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Una noche en la que fuimos de boda con mi mujer
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La fiesta de la boda a la que concurrimos la otra noche fue maravillosa, mucha gente y alegría junta. Debo decir que me llevo un gran recuerdo de todo lo sucedido. Pero creo necesario conceder un espacio de mayor preponderancia a una particularidad de esa noche, la causa por la cual mi atención estuvo sumida completamente a un solo hecho: la atrayente e inconmensurable belleza y sensualidad de mi mujer. No mostrarme anonadado resulto ser difícil esa noche, las sonrisas de picardía que mi mujer expresaba así lo atestiguaron. Realmente su atractivo me confirió cierto desconcierto que no pude disimular.

El vestido rojo que le llegaba hasta la mitad de sus muslos descubriendo a la vista esas adorables piernas me deslumbro. La curvatura de su cintura resplandeciendo sobre ese rojo tan intenso me encandilo de tal manera que no pude contener los suspiros cada instante que la veía caminar. Esa tela se ceñía tan perfectamente a cada rincón de su cuerpo que fue imposible quitarle la mirada de encima en toda la noche. El deseo de atraparla entre mis manos para poseerla creció de manera ferviente a medida que trascurría la fiesta. Mi mirada tropezó en cada rincón de su cuerpo durante toda la noche, mi pulso se aceleraba cada instante en que más cerca de ella estaba.

En un momento de la fiesta ella se dispuso a charlar con una invitada que estaba a su lado derecho en otro asiento cercano. Observando con gran deseo a mi mujer me fue difícil enterarme de que hablaron, mi mirada tan osada recorría de arriba abajo su cuerpo. La detenía en su boca que articulaba palabras, en su mirada atenta por la conversación. Bajaba hasta sus pechos sin prisa la mirada, el escote ajustado ocasionaba que mi piel ardiera mientras mis ojos se posaban tan a gusto sobre ellos.

Tan complacido por la contemplación de su cuerpo me hallaba. Verla arropada con ese vestido rojo provoco que me costara contener la erección, el latir abrupto de constantes vibraciones en mi miembro erecto me dominaban. Mordiendo mis labios deslizaba la mirada por sus piernas cruzadas. El costado de su pierna izquierda estaba a merced de mis ojos. Mis manos se inquietaban de tal manera que golpeaba los dedos contra la mesa deseando apretar la piel de sus piernas vigorosamente.

Cuando finalmente termino la charla y la invitada se fue al baño coloque mi mano derecha sobre su espalda. La conduje hábilmente mirando su boca, centímetro a centímetro desplace mi mano suavemente frotando hacia abajo, y cada vez más abajo hasta alcanzar la parte inferior de su espalda. Desde ahí arrastre el movimiento de mano hacia la parte derecha de su cintura. La sostuve apretando firme, acariciando con los dedos lento y suave. Frotaba a medida que iba ascendiendo por el contorno de su cadera. El placer que sentí al hacerlo profundizaba aún más mi respiración. Lentamente acerqué tanto como pude mi boca a la suya para besarla. Fue un alivio desplazar mis labios sobre los de ella. Lo hice con tanto entusiasmo que sentí que estábamos solos en el universo. Una sensación invadió mi cuerpo haciendo parecer que de mi cuerpo emanaba calor.

Como en una laguna en la cual la corriente de viento comienza a formar las primeras ondas, mis manos comenzaron a invadir cada rincón de su cuerpo. Primero fue suave, como una brisa, luego desplegando de a poco todo el furor que la tensión me proporcionaba. Sus piernas, su cadera, su cintura, su espalda estuvieron a merced de mis manos. A medida que pasaban los segundos la inquietud de mis manos hacían emerger la pasión y el desenfreno en mi ser. Apretaba su piel, apoyaba las yemas de mis dedos desplazándolos tan indiscretamente por sus piernas. Furtivamente lograba acariciar sus piernas por debajo de su vestido. El contacto de mis labios con los suyos acrecentaba aún más el vértigo, el deseo de poseerla. Beso a beso me apoderaba totalmente de ella entre mis manos.

Finalmente tomé su muñeca con mi mano y la conduje hacia afuera tan aprisa como pude. Nos dirigimos hacia el auto que estaba en el estacionamiento del local de la fiesta. El temblor de mis manos ocasionado por la excitación me impidió abrir cómodamente la puerta de adelante. Mi mujer, la cual sostenía de la muñeca aun, me miraba y sonreía burlonamente.

Cuando eso ocurre, cuando veo esa sonrisa en ella, las ganas de poseerla son insoportables. Sus ojos tan grandes, su mirada tan tierna combinado a esos labios hermosos en plena sonrisa me deleitan descomunalmente. Una vez dentro del auto con ella, en el asiento trasero, comenzó uno de los mejores momentos que experimente en mi vida.

Un impulso enérgico hizo que la empujara dejándola acostada a lo largo de la parte trasera del auto. Inmediatamente me recosté encima de ella a pesar de su sorpresa: “como se nota que hace mucho que no estamos solos sin nuestro pequeño” le oí decir antes de que mi boca besara sus labios. Mis labios delicadamente se sumergieron apretando tan a gusto su labio superior. Realmente al besarla sentía un vértigo irrefrenable sobre el estómago. Con ambas manos sostenía sus mejillas. Al hacerlo, acariciaba lenta y serenamente con la mano derecha su cabello hacia el costado.

Sabía yo que en ese momento estaba en un profundo estado de necesidad de acceder al contacto de su piel. Poco a poco mi mano derecha se arrastró hacia abajo surcando su cabello. Aplasté la piel de su cuello con mis dedos y lentamente fui descendiendo. Cayó mi mano hasta alcanzar uno de sus pechos. Lo rodee completamente con la mano abierta. Apreté y seguí moviendo la mano por esa zona. Mis besos a su boca cambiaron a besos en su cuello, la euforia sentida era tal que mi respiración se profundizaba cada vez que lo hacía.

Inmediatamente me dispuse a quitar su ropa interior deslizando mis manos por debajo de su vestido. El temblor de mis manos era comparable al de mi miembro erecto, el cual sentía humedecerse a cada segundo. Fue en un instante fugaz que bajé mi pantalón y abriéndola de piernas introduje con vigor mi verga. Tan caliente estaba que se deslizo con firmeza hasta el fondo, la llené entera y pude sentir con enorme entusiasmo como su vagina apretaba mi miembro erecto. Aplastado contra su cuerpo mis embestidas se aceleraban mientras ella gemía sobre mi oído.

Sujetarla entre mis brazos realmente me hacía sentir un verdadero éxtasis, cada gemido de ella me excitaba más y más. Con el deseo incontrolable de descargar todo mi semen dentro de ella, mi mano sujetaba su espalda debajo del vestido, rasguñando su piel por impulso a medida que las embestidas se incrementaban en intensidad y ritmo. En profundo alarido casi sin poder contenerme y con enorme potencia tuve un orgasmo incomparable. Chorro tras chorro de semen brotaba de mi miembro erecto y firme llenando su interior. Totalmente inundada de mis fluidos le deje su vagina. En profundo suspirar pude sentir el alivio de la enorme tensión sexual que previamente sentía.

Esa noche fue realmente increíble, jamás lo habíamos hecho de forma tan increíble, excepto lo que sucedió luego de llegar a casa…

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