Apenas son las seis de la tarde, pero de pronto cae la noche. Las nubes negras ocultan el cielo entre estruendos y dejan lugar a la oscuridad. Las primeras gotas gruesas de lluvia dan paso en pocos segundos a un diluvio al que pronto le acompañan un viento abrumador, truenos que resuenan entre los edificios y relámpagos que interrumpen la penumbra. El torrente de agua inunda las estaciones de metro y las carreteras; en cuestión de minutos todo el tráfico está colapsado.
Decenas de personas corren por la acera tratando de protegerse de la tormenta con sus paraguas, capuchas, carpetas de oficina o lo primero que tengan a mano y puedan usar para taparse. Una de ellas es Clara, a la que la ha pillado por sorpresa al salir de su trabajo. Cuando encuentra el primer bar de camino, se refugia en él.
Se sienta en la primera mesa vacía y se pide un café caliente. Mientras se lo toma trata de secar sin éxito la blusa blanca empapada que se ha transparentado dejando ver sus enormes pechos alojados en su sujetador de encaje rojo que apenas puede sostenerlos.
La lluvia continúa sacudiendo con fuerza las ventanas y el aire brusco que corre afuera entra como un tifón en el interior cada vez que se abre la puerta.
Sea por el frío o por un sexto sentido, un escalofrío gélido recorre su espalda cuando la última persona entra al bar. Se gira curiosa y no puede más que quedarse paralizada al ver al hombre que ha entrado… “Juan…” murmulla con una voz inaudible. El hombre moreno que acaba de entrar, metro ochenta, complexión normal, ni musculoso y delgado, pero con una sonrisa cálida es su exnovio. Desde que cortaron hace 4 años no se habían vuelto a cruzar.
Él enseguida se fija la sexy mujer con cabello castaño recogido en una coleta dejando descubierto su rostro que irradia sensualidad. En su esbelta figura que emana feminidad por todos los costados, desde su redondo culo hasta sus pechos firmes y gigantes.
–¡Clara! ¡Cuánto tiempo! No esperaba verte aquí. –le dice sonriendo. Realmente se alegra de verla.
Se acerca a la mesa cuando ella le ofreció sitio en la silla vacía y se tomaron un café juntos. Y después otro. Como la lluvia no cesaba y ella no podía irse a su casa, cenaron allí mientras se ponían al día de sus vidas. Aunque su relación no había funcionado, ambos tenían un buen recuerdo del otro. Después de la cena pidieron un combinado (él ron con cola, y ella ginebra con refresco de limón).
–Veo que no has cambiado el ron todavía –Sonríe ella.
–Ni tú la ginebra –le corresponde.
Y tras esa copa, varias más.
Lejos de parar, la tormenta aumentaba su intensidad y dieron más de las doce. Se quedaron solos en el bar con la inquisidora mirada del camarero que esperaba que se fueran para cerrar.
–Clara, no te lo tomes de modo erróneo, pero dado que la tormenta no para y yo vivo cerca… ¿Por qué no pasas esta noche en mi piso? Con este tiempo no es recomendable que te muevas.
Clara no se lo pensó demasiado, las opciones que tenía no eran muchas: o aceptaba la propuesta de Juan o se buscaba una pensión cerca.
Al llegar a su casa, Juan puso a funcionar el tocadiscos y se sirvieron otra bebida mientras sonaban los Gun´s and Roses. Sentados en el sofá, con la mesilla auxiliar enfrente haciendo las veces de minibar, comenzaron a charlar de los diferentes caminos que habían tomado cada uno y de anécdotas del pasado. La atmósfera que crearon era cálida, se sentía como si no hubiera pasado el tiempo. “¿Recuerdas aquella vez que nos colamos en el cine y lo hicimos en la última fila?” “¿O la vez que nos pillaron tus padres?” Ambos sonreían y estaban pasando un buen momento recordando el pasado.
Cuando comenzó a sonar Don´t cry, ambos cruzaron miradas. Una pequeña chispa encendió una hoguera apagada años atrás. Era su canción favorita. Recuerdan cómo les gustaba bailarla pegados.
–Juan, ¿Por qué no un último baile?
Él aceptó y, bajo la luz tenue del salón, se acercaron hasta tener sus frentes pegadas. Ella pasó sus brazos por su cuello y juntó sus manos detrás de su nuca. Él la agarró con sus dos manos por la cadera. Comenzaron a moverse lenta y sensualmente. Sus bocas están tan cerca que sienten el cálido aliento del otro. Sonríen con complicidad. Durante los poco más de cuatro minutos de la canción sus miradas se conectan. Sienten el calor que emana de sus cuerpos mientras se mueven al unísono con coordinación.
