La luz del sol se filtraba por el cristal de mi ventana, dejando ver unas motas de polvo flotar en el rayo de luz que incidía sobre la mesa del salón de mi discreto apartamento. Estaba concentrado y solo escuchaba a mi alrededor el ligero ruido de las teclas del portátil y el motor de una nevera vieja que a veces hacía el amago de detenerse. No esperaba visitas, así que repasé el texto una y otra vez para hacer las correcciones oportunas antes de publicar.
Siempre se me pasa algún que otro error y me toca lamentarme después.
Una joven elegante recorría el parking situado bajo el sótano de su edificio con su traje-chaqueta negro, con minifalda y un portafolios a juego. Parecía una ejecutiva en busca del aparcamiento de su lujoso vehículo, pero caminaba con una extraña discreción. O quizás miedo. Mirando cuidadosamente a uno y otro lado como esperando que alguien saltara de repente detrás de alguna columna y se echara sobre ella.
De repente se dibujó en su rostro una sonrisa de medio lado formada con sus labios, bien hidratados y recién pintados con su carmín granate 2% líquido que le hacía sentir tan segura de sí misma. Luego giró su cuerpo hacia la persona sobre la cual acaba de poner sus claros y azulados ojos, se colocó el cabello, liso y oscuro como la profundidad del universo, y caminó flotando sobre sus zapatos de tacón de marca en esa dirección.
Ambas se ocultaron detrás de una columna en un lugar apartado, donde sabían que no había cámaras. Se miraron y no necesitaron mediar palabra para comenzar a comerse a besos de forma tórrida y apresurada, como si llevaran días hambrientas y por fin tuvieran delante su plato favorito.
La chica elegante dejó caer su portafolios al suelo en mitad de la batalla y se acercó al oído de la otra, con los ojos entornados, la respiración entrecortada y rozando su rostro con uno de sus preciosos pendientes de oro.
–No sabes las ganas que tenía de verte… ya no aguantaba más. –Pronunció entre susurros, recreándose en vocalizar de forma perfecta para que su voz erizara el bello de la nuca de su misteriosa contraria.
Luego le cogió la mano a aquella chica inocente, que sin duda estaba atrapada en sus redes, dejándole notar en algún punto de su dermis el frio metal de su caro anillo de casada, y le dirigió a su entrepierna para hacerle ver que el outfit que con tanta elegancia había escogido para ese momento no incluía ropa interior de ningún tipo. Algo que la sometida presa pudo corroborar al cien por cien después, bajando la mirada al escote de aquella chaqueta oscura.
–Ufff. –Fue el único sonido que consiguió emitir la boca de quien, arrinconada contra el cemento de la columna se dejaba llevar a la candente sensación de la humedad en sus dedos, que no decidían su propio ritmo al moverse, pero que disfrutaban de ser guiados y manejados como marionetas…
¡Ding Dong!
De pronto sonó el timbre de la puerta y aquello me hizo regresar al mundo real.
Por un momento dude si abrir o quedarme sentado en silencio un momento, fingiendo que no había nadie en casa para volver a sumergirme de nuevo en la lectura y retoque final de mi relato. Pero ante la insistencia de una segunda llamada decidí echar al menos un vistazo. Y fue así como me levanté de la silla, me dirigí hacia la mirilla de la entrada, y después, por algún extraño motivo no hice uso de ella sino que simplemente giré el pomo, encontrándome de pronto frente a dos individuos, un hombre y una mujer de mediana edad, que llevaban un montón de folletos, acompañados también de una chica joven a la que incitaban a dar un paso adelante para ofrecerme uno de ellos.
Parecían predicar sobre algún tipo de religión o culto.
Mi mano derecha se colocó sobre la hoja de la puerta dispuesta a dejar tres narices planchadas por interrumpir mi proceso creativo con opiniones e historias que en ningún momento había solicitado… Pero mi cerebro, siempre alerta, me detuvo ansioso por escuchar cualquier cosa de la que pudiera extraer un mínimo de inspiración.
