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Una noche con Mar (1 de 3)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Esta es una fantasía con mi amiga Mar, a quien sólo conozco por los relatos que publica como “Mar1803”, además de los correos y fotos (¡qué fotos!) que generosamente me ha obsequiado a través de casi ocho años.

Aclaración: para escribir esta fantasía, además de mis ganas de Mar, me he apoyado en lo que ella cuenta de sus relatos y de lo mucho que hemos platicado en nuestra correspondencia electrónica. Seguramente, y antes de que me reclamen, he tomado algunas ideas, o quizá frases completas, de los relatos de otros autores.

En el penúltimo correo, Mar me contó que su marido saldría durante una semana a trabajar fuera de la entidad donde viven. Además, su hija y su hijo menor irían a visitar a una tía que la había invitado desde el domingo, aprovechando una semana que le correspondía en el resorts que ella pagaba. Por si eso fuera poca coincidencia, ella se quedaría en casa para atender a su hijo mayor, pero (¡casualidad!) ese hijo había sido llamado para concursar durante dos días (lunes y martes) por una plaza de trabajo, que anhelaba mucho, en otra ciudad. Su soledad comenzaría el martes, después del “maratón” de amor que ella acostumbraba desde el viernes en la noche hasta el lunes.

“¿Y sí puedes continuar el maratón el lunes en la noche y el martes?”, le escribí. “¿Con quién?”, respondió. “¡Conmigo, nos vamos a donde quieras!”. “Háblame mañana a las 11 am” fue la respuesta, acompañada de su número de teléfono. De inmediato le envié un Whatsapp para que me añadiera, y así lo hizo.

Al día siguiente, hice puntualmente una video llamada. Como ya dije, nos conocemos en fotografías. Al parecer, ella se estaba vistiendo después de salir del baño y me estaba esperando con una bata.

–¿Estás solo y puedes ponerte cómodo para reconocerte bien? –contestó abriendo la bata y vi su pecho.

–¡Guau! ¡Claro que te reconocí el rostro!, pero también veo que sí eres tú… –dije apretándome el bulto en crecimiento.

–Yo también sé, por tu cara, que eres tú, pero confírmamelo así –dijo bajando la lente hacia su panocha.

–¡Qué vellos tan hermosos! –expresé, y me abrí la bragueta, para extraer con mucha dificultad la tranca que la tenía al tope–. Estoy solo, pero en mi oficina, en mi escuela –expresé enfocando mi verga mientras me sacaba los huevos, también con mucho trabajo.

–Sí, eres tú… –dijo y volvió a enfocar su cara con un gesto de lascivia, relamiéndose la boca.

–Debo guardar mi “credencial de identificación”, pues podría venir alguien –le expliqué, aunque había puesto seguro a la puerta antes de marcarle.

–Lo entiendo, yo también –dijo cerrándose la bata.

Después de una charla que dejó en claro que aprovecharíamos la oportunidad que el destino nos daba para el retozo, y los detalles para que el encuentro se diera, nos despedimos.

Resumo los detalles: Debería ser en su casa (ella debería estar allí necesariamente y no veía el hotel como opción, yo llegaría después de las diez pm, la llamaría para que supiera que ya estaba por allí y ella dejara emparejada la puerta para que entrara sin que algún vecino fisgón se diera cuenta. No saldríamos de la casa, donde andaríamos desnudos, y yo saldría hasta las 10 pm del siguiente día.

No sé si todas las mujeres sean tan hábiles para urdir con tanta precisión cuando quieren verga, pero Mar es una maestra, ¡ya verán por qué…! Por mi parte, tuve que solicitar la ayuda de un colega, el delegado sindical de la zona, para inventarnos una elección sindical extraordinaria en la ciudad donde vive Mar, claro, donde yo sería escrutador y debería presentarme el martes en la mañana, por ello saldría el lunes, después de clases, y regresaría en la noche del martes o el miércoles, según se requiriera. Así, con mi permiso autorizado en el trabajo y, obvio, en la casa, salí desde la CDMX hacia el Bajío.

Aunque a algunos les parezca desleal, el domingo en la noche le di una buena despedida a mi señora y, por si fuera poco, también la dejé el lunes en la cama con el mañanero. Siempre con el arma bien rígida, me aguanté para no eyacular, pero dejando a mi mujer con el cansancio que le dio el exceso de orgasmos. Al terminar mi clase, y con el rifle bien cargado, salí a cubrir los 500 km de carretera. Mar me precisó la dirección de un estacionamiento seguro y cercano a su casa donde debía dejar mi auto.

A las 10 pm en punto, hice la llamada. “Ya vi la puerta de tu casa, está oscura”, le dije desde fuera de la entrada al pequeño coto “Privada de la Reyna”. “¿Recuerdas el código de la entrada?”, preguntó. “Sí, 1008”, contesté y vi que se abrió la puerta de su casa. “Pasa con sigilo”, dijo y cortó la comunicación. Avancé silenciosamente los pocos metros, empujé la puerta y entré con rapidez. Mar cerró la puerta y prendió la luz de la sala.

–Debes tener hambre, es largo el viaje si vienes solo –me dijo y me besó.

–¡Hambre de ti! –le contesté al terminar el dulce beso, tan delicioso que la verga se me paró de inmediato y la estreché, pegando mi pubis sobre el suyo.

