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Una madre corrompida
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Mi nombre es Juan. Tengo 48 años. Actualmente, desempeño las funciones de profesor de matemáticas y jefe de estudios en un colegio muy importante y reconocido de la ciudad de Buenos Aires. Siendo jefe de estudios entrevistó semanalmente a gran cantidad de padres de niños y adolescentes que tienen diversos problemas de conducta, de adaptación o de aprendizaje. Con el fin de articular medios para poder ayudarlos y reinsertarlos en el estudio. Y así derivarlos a talleres de refuerzo para las áreas donde se encuentren en problemas. Esto suele ser una buena alternativa ante estas situaciones. También mi función es disciplinaria, castigar a aquellos revoltosos que no cumplan las normas de convivencia dentro de la institución. Debo confesar que en este aspecto suelo ser muy duro y estricto.

Había un caso en particular en el que me voy a centrar para contarles esta historia. Este caso es el de la familia Velázquez. Estos padres eran habitué en las entrevistas. Solíamos hablar 5 o 6 veces por año, conociéndonos a la perfección. Mayormente, las entrevistas eran por el mal comportamiento de sus hijos, que con el paso del tiempo se iban agravando y ponían en jaque el bienestar estudiantil. Hace un tiempo mi opinión ante el comité disciplinario fue de expulsar a estos problemáticos estudiantes y así poder cortar de raíz las cuestiones generadas por estos.

En las últimas entrevistas solicitadas por la institución, la señora Romina Velázquez asistió extrañamente sin su marido. En medio de una de estas entrevistas dio a entender que con su pareja estaba transitando un doloroso divorcio. Entre líneas nos solicitaba un poco de paciencia y comprensión ante esta difícil situación que le tocaba transitar. Cuestión que afectaba directamente a sus hijos en todos los órdenes. Meses después me vi obligado a volver a llamarla de urgencia por un hecho perpetrado por uno de sus hijos que involucraba la rotura de varios cristales del edificio. Estaba claro que esta situación ameritaba una expulsión directa.

La señora Velázquez asistió puntualmente a la hora y día en la que fue citada. Cómo siempre muy bien arreglada para sus 35 años. Oliendo a rosas y envuelta en su tapado negro que hacía juego con su cartera y lentes. Entramos a mi pequeña oficina donde tantas veces ya habíamos tenido algunas charlas. Guardó sus lentes en su pequeña cartera. Mientras la invitaba a tomar asiento y ponerse cómoda. Despojándose de su tapado, tomó asiento frente a mí. La charla sería breve, pero debí hacer una pequeña introducción por una cuestión de formalismo.

— Señora Velázquez, ¿está notificada de los hechos vandálicos que ha efectuado su hijo contra la propiedad escolar, verdad?

— Sí, señor lo sé y quiero comprometerme a pagar todos los daños que estos efectuaron.

— Mi estimada, lamentablemente estamos muy cansados de estas actitudes y no creemos que esto pueda arreglarse con dinero.

— ¿Qué quiere decir? Preguntó asombrada

— ¡Vamos a tener que expulsar a sus hijos del establecimiento! Lamentablemente, ya hemos tolerado muchas situaciones críticas. Espero que me entienda, pero hasta aquí hemos llegado. A partir de mañana, los mismos ya no estarán en la nómina como alumnos regulares.

— ¡No, por favor! ¡No pueden hacerme esto! ¡Le pido que tengan un poco de consideración y algo de piedad!

— Lo lamento, señora Velázquez. Ya hemos tenido suficiente consideración. Le agradezco su visita.

— ¡No! ¡No, por favor perderán el año escolar! A estas alturas no puedo conseguir otra vacante en otro establecimiento educativo.

— Lo siento, no puedo hacer nada, ya es una decisión tomada.

Mirándola fijamente, pude ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, hasta romper en un llanto desgarrador. Sentada en la silla intentaba contener sus lágrimas que brotaban a mares. Casi sin aliento y con la garganta cerrada me explico poco a poco su compleja situación marital.

— Señor, entiéndame, mi marido se fue con mi mejor amiga. Me dejó sola con los niños. No me pasa dinero. Tuve que volver a trabajar. Estoy peleando completamente sola. Gracias a unos ahorros y a mi madre estoy pudiendo sacar esto adelante, pero le pido por favor que consideren mi situación.

— Señora Velázquez, yo la entiendo a nivel personal, pero realmente no puedo hacer nada. Discúlpeme.

Sentada en el centro de la oficina, lloraba con ambas manos sobre su rostro. Inmediatamente, le ofrecí un vaso de agua para que su angustia no sea tan dolorosa. Pero el llanto era constante, su maquillaje empezaba correrse y su rostro se volvía de color rojo intenso. La angustia y la pena invadían su ser. Parándome junto a ella, intenté consolarla. Posando una mano en su hombro, le dije algunas palabras de aliento.

— ¡Ya está, señora Velázquez, tranquilícese por favor!

— ¡Tiene que haber algo que pueda hacer, profesor! Respondió. Sentada, sola, sobre la fría silla. Sus manos cubrían por completo su rostro mientras su respiración se entrecortaba. Aprovechando su distracción, baje el cierre de mi pantalón y saque mi pene, el cual estaba a mitad de una erección. Recomponiéndose de su ataque de llanto, quitó las manos de su rostro y observó mi pene a centímetros de su faz, asombrándose.

— Señor, ¿Qué está haciendo?, ¿Por quién me tomó?

—¡Le estoy dando una solución rápida, señora Velázquez!, si no le gusta puede retirarse. Allí está la puerta. Gracias por venir y buena suerte. Dije Mientras señalaba la puerta.

