Cuando llevaban sobre una hora en la carretera, Eduardo paró en un área de servicio, se dirigieron a los baños, él entró detrás de ella en el de mujeres, la suerte les acompañó al no haber nadie, ella no sabía que estaba pasando, entró en un aseo y orinó, cuando salía Eduardo la empujó hacia adentro y cerró la puerta, el espacio era demasiado pequeño para dos cuerpos de su tamaño, pero eso no le importó a Eduardo, la besó contra la pared y le dio la vuelta, le bajó las bragas hasta la rodilla y comenzó a tocar su coño, ella se dejó llevar por su señor, toda aquella situación le daba morbo a Cristina, nunca habría hecho una locura de ese tipo con su difunto marido, pero Eduardo no dejaba de sorprenderla, no le preguntaba, solo decidía y ella como una buena esclava sumisa obedecía y se dejaba hacer.
Estaba disfrutando de la mano de Eduardo cuando tocaron a la puerta, la respiración de Cristina se detuvo igual que sus músculos, Eduardo le susurró al oído, tranquila solo di que está ocupado, ella hizo lo que le había dicho y con voz entrecortada por los nervios lo dijo, Eduardo continuó con la masturbación y ella más excitada por la situación que acababa de ocurrir no tardó en correrse, Eduardo se chupó los dedos y le dijo al oído.
-Me gusta el sabor de mi puta. Ella sintió una corriente de placer recorrer su cuerpo al oírlo. –Ahora salgamos con calma. Primero salió ella y detrás él, pidieron un café y se sentaron en una mesa.
-Te echaré mucho de menos mi señor cuando no estés.
-Olvídate de eso por ahora y disfruta los orgasmos que vendrán en estos días zorrita.
-¡Lo haré! Pagaron el café y continuaron el viaje, llegaron a Toledo y el GPS les condujo al hotel, se inscribieron en recepción y con la llave se dirigieron a la habitación, Eduardo había escogido el piso más alto. Una vez dentro, él le dijo que se desnudara, ella dejó la maleta y obedeció, él también se quitó la ropa y cogiéndola de la mano la llevó a la ducha, graduó la temperatura del agua y entraron. Él la enjabonó y le pasó el gel para que ella le hiciera lo mismo, se abrazaron, se tocaron y se besaron, en un asiento de mármol que salía de la pared él se sentó y se puso a Cristina de cara sentada en su polla, follaron un poco hasta que él la levantó y le dio la vuelta, el agua caía pero la ducha era lo suficientemente grande para que no se mojaran, él le metió la polla en la boca y ella la chupó, después la apoyó en el banco y le dio unos azotes, Cristina disfrutaba de ser su esclava, tras los azotes se la metió en el culo, el orgasmo de ambos se acercaba y Eduardo la levantó y debajo del agua continuó follándola, el jabón caía por sus cuerpos, Cristina, apoyada en la pared sentía el agua y un orgasmo que se abría camino.
-¡Me corro mi señor! ¡¡Me corroo amo!! Eduardo la ignoró como otras veces y cogiéndola por el pelo continuó hasta que a él también le llegó su clímax, continuaron debajo del agua un rato más. Después, con un albornoz cada uno, abrieron las maletas.
-Cuando lo tengas todo organizado, arréglate y baja al restaurante, coge una mesa y espérame.
-Sí mi señor.
Cuando Eduardo entró en el comedor, ella estaba sentada en una mesa, al verlo le dedicó una sonrisa, él se acercaba lentamente, ella se movió en la silla contenta como una perra que ve a su amo, él se colocó a su lado le levantó la barbilla y besó sus labios, se sentó y le hizo una señal al camarero.
-¿Qué desean tomar para beber? Mientras ven la carta
-Tomaremos vino blanco pero que no sea seco, perdona ¿Cómo te llamas?
-Mi nombre es Luis.
-¡Vaya! Que coincidencia. Eduardo pronunció esas palabras mirándola a ella. Cristina se sonrojó al recordar su peculiar relación con Luis.
