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Una putita para dos hermanos
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Tiempo de lectura: 9 minutos

La primera vez que vi a Dylan, fue en una noche de verano. Estaba junto a mis amigos en un bar, festejando mi cumpleaños número diecinueve. Su mirada profunda y enigmática, me atrapó. No era muy alto, ni era muy bello, pero tenía algo en su mirada que me gustaba. Fue una atracción mutua, ambos nos habíamos gustado, y esa misma noche terminamos teniendo sexo juntos.

Fue cuestión de tiempo que empezáramos a salir. Él era muy atento y cariñoso, además de que las cosas fluían de maravilla. Teníamos una conexión que iba más allá de las palabras. Con solo mirarnos entendíamos perfectamente lo que el otro pensaba o sentía. Y el sexo con él siempre fue asombroso. Con los años, las cosas marchaban muy bien y hasta había planes para casarnos. Pero el problema fue cuando conocí a su hermano, Marcelo.

Marcelo era un hombre muy atractivo, ese año había cumplido los cuarenta y ocho, pero no lo aparentaba. Él es mayor que Dylan por dieciséis años. La única similitud que tenían estos hermanos, era la forma de su frente y el color de sus ojos. Más allá de eso, nadie podría decir que estaban emparentados.

Dylan era mucho más bajo, no tenía los músculos marcados y su piel era mucho más pálida que la de su hermano mayor. Marcelo, por su parte, era mucho más alto y robusto, él entrenaba todos los días, notándose en sus músculos firmes. La genética definitivamente había privilegiado a mi cuñado.

Cada vez que veía a Marcelo, me calentaba y él lo sabía. Por eso me provocaba a propósito. Cuando pasaba por su lado, él me daba una nalgada de manera “amistosa” o se quedaba mirándome descaradamente el culo siempre que me agachaba. Muchas veces cuando hablábamos me miraba las tetas, y no le importaba si Dylan estaba presente.

Temía que Dylan se diera cuenta de todo esto, así que opte por dejar de ir a la casa de su familia y a mis suegros, solo los veía cuando venían de visita a nuestro departamento. Sin embargo, no conseguía olvidarme de Marcelo. Su cara, su cuerpo, su voz, sus ojos y esa mirada hambrienta que tenía cada que me miraba.

Sin poder impedirlo, él era mi inspiración cuando me masturbaba. Me acariciaba la vagina imaginando que eran sus dedos gruesos los que me tocaban. Que apretaba mi clítoris y lo frotaba con rigor, que separaba los labios de mi vagina para luego comenzar a follármela con sus dedos sin parar. Y que luego, cuando ya esté en la cúspide del orgasmo, me meta la verga hasta el fondo y de una sola estocada. Para empezar a garcharme como la puta hambrienta de sexo que soy.

Pasó el tiempo y finalmente llegó el día de mi boda con Dylan. Y obviamente, Marcelo estaba en la lista de invitados, eso me tenía preocupada. Pero no podía perderme en esa preocupación. Estaba a punto de casarme con él que, más allá de todo, era el amor de mi vida. La ceremonia fue rápida, y cómo era pleno verano, mi vestido de novia era muy corto. Durante todo el proceso, estuve tan ocupada con los invitados que ni siquiera me di cuenta si Marcelo asistió o no.

Sin embargo, cuando llegamos a la fiesta, noté su presencia, al sentir su intensa mirada sobre mí. Intenté no prestarle mucha atención, pero llegado el momento del baile en parejas, Marcelo vino directamente hacia mí con una sonrisa arrogante.

—La fiesta está saliendo muy bien y vos estas muy hermosa, cuñadita.

La forma en la que dijo “cuñadita”, me erizo la piel. Podía sentir mis mejillas arder.

—Gracias, Marce.

Mi voz sonaba bastante nerviosa. Yo estaba muy nerviosa y él se rio suavemente y me miró con una sonrisa coqueta, acercándose a mi oído.

—¿Qué pasa?, ¿Acaso te pongo nerviosa, cuñadita?

Su voz tan profunda y ronca, hizo que se me cortara la respiración por un momento.

—¿Pensaste que no me di cuenta de cómo me estuviste mirando todo este tiempo?

Mi corazón palpitaba muy rápido, sentía como mis mejillas se ruborizan. Él volvió a reírse, pero sus ojos me miraron con intensidad y algo más que no supe descifrar.

—Sos una puta.

Esas palabras provocaron una descarga eléctrica en todo mi cuerpo. Mi vagina se sentía caliente y muy mojada, quedándome muda, sin saber ni qué decir. Mientras estaba perdida, buscando las palabras para responder, Marcelo metió su mano por debajo de mi vestido y empezó a acariciarme

—¡Marcelo!, ¿Qué mierda estás haciendo?

