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Un último baño (Partes 1 y 2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Parte 1:

Esto ocurría en el verano que cumplí 18 años. Lo recuerdo como un verano caluroso, justo antes de que empezáramos la pretemporada. La mayoría de mis compañeros del equipo estaban de vacaciones con sus familias y los pocos que nos quedamos en el pueblo solíamos reunirnos para ir a la piscina o jugar algún partido de fútbol por las tardes.

En esa época yo solía experimentar con chicas, a pesar de que pronto empezaría a ser consciente de mis verdaderas fantasías. Nunca me había fijado en mis amigos desnudos como le pasa a algunos chicos, ya sea en los vestuarios o en clase de gimnasia en el instituto. No obstante, en la piscina de verano encontré lo que en ese momento supuso mi verdadero descubrimiento.

Cada día de piscina ocurría de la misma manera: sin querer buscaba alguna excusa para meterme el último en las duchas y poder observar de reojo algunos hombres más mayores con discreción. Algunos eran altos y fuertes, otros más bajitos y entrados en carnes, pero todos tenían algo en común: una polla enorme.

Por ello, cada vez sentía más fascinación por observar aquellos semejantes miembros. He de aclarar que nunca me excitaba en el propio momento, pero andar de vuelta a casa con esas imágenes grabadas en mi cabeza para que no se me olvidaran se convirtió en costumbre. Deseaba llegar a mi cama para masturbarme con los ojos cerrados hasta correrme, pensando en todos los detalles.

En esos tiempos ya corrían rumores de que a última hora en la piscina, justo antes de que cerraran el recinto y abran el restaurante, habían pillado a algún tío masturbándose en las duchas de los vestidores. Mis amigos siempre se reían al escuchar esas historias y abrían un debate sobre la de depravados sexuales que andan sueltos por el mundo.

Yo, sin embargo, no podía parar de pensar en ello. Por esta razón empecé a buscar en internet y entre miles de vídeos y páginas web encontré un mapa de la zona donde señalaba varios puntos de zonas de cruising, entre ellos el recinto del que os hablo. Según esta web el nivel de intimidad no es muy alto pero sigue siendo concurrido según la franja horaria.

Pasados unos días mis padres decidieron reservar en el restaurante de la piscina para cenar a eso de las 9 y quedé que les esperaría en la salida del recinto cuando cerrara. Pasé la tarde con mis amigos y a las 7.30 se decidieron ir, yo les dije que mis padres estarían a punto de llegar. Era la primera vez que les mentía.

Me di un último baño y me quedé un rato en la toalla escuchando música en mi mp3, pero pasada media hora me dirigí hacia los vestuarios.

Primero saqué todas las cosas de mi taquilla y después me detuve un buen rato haciendo tiempo mirando quién había en las duchas. Uff, que pereza. Todavía quedaban algunos niñatos de mi edad haciendo jaleo.

Cuando la puerta se cerró abrí el grifo de la ducha y empecé a enjabonarme, prestando atención a quién tenía cerca.

No muy lejos de mí había un hombre de unos 40 años, muy moreno. Estaba de espaldas y únicamente pude apreciar el tatuaje que llevaba alrededor de la pierna con un dragón.

Cuando me di cuenta estábamos los 2 solos, él se giró para alcanzar su toalla y quedó de frente a mí a unos cuantos metros de distancia mientras se secaba.

Miré un segundo mientras me enjuagaba la espalda con tal mala pata que me pilló. El tío estaba lleno de tatuajes, la mayoría tribales en el pecho y los brazos.

Aparté rápido la mirada y seguí a lo mío pero al poco rato me giré y pude ver de reojo que colgaba de entre sus piernas un voluminoso rabazo, bastante gordo y no estaba descapullado. Quise mirar de nuevo pero de golpe entró en las duchas otro hombre bastante mayor y me cortó todo el rollo.

Cuando me di cuenta solo éramos dos personas en las duchas y el hombre había desaparecido. “Joder, para un día que me quedo a esta hora” pensé. Esperé un rato y al ver que no venía nadie más cogí mi toalla, me la enrollé a la cintura y fui a cambiarme.

Di unos cuantos pasos hacia el banco donde se encontraban mis cosas y a la derecha al hombre tatuado. Estaba sentado, solo llevaba puesta la toalla.

Me siguió con la mirada todo el rato, seguidamente me empecé a poner nervioso y me vestí lo más rápido posible. Miré el reloj, todavía quedaba media hora para que llegasen mis padres. Me empecé a sentir culpable y pensé que qué cojones estaba haciendo allí pudiendo estar en mi casa jugando a la play.