-¿Perdón señor?
-No, nada, una simple casualidad con el último camarero que nos sirvió.
Comieron y bebieron hasta los postres, tranquilos, conversando.
-¿Sabes amo que no llevo bragas?
-Me parece perfecto. Dijo con la calma que le caracterizaba, a continuación añadió. – El café lo tomaremos en la cafetería del hotel.
-Como tú digas mi señor. Pidieron dos cafés y dos copas, la cafetería no estaba muy concurrida y Eduardo le pidió que se metiera dos dedos en el coño y se los pusiera en su boca. Ella miró a derecha e izquierda e hizo lo que le habían ordenado con disimulo, el morbo a ser descubierta la excitaba, mojó bien sus dedos como pudo y se los puso en la boca a su señor que los lamió.
-Hazlo otra vez. Ella volvió a mirar a ambos lados y sentándose en la punta del sillón se metió los dedos, los mojó bien y se los puso de nuevo en la boca a Eduardo.
-Nos vamos a la habitación. Qué bien sonaba eso en los oídos de Cristina que imaginaba otro polvo de su amo. Le dieron el último sorbo al café y se levantaron, él la cogió de la mano con firmeza, casi tirando de ella, a Cristina le gustó esa sensación, era su puta y podía hacer con ella lo que quisiera. Una vez dentro de la habitación, Eduardo la puso apoyada en el respaldo del sofá y le bajó la falda, su culo desnudo quedó a disposición de él, cogió el látigo y se lo pasó por su blanco trasero varias veces, de repente un latigazo no muy fuerte hizo que Cristina gimiera, otro más fuerte y gimió más alto, varios latigazos sonrojaron la piel de su culo. Ella aguantaba como una esclava que no podía hacer nada, solo gemir cada vez que el látigo tocaba su piel. Eduardo sacó el móvil y le hizo varias fotos, ella no se percató del detalle. La levantó y la colocó de rodillas.
-Abre la boca y saca la lengua.
En esa posición le hizo más fotos, ahora ella sí que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, le dio varios guantazos y volvió a fotografiarla, se sacó la polla y la puso en la boca de su esclava y continuó haciendo fotos mientras ella se la chupaba. Se detuvo y la sentó en el sillón.
-Tócate el coño. Ella obedecía excitada por esa sesión de fotos que le estaba haciendo su amo. A medida que se excitaba, él le hacía fotos a su cara.
-Detente. Le dijo en un momento y le ofreció un consolador. Ella lo introdujo en su mojado coño y continuó tocándose, sus gemidos iban en aumento al igual que los movimientos de su cuerpo.
-¡Me corro amo! ¡¡Me corroo amo!!
Cuando terminó de correrse, el se acercó y sacó su polla de nuevo para que se la chupara, ella había aprendido que le gustaba que le hiciera una garganta profunda, que se la metiera toda en la boca y que le chupara los huevos, se había convertido en una buena alumna chupando polla, esta vez se la chupó hasta el final, pero él se separo un poco para correrse en su cara, ella sintió como los chorros de semen le caían en la cara y en el pelo, cuando terminó de correrse le hizo más fotos.
-Recógelo con los dedos y métetelo en la boca. Ella obedecía mientras era fotografiada. Cuando terminó de lamerse los dedos, Eduardo se sentó en el sofá y le dijo que se sentara a su lado, le enseñó las fotos despacio, una a una para que las viera bien, ella apoyada en el hombro de su señor las miraba y no podía evitar sentir un cosquilleo en su interior. Era la primera vez que se veía a sí misma en una sesión porno pensó, le gustó ver sobretodo su expresión mientras se corría, se atrevió a preguntar.
-Amo, ¿Qué vas a hacer con estas fotos?
-Ahora te las pasaré a ti para que las tengas y luego las guardaré para masturbarme cuando esté en mi casa pensando en ti.