Quise reprenderlo, pero mi voz delató lo excitada que estaba. Mi vagina se mojaba más y más con cada caricia. Él no decía nada, solamente movía sus dedos con más rapidez mientras aún seguíamos bailando. Varios familiares y amigos miraban nuestro baile con expresiones sonrientes, sin saber lo que en realidad estaba pasando.

—Pero mira lo putita que resultaste. Calentarse con el hermano de tu marido, hasta tal punto que empapaste toda la tanga… que puta.

No podía creer lo que estaba pasando. De mi boca solo salían suspiros suaves que, milagrosamente, eran silenciados por la música. Sentí sus dedos hurgar en mi interior. Él estaba follándome la vagina, sin importarle que la gente nos veía en todo momento. Su pulgar apretaba mi clítoris hinchado, tuve que morder mis labios para no gritar de placer.

—¿Qué pasa, putita? ¿No querés que Dylan te vea?

Negué con la cabeza, mientras escuchaba cómo se reía suavemente. Sentí una intensa mirada sobre mí, levanté la cabeza y me di cuenta de que Dylan nos había estado mirando desde la mesa principal. Me horroricé e intenté alejarme de Marcelo, pero él pellizcó mi clítoris, haciéndome quedar quieta en mi lugar. Una mezcla de dolor y placer me recorrió completamente.

—Shh. Fíjate bien, putita.

Confundida lo observé con más atención, y noté como se estaba masturbando debajo de la mesa.

—Tu “querido esposo”, sabe bien lo puta que sos.

Yo ya estaba a punto de correrme. El ver a Dylan así, de esa forma, me excito aún más.

—Escucha bien lo que te voy a decir, ahora te vas a calmar. Vas a venir conmigo y con Dylan, callada. ¿Te quedó claro?. Creeme que esto te va a gustar, cerdita.

Al escuchar su orden, sentí un temblor interno y obedientemente lo seguí. Cuando pasamos por al lado de Dylan, Marcelo sonrió con complicidad y él le sonrió de vuelta. Levantándose de su lugar y caminando junto a nosotros. De reojo pude ver qué en sus pantalones se podía notar perfectamente un gran bulto.

Nos fuimos los tres en el auto de Marce, ellos iban sentados adelante y yo iba en el asiento de atrás. Me miraban con ojos depredadores, llenos de lujuria y deseo. Nadie decía nada, había un silencio sepulcral. Estaba muy nerviosa, miraba a Dylan, quien estaba muy sereno. A pesar de haber visto cómo la mujer, que se convirtió ese mismo día en su esposa, era masturbada por su cuñado. Sin darme cuenta, Marcelo había estacionado el auto puesto que ya habíamos llegado. Apenas puse un pie adentro del departamento, entre los dos hermanos me desnudaron completamente, devorando mi cuerpo desnudo con su mirada hambrienta. Dylan me miró con una sonrisa retorcida haciéndome mojar nuevamente.

—Sé cuan puta sos y, también sé que le tenés ganas a Marcelo desde que lo viste. No soy boludo.

Tragué duro, yo estaba desnuda y me sentía tan avergonzada como vulnerable, sin embargo no me sentía en peligro real. Traté de tapar mi cuerpo lo más que pude, con mis brazos. Tenía la mirada clavada en el suelo, no podía mirarlos a la cara. Escuché el sonido de la ropa cayendo hasta el suelo.

—Sin embargo, no estoy molesto. Al contrario… Esto es algo excitante.

Levanté la mirada y vi que Dylan y Marcelo estaban desnudos enfrente mío, quedé mirando atónita sus vergas.

—¿Qué? Esto… —mis palabras fueron silenciadas por una fuerte bofetada que me dio Dylan.

—Callate puta de mierda.

Su golpe y tono autoritario, me hicieron gemir y suspirar. Sentí como todo mi cuerpo se encendía.

—Que puta tan asquerosa que es… era verdad lo que me dijiste, hermano. —Marcelo hablaba mientras me miraba con diversión y malicia.

—Es una putita muy sumisa, a la que le encanta que la traten así como lo que es. Una cerdita adicta al semen y a las verga de los machos. —Ambos se rieron— Más vale que esté preparada para recibirnos en su culito está noche.

Yo estaba muy excitada, no podía creer lo que estaba pasando. Miré a Dylan y vi la malicia lujuriosa en sus ojos

—Marce, desde ahora está cerda asquerosa va a ser nuestra puta personal.

Marcelo le sonrió a Dylan con satisfacción y luego me miró con ferocidad.

—Si ella es nuestra… ¿No deberíamos marcarla como tal?

Dylan asintió con una risa cruel. Inmediatamente sentí como dos potentes chorros de líquido caliente, impactaron sobre mi cara y cuerpo. Fue entonces que entendí que era lo que iba a ser de mí. Yo les pertenecía a ellos, era su puta.

