Era una fecha señalada. Y por ese festivo que caía precisamente en domingo mi suegra nos invitó a comer a su finca. Nuestra familia estaba bastante bien acomodada. Mis suegros habían hecho fortuna décadas atrás en Sudamérica y ahora vivían un retiro espiritual en los Pirineos. Mis adorables suegros tenían dos hijas. Marcela era la mayor, ya tenía 48 años. Marcela era una mujer impresionante: alta, rubia, con tetas operadas y un culo respingón con el que ya me había hecho alguna paja en mis pensamientos.
Aparentaba poco más de 30 años gracias a sus retoques quirúrgicos. Su marido era Felipe, un economista un par de años mayor que Marcela y que creía saber más que nadie, realmente desagradable en las conversaciones neutrales porque creía tener la respuesta a todo. Nunca me cayó bien. Tenían una hija y un hijo. El chaval era un crack, se llama Roberto y estaba estudiando medicina, era de lo poco sensato de esa familia. Realmente nos unía nuestra pasión por el baloncesto y siempre que nos juntábamos acabábamos hablando de la liga estadounidense.
Luego estaba su hija, la oveja negra de la familia. Se llama Lucrecia, aunque se hacía llamar Lucry. Era una chica con una condición totalmente opuesta a la familia. Tenía 19 años e iba completamente desaliñada. Era anti-sistema y pronto había abandonado los estudios. Se pasaba todo el día fumando hierba y por ahí malviviendo. Físicamente, pese a lo poco que se cuidaba, era más que llamativa. Tenía unos ojos muy bonitos, un joven culo respingón como su madre y unas tetas más que desarrolladas. Pero su conducta era despreciable, siempre soltando tacos y diciendo comentarios inadecuados.
Por mi parte, estaba casado con Isabel, mi mujer, una hembra espectacular. Tenía unas grandes tetas -naturales- que me encantaba follar, un culo respingón tradicional en esa familia, era de piel blanca casi pálida y su pelo era negro teñido. Mi vida sexual, ya con dos hijos a nuestro cargo, seguía siendo como cuando nos conocimos.
Nuestra disposición en la mesa era bastante sencilla, mis suegros estaban en los extremos de la mesa y en cada lado teníamos a cada una de las hermanas con sus respectivos maridos y sus retoños. Obviamente, me tocó enfrente de mi cuñada. Marcela ese día estaba realmente despampanante. La blusa blanca que llevaba estaba entreabierta con un escote de infarto. Me excitaba muchísimo. Intentaba mirar para otro lado, pero inevitablemente daba pasadas rápidas sobre esas tetas artificiales que me volvían loco. Creo que alguna crucé mi mirada con ella, muriéndome de la vergüenza.
La cena transcurrió con normalidad, mi cuñado arreglando el mundo y yo evitando caer en la tentación del canalillo que tenía enfrente. Nuestros hijos contestaban al interrogatorio de los abuelos, excepto Lucrecia, que soltaba alguna proclama anarquista de vez en cuando, haciendo el silencio en la mesa por más vergüenza que otra cosa. A la altura del segundo plato, torpemente me manché la camisa con la salsa del filete que estaba comiendo. Me excusé, pedí permiso a mi suegra y me fui rápidamente a la habitación que teníamos dentro de la finca de mi suegra. Allí disponía de un armario bastante amplio. Seleccioné una camisa similar y decidí ir al baño para, además de cambiarme la camisa ver mi aspecto. Cerré la puerta y me quité la camisa sucia maldiciendo mi suerte. Estaba frente al espejo, pero no podía obviar mi pene erecto que presionaba mis pantalones. Sobando mi polla por encima con la mano y sin quitarme el pantalón se me escapó frente al espejo un leve -"que hija de puta, vaya tetas tiene y como me está poniendo de burro. Menuda guarra eres, Marcelita".
De repente, escuché una pequeña risa que provenía de la bañera. Mis alertas interiores se encendieron. ¿Quién estaba ahí? ¿Quién me había escuchado? Rápidamente fui a correr la cortina que estaba desplegada y ahí estaba Lucrecia, su hija. Agachada y partiéndose de la risa. ¿Cómo había llegado hasta allí?
-"Vaya vaya, tío. Así que te pone cachondo mi madre, ¿verdad?".
-"¿Qué dices niña?, has escuchado mal. ¿Qué has fumado ahora?". Me consumía la vergüenza.
-"Ya ya", decía mientras salía de la bañera en mi dirección.
-"Y por eso tienes esa empalmada que te va a explotar el pantalón, ¿no?", me señaló.
No supe cómo manejar la situación, así que intenté desesperadamente comprar su silencio. No podía permitir que saliera soltando ese comentario. Le ofrecí 50 euros, pero ella rápidamente los rechazó. Después de todo, tiene el respaldo económico familiar y 50 euros no le sirven de nada.
-"Quiero tu polla", me dijo directamente. Yo no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Me estaba pidiendo mi sobrina que folláramos? Hasta donde yo sabía era lesbiana.
-"Vamos, sácatela". Rápidamente liberé mi polla tensa y dura de mi pantalón y se desplegó de una forma que a ella le hizo brillar sus ojos. "Vaya material, estás bien armado pedazo de cabrón", me dijo. Se agachó y sin utilizar las manos empezó a lamer toda la parte inferior de mi polla, apoyándose mi miembro sobre su cara. No podía estar más excitado. Luego la levantó y la apoyó contra mi abdomen para chuparme los huevos. Su lengua era muy profesional, succionaba mi masculinidad con violencia, incluso haciéndome algo de daño. Se comió mis huevos con desesperación mientras empezaba a masturbarme.
