Terminé de trabajar muy apurado aquella tarde, apagué la computadora y pasé por el baño de la oficina. Justo salía de allí Marina, la secretaria de mi jefe que me encantaba. Me sonrió amablemente y sostuvo la puerta para dejarme pasar. Hice pis rápidamente, me lavé las manos y salí casi corriendo. Tomé el bolso que reposaba al lado de mi escritorio, saludé en voz alta y me fui.
Tenía que tomar un tren a Barcelona para una importante entrevista laboral de la cual dependía mi futuro profesional, y este pequeño viaje me había quitado el sueño durante varias semanas.
En la esquina de mi oficina tomé un taxi.
– Hasta la estación Puerta de Atocha, por favor. – le dije al conductor.
– Claro. Argentino, ¿verdad?
– Sí, argentino pero con medio corazón español. Vivo aquí hace muchos años.
– No se le ha borrado nada el acento. – me respondió sonriendo mientras me miraba por el espejo retrovisor.
Le devolví la sonrisa pero no continué la conversación. El hombre era muy amable, pero yo estaba nervioso y sin ánimos de sociabilizar. Me acomodé en mi asiento y miré por la ventana. Cuánto me gustaba Madrid. De repente sentí que hacía mucho que no disfrutaba de la ciudad que me había alojado 15 años atrás. Durante los últimos años había priorizado mi trabajo ante todo lo demás, y eso me había costado una relación de más de una década que traía desde mi país natal.
Mis pocos momentos de ocio consistían en salir a cenar o a tomar con mis amigos, vínculos que había forjado cuando era un recién llegado y comenzaba a estudiar un Máster en Finanzas. En aquel entonces tenía 25 años y toda la ilusión de quien llega a un lugar nuevo y quiere conocerlo todo. Ahora acababa de cumplir los 40 y había perdido ese hambre de descubrimiento. Sin embargo, no la pasaba mal. Disfrutaba de mi tiempo entre amigos y no me iba mal con las mujeres. Con algunas llegaba a salir varias veces, pero luego esas relaciones se tornaban insostenibles ya que toda mi energía estaba depositada en escalar laboralmente.
De repente, mientras miraba ensimismado por la ventana de aquel auto, la voz del taxista interrumpió mis reflexiones.
– Hemos llegado.
– Ah, sí, disculpe. – dije mientras le pagaba y tomaba mi bolso para bajar. – Aquí tiene. Que tenga buenas tardes.
Mientras esperaba en la estación la pronta salida de mi tren, me senté a tomar un café. Era octubre y el día estaba frío. Traté de pensar en otra cosa que no fuera la entrevista, para lograr relajarme por lo menos esas horas que tendría hasta llegar a mi hotel de Barcelona. En la noche tendría tiempo para preocuparme por la reunión del día siguiente.
Me puse a eliminar fotos y mensajes del teléfono móvil, simplemente para mantenerme ocupado en algo relajado. Al pasar por las conversaciones de Whatsapp, vi la foto de Marina y no pude evitar detenerme a mirarla. El contenido de nuestra única conversación por la aplicación de mensajes era un “Buen día, Marina. Estoy llegando tarde, podrías avisarle Juárez por favor?” enviado hace meses, seguido de un “Claro, ya le aviso” respondido por ella.
Con Marina no hablábamos demasiado, pero me encantaba desde que había entrado a trabajar en la empresa, hacía ya unos tres años. Desconocía su edad exacta, pero calculaba que tendría unos 35 años. Lucía unas caderas grandes debajo de una cintura pequeña, usaba unos vestidos apretados por encima de la rodilla y unos zapatos altos con los que caminaba como una modelo profesional. Por lo general no usaba escotes o eran muy sutiles, pero bajo su ropa entallada se notaban unos pechos redondos y firmes. Tenía pelo negro levemente ondulado que le llegaba por la mitad de la espalda. Me encantaba que lo llevara siempre suelto. Y su perfume… uff, su perfume. Me fascinaba pasar por su lado y oler esa fragancia. Me gustaba también su cara casi al natural, con poco maquillaje y su sonrisa perfecta.
Seguía pensando en ella cuando el llamado de mi viaje me distrajo. Me levanté de la silla con mi bolso, tiré a la basura el vaso descartable de mi café, y me encaminé a la terminal correspondiente.