No puedo evitarlo. Leer un periódico, oír una conversación, ver una película… Con todo hay momentos en que en mi cabeza parecen establecerse conexiones neuronales dispuestas para guardar información y recolocarla como un puzle hasta dar con el argumento perfecto para el próximo texto.
Así que ahí me quedé, acepte el tríptico con imágenes de un supuesto apocalipsis que pronto estaba por venir si la humanidad no corregía sus pecados pronto, y dejé totalmente sorprendidos a los tres visitantes que no esperaban ni por asomo que un tipo como yo, en apariencia incrédulo de casi todo, les llegara a prestar la más mínima atención. Vieron entonces en aquel instante, las dos personas más adultas, la ocasión perfecta para dejar al cargo de la tímida joven atenderme en solitario, a modo de prácticas, y se marcharon a tocar el siguiente timbre del edificio, en la planta superior.
No me había fijado mucho en la chica hasta ese momento, cuando empezó a leer con ciertos nervios y explicarme lo que a todas luces se había tenido que aprender de memoria por obligación, con una voz de tono amable, suave y relajante. Mis parpados se abrieron un poco más y la observaron desde una posición ligeramente superior que me proporcionaba tener algo más de estatura que ella. Tenía unos bonitos hoyuelos que se dibujaban en su rostro cuando sonreía, el pelo rubio, ondulado como dunas en el desierto y unos bonitos ojos claros, de un azul casi grisáceo. Su atuendo era discreto y recatado, consistente en un vestido largo y holgado, de tonos claros, con un estampado de flores, que solo dejaba ver algo de su figura en la cintura donde llevaba acoplado un cinturón sobre el que traía enredado un vaporoso pañuelo semitransparente. Su maquillaje por otro lado, con rímel para intensificar la longitud de las pestañas, sombra de ojos rosada y los labios perfectamente perfilados, se veía algo más atrevido, lo que me hizo pensar que la ropa no la habría elegido ella misma.
–¿Quieres pasar y sentarte para explicarme todo esto sin que se nos agarroten las piernas? –Le interrumpí finalmente al ver que parecía agobiarse un poco por todo lo que tenía que contar.
–Si, por favor. –Respondió aliviada y con una sonrisa, mirando después hacia atrás para comprobar si sus acompañantes estaban cerca.
Entró en mi casa y pareció respirar cuando cerré la puerta. Le ofrecí una bebida, pero se conformó con un poco de agua fresca. Luego se sentó en el sofá, marcando claramente las distancias entre ella y yo, que ocupé asiento en mi silla de oficina frente a la mesa del comedor, donde escribía mis historias.
–No haces esto de predicar por gusto, ¿verdad? –Le pregunté, leyendo el ambiente.
Sonrió dejando escapar a la vez un leve suspiro.
–Creo en esto. –Dijo enseñándome el folleto.– Pero no me gusta nada predicar, ni vivir con mis tíos. –Añadió.
Y me contó la historia de su vida. Que había perdido a sus padres y sus familiares se encargaban de ella desde los 18. Que eran un poco estrictos y no quería decepcionarlos en agradecimiento por cuidarle, ya durante más de 2 años, así que por eso les ayudaba predicando para su culto y trabajando si podía, para contribuir con algo de dinero o hacer tareas en casa.
Olvidamos por completo la información del impreso y charlamos de forma entretenida sobre nosotros, lo que me agradecía todo el tiempo por haberle librado un rato de tantas obligaciones y permitirle un poco de relax y echarse unas risas. Así, cuando llevábamos un buen rato, llamó por teléfono a sus parientes y les dijo que tenía unos asuntos que atender, pero estaba bien. No quería preocuparles por haber desaparecido durante tanto rato. Después, como ya se sentía más confiada de mi presencia, se sentó más cerca, delante de mí y ante la mesa, saliendo el tema de mis historias y queriendo saber sobre que estaba escribiendo en el momento en que me habían interrumpido.
