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Una historia de sexo (III): Sexo frente a la chimenea
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Había ganado le gustase a Virginia o no, me había ganado una noche con Antonio y aquella apuesta tonta volvió a dar un giro a mi vida, Virginia estaba enfadada decía que jugué sucio, que lo retuve para poder ganar, será entupida, como si yo hubiera podido hacer tal cosa, Virginia cogió un berrinche como una adolescente a la que su novio la deja plantada así que se vistió y se marchó, Antonio se habían ido hacía ya un buen rato y aquella noche dormí en mi casa sola contra todo pronóstico según empezó la tarde, serían las dos de la mañana y estaba sentada en la terraza bebiéndome un té que me acababa de preparar, no dejaba de pensar en él, de cómo me miraba, como me tocaba, los ojos se me iban cerrando del agotamiento que tenía y termine al poco con mis huesos en la cama durmiendo profundamente.

Habían pasado ya un mes y no sabía nada de Virginia, aunque la llamaba no contestaba, la dejaba mensajes y nada, tendría que estar muy enfadada pero tampoco entendía muy bien el motivo, de hecho la idea de todo fue suya pero estaba empezando a preocupar por ella, yo por regla general yo iba a correr todas las tarde al retiro estuviera Virginia o no, allí me encontraba con Antonio y durante ese mes quedábamos y no solo para hacer deporte, entablamos una muy buena amistad, hablábamos por teléfono continuamente, salíamos a comer, para ir al teatro o cenar, pero aunque no me creáis salíamos como amigos, en ningún momento nos volvimos acostar, los dos disfrutábamos mucho de nuestra compañía y aunque yo lo deseaba ardientemente y sé que él a mí también no hubo sexo entre nosotros durante ese tiempo.

Un viernes a finales de octubre me vino a buscar a mi trabajo sin previo aviso, me dio una hora para que hiciera una pequeña maleta, me estaba invitando a pasar un fin de semana con él, la idea me pareció genial y corrí ilusionada a casa y mientras él tomaba una cerveza metí cuatro cositas en una bolsa de viaje y nos fuimos corriendo, hora y media más tarde llegamos a una pequeña aldea, a un pequeño hotel precioso con bungalows en medio de una zona boscosa.

Hacía frío ya y lo primero que hicimos fue encender la chimenea y salimos a cenar, una cena romántica, donde abundaron las caricias entre nuestras manos, besos y miradas que me derretían el corazón, sentía, sabía que esa noche iba a ser especial, sabía que esa noche me entregaría a él, que iba a ser suya, al llegar a casa después de un paseo en que vinimos abrazados los dos entramos en el apartamento, nos deshicimos de la ropa de abrigo que llevábamos y me senté en el sofá esperándole, había una alfombra de pelo muy suave en medio del salón, Antonio saco una botella de vino bastante cara y sirvió dos copas, me invito a sentarme con él en el suelo, en aquella alfombra blanca y me empezó a explicar las virtudes de un buen vino, de cómo tenía que reposar en la copa antes de catarlo, como movía su copa con giros de su muñeca, yo le miraba embobada, me encantaba todo de aquel hombre, aunque era muy tímido al principio luego se soltaba y era divertido, guapo, culto, con una gran conversación, no te aburrías nunca con él, siempre tenía una historia que contar y su olor, su olor me volvía loca.

Hora y media más tarde y una botella ya vacía, no parábamos de reír, Antonio me quitaba continuamente los pelos que caían por mi cara, los retiraba con cuidado y me decía lo guapa que estaba, sería el vino, el roce de sus dedos sobre mi cara, el calor de la chimenea, pero todo se aceleró, mi corazón parecía salirse de mi pecho, notaba como la humedad hacia presa de mis bragas y por un momento todo se quedó en silencio, mirándonos fijamente, solo el chasquido de la lumbre al quemarse y el viento que soplaba con fuerza en el exterior golpeando contra las ventanas rompía el silencio que se hizo en el salón, su mirada me penetraba, sus ojos fijos en los míos, en mis labios que poco a poco se iban acercando a los suyos, hasta que llegaron a escasos milímetros el uno del otro, sentía su aliento, me acariciaba el pelo, puso su mano en mi mejilla y por fin nuestros labios se juntaron después de decirme "eres realmente preciosa".

Un beso tras otro, nuestras leguas bailando juntas en mi interior, me fue tumbando en aquella alfombra tan suave, sus labios seguían a los míos sin apartarse, mi copa vacía cayó al suelo cuando le empecé abrazar. Lo quería cerca muy cerca de mí, no soportaba que hubiera aire entre nosotros, mis pechos se aplastaban con su cuerpo, ya habíamos estado juntos, ya habíamos follado pero aquello, aquello era especial, la sensación era diferente, no había lujuria era otra cosa, notaba mi cuerpo temblar como una colegiala en su primera vez, sentía mis bragas humedecerse por momentos, sentía que lo necesitaba junto a mí, dentro de mí.

Sus manos que recorrían mi cuerpo, iban desabrochando botón a botón mi vestido, dejando mi cuerpo desnudo para él, quitándome el sujetador acariciando mis pechos, mis areolas habían crecido ya de tamaño y cambiado de color, mis pezones duros pero sensibles a sus besos, estaba disfrutando de cada caricia de cada beso, su mano derecha bajo y se metió por debajo de mis medias, de mis bragas, recorriendo mis labios húmedos, rozando mi clítoris una y otra vez.