–¡Ja, ja, ja! Después nos comemos eso, primero comes lo que te preparé –dijo, llevándome del brazo al comedor, donde ya estaba servida una deliciosa y humeante crema de champiñones. También, estaba aireándose una botella de tinto francés.

Le di un regalo que había comprado para ella. Me lo agradeció con un chasquido de labios sobre mi mejilla y me señaló el baño para que me lavara las manos. Al terminar, sirvió un lomo mechado con una deliciosa salsa de almendras y de postre un sabrosísimo flan casero.

–¡Nunca imaginé que prepararías esta deliciosa cena para mí! –dije sinceramente agradecido al concluir la cena.

–¡Hey, hey! No te vueles –dijo, deteniendo mis muestras de agradecimiento–. Aún no sé si tú valgas que me esmere así por ti en la cocina. Esto comimos antier y lo hice para despedir a mi marido y a mi hijo –precisó y yo puse una cara seria–. Hice de más, para comer yo hoy y cenar contigo, sí, también pensé en ti…–aclaró, entornando los ojos y acercó su cara para pedirme un beso.

La besé y levantó los trastos. Le ayudé a llevarlos al fregadero y antes que me preguntara qué prefería: “lavar o secar”, exploté.

–Estuvo rica la cena, no lo niego, pero ¡me hiciste sentir que me habías dado las sobras!, aunque hayas cocinado una ración de más para mí –exclame con algo de molestia.

Cuando escogí lavar los trastos y ollas, ella habló demoledoramente, mostrando más realidad que ilusión.

–¿Acaso no tienes claro que serás el último de este maratón? Tendrás las sobras de la leche y el atole que hice con tanto amor en estos tres días… –en mi mente resonaron las palabras con las que la invité para coger: “¿Y sí puedes continuar el maratón el lunes en la noche y el martes?”

–Tienes razón –dije en plan conciliador al tener una oportunidad que muchos hubiesen querido y seguimos lavando y secando trastos entre sonrisas y besos.

–¿Quieres cuba, vino o agua para llevar a la recámara? –preguntó y elegí vino.

Al entrar a la recámara vi que había un tocador con una gran luna, también otro espejo en la puerta del baño de la alcoba, donde se podría apreciar toda la acción. Junto al peinador una banca para dejar mi ropa, y fuera del alcance de la visión donde ella recargaría su teléfono móvil. Voy a recibir una llamada cerca de las once y media, y tú te quedarás parado o sentado aquí, sin hacer ruido, mientras hablo. Me desvistió y ella se quitó la bata. Estábamos disfrutando un sabroso 69 donde yo probaba el atole de sus dos machos que dejó para mí, sin haberse aseado el interior de la vagina, cuando sonó el teléfono.

Ella se puso la bata y me señaló el lugar a donde yo debería estar. Tomó el teléfono y contestó, era una video llamada. Puso el altavoz y acomodó el teléfono sobre una base construida para mostrase sobre la cama.

–¡Hola, mi amor! ¿Cómo les ha ido? En la tarde recibí el mensaje de que habían llegado bien. ¿Estás sólo en tu cuarto? Dijo Mar y se acostó.

–Sí, mami –contestó el cornudo–, ya sabes que es un cuarto para mí solo.

–Entonces, me quito esto. No me vaya a pasar como la vez en que había un compañero contigo y nos quedamos con las ganas de decirnos cómo nos queremos… Dijo Mar, quien más tarde me explicaría que contestó encuerada y alguien la vio.

–¡Ja, ja, ja! No, Daniel no vio mucho en esa ocasión –dijo su marido.

–Pues yo no lo vi, pero escuché el “silbido que hizo”. ¿Ya te quitaste la ropa? –aclaró Mar antes de preguntar si ya podían empezar a decirse más cosas de amor.

–Sí, mamita, quiero ver cómo te revuelves los pelos de la panocha mientras me la jalo.

–¡Qué grandota la traes! ¡Quiero que me cojan con un garrotote como ese! –decía Mar, al tiempo que se masturbaba aceleradamente, dándole la función al cornudo y a mí que también me acaricié huevos y verga, pero sin hacer ruido.

–¡Ya me va a…! ¡Mjh, mjh, ahh…! –se escuchó del otro lado, en clara alusión de una venida del marido y yo también quería venirme al ver las puteces de Mar.

–¡Qué rica leche, mi amor, quisiera poder tomarla y dejarte limpiecitooo… ¡Ohh…! –dijo Mar cuando se estaba viniendo y vio mi verga crecida de tanto cariño que yo me daba.

–¡Qué puta mujer tengo! –se escuchó del otro lado de la línea, acompañado de un par de chasquidos más que el prepucio hacía con el movimiento de la mano. “Si supieras…”, dije para mí, conteniéndome de ir a clavarme a su mujer.

–¡Amor, cayó una gota en el lente de la cámara y no veo! –se quejó Mar.

–Fue de la última sacudida, al rato la limpio, mamacita–explicó el cornudo antes de preguntar por la leche que Mar le había ordeñado en la mañana.

–Al rato me la tomo, lástima que no te la puedo compartir a ti en un beso. Buenas noches. –dijo y se despidió, lo mismo hizo el cornudo.

Una vez que apagó el celular y lo dejó bocabajo. Se levantó y salió de la recámara pidiendo que la esperara. Regresó pronto con un vaso tequilero y entendí que ahí estaba la leche de su marido, a la que él se había referido.

(Continuará)

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