Como estaba teniendo una charla agradable y me sentía relajado, le di la vuelta al ordenador y le permití leer con total confianza.
Y se concentró en completo silencio durante la lectura…
Sus ojos recorrían las líneas del texto de forma tranquila al principio y luego parecieron abrirse de par en par y acelerar sus movimientos en muestra de interés. En ocasiones sus labios carnosos dibujaban una tímida sonrisa y otras, la joven se pasaba la lengua ligeramente por ellos para humedecerlos o se los mordía para que no se le secara la boca, y a veces, me miraba directamente a los ojos, rehuyendo a la velocidad del rayo en cuanto hacíamos contacto visual.
De pronto giró el dispositivo hacia mí, se puso en pie, alejándose, y tímidamente dijo que le parecía que escribía bien, pero era muy largo para leer hasta el final.
Por un momento pensé que igual era un poco escandaloso lo que estaba escribiendo esa tarde para una chica muy devota y tradicional, aunque le había advertido antes de que quisiera curiosear que se trataba de una historia subida de tono. Pero entonces, tras dudar un instante, decidió darme explicaciones.
–Perdona, pero estaba empezando a pasar un poco de envidia.
–¿Envidia? –Pregunté pensando que se refería a un deseo de ocupar el lugar de la protagonista del texto.
–Me gusta mucho leer relatos, pero en casa me tienen bastante controlada y no me dejan cerrar la puerta de la habitación, así que siempre acabo muy… caliente, y no puedo… bueno… ya sabes. –Se lo pensó un segundo antes de seguir.
–Tú vives solo, ¿no? –Curioseó.
–Si… Ya ves que no puedo pagar el alquiler de un piso muy grande, pero vivo solo, si.
–¿Ves? Tienes intimidad. Puedes hacer lo que quieras y seguramente, si escribes esto, significará que tienes una vida sexual activa y has experimentado cosas así. O si no al menos te puedes hacer una paj… ya sabes… cuando quieras. –Se explicó tratando de autocensurar lo que podía considerarse lenguaje un poco explicito.
–Bueno… Un poco sí. Tengo intimidad.
–Es que… si lo leo entero y pongo mucho, porque me estaba acalorando, la verdad, cuando llegue a casa tendré que buscar escondite en el baño para tocarme rápido. En cinco minutos. Sin disfrutar, sin explorarme un poco y a veces hasta sin llegar a correrme. Y estoy un poco harta de eso, sinceramente. –Ella sola se fue librando de las restricciones a su vocabulario.
Y entonces pensé algo de forma impulsiva y poco calculada.
–¿Y si te vienes aquí?
–¿Cómo? –Me miró levantando las cejas.
–Si, a ver, hay una habitación con cerrojo, o puedo irme y dejarte intimidad para que te tomes tu tiempo y hagas lo que quieras. No solo para eso, también si necesitas silencio para leer o descansar de todo… No sé. –Contesté dándome cuenta según hablaba que le estaba dando demasiada confianza a una desconocida.
–¡Hombre claro! Para espiarme, o grabarme, o a saber, ¿no? –Claramente no le gustó la ocurrencia.
–¡No! A ver… Lo digo por ti. Porque me ha conmovido tu historia y quería quitarte presión de encima y…
–Ya, pero es que no nos conocemos de nada y es raro –Dijo, alejándose más.
–Okey, si, en eso tienes razón, perdona. ¿Cómo te llamas?
–Helena. Pero escrito con hache.
–Yo soy Matthew. Encantado. Es cierto en que no lo he pensado al decirlo y ha sido claramente una mala idea.
–Me voy. Lo siento.
Y la joven predicadora salió de mi casa dando un portazo de indignación mientras yo me quedé sintiéndome un auténtico imbécil con buenas intenciones, pero poco tacto y la boca muy grande.
Lógicamente esa tarde ya no me iba a concentrar después de lo ocurrido, así que guardé y cerré el documento en el software que usaba para escribir, y me puse a ver alguna serie que me distrajera.
