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Una noche en la aldea
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Este relato comienza una noche como otra cualquiera en donde los cuentos acaban y empiezan las fantasías, varios aldeanos y aldeanas nos encontrábamos en una taberna en un pueblo cercano al nuestro. Entre todos, destacabas tú, morenita, muy bien proporcionada, tenías el pelo recogido en una coleta y llevabas un vestido de algodón, algo suelto, con una falda algo rasgada que dejaba ver con claridad tus contorneadas piernas.

La noche transcurría por los cauces habituales, cerveza, hidromiel, bailes… Ya la madre blanca estaba en lo alto, con esa luminosidad que da al estar llena, tú dijiste que tenías que tomar el aire y me ofrecí a acompañarte. Nada más salir y entre dos balas de heno vomitaste. En esos momentos no estabas especialmente atractiva, pero no podía dejar de mirar tus piernas y el tanga que se intuía bajo su vestido.

Estuvimos andando unos cuarenta minutos para que te diera el aire. Yo te hablaba, pero no parecías enterarte de nada, sin embargo los continuos roces con tu cuerpo, dado que ibas apoyada sobre mí, me estaban provocando una tremenda excitación.

Llegamos a un prado y decidimos sentarnos. Te sentaste, apoyándote sobre mis piernas y creo que te quedaste dormida. No pude por menos que alegrarme dado que hubiera sido difícil disimular mi erección en esos momentos. Pero entonces, un providencial golpe de aire levantó tu vestido lo justo para que pudiese ver tus piernas en toda su extensión, justo hasta el elástico de tu tanguita. Estiré la mano para devolver el vestido a su posición normal y al hacerlo rocé tu piel con las yemas de mis dedos… estaba caliente.

Aparentemente estabas dormida y no puede evitar acariciarte un poco más. Deslicé mi mano desde tu rodilla hacia arriba apenas rozándote con las yemas de los dedos estaba nervioso, pero no podía parar. Mi mano alcanzó el elástico de tu tanguita sobre tus caderas y siguiendo el borde alcancé el pequeño triángulo de tela que cubría tu sexo.

Te miré y continuabas dormida, así que decidí ir más allá y deslicé mis dedos sobre aquel pedacito de tela dibujando una S sobre el tejido, casi sin rozarlo.

Suspiraste levemente, lo que me excitó aún más así es que comencé a juguetear con mis dedos. De pronto abriste los ojos e instintivamente retiré las manos. Me miraste nerviosa mientras te colocabas el vestido y al hacerlo se te cayó la faltriquera. Me agaché para recogértela, apoyándome instintivamente sobre tu rodilla y al levantarme pude ver perfectamente aquel triangulito de tela que segundos antes estaba acariciando, me quedé embobado mirando y entonces te recostaste un poquito y me dijiste susurrando… ‘Me gustaría que siguieras’.

Aquello me dejó totalmente helado y tardé algunos segundos en reaccionar. Finalmente me decidí y comencé a besar tus piernas comenzando desde las rodillas, subiendo lentamente, apenas rozando tu piel con mis labios, deslizaba mi lengua sobre la cara interna de tus muslos, levantando el vestido con mis manos según avanzaba hasta que mi nariz topó con tu tanguita.

Te miré y puse mi mano sobre el borde, tirando de él hacia arriba, haciendo que presionase tu sexo. Se te escapo un leve gemido mientras mi dedo dibujaba el contorno de tu sexo sobre el tejido de su tanguita. Puse mis manos sobre tus caderas y bajando, arrastré su tanguita hacia abajo, dejándolo sobre tus rodillas.

Humedecí un poquito mi dedo índice y lo deslicé desde tu pubis hacia abajo, jugueteando con tu clítoris apenas rozando los labios y subiendo muy lentamente, presionándolo con la yema.

Noté como tu respiración se aceleraba y unos gemidos muy suaves comenzaron a salir de tu boca mientras mi dedo se deslizaba bordeando tu clítoris, apenas rozándolo. Suspiraste profundamente en el momento en que puse mi dedo sobre él y comencé a masajearlo, haciendo pequeños círculos sobre él presionándolo con la yema muy despacito.

Tú jugueteabas con mi pelo, acariciando mi nuca y con suavidad empujaste mi cabeza contra tu sexo. Así que deslicé mi dedo un poquito más abajo y mi lengua ocupo su lugar, bordeando tu clítoris, humedeciéndolo, besándolo…

Mis labios lo envolvieron y comencé a juguetear con él dentro de mi boca, lamiéndolo, presionándolo con mi lengua. Lo succioné con mucha suavidad y mientras tu estiraste las piernas cerrándolas un poquito. Sentía la presión de tus muslos sobre mi cara y tu respiración muy agitada y entonces salió de tu boca un suspiro muy profundo, relajándote al instante, te estabas corriendo.

En ese momento oímos el relinchar de unos caballos, estábamos en el prado cerca de nuestra aldea. Te tapaste te corriendo, nos incorporamos tratando de tranquilizarnos, eran otros aldeanos que venían ya para casa, nos buscaban así que tuvimos que interrumpir nuestro encuentro. Nos levantamos y nos dirigimos hacia la aldea. Ya llegando a la entrada de la villa, me dijiste al oído que: "esto no acaba aquí, que ya te tocaría a ti hacerme gozar".

Lo que tú no sospechaba es que yo había ya gozado con lo sucedido.

Espero que te guste un cachito.

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