Luego de esto, los tres subimos al baño y entramos en la ducha caliente. El vapor llenaba el baño. Solo se escuchaba el sonido de la ducha y el agua cayendo, mezclado con mis suspiros de placer. Sentía los labios de Dylan en mi cuello, mordiendo y succionando con ansias. Sus manos se deslizaban por el sendero que las gotas dejaban sobre mi piel. El calor subía cada vez más, mi cuerpo ardía con necesidad.

En ese momento yo ya no era una persona. No. Me había convertido en una puta zorra sedienta del semen de sus dos machos, no era más que una cerdita hambrienta de sexo. La única cosa que había en mi mente, era el deseo de que esos hombres metieran sus vergas calientes dentro de mi asqueroso y gastado agujero.

Ya no podría volver a ser una persona, nunca más, simplemente soy un simple depósito de semen para mis machos ansiosos por acabar.

Marcelo me miraba con hambre, su mirada estaba oscurecida por la lujuria. Dylan me agarró con brusquedad de la mandíbula, girando mi cabeza.

—Sos un pedazo de puta, cerda asquerosa. Ahora decime, ¿A quién le perteneces?

Mis ojos se cerraron por el movimiento tan brusco y repentino. Marcelo me clavó los dientes en la clavícula, provocando que soltara un grito de dolor.

—Abrí los ojos y respóndeme, hija de puta.

La voz de Dylan sonaba tan profunda y autoritaria que me hizo estremecer. Mi vagina se mojaba cada vez más. Abrí los ojos, y me choqué con una mirada que mostraba deseo absoluto. Un suspiro se escapó de mis labios entreabiertos. Me sentía como en un trance.

—¿A ustedes…?

Murmuré con un hilo de voz, tartamudeando insegura. Supe instantáneamente que había cometido un error. Ya que un nuevo mordisco, mucho más fuerte que el anterior, me sacó de mi estado de transe. Emití un alarido de dolor y sentí cómo mi cabello era duramente jalado, obligándome a dirigir la mirada hacia Marcelo.

—Habla bien, cerda imbécil.

El tono lleno de desprecio en su voz, me hacía temblar, mi vagina estaba ardiendo. El agua caliente de la ducha se sentía fría en comparación a como estaba mi cuerpo.

—Yo… Yo les pertenezco a ustedes dos… Soy suya y sólo suya, para que puedan usarme como quieran.

Debajo del agua caliente, mi voz y mis piernas temblaban. Mi cuerpo entero estaba a merced de ellos, Marcelo estaba detrás mío y Dylan adelante. Sentí como Marcelo soltó una suave risa en mi nuca y me estremecí aún más. Dylan me agarró con fuerza los pechos, apretándolos y amasándolos. La sensación de sus grandes y callosas manos, me arrancaba suspiros desde lo más profundo de la garganta. Mis pezones empezaban a erectarse y él los apretaba, pellizcándolos sin piedad. Un gemido agudo se escapó por mis labios, de inmediato sentí una nalgada tan fuerte que me hizo sollozar.

—¿Quién te dio permiso para gemir, puta de mierda? —Marce miró a Dylan con desaprobación.— Me parece que esta cerda asquerosa no conoce su lugar.

Volvió a jalar mi cabello, sin nada de cuidado, obligándome a mirarlo a los ojos. Mis piernas flaquearon y sentí que me caía, pero Dylan rápidamente sujetó mi cuerpo tembloroso, con su brazo izquierdo, evitando el impacto y obligando a que me mantenga firme allí. Sin dejar de torturar, con su mano derecha, mis sensibles y maltratados pezones.

— Abrí la boca.

Tímidamente abrí mi boca lo más grande que pude, bajo su atenta y estricta mirada. Luego de unos segundos, que parecieron una eternidad, sentí como mi marido escupió en mi boca. Él no dejaba de verme a los ojos con una mezcla de satisfacción y arrogancia.

—Trágalo, cerdita.

Lo tragué rápidamente, sin pensarlo mucho, y giré mi cabeza rompiendo el contacto visual. Entonces, mis ojos se cruzaron con los de Marcelo, su mirada estaba repleta de malicia. Una corriente eléctrica me recorrió por dentro, robándome un suspiro. Mis ojos bajaron por su cuerpo y noté como estaba masturbando su verga con intensidad. En ese momento, bajó su mirada tan intensa como hambrienta, me sentía como una presa indefensa, frente a un ávido depredador.

Dylan acortó la distancia entre nuestros cuerpos, pegándolos aún más. Podía sentir claramente su polla venosa picándome en el vientre. Soltó mis pechos y agarró su verga, deslizándose por mi vientre hasta llegar a las piernas. Para luego, separarlos con rudeza, metiendo hábilmente su miembro entre mis muslos y simular una penetración.

