con la espalda contra la barandilla, para descargarse en mi cara. Sentí los tres chorros enormes deslizándose por mi cara, descendiendo por mi cuello y llegando hasta el pubis, al tiempo que no podía dejar de masajearme.

Nos dimos una buena ducha y L., tras un rato de charla (descubrí que es buen conversador) tuvo que irse. Su novia le esperaba, por lo visto.

Mi marido llegó más tarde. Me contó sus lío en el trabajo y me preguntó qué tal yo. Bien, le dije yo. Una tarde normal, más bien aburrida. Dejaré para otra ocasión la sorpresa que le tenía preparada.

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