Después, cuando me fui a dormir, soñé con ella.
Entré a mi habitación sin ningún cuidado y me la encontré desnuda, sobre mi cama, con las piernas abiertas y masturbándose de forma descontrolada con la mano derecha, mientras sostenía un libro erótico con la izquierda. En seguida dejó el libro a un lado de la cama mientras cerraba los ojos y se acariciaba y apretaba los pechos al tiempo que arqueaba su espalda y gemía con intensidad, como a punto de alcanzar un orgasmo impresionante. Por mi parte solo pude quedarme allí de pie, mirando, paralizado por no dar crédito a lo que estaba ocurriendo, hasta que abrió los ojos, me vio, y tras gritar y llamarme “pervertido asqueroso” mientras se cubría los pezones con el brazo, me lanzó todo lo que tenía al alcance: El libro primero y después su ropa interior.
Joder.
Me desperté temprano y me di una buena ducha para continuar con la revisión de mi historia.
La joven de cabello rubio se sentía hechizada por su amante que disfrutaba del poder que tenía sobre ella. Controlaba sus manos sujetándolas con firmeza, marcándole el compás al que quería que la tocara, que apretara sus pechos o deslizara sus dedos en su clítoris. Luego le empujó la cabeza hacia abajo para que se sentara con la espalda apoyada sobre la dura columna y le introdujo el pulgar en la boca para juguetear y humedecer su boca y parte de su rostro con su propia saliva.
–Venga, abre bien la boca y saca la lengua para mí. –Ordenó la mujer con pinta de ejecutiva con cierto aire de autoridad.
Y cuando su joven trofeo obedeció, se levantó la falda, abrió su sexo con sus dedos y se dispuso a rozarlo contra su ensalivada cara con irrefrenable deseo.
Aquello siempre fue la tónica general de esos encuentros. El ritmo siempre lo marcaba la empleadora que contrató a una precaria universitaria para limpiar su casa y cuidar de su hijo unas horas cuando quería marcharse de compras. A la empleada le serviría para ganarse un dinerillo y poder pagar sus estudios o ahorrar algo con lo que poder hacer un viaje de vez en cuando. Lo que no se esperaba ni por asomo es que acabaría fijándose demasiado en su jefa, haciendo evidentes sus miradas fantasiosas, captadas al instante por esa señora, clasista y estirada que se relamió cuando se dio cuenta que la tenía en su punto de mira.
La joven canguro no tardó mucho en caer y convertirse en su juguete sexual, además de empleada con horario a la carta. Siempre que la llamaba acudía y dejaba todos sus compromisos sociales, ilusionada por si habría un instante para besarla, acariciarla… disfrutar juntas de su atracción, e incluso, tal vez llegar a enamorarse y escapar las dos de la aburrida vida que tenían. Pero por desgracia nunca ocurría como en sus ingenuos anhelos. Aquella persona no la tocaría, ni la acariciaría. Como mucho habría besos para calentarse, con mucha lengua, saliva y algún insulto o menosprecio para disfrutar de su posición de poder, si venía a cuento. Al otro lado de la extraña pareja, no existía más una entrega en cuerpo y alma. Casi un sometimiento sin condiciones provocado por un irrefrenable deseo de lamerla, de saborearla, de masturbarla y ser la protagonista de sus momentos más placenteros. Aunque la joven empezaba a entender poco a poco que jamás le practicaría el cunnilingus de sus sueños. Tendría que conformarse con que el clítoris de la señora fuera quien se deslizara por su húmedo pero inmóvil órgano muscular, que solo obtendría como premio un delicioso sabor a orgasmo que hacía palpitar de emoción a sus papilas gustativas…
¡Ding dong!
–¡Maldita sea, otra interrupción! Voy a tener que desconectar el timbre.
Y al abrir la puerta y ver a la joven predicadora allí plantada me sobrevinieron imágenes del sueño de la noche anterior.
En el interior de mi garganta la nuez y sus anexos musculares hicieron las gestiones necesarias para ayudarme a tragar saliva.