Eso le gustó a ella, que lo imaginó haciéndolo. Le dio un beso en la mejilla y continuó a su lado.
Aunque habían tomado café, no pudieron evitar quedarse adormilados durante un rato. Cuando se espabilaron se vistieron y salieron a dar una vuelta por la ciudad, Toledo tenía mucho que ofrecer, pero Eduardo tenía claro dónde ir, llegaron a una plaza amplia y la cruzaron para introducirse en una de las calles que desembocaban en ella, a unos cincuenta metros entraron en un sex shop, Eduardo le dijo que esperara en la calle, entró y buscó lo que quería, no tardó en salir con una bolsita, la cogió de la mano y continuaron con el paseo, una rato después entraron en una cafetería y tras sentarse y pedir, Eduardo le ofreció la bolsita del sex shop y le dijo.
-Quiero que vayas al aseo y te pongas esto. Cristina intrigada por qué sería eso, cogió la bolsa y le sonrió.
-Como tú digas mi señor. Al cabo de un rato Cristina salía y se sentaba en su silla. Eduardo cogió la bolsa y sacó el manual, instaló la aplicación y desde su móvil toco el control remoto, Cristina dio un saltito en su silla al notar como el juguete que le había comprado se ponía en marcha, una suave vibración la estimulaba.
-Este juguete se puede accionar desde donde yo esté, sea donde sea.
-¿De verdad? ¿Incluso desde tu ciudad?
-Correcto.
-¡Madre mía! No sabía que existían estas cosas.
-Pues ya ves, así es. Cuando esté en mi casa y quiera que te corras, te llamaré y tú te lo pondrás estés donde estés.
Ella lo imaginaba y se excitaba al oírlo y también porque el pequeño artefacto estaba haciendo su trabajo, se acomodó en la silla mientras el placer inundaba por su cuerpo.
-Eso quiere decir que lo tendrás que llevar en el bolso para cuando yo te llame.
-¡Cuenta con ello mi amo!
-Ahora dame un beso en la boca y vuelve al aseo, quiero hacer una prueba. Cristina obedeció, lo besó y se dirigió al baño, entró en un aseo y cerró la puerta, notaba como la intensidad aumentaba y con ello el placer que le producía, apoyó ambas manos en la pared y separó las piernas como si la estuvieran follando. Eduardo desde su mesa aumentó la potencia al máximo imaginándosela. Cristina no tardó nada en llegar al orgasmo, inconscientemente dijo en voz baja, me corro amo, me corroo. Un par de minutos después salía del baño y se dirigió a la mesa sonriendo.
-¿Qué tal funciona?
-¡De maravilla!
-Espero que te guste el recuerdo toledano que te llevas de esta ciudad.
-¡Me encanta! Mucho mejor que cualquier suvenir típico. Salieron de la cafetería y Eduardo llamó a un taxi, le pidió que diera una vuelta por la ciudad, Cristina seguía con el vibrador en su coño, al cabo de unos minutos Eduardo sacó el móvil y le dio al inicio de la aplicación, Cristina volvió a notar cómo se ponía en marcha su regalo mientras el taxista les iba diciendo por donde pasaban. Poco a poco el placer comenzaba a dominar el cuerpo de Cristina, Eduardo lo había notado y delante de ella aumentó la intensidad, el taxista notó como Cristina se acomodaba en su asiento e ignoraba todo lo del exterior, intentaba mantener la compostura pero empezaba a ser una batalla perdida, él siguió hablando y mirando de reojo a la mujer como se entregaba a un placer que él no sabía de dónde venía.
En un semáforo en rojo, Cristina levantó la mirada y coincidió con el taxista que se la aguanto, ella se mordió el labio inferior y miró a su amo. Eduardo como si no fuera con él la cosa, le acarició el pelo. El morbo se adueñó del cuerpo de Cristina, volvía a sentirse la puta de su amo que en esta ocasión la exhibía ante un desconocido. Su cuerpo no podía más, de su coño fluían jugos de placer, todo le daba igual, si Eduardo quería eso, ella se lo iba a dar, se lo había dicho, sería más puta, más zorra, más esclava para él. El taxista al inicio de la situación quitó la música y hablaba con voz más pausada, como si quisiera oír a aquella mujer disfrutar de lo que le estuviera pasando. Cristina acercó su cabeza a la de Eduardo y le dijo casi al oído, pero no pudo evitar que el taxista la oyera.