Acto seguido me senté a ponerme las bambas y me colgué mi bolsa de deportes al hombro dirigiéndome hacia la puerta del vestidor. Empecé a andar con la mirada fija concentrándose en no mirar hacia él, pero ahí seguía al lado de la puerta. Al ver que yo me acercaba se levantó, mirándome fijamente con una sonrisa burlona y dejó caer la toalla.

Me quedé paralizado. No pude evitar mirar ese rabazo súper grueso.

Él parecía tranquilo, incluso bajó la vista hacia su rabo y volvió a mirarme sonriendo. Unos segundos después me hizo un gesto sutil con la cabeza hacia el lado para que le siguiera, pero salió el otro hombre que se estaba duchando y me puse muy nervioso. Así que hice como si no pasara nada y salí por la puerta.

Una vez fuera me quedé a solas en el pasillo que lleva a la salida del recinto pensando en lo que acababa de ocurrir. Cuando me di cuenta tenía el rabo durísimo, encontrarme en esa situación me había excitado hasta más no poder. Me metí la mano en el calzoncillo y me coloqué la polla como pude para que no se notara demasiado.

Salí a que me diese el aire y a los 10 minutos vi como pasaba por la puerta el abuelete que había interrumpido mi fantasía en las duchas. Eso solo significaba una cosa: tenía el vestuario y ese rabo gigante sólo para mí. Miré el reloj de nuevo: faltaban 20 minutos para que llegasen mis padres.

Me lo pensé unos momentos y finalmente volví a entrar… esta vez fui directamente a los baños.

Nota: Si has llegado hasta aquí y te ha dejado calentito puedes leer la segunda parte del relato…

Parte 2:

Volví a entrar al vestuario, esta vez fui directamente a los baños.

Ahí seguía él, frente al espejo. Ahora vestido con un polo blanco que dejaba ver sus musculosos brazos tatuados y unos tejanos sujetados por un cinturón negro que hacían que marcase un enorme paquete. Justo en ese momento me percaté de que llevaba un anillo de compromiso en el dedo anular izquierdo. “Está casado, joder.”, pensé. ¿y si todo habían sido imaginaciones mías?.

Pensé en huir, pero en cuestión de segundos se giró y empezó a desabrocharse la bragueta poco a poco, dejando salir de golpe el objeto de mi deseo. Sin pensarlo dos veces cerró el puño agarrando su enorme polla y empezó a pajearse mirándome fijamente a la cara. Ese cabrón me había pillado mirándole el rabo en las duchas y sabía lo que me gustaba.

No me moví y él tampoco se acercó en ningún momento, se mantuvo enfrente de mí pajeándose.

Hubo un momento en el que me susurró: ponte de rodillas.

No entendía lo que estaba pasando ni lo que quería, pero mi polla había crecido tanto en mis calzoncillos que no pude esconder lo cachondo que estaba. Hice lo que él me pedía.

Por ello, me dejé caer de rodillas al suelo, inmóvil. Viendo como ese hombre se pajeaba solo para mí.

Al poco rato vuelve a hablar, esta vez en un tono normal: ¿te gusta la leche?

No respondí. Tenía una voz grave que intimidaba. Así que me quedé callado mirando ese movimiento hipnótico: en serio, ese rabo se veía enorme dentro de su mano.

El hombre tatuado cerró su otra mano alrededor del glande, con las dos manos agarrando su polla y completamente vestido se acercó hacia mí sonriendo.

Joder, ahora estaba tan cerca mío que podía oler su perfume de hombre. Me acarició la nariz con el puño cerrado y volvió a preguntar: ¿te gusta la leche? Miré hacia el suelo y respondí: “No lo sé”, tímidamente.

Soltó una de las manos que agarraban su rabo con la que me levantó la barbilla, obligándome a mirarle fijamente. Verle los ojos tan cerca me asustó, pero mi entrepierna se tensó aún más todavía, recordando lo cerdo que me estaba poniendo ese cabrón.

“A ver esa lengüita”, dijo. Obedecí. Él seguía agarrándose el glande con la otra mano y al apretar un poco empezó a babear encima de mi lengua. Se restregó varias veces juntando mi saliva con la de su verga.

¿Quieres darte un último baño?, me preguntó. Tragué saliva y le miré desde abajo desconcertado. Al ver mi reacción, aclaró: “Voy muy cargado, tío. Te voy a bañar entero con mi leche.”

Algo en mí se activó. Todos mis sentidos estaban en alerta, todo estaba pasando muy rápido y no tuve tiempo a pensar. En el fondo sabía lo que tenía que hacer: agarré su rabo con firmeza y empecé a pajearlo lentamente. Sorprendido, él empezó a jadear mirando hacia el techo. De vez en cuando apretaba su glande y pasaba la lengua por la punta para que su líquido preseminal se derramara en mi boca.