–Espero que no te imagines nada raro. Solo he venido porque perdí mi pañuelo favorito en la visita que te hice ayer.
Me giré para echar un vistazo por el salón y enseguida lo localicé.
–Ah sí, perdona, parece que se te quedó enganchado en la silla donde estuviste sentada y… –Dije mientras me disponía a girarme para ir hacia aquel apreciado trozo de tela y devolvérsela.
–No te preocupes, si me dejas pasar yo misma lo cogeré.
Pensé que aquella tarde parecía incluso más enfadada que la anterior y simplemente le dio asco que lo tocara.
–Claro, adelante, si, discúlpame.
La joven entró y cerró la puerta tras de sí, lo que me resultó extraño. Luego me sobrepasó y se acercó con decisión para sacar el pañuelo semitransparente de su enredo con un tirón que hizo a la silla que lo retenía tambalearse y me miró con las mejillas enrojecidas.
–Me dijiste que había cerrojo en tu habitación, ¿verdad? –Me espetó de repente.
–S… Si. Se cierra por dentro.
–Y no hay cámaras ni nada raro, ¿vedad? –Siguió preguntando con desconfianza.
–¿Para qué iba a tener cámaras en mi dormitorio? –Respondí arqueando una ceja.
–¡Tú sabrás!
–A no ser que las instalara la CIA, diría que las únicas cámaras que hay en este cuchitril son las de nuestros teléfonos y la del portátil. que por cierto está tapada con cinta. –Quise tranquilizarla mostrándole el dispositivo con una tira roja en la parte superior.
–Vale, perdona, es que estoy muy nerviosa y no me puedo creer que me lo haya estado pensando.
–Bueno… En primer lugar, siéntete tranquila. Y en segundo lugar, si que tengo que decirte que tenemos que poner unos límites. Obviamente no puedes venir sin avisar, las veces que te apetezca y a cualquier hora. Quizás necesite la casa para mí o no me venga bien en ese momento. –Marqué mi posición con rotundidad.
–No te preocupes, será solo hoy.
–¿Cómo, ahora?
–¿No puedes?
Mire el cursor parpadeando en la pantalla. Estaba claro que no iba a terminar el relato tampoco ese día.
–No es que tenga ningún compromiso ineludible pero…
La chica se echó hacia atrás su brillante cabello rubio y lo sujetó entre sus dedos como si se fuera a hacer una coleta, pero suspirando con cierto agobio al mismo tiempo.
–Es que es la situación… Desde que leí eso… y… desde que dijiste que podía venir aquí y dejarme llevar… Me siento… Uff. Te juro que no he podido dejar de pensarlo y me… me excita bastante. –Terminó su mini discurso con una mirada que no sabría si calificar de calenturienta o lastimera. Pero estaba claro que pretendía convencerme con ella.
–Está bien, me iré a dar una vuelta y te dejaré la casa para ti un par de horas.
–No, no, no, espera. Quiero que te quedes. Me sabe mal que te tengas que ir de tu propia casa. –Se giró para no mirarme a los ojos al decir lo próximo– Y me pone un poco saber que puedas estar escuchándome o pensando en lo que haga.
Admito, que ese comentario consiguió que a mi cuerpo lo recorriera un cierto cosquilleo gustoso…
–Vale, pero la verdad es que no pensé en esto cuando lo dije y ahora no se cual debería ser el procedimiento… –Le dije mientras abría la puerta de mi habitación.– Hay una cama de matrimonio con sábanas limpias, puedes cerrar la ventana o las cortinas según la luz que quieras… Hay también una mesita de noche con una lámpara para una iluminación menos natural… Y, emm… Da igual si sientes curiosidad de mirar en los cajones porque ahí prácticamente no guardo nada. Mi ropa está en ese armario de la esquina que esta medio vencido a un lado y ya parece la Torre de Pisa.
Mientras le mostraba, sin atreverse a acceder del todo al cuarto, asomaba la cabeza con curiosidad y escuchaba mis indicaciones.