La fricción, sumada a la sensación de su pene duro y caliente frotándose contra mi vagina igualmente caliente y mojada, me estaba haciendo enloquecer. Dylan guío la cabeza de su polla hacia mi clítoris, acariciándome, provocando que gemidos y suspiros salieran de mi boca sin ningún reparo. Me estaba llevando al éxtasis, pero cada vez que sentía que me acercaba al orgasmo, él frenaba y se reía sin dejarme terminar.

—Esta putita está muy mojada, como se nota que le encantan las vergas.

Me sentí humillada, ambos hombres se reían y se burlaban de mi estado tan necesitado. Marcelo me apretó fuertemente la nalga derecha, haciéndome chillar. Llevó sus dedos a mi vagina, juntando un poco de mis jugos con ellos.

—Limpiame los dedos. Y, dale, no te hagas. A vos te gusta mucho, cerdita.

Me puso sus dedos gruesos, empapados del líquido blanquecino, sobre los labios y yo se los lamí, tragando mis propios jugos ácidos. En el momento en que yo tenía mis ojos cerrados, degustando la ofrenda de mi cuñado, sin previo aviso, metió bruscamente toda su verga en mi vagina de una estocada. Me la metió sin cuidado, desde detrás mío. Arqueando la espalda solté un grito agudo de puro éxtasis, al tiempo que me vine fuertemente por su verga.

—Que cerdita más puta y caliente, Dylan. Se corrió apenas la metí.

Marcelo embistió mi cuerpo ferozmente, sin detenerse. Me sacudía sin delicadeza. Yo no podía parar de gemir sin control, mientras que él me miraba con lujuria. Jaló mi cabello acercando mi cabeza a sus labios

—Sos una puta de mierda. Cómo te encanta que te claven la verga, mientras tu marido mira… me das asco. —mis gemidos rebotaban por las paredes de nuestro baño.— ¿Con qué clase de puta barata te casaste, Dylan?

Intenté hablar, pero sentí a Dylan agarrándome violentamente de la cabeza y haciendo fuerza para que me agache. Su movimiento tan repentino, me tomó por sorpresa y me hizo chillar. En respuesta, Marcelo me embistió con más rudeza y nalgueó mi culo, provocándome una lágrima de dolor. El sonido del choque de nuestras pieles simulaba aplausos.

—Ni se te ocurra quejarte del trato tan bueno que te damos, pedazo de mierda. Para una puta como vos, este debe ser el cielo.

Marcelo volvió a nalguear mi culo con tanta fuerza está vez, que me dejó su mano bien marcada. Dylan seguía tirando con fuerza mi cabeza hacía abajo, dirigiéndome sin ninguna sutileza hasta su verga erecta. Cuando abrí la boca para intentar hablarle, él metió su verga hasta el fondo de mi garganta, produciendo una sensación de arcadas.

Este era un cuadro grotesco. Estaba siendo follada brutalmente, en la ducha de mi casa por mi marido y por su hermano. Dos hermanos que comparten la misma sangre y los mismos genes, ahora también comparten a la misma perra.

Sin poder soportarlo más, tuve mi tan ansiado orgasmo. Grité mientras sentía un chorro violento de agua saliendo por mi vagina, al mismo tiempo que también acabaron Marcelo y Dylan. Sentía mi boca y mi vagina llenas de semen.

—Anda putita, trágate a nuestros hijos. Pedazo de mierda. —me decía Dylan, mientras me tapaba la nariz y golpeaba mis mejillas con su verga.

—Que rica zorrita. Dylan, espero que no te moleste que tu mujer quede preñada de mí. —Marcelo se reía, mientras sacaba su verga de mi interior, dándome otra nalgada. El semen caliente caía por mis piernas. — Nos vamos a divertir mucho los tres juntos, hermano.

El vapor llenaba el lugar, el agua caliente caía lento por nuestra piel en una danza sensual. Los tres estábamos en un éxtasis total. Las embestidas eran duras y constantes, me dolía la boca. Mis lágrimas caían por mis ojos, sentía que me iba a desmayar y mis piernas temblaban.

Me di cuenta de que Dylan y Marcelo me habían hecho su puta desde el inicio. Seguramente ya lo tenían todo planeado, incluso desde antes de ponernos de novios. Y yo, sin saber nada, caí en su hermosa trampa.

En mi mente y en mi corazón hay un único deseo, solo quiero ser follada y disfrutada por ellos. Quiero sentir su semen en cada uno de mis agujeros, que me marquen como su propiedad. Ser su única puta, su depósito de semen favorito. Que me marquen como suya, una y mil veces.

Y así fue que, en ese instante mientras estaba siendo brutalmente follada por mis dos machos, entendí que solo vivía para ser follada por ellos. Solamente existo para ser la puta, perra, zorra, cerdita de Dylan y Marcelo.

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