Subí el ritmo y por su cara noté que le gustaba. Cada vez notaba más presión en mi mano y sus jadeos de placer aumentaban también. Ese tío tan rudo acariciaba mi cabeza con sus manos enormes y me miraba desde arriba poniendo carita de tierno pidiéndome que no parara.

Os lo juro, mi pantalón iba a reventar. Me fui quitando toda la ropa hasta quedar desnudo y llené toda mi boca con su polla hasta lo más hondo que supe. Esa nueva sensación de poder acariciar ese rabazo con toda mi saliva me estaba volviendo loco.

Lo disfruté tanto que antes de que me diese cuenta sus ojos se abrieron de par en par y solo escuché: “¡Joder!”.

Acto seguido el hombre tatuado se sacó de mi garganta, agarró mi cabeza apoyándola contra la pared del baño y colocó su rabo justo encima de mí mientras se masturbaba gimiendo de placer.

Sentado en el suelo desnudo ante ese hombre completamente vestido y todo el grosor de esa entrepierna asomando bajo la hebilla de su cinturón me di cuenta de lo lejos que había llegado. Lejos de sentir miedo o querer salir corriendo solo me nació hacer una cosa: abrir la boca.

Sabía lo que iba a pasar. Él dejó de pajearse en seco, agarró mi cabeza aún con más dureza y acercó su polla a mí.

(Se hizo el silencio.)

Noté los dos o tres primeros chorros de leche caliente explotando en mi lengua y el resto salpicaron mi cara, inundándolo todo.

Su polla empezó a escupir hacia mí sin parar.

Mi pelo, mi frente, mi nariz y mi boca quedaron cubiertos de él en su totalidad. Quise tragar saliva y sin poder evitarlo su leche blanca empezó a precipitarse a borbotones por los lados, chorreando por mi barbilla hasta el pecho. Mi polla y el suelo se llenaron de gotas de su espeso semen.

Sacudió las últimas gotas encima de mí y restregó suavemente su polla por mi rostro, evitando que su leche se derramara en mis ojos.

Se quiso apartar para limpiarse y le pedí que no lo hiciera. “Espera”, le dije.

Me incorporé para ponerme de rodillas, le agarré de la hebilla del cinturón y lo empujé hacia mí volviéndome a meter su rabo entero hasta la garganta… Estuve unos minutos mamando sin parar hasta haber limpiado bien su rabo. Aquello me hacía disfrutar como un enano.

Unos instantes después acabó, metió su verga dentro del pantalón, subió la cremallera y se despidió.

“Cuídate chavalín”, me dijo mientras oía sus pasos alejarse. “Si quieres, nos volveremos a ver”.

Me quedé sentado en el suelo apoyado contra la pared, cubierto de lefa de arriba a abajo y mi polla no podía más, iba a explotar literalmente.

No sé cuánto rato pasó hasta que me levanté, pero no podía creérmelo. Al volver a la realidad recogí mi ropa del suelo y me asomé para asegurarme de que no quedaba nadie en el vestuario.

Lo reconozco, me sentí culpable. Encendí rápido el grifo para que esa ducha hiciese desaparecer todo lo sucedido. Al ver cómo el semen iba goteando contra el suelo al entrar en contacto con el agua me di cuenta de lo cachondo que estaba, así que apoyé una mano en la pared y con la otra me empecé a pajear jadeando sin reprimirme sabiendo que nadie me iba a escuchar. No tardé más que un par de minutos en llenar la pared de la ducha de lefa transparente que caía a chorros.

Para acabar limpie todo, recogí y me fui. Recuerdo salir y esconderse para fumar un cigarro y calmarme antes de que vinieran mis padres a cenar, estaba temblando como un flan.

Finalmente, ¿pueden gustarme las chicas pero a la vez querer que un macho con un monstruo entre las piernas haga lo que se le antoje conmigo?, me preguntaba en ese entonces.

Pues esa misma noche al llegar a casa pensé en las últimas palabras del hombre tatuado: “Si quieres, nos volveremos a ver”. Estaba claro: todo indicaba que tenía que volver a esa hora para repetirlo. Pero no podía esperar más.

Encendí el ordenador y entré en el primer chat gay que encontré. Mi nick: Chavalin18

Había encontrado un canal de mi zona y escribí un mensaje explicando lo que me estaba pasando. Tardé pocos minutos en recibir varios mensajes: de entre todos ellos, uno llamó mi atención.

[23:54:08 Casado-Dotado] dice: ¿Qué pasa, chavalin?!

CONTINUARÁ…

Si estás leyendo esto y has llegado hasta aquí: ¡Muchas gracias por leerme!

Firmado,

Soccer94

Un tío ya no tan chavalín y algo menos confundido.

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