–Y cómo ves, la puerta tiene cerrojo y se cierra por dentro. Oh, y ahí tienes un baño, por si necesitas papel o limpiarte por lo que sea… ya sabes. –Empezaba a sentirme como el enfermero de una clínica de donación de esperma.– ¿Crees que necesitas algo más?
–¿Tienes algún relato de un chico y una chica? No es que no me gustara el de ayer o que tenga nada en contra de las relaciones entre mujeres, pero… es que a mí me excita más leer algo sobre un chico que lo haga con una chica y ponerme en el lugar de ella. –Dijo ligeramente cohibida mientras, debido a nuestra cercanía podía escuchar el latido acelerado de sus nervios.
–Pero que no hagan nada extraño ni violento si puede ser… –Añadió con decidido tono aclaratorio.
Y busqué entre mi colección de obras una que me pareció adecuada, le entregue el portátil y la dejé sola en mi cuarto, pensando después, que si resultaba ser una ladrona de ordenadores, esperaba que no le resultara fácil escaparse por la ventana de una tercera planta con el mío.
Escuche un suspiro y el sonido del pestillo al otro lado. Luego la persiana y las cortinas, y un instante de silencio. El corazón se me aceleró a la espera de algo y mi mente, expectante, decidió que le apetecía dibujar imágenes de lo que iba a pasar ahí dentro en base a la información que mi sentido auditivo le fuera suministrando.
¿Por qué no me lo pensé bien antes de hacer aquella oferta?
Pasó un rato y me pareció oír un siseo de ropa o sábanas. Mi oído parecía haber adquirido superpoderes y se centraba únicamente en captar algo, tanto que por un momento pensé que no estaba pasando tanto como yo me imaginaba que sucedía. Luego un leve gemido me hizo estremecer. No sabía si había empezado. Pero imaginaba que si su queja era que no podía hacerlo con calma, se iba a recrear bastante.
Me pareció escuchar algún gemido más.
Notaba que las ondas sonoras se colaban por mi canal auditivo, acariciaban mi cerebro y comenzaban a producirme una inevitable erección, y lo que es peor, me tentaban a acercarme a la puerta y pegar bien la oreja en busca de una mejora en la calidad o volumen del audio.
Me acerqué unos pasos, con mucho sigilo.
De pronto oí pasos también al otro lado, la puerta se abrió y Helena se asomó dejándome ver unas bragas oscuras y unos bonitos y abultados pechos que tapaba con su brazo, haciendo que se deformaran sensualmente, desbordándose por arriba y por debajo de su sujeción
Creí que me había adivinado las intenciones y había sido descubierto, sin embargo…
–Me cuesta un poco concentrarme. –Me dijo mientras su respiración acelerada hacía subir y bajar su busto y su cuerpo parecía desprender calor.
Y clavó su mirada unos segundos en el evidente bulto que se notaba bajo mi pantalón de chándal de estar por casa.
–¿Te apetece entrar conmigo y mirar como lo hago? Es que… Creo que me pone un poco la idea. –Dijo con un tono de voz entre sensual e intrigante.
Lógicamente acepté sin pensármelo.
Me moría por captar esos tonos tan eróticos de sin que hubiera pared de ladrillos y yeso que los silenciara. Me encantaba esa voz y gemidos como los de antes que me atravesaban el cuerpo como una flecha. Y claro está, obviamente también estaba loco por ver como su cuerpo desnudo, con sus virtudes y sus imperfecciones, se retorcía mientras se daba placer sin complejos.
Fue así como acabé ante una escena similar a la de mi sueño, solo que Helena no me llamaba pervertido ni trataba de echarme. En su lugar apartaba su ropa interior para tener acceso directo digital a su clítoris mientras se sentaba al borde de la cama con sus piernas subidas al colchón y me miraba directamente con mirada obscena, la boca abierta y la lengua ligeramente fuera.