Delante de mí vi pasar a una chica de unos 27 o 28 años que se dirigía hacia el área de los baños. Llevaba ambos brazos cargados con bolsos, bolsas y abrigos. Caminaba rápido, aunque no podía correr con todo aquel peso. Mientras la observaba noté cómo se le caía al piso la campera que llevaba atada a su mochila. Esperé un segundo para ver si se percataba de aquello, pero ella seguía su rumbo. Me desvié de la fila en la que esperaba para abordar, y tomé la prenda en mis manos. Corrí detrás de ella unos metros, hasta que la alcancé.
– Disculpa, se te ha caído… – dije tocándole el hombro.
La chica se dio vuelta sorprendida, y miró su abrigo en mi mano.
– Uy, muchas gracias. – respondió con una sonrisa sincera.
Mantuvo su mirada en mí durante un par de segundos, lo cual me pareció extraño, y luego continuó su camino hacia el baño. Yo volví a mi lugar y subí al tren. Me acomodé en un asiento del lado de la ventana y saqué de mi bolso un libro. Unos minutos más tarde ya estaba muy metido en la lectura, pero noté que alguien se acomodaba a mi lado. Levanté la vista y allí la vi… era la joven del abrigo y el baño.
– Hola de nuevo… – le dije sorprendido.
– Hola. No te molesta que me siente aquí, verdad?
– No, para nada.
Ella acomodó sus cosas y se sentó. Volvió a mirarme y cuando le devolví la mirada se presentó.
– Soy Julia, gracias otra vez por lo de antes. Andaba a las corridas.
– No es nada. Soy Marcos. – dije amigablemente mientras pensaba en lo linda que me sonaba (aún) la tonada madrileña.
– Argentino?
– Argentino… sí. – me agotaba un poco que cada desconocido que me cruzaba me preguntara lo mismo.
– Me gusta como hablas. Aunque se te han pegado algunos modos nuestros, eh.
– 15 años viviendo aquí son bastantes.
– Claro. Bueno, te dejo continuar con tu lectura. – dijo mientras se ponía sus auriculares.
Yo volví a mi libro pero tardé en recuperar la concentración. Me quedé pensando en mi compañera de asiento. Era una joven agradable y simpática. Era preciosa, además. Llevaba unas medias de nylon negras cubriendo enteramente sus piernas, un vestido rayado por encima, y un saco gris. En los pies llevaba un par de borcegos. Tenía el pelo castaño recogido en una cola de caballo, ojos color miel y unos lentes grandes con marco rojo que le quedaban muy lindos. Pero lo que más me llamaba la atención de su aspecto era el piercing con forma de pequeña argolla que llevaba en su labio inferior. Tenía unos labios carnosos y marcados, a los que aquel aro volvía más seductores aún. Noté inmediatamente que a pesar de nuestra breve e insignificante conversación, me sentía un poco atraído hacia Julia.
No supe en qué momento me quedé dormido. Llevaba unas cuántas noches sin dormir a causa de los nervios por la entrevista, y en cuanto bajaron las luces del tren caí rendido sobre la ventana. En mis sueños estaba Marina, la secretaria de mi jefe, en una playa paradisíaca probablemente ubicada en el caribe. Hacía mucho calor y ella caminaba bajo el sol con un vestido blanco que se pegaba a su piel a causa del viento. De repente se daba vuelta hacia mí, llamándome para que la acompañara hasta la orilla. Yo me levantaba de mi reposera y caminaba hacia su lado, mientras ella me miraba fijamente. De repente, ella se quitaba el vestido y estaba completamente desnuda debajo. Sus hermosas y anheladas curvas se presentaban frente a mis ojos en la inmensidad de aquella solitaria playa. Su cuerpo bronceado, sus tetas perfectas con sus pezones rosados y erectos, su cintura llamándome, su pelo negro al viento y su sonrisa cautivante… Yo me acercaba a ella y desesperadamente la tomaba de sus caderas y la besaba con lujuria sintiendo su cálida piel rozando la mía. Mis manos comenzaban a acariciar su figura cuando un ruido me sacó repentinamente mi ensoñación.
A Julia se le había caído una botella al piso, y ante aquel sonido me había despertado. Me sentía transpirado, la calefacción estaba alta y yo seguía bastante abrigado. Me quité la campera y vi mi enorme erección dentro de mi pantalón. Miré rápidamente a mi lado, para verificar que mi compañera no se hubiera percatado. Pero ya era tarde.