Un poco perjudicados por el alcohol, ambos caen rendidos encima de la cama y se quedan dormidos. Ella se había quitado su blusa y se queda con sus bragas y sujetador de encaje rojos. Él en pantalón vaquero sin camiseta.
A las pocas horas, Juan, todavía medio dormido y atontado, se despierta con el tacto de la mano de Clara en sus pantalones. Poco a poco nota cómo desabrocha uno a uno los tres botones del pantalón. La mano de Clara llega a sus boxers negros. Se los baja por el elástico hasta colocarlo debajo de los testículos, dejando toda la polla fuera y comienza a acariciarla con la yema de su dedo índice.
Él por su parte comienza a bajar su mano a través del fino encaje de sus bragas hasta rozar la parte superior de su vagina, en donde se encuentra un cuidado vello púbico, suave y sedoso al tacto. Comienza masajeándolo con sus dedos mientras su polla lentamente va irguiéndose erecta, aumentando también en el grosor dejando en relieve las venas que brotan desde la base hasta el glande que Clara cuidadosamente está acariciando.
Juan continúa con el masaje bajando hasta los labios de su vagina, cada vez más lubricados y calientes, para seguir con el índice dibujando figuras en su clítoris.
Ambos están muy calientes. Ambos están emanando fluidos lubricantes en sus partes.
Él se levanta para, acto seguido, quitar las bragas de Clara y dejar al descubierto su busto. Se ocupa también de quitar sus pantalones y ropa interior. Con ella tumbada y entregada boca arriba en la cama, comienza a emplear su lengua. Inicia en la oreja, recorriendo todos sus lóbulos para bajar por su cuello, donde la besa apasionadamente.
La siguiente parada son sus grandiosos pechos, sobre los que deja caer un poco de saliva para lamer el pezón que se torna duro mientras con su mano acaricia el otro… su lengua sigue el recorrido del flanco de su cadera hasta llegar a la zona superior del pubis. Desde ahí hace un salto a sus rodillas para lamer la parte interior del muslo, muy despacio, hasta llegar a su vagina, en donde comienza poco a poco a lamer los labios mayores para, ayudado de sus manos que abren la vagina, pasar al interior y terminar en el clítoris con movimientos circulares y firmes.
Clara corresponde a todo este masaje con gemidos, muchos gemidos, mientras agarra a Juan por su cabellera.
Afuera se siguen escuchando estruendos de la tormenta y destellos de los rayos entran cada pocos segundos por la ventana.
Es ahora ella quien se levanta y tumba a Juan en la cama. Se coloca la cabeza cerca de sus partes y, levantando su pierna izquierda, coloca su coño mojado en la cara de Juan mientras agarra su polla y, ya en la posición del 69 perfecta, comienza a masajearla mientras la lubrica toda con saliva. Su lengua recorre varias veces el glande bordeándolo y produciendo algún que otro espasmo que genera que se escape un poco de líquido preseminal del que se hace cargo.
Continúa metiéndola bien dentro varias veces, desde la punta hasta la base, en su boca. Él, por su parte, continúa su masaje clitoriano lingual, con sus manos manteniendo el coño bien abierto. La zona está muy caliente y lubricada, lista para ser penetrada.
Ambos gimen de placer. La tormenta todavía continúa, la lluvia golpea las ventanas y el viento da golpes en la persiana.
Continúan el acto con ella sentándose encima de su polla a cámara lenta. A él le gusta mirar y ve cómo su polla va desapareciendo dentro del coño de Clara. Ella se eleva y baja varias veces para continuar frotándose de adelante hacia atrás, rozando ambos su vello púbico con la polla bien insertada dentro.
Clara aumenta el ritmo.
Juan agarra sus pechos. Los lame. Muerde el pezón. Juega con su lengua en las glándulas areolares. Coge los dos senos y hunde su cabeza en ellos.
Ella se deja caer un poco hacia atrás para agarrarse con sus manos a los tobillos de Juan y comenzara a empujar hacia delante y hacia atrás su cadera con la polla bien introducida. Cada vez más rápido, aumentando el ritmo y la presión hasta que, coincidiendo con el silencio posterior al estruendo colosal de un trueno ambos gritan al unísono:
–¡Ahhh! ¡Siii! ¡Siii!
La polla de Juan comienza a palpitar y a expulsar una enorme cantidad de semen en el caliente coño de Clara. Puede sentir cómo los músculos de su vagina se contraen entre su glande haciendo que las últimas gotas de su leche salgan entre espasmos.
Ambos se quedan dormidos tras el acto y duermen desnudos y abrazados.
A la mañana siguiente Juan se despierta y, al mirar a su lado, nota que Clara no está, tampoco su ropa. Está solo en la cama, con una nota en la almohada:
–Gracias por este último baile. Te quiero.