Se masturbaba extasiada, con rapidez, chapoteando con sus dedos y golpeando a veces su clítoris con la palma de su mano mientras ronroneaba y me envolvía con aquel acto que me hacía temblar de deseo. Aun así me quedé quieto. Firme e imperturbable. Aunque con aquella evidente y palpitante erección, que casi dolía.
Me pidió que me quitara la camiseta.
El glande, enrojecido y esponjoso, ya no cabía en el espacio de mi ropa interior y asomó al exterior sobrepasando la goma del pantalón.
Y ella se mojaba y se masturbaba de manera que me pareció descontrolada.
–Uff, no puedo más, sácatela, quiero ver cómo te haces una paja y correrme ya.
–¿Tan pronto? Creí que querías disfrutar un buen rato sin que te interrumpieran. –Le dije dándome cuenta que no habían pasado ni cinco minutos.
–No puedo más, luego te dejaré hacer conmigo lo que quieras, pero ahora no puedo parar. –Me dijo con lujuria desenfrenada en su rostro, enseñándome los dientes mientras se frotaba y jadeaba.
Por mi parte me tomé un segundo para sacar un condón de la caja que tenía en uno de los cajones de la mesita y me lo guardé en el bolsillo por si lo pudiera necesitar. Luego me incliné, le sujete las manos, deteniendo su frenética masturbación al límite del orgasmo y la bese abriéndome camino dentro de su boca con mi lengua.
–¿Qué te parece si te ayudo a alargarlo y lo hacemos más interesante?
–Si, por favor… –Consiguió pronunciar sin que su cuerpo dejara de temblar.
Cerró las piernas y apretó los muslos al ver que detenía sus manos. Era incapaz de contener su necesidad de explotar. Por eso la tumbé en la cama y me puse con las rodillas entre sus piernas impidiendo que las cerrara y le sujeté las manos por encima de la cabeza un momento. Finalmente se fue calmando y respirando más lentamente. Y fue cuando empecé a comerme sus tetas de forma ansiosa, mientras se revolvía entre las sábanas tratando de soltarse.
–Uff ¡fóllame o hazme un dedo, joder, pero no pares ahora, por Dios!
Y empecé a masajear su clítoris con mis dedos, de manera que de nuevo empezó a acelerarse y revolverse intentando bajar las manos o apretar los mulos.
–¡Si, así, no pares! ¡Me corro, vamos! ¡No pares!
Pero paré. Y abrí el envoltorio del condón con los dientes sin soltarle las muñecas, tratando de colocármelo con una mano. Sin embargo, como no pude, se me ocurrió alcanzar su prenda favorita: Aquel vaporoso pañuelo sedoso y semitransparente que pude usar para atarle con cuidado las manos al cabecero de la cama.
Le gustó la idea a pesar de que seguía con el ansia de correrse inmediatamente.
Mientras lamia su cuerpo me coloque el preservativo.
–¡Joder¡ Si, por favor, fóllame, métemela. Te juro que no puedo más, me estas matando de gusto.
Pero mientras la empujaba hasta el fondo y contemplaba como arqueaba la espalda cuando la llenaba entera, le susurré al oído que no iba a dejar que terminara hasta que no la hubiera visto disfrutar un buen rato.
Y así fue, unas cuantas embestidas fuertes, haciendo que su cuerpo se agitara deliciosamente, y asegurándome de que justo al borde del orgasmo nos deteníamos y tomábamos aire para empezar de nuevo.
Helena estaba algo rellenita, pero muy bien proporcionada, y admito que me estaba encantando hacerlo en esa postura en la que yo estaba de rodillas entre sus piernas, levantando un poco su trasero y clavándosela toda mientras veía sus carnes agitarse con cada acometida.
–Haz conmigo lo que quieras, no aguanto… –Dijo cuando recuperaba de nuevo el aliento.
Y eso pensaba hacer, sabiendo que la tenía tan caliente que no iba a perder excitación y podía mantenerla un poco más al filo del orgasmo.