– Veo que has tenido un buen sueño, colega.
Yo coloqué mi abrigo encima de mis piernas para taparme, como un reflejo. No respondí, pero me sentía muy avergonzado. Me sentí vulnerable, como un adolescente que han encontrado masturbándose en su habitación.
Evité el contacto visual con mi compañera de asiento, pero podía notar que continuaba mirándome. Luego de unos segundos, la miré, inquieto por la circunstancia. Ella sostenía su mirada en mí, como si hubiera estado esperando que finalmente la mirara también.
– Me permites? – dijo metiendo muy lentamente su mano por debajo del abrigo que yacía sobre mis piernas mientras me miraba fijamente a la cara tratando de leer mi expresión.
Yo no respondí, pero me giré levemente hacia ella mientras sentía que mi erección palpitaba. Ella sonrió y me acarició por encima de mis jeans ejerciendo presión sobre mi verga.
– Espero que estuvieras soñando conmigo… – dijo pasando una y otra vez su mano por mi bulto y dejando caer mi campera al suelo.
De repente Julia empezó a desabrochar mi pantalón. A ella no parecía importarle en absoluto que alguien pudiera estar observándonos, pero yo comencé a mirar preocupado hacia los costados buscando espectadores.
No estaba acostumbrado a vivir ese tipo de experiencias. Mis experiencias sexuales eran bastante tradicionales, digamos, o por lo menos siempre se daban en algún lugar privado. Era de noche, las luces estaban apagadas y en aquel vagón semivacío los pocos pasajeros iban dormidos. Al notar eso me relajé y me recosté hacia atrás en el asiento mientras Julia tomaba mi duro miembro con su mano. Yo ayudé bajando un poco mi pantalón para facilitar su acceso, y ella empezó a masturbarme mientras me miraba a la cara. Se acercó a mi boca y me dio un breve beso. Me gustaba cómo sus grandes labios se acomodaban entre los míos. Sentir su piercing con mi lengua por alguna razón me excitaba aún más. Luego de besarme durante unos segundos alejó su rostro y escupió en dirección a mi pene, mirándome a través de los cristales de sus anteojos. Al sentir la humedad no pude evitar emitir un leve gemido con mis ojos entrecerrados. Ella sonrió morbosa mientras me pajeaba.
– Desde que abriste los ojos que tengo ganas de chupártela. Me lo concedes? – me preguntó susurrándome al oído.
El vello de mi cuello se erizó. No respondí aunque quería gritarle que sí. Moría por sentir esa boca alrededor de mi erección, pero todavía sentía pudor.
– Me permites? – insistió con su sensual tono de voz.
– No puedo negarme. – dije finalmente y ella sonrió victoriosa.
Julia se arrodilló frente a mi asiento, en el pequeño espacio que había, y me bajó los pantalones y el bóxer hasta el tobillo. Sosteniendo mi pene llevó su cabeza debajo de él, y comenzó pasando su lengua caliente por mis testículos, bien despacio, leyendo mi rostro. Los saboreaba, los metía en su boca, sabía exactamente qué hacer para que me olvidara completamente del contexto en el que estábamos. Luego empezó a chupar desde allí todo mi miembro hasta llegar al glande. Allí jugó muy lentamente con sus labios, con su lengua. Quería volverme loco y lo estaba logrando. Luego de un rato se quitó los lentes, se metió mi pene en la boca y comenzó a mamarlo con deseo, primero despacio y luego aumentando la velocidad. Tomó mi mano y la llevó a su cabeza, indicando que quería que le marcara el ritmo. Comencé a hacerlo, primero con timidez y luego me dejé llevar por la excitación. La tomé de su pelo recogido y le indiqué cada vez mayor velocidad. Y de repente cuando estaba cerca de acabar, Julia frenó. La miré, desconcertado. Ella se sentó en su asiento y quitó sin apuro su calzado. Luego bajó sus medias de nylon y se las quitó. Subió los pies al asiento y con las piernas bien abiertas comenzó a tocarse por encima de su tanga negra. Agarró mi mano y la llevó a su entrepierna.
– Quiero que tú me toques. – me dijo.