Se levantó un momento y empezó a quitarse la camisa, yo le observaba sin perderme un solo movimiento, quitándose el resto de la ropa, tenía una erección enorme, nunca le había visto tan excitado, ni cuando estuvo con las dos, aquel trío que todo lo cambio y en donde empezó todo, me deshice de mi vestido apartándolo a un lado y me baje las medias con cuidado, las bragas fueron cosa suya, besándome desde mis pechos fue bajando por mí estómago con cariño descubriendo el monte de venus, me bajaba las bragas muy despacio con las dos manos mientras su boca empezaba a beber de mis labios y su lengua se metía en mi vagina saboreándola, estuvo un buen rato detenido allí dándome placer, mis gemidos hacían la competencia al ruido de la chimenea, los jadeos, la respiración entrecortada.

Cuando Antonio empezó a subir, lamiendo y besando mi cuerpo yo estaba como loca por tenerlo dentro, me beso en la boca y sus labios sabían a mí, estaba tan excitada tan mojada en mi interior que su pene simplemente resbalo por mis labios entrando suavemente en mi vagina, poco a poco se metía dentro, llenando mi vagina que se expandía a su paso, nuestra carne rozaba una y otra vez, la sentía tan suave, tan grande y tan dura que me causaba gran placer, los gemidos de los dos ahora no cesaban, ya no se oían los gritos de la leña al quemarse, ahora éramos nosotros los que rompíamos el silencio.

Me giré rápido y me puse encima de él, mis rodillas en la alfombra y él entre mis piernas, mis caderas empezaron a subir y bajar, adelante y atrás, me movía de un lado a otro causándole gran placer, su pene entregado a mis deseos, entraba en mi vagina y salía empapando con mis flujos, le acariciaba el pecho una y otra vez, él había cogido mis senos, apretándolos con cuidado pero con fuerza, pasando su dedo por mis pezones y dándome pequeños pellizcos, miraba su cara y sentía como disfrutaba de mí, él me miraba y ve veía disfrutar de él, me cogió por mis caderas y empezó a moverse rápidamente y con fuerza, ahora la sentía meterse tan fuerte tan profunda, la sensación de aquellos movimientos de aquellas penetraciones hicieron que me desplomase sobre su cuerpo besándolo, el placer era tan intenso que notaba como un orgasmo me acechaba, Antonio levanto su pelvis y dejándola inmóvil muy dentro, tan dentro como le fue posible empezó a gritar de placer, su pene exploto lanzando su semen a mi interior, golpeando mis paredes, fue cuando me vino un maravilloso orgasmo, tan placentero como duradero, Antonio se empezó a mover rápidamente otra vez para darme el mayor placer posible, mis labios sobre los suyos, gritaba una y otra vez hasta que deje de temblar.

La noche no se acabó, una vez descansados me cogió en brazos y me llevo a la cama donde me volvió hacer el amor, algo muy especial nació aquella noche, aquel fin de semana fue maravilloso, por la mañana recorríamos de la mano, abrazados aquellos parajes, reíamos, comíamos y bebíamos, los dos sentíamos una gran compenetración, por la noche nos resguardábamos del frío otoñal dándonos calor bajo las sabanas disfrutando de las caricias y besos, haciendo el amor sin parar.

Pero todo lo bueno se acaba, y aquello acabo volviendo el domingo de tarde a Madrid, a la rutina, durante un fin de semana Antonio había hecho que me olvidara de Virginia, me había hecho olvidarme de todo, me había hecho feliz, nos tomamos la última cerveza al lado de mi casa cuando apareció Virginia con otro chico, parecía muy jovencito era su hermano pequeño, se sentaron con nosotros y hablamos como si nada, como si no hubiera estado desaparecida durante ese mes, Antonio al poco se disculpó y se marchó dándome un beso en la boca y diciéndome “te llamo mañana”.

Seguimos allí un buen rato, Virginia era tremendamente buena manipulando a la gente, haciendo lo que ella quería y yo no era una excepción, aparte la verdad que la había echado de menos, era mi amiga, más que eso en realidad, seguimos bebimos y riendo de las historias locas que contaba, me intentaba sonsacar que había ocurrido con Antonio porque se nos veía muy acaramelados, yo intentaba evitar aquellas preguntas, pero al final como siempre cedí, le conté lo ocurrido en su ausencia y de que algo estaba empezando entre los dos, Virginia me miraba atentamente y empezó a reírse a carcajada limpia, empecé a reírme con ella pegándola en la pierna por reírse de mí, en qué hora se lo conté, a partir de ese momento bromeaba con todo lo que decía, me intento besar una y otra vez, hasta que lo consiguió, no sabía cómo escapar de ella, era tan, tan, me tenía totalmente atrapada entre sus redes, al final con un beso profundo me dijo “ves, tú eres mía y de nadie más”, en parte tenía razón, me había anulado y una vez más estaba comiendo de su mano, nos fuimos a casa y ese día se quedó a dormir.

Podría seguir contando lo que sucedió al día siguiente pero como a veces soy una chica mala prefiero haceros esperar.

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