Acto seguido pasó nuevamente a lamer toda mi polla hasta que llegó a la punta y sucedió… Se la metió toda entera. Ella segregaba mucha saliva y mi polla ya estaba completamente empapada de su saliva. El traqueteo de cómo succionaba la saliva cuando se separaba un poco de mi pene me encendía muchísimo. Tenía 19 años y, en teoría, era lesbiana, pero sabía lo que hacía. Ni mi mujer, ni las putas más caras que alguna vez había contratado en algún viaje de negocios eran capaces de hacer esa mamada.
Yo ya estaba completamente cachondo. Le pedí que me enseñara sus tetas y cuando se quitó la parte superior y liberó esos juveniles pechos, sentí la necesidad de follármelos. Saqué mi polla de su boca y le puse mi empapado miembro entre sus tetas, ella cerró sus pechos presionando mi polla y empezó a agitarlos de arriba a abajo. Yo le tenía pellizcados sus duros pezones y ella incrementaba la velocidad de sus tetas sobre mi polla mientras me miraba de una forma muy perversa. -"Tienes una polla muy caliente, cerdo". Su forma de hablar ya no me parecía inapropiada.
Tras esa cubana apoteósica, la levanté con violencia y le quité esos pantalones-falda hippie. Para mi sorpresa, no llevaba bragas. La obligué a ponerse a cuatro patas apoyando sus brazos en el lavabo y le dije que abriera sus piernas, se espatarró y yo me agaché para ver cómo tenía su coño. Obviamente, ya estaba muy mojado. Se lo chupé levemente y le pasé un par de dedos para cerciorarme de que estaba más que preparado. Mi polla ardía. Le pasé el capullo por sus labios vaginales, ella estaba súper excitada. A la tercera vez, se la metí dentro. Su joven coño se abrió rápidamente y ella tuvo que elevarse sensiblemente al notar el paso de mi dura y mojada polla. Deposité mis manos sobre sus caderas y empecé a bombear con relativa violencia y con gran ritmo. Ella emitía gemidos demasiado pronunciados y le tuve que tapar la boca con una mano mientras le susurré -"No grites, puta. ¿No querías mi polla? Aquí tienes mi polla, guarra". También le indiqué -"No querrás que nos pillen, ¿verdad? Debes callarte".
Mi excitación era máxima. Ella ya se controlaba un poco más y, entonces, me chupé un dedo y empecé a meterlo en su ano. Necesitaba abrir otra vía. Ella, al principio, me dijo que por ahí no quería. Yo traté de convencerla, pero se negaba. Le dije que era demasiado puta como para negar ciertas cosas. Ella no supo qué decir por primera vez, entonces accedió. Ya tenía luz verde y empecé a trabajar su ano con mis dedos mientras seguía bombeando su coño.
Cuando lo creí suficientemente abierto, saqué mi polla de su coño y empecé a rodear su ano. Ella estaba tensa. -"¿Nunca te han follado el culo? Ella negó con la cabeza. Empecé con la puntita y poco a poco fui introduciendo mi venosa polla. Ella ya tenía una toalla en la boca para no gritar. Empecé a agitar mi cuerpo y en cada empujón ella se rompía de dolor. Su cara en el espejo me excitaba todavía más. La golpeé varias veces sus preciosas nalgas y noté como eso la ponía más cachonda. Los dos ya estábamos empapados de sudor. Reconozco que perdí un poco el control y la penetré violentamente en dos o tres sacudidas. Su virgen culo tenía que ser llenado de leche. Noté la presión y la falta de oxígeno, sin duda, me quedaba poco. En uno de los últimos empujones más agresivos le vertí toda mi leche en su culo. Mi semen se desparramó por todo su culo, ni siquiera mi mujer me permitía correrme dentro, pero este caso era diferente. Ella empezó a temblar y la tuve que abrazar para tranquilizarla. Mi corrida fue bastante épica.
Acto seguido me senté sobre el retrete para tomar un respiro, mientras ella intentaba limpiarse. Solo decía que le había gustado. Mi sorpresa fue tal, que ya con la polla un tanto flácida ella se puso de rodillas delante de mí y empezó a masturbarme otra vez. ¿Quería más? Yo no estaba muy seguro, pero no tenía fuerzas para luchar y dejé que hiciera lo quisiera. Cuando la dureza volvió a mi polla ella empezó a chupar nuevamente. Esa mamada extra no me molestaba. Y no me molestaba porque realmente manejaba el arte de chupar pollas.
Al cabo de unos pocos minutos volvió a inclinarse sobre mí y nuevamente puso sus tetas sobre mi tensa polla. Agitaba sus tetas y yo empecé a sentir nuevamente una excitación muy bonita. Todo era más lento que la primera vez, no había palabras. Solo miradas, miradas de lujuria que volvían a representar el éxtasis. Quedaba una última sorpresa. No sé de dónde, sacó una papelina, parecía algún tipo de droga. La puso sobre mi pene erecto, me miró, se puso el dedo en la boca para dar a entender que no debía decir nada y esnifó sobre mi polla. Los restos que no pudo inhalar los chupó con vicio. Yo no aguantaba más la excitación y me volví a correr. Esta vez apenas fueron unas gotas, pero me volví a correr. Ella me limpió la polla con su lengua y solo me dijo antes de irse: "la segunda corrida es la mejor, pocas cosas tan naturales me gustan más". Y allí me quedé, tirado en el retrete mientras intentaba asimilar lo que acababa de suceder.