Guardé mi miembro y me volví a sentar en mi silla. Ante la atenta mirada de esta. Boquiabierta y secándose las lágrimas dijo:

— ¿Usted piensa que soy una zorra? ¿Una de esas que se regalan en cualquier sitio? Cuestionaba con una gran indignación.

— Yo no opino nada, señora. Puede retirarse, Mañana sus hijos tienen prohibida la entrada.

Un silencio de misa recorrió la oficina. El aire estaba enrarecido de dudas en medio de una guerra de miradas. Luego de unos instantes de silenciosa negociación dijo:

— ¡Está bien, se la voy a chupar, pero yo no soy una de esas madres putas! ¿Me entendió? ¿Me garantiza que mis hijos terminarán el año lectivo en esta institución? Preguntó mientras suspiraba de mala gana.

— ¡Depende de lo que usted haga con esa boquita, querida mía!

— Usted es una basura, ¿Lo sabe? Es un mal nacido, un ser despreciable. Tomando valor se puso en pie. Con su jean ajustado y su camisa blanca hizo el pequeño recorrido hasta posarse en frente de mí. Para luego arrodillarse delante de mi silla. Rápidamente, saqué mi pene, el cual estaba completamente erecto. Y con un gesto indiqué que comenzará su acto oral.

— No puedo creer que se la tenga que mamar al maestro de mi hijo. ¡Ni siquiera mi marido me hacía hacer esto! Confesaba. La zorra de la señora Velázquez comenzó a lamerme el pene de una manera fabulosa. Refregaba su lengua una y otra vez por toda la longitud de mi verga sin ningún tipo de vergüenza.

— ¡oh, sí! ¡Señora Velázquez! ¡Sí! ¡Todo para usted, señora Velázquez! Llegué a decir.

Introdujo por etapas todo mi pene en su boca hasta llegar lentamente a su garganta y darle arcadas. Mamaba mi verga como pocas a un nivel extremadamente profesional. Era una puta callejera de venida en una honrada y respetuosa madre de familia. Tomándola de la nuca, me hundía a mi antojo en lo hondo de su boca. Haciéndole brotar lágrimas de sus ojos para rápidamente correrme en lo profundo de su garganta. Una erupción seminal bañó lo profundo de su tráquea dejándome seco.

— ¡Sois un hijo de puta, nadie me hace esto! Girando la cabeza hacia un costado, escupía el semen que había eyaculado en su boca. Mientras con su mano intentaba limpiar el excedente de semen de la comisura de sus labios.

— ¡Qué buena chupada de verga, señora! Tiene que empezar a cobrar, le aseguro que se hace millonaria.

— Vete a la mierda. Respondió enojada

— Siéntese un rato arriba de esta, señora Velázquez. Es hora de que tengamos un vínculo más profundo.

Rápidamente, se quitó su jean dejando ver una pequeña ropa interior de encaje blanco que me volvió loco. Aprovechándome de la situación, empecé a manosear su vulva bajo su diminuta braga. Sorpresivamente, tenía la concha bien peluda, algo que me calentaba de sobremanera. Mis dedos hicieron que quede mojada a tope rápidamente.

— Súbete. Ordené.

Apoyando sus rodillas en los pocos centímetros sobrantes del ancho de mi silla, se posicionó sobre mi pene. Bajando lentamente su vientre, comencé a penetrarla hasta casi perder de vista mi verga en esa hermosa y caliente vagina peluda. Mi lengua se entretenía con sus puntiagudos senos de madre divorciada que refregaba sobre mi rostro. Tomándola de la cintura, acompañaba sus movimientos ascendentes y descendentes en repetidas ocasiones. Podía sentir mi pene completamente dentro de su ser. Rebotaba como una pelota de básquet una y otra vez. Su vagina mojaba levemente mi miembro dando la lubricación justa para este acto. Rápidamente, se olvidó de su exesposo y comenzó a jadear mientras mi lengua iniciaba un segundo tiempo sobre sus oscuros pezones. Mis manos la tomaron de las nalgas para marcarle el ritmo adecuado de sus movimientos. Su vagina era por demás estrecha y se me ajustaba perfectamente. Sus muslos parecían tener una gran resistencia, podía estar toda la tarde subiendo y bajando sobre mí.

— ¡Vamos, señora Velázquez! ¡Gáneselo! ¡Trabaje por sus hijos! ¡Mueva el culo!

Mis dedos como garras salvajes se clavaban en su trasero haciéndola brincar sobre mí. Esta mujer necesitaba un buen service y era yo quien le media el aceite con mi vara. Mi boca realizaba un festín con sus carnosos senos, mientras mi lengua degustaba cada centímetro de sus mamas. Sus nalgas temblaban como gelatina. Mi pene estaba duro como una piedra mientras su concha lo envolvía con una temperatura descomunalmente alta.

— ¡Sus hijos nunca se enterarán de que su madre se regalaba conmigo, señora Velázquez! Dije con voz entrecortada.

Desde mi posición podía ver como la ranura fogosa de esta madre se deformaba cuando mi verga hacía tope. Su ropa desparramada en el piso de mi oficina era testigo de nuestros más bajos instintos. Pude sentir como esta llegó a tener un orgasmo, ya que el exceso de flujo proveniente de su intimidad empapó mis huevos y la frecuencia de su respiración se multiplicó varias veces. Instantes después, sus vertiginosos movimientos hicieron que me corra de forma desmedida dentro de ella. Recuerdo haber llegado claramente, pero seguí copulándola unos minutos más con el pene completamente erecto para volver a terminar dentro por segunda vez consecutiva.

Sus hijos siguen en la institución.

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