Le di la vuelta y la coloqué a cuatro patas para abordarla desde atrás y dejarle disfrutar de cómo mi glande se abría camino de nuevo entre los labios de su sexo y llegaba hasta el fondo, con una colisión de mi pubis y su trasero que se fue acelerando de nuevo, justo hasta el momento que al sentir las contracciones musculares de su orgasmo en mi miembro.
Se lo saqué para que se calmara.
Y así continué, mientras ella estaba como loca, con una deliciosa frustración sexual que la mantenía al límite sin cruzar la última frontera.
Nos dimos placer mutuo en varias posturas y no dejé de acariciar su clítoris con mis dedos y de sujetarla para que no se me escapara. Al mismo tiempo, la lamia y la besaba por todas partes, me perdía entre sus cabellos y le susurraba al oído que estaría follándomela por toda la eternidad, masajeaba sus pechos y pellizcaba sus pezones…
Pero cada vez podía estimularla menos tiempo porque cada vez tardaba menos en aproximarse a ese punto de no retorno.
Finalmente me suplicó y dijo que no podía más y que necesitaba correrse de cualquier forma. Así que por fin decidí apiadarme de ella.
Decidido descendí por su cuerpo y me acomodé entre sus piernas, sujetando sus muslos con fuerza y una mirada de concentración absoluta con una sonrisa de medio lado.
–Uff, si, si, por favor, cómemelo. Hare lo que me pidas, pero cómemelo….
–¿Ah sí? Así que eso quieres, ¿correrte en mi boca? –le dije mientras la penetraba con dos dedos fácilmente debido a lo mojada que estaba.
–Si, por favor… –Me dijo con los ojos ligeramente vidriosos y las mejillas enrojecidas.
Y mientras la estimulaba por dentro, en una zona rugosa y cálida moviendo mis dedos como llamando a alguien para que se acercara, separé con la otra mano los labios de su vagina para encontrarme con ese clítoris hinchado y palpitante al que le di algunos extensos, acelerados y salivosos lametones.
Aquel momento final olía a sexo y desenfreno y tenía como banda sonora unos gemidos y súplicas que no olvidaría en mucho tiempo.
Coloqué entonces mis labios de forma que envolvían su clítoris y succioné como pude, al tiempo que hacia el juego con la punta de mi lengua para que lamida a lamida, por fin Helena tuviera su deseado orgasmo.
Y anunció como se corría.
Y lo repitió varias veces.
Un “me corro, me corro, me corro” que me excitó sobremanera, mientras su cuerpo temblaba y le venían oleadas de placer que la hacían revolverse, expulsando a la vez un pequeño “squirting” que brotó de su interior y goteó entre mis dedos sobre las sábanas.
Por supuesto mi boca no se despegó en ningún momento de su clítoris y la mantuve bien sujeta para asegurarme de ello, hasta que se calmó.
Saqué con cuidado los dedos y me incorporé para mirarla respirar con agitación, con los ojos cerrados y mencionando lo mucho que le había encantado y lo bien que se había quedado. Luego, cuando fui a desatarla insistió en que me corriera. Así que bajó sus manos por fin libres y me arrancó el preservativo para sujetarla por mi tronco y sacudirla con intensidad hasta que acabe derramándome con varios chorros que calientes que alcanzaron su vientre y su monte de Venus.
Estaba claro que tenía prisa para todo.
Aquel día tal vez existía la posibilidad de que Helena tuviera varios orgasmos rápidos, pero ya que me había revelado que su intención era la de escapar de esos momentos explosivos breves y apresurados a los que estaba obligada por su falta de intimidad, decidí asistirle lo mejor que supe. Y así, con el tiempo y alguna visita más, conseguimos extender la duración de sus placeres y calmar sus ansias de terminar tan rápido.
Así que no ocurrió solo un día como ella misma se había propuesto.
Y terminó enganchada a que controlaran su ritmo y la obligaran a frenar para pasear el mayor tiempo posible en el filo del orgasmo.
Pero eso ya es otra historia de la que siempre sería testigo su pañuelo favorito.