Toqué con mis grandes dedos su ropa interior empapada, la corrí hacia un costado y comencé a tocar suavemente la ranura de su vagina mientras miraba el placer en su rostro. Metí suavemente un dedo y me miró con su boca entreabierta, jadeando con urgencia. Metí otro dedo y comencé a penetrarla con ellos lentamente. Ella gemía cada vez más sonoramente y yo pensaba en que pronto alguien escucharía. No me importaba ya. Aumenté la velocidad de mis movimientos mientras con la palma de mi mano friccionaba el clítoris de Julia. Con mi otra mano me masturbaba despacio, tratando de controlarme para no venirme todavía. Julia empezó a gemir más fuerte y su cuerpo empezó a moverse involuntariamente. Estaba por llegar al clímax. Con la mano con la que me masturbaba tapé su boca y con la otra aumenté la velocidad e intensidad en su sexo. De repente un grito se ahogó en mi mano derecha, y mi mano izquierda sintió los espasmos incesantes de su primer orgasmo. En ese momento deseé que fuera el primero de muchos.
Julia se paró y se subió sobre mí. Yo agradecí que en el asiento de atrás no hubiera nadie, porque si no verían en primera fila nuestro show. Tomó con su mano mi pene y lo metió lentamente en su interior mientras me besaba lentamente. Yo apreté sus tetas por encima del vestido y noté que no llevaba corpiño. Apreté sus pezones por arriba de su ropa mientras ella subía y bajaba encima de mí sosteniéndose del alto respaldo del asiento.
– Tócame – me exigió.
Obedecí y llevé mi mano a su clítoris. Ella tiró su cabeza hacia atrás y se dejó llevar. Comenzó a saltar cada vez con más fuerza y rapidez sobre mí.
– No vayas a venirte dentro de mí -dijo y sentí que era mucha presión para el nivel de calentura que yo estaba experimentando.
Comencé a mover con más velocidad y presión mis dedos en su sexo y Julia gritó al venirse por segunda vez. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no eyacular en ese mismo momento. Inmediatamente salió de su lugar y volvió a acomodarse a mis pies. Se metió toda mi verga en la boca y comenzó a chuparla nuevamente. Yo agarré fuerte su cabello desde la cola de caballo ya un poco desarmada, y apreté su cabeza una y otra vez contra mi miembro. Ella clavaba con fuerza sus uñas en mis muslos mientras se ahogaba y volvía a respirar. Los vaivenes de su suave boca contra mi pija duraron unos breves minutos hasta que le anuncié que iba a venirme.
– Voy a acabar.
Ella me miró a los ojos y continuó hasta que con un gemido que traté de ahogar sin éxito, exploté en su boca. Ella lamió hasta tragarse la última gota de semen. Se limpió la comisura de los labios y se sentó en su asiento mientras yo acomodaba mi ropa nuevamente.
– Pues si no era conmigo que soñabas espero que sueñes conmigo mañana. – dijo la española riendo.
– Después de esto, seguro que sí. -Respondí- Creés que alguien nos escuchó?
– Seguramente, no fuimos muy silenciosos. Por lo menos no nos han bajado del tren… Quizás alguno hasta se haya echado una paja con nuestro pequeño show.
– Es cierto – dije en broma.
Julia miró por la ventana mientras se peinaba y entrecerró los ojos tratando de darse cuenta por dónde estábamos.
– Ya estamos por llegar – dijo.
– Sí. A qué vienes a Barcelona? -le pregunté tratando de generar conversación.
– Viajo el último jueves de cada mes para pasar cuatro días con mi novio que vive aquí. – dijo y los ojos le brillaron mientras me dedicaba media sonrisa.
Yo no supe qué responder. Justo llegó el tren a la estación y ambos nos paramos en silencio para recoger nuestras pertenencias. Nos despedimos con un simple “adiós” y cada uno se fue por su lado.
Nunca me dieron aquel puesto para el que me entrevistaron, pero a partir de aquel día he viajado varias veces en el mismo tren que Julia sólo para repetir nuestra aventura. Marina me sigue gustando pero menos que antes, ya que ahora al verla pienso en Julia y nuestro primer polvo en aquel transporte. Julia, por su parte, me confesó que espera con más ansias esas visitas a su novio ya que nunca sabe si vendrán con sorpresa.
Nos encontramos varias veces luego de aquel primer viaje, pero jamás intercambiamos información personal y no creo que lo hagamos nunca. Seremos para siempre la versión pornográfica de Before Sunrise.
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