-¡Me corro mi amo! Eduardo le dio más potencia y ella se retorció en el asiento.
-¡¡Me corroo!! El taxista sin darse apenas cuenta se había empalmado.
La ruta continuó mientras Eduardo la besaba en la boca.
-Pare aquí mismo. Dijo.
El taxi se detuvo y Eduardo le pagó la carrera, bajaron despidiéndose y el taxista continuó detenido mientras veía como aquella mujer se alejaba cogida del brazo de su hombre. Nunca sabré su nombre, pero tampoco la olvidaré pensó el taxista.
-Parece que tu nuevo juguete funciona bien, ¿verdad zorra?
-Sí amo. Se limitó a contestar Cristina seguía recuperándose del excitante orgasmo que había tenido. Pasearon sin saber dónde estaban, esa parte de la ciudad no la conocían, caminaban sin prisas, degustando el momento y la compañía del otro, al cabo de un rato Eduardo decidió que volverían al centro y que buscarían un lugar para cenar. Encontraron un lugar bastante concurrido y entraron, una pareja se levantaba de la mesa y ellos aprovecharon para sentarse. Eduardo se acercó a la barra para decirle al camarero que estaban allí y que les limpiara la mesa, mientras esperaba, una mujer se le acercó y se puso a hablar con él. Cristina los miraba y esa imagen le produjo cierta sensación que le sorprendió, tenía celos, pensó que sería una tontería tener celos de una desconocida, pero también pensó que eso mismo era ella hace tan solo unos días para él, para su amo, su señor, Eduardo era un hombre atractivo y aunque peinaba canas, seguía teniendo esa atracción para las mujeres maduras de un hombre seguro de sí mismo, la mujer seguía hablando con Eduardo que finalmente se despidió y volvió a la mesa, ella no dijo nada de todo lo que había pensado.
-He pedido una botella de vino y algunas tapas.
-¡Me parece estupendo! Él no decía nada de la mujer, no entendía por qué se había puesto así, aunque su relación era puramente sexual, no podía evitar sentir algo más por aquel hombre que la había cambiado.
El camarero llegó y les preparó la mesa, trajo lo que habían pedido y los dejó para atender a otros clientes. Sin saber por qué, a Cristina le salió decir.
-Amo, ¿quieres que tu esclava haga algo para ti?
-No, ahora mismo no.
-¿Estás seguro? Eduardo la miró a los ojos.
-¿Ocurre algo? Y quiero la verdad. Cristina desvió la mirada hacia la mesa, cogió su copa y bebió un trago.
-Es una tontería amo.
-No importa, cuéntamela.
-Pues antes te he visto hablando con una mujer en la barra y me he puesto celosa. Él la miró y sonrió.
-¿En serio zorra? ¿Estás celosa porque he hablado con una mujer? Y de qué crees que hemos hablado para ponerte así.
-No lo sé, no he podido evitarlo amo.
-Reconozco que me gusta un poco que estés así, pero lo nuestro es puramente sexual, cuando yo me vaya, cada uno seguirá con su vida, independientemente de que yo te llame algún día, ¿de acuerdo?
-De acuerdo, lo sé, ya te dije que era una tontería.
-Esa mujer se ha acercado a mí para decirme que le recordaba mucho a su hermano y qué si era de allí porque no me había visto nunca. Yo le he dicho que era un turista y que estaba pasando unos días con mi amante y que tenía lo que necesitaba sexualmente hablando.
-Gracia mi señor por contármelo.
-No pasa nada, pero esta noche serás azotada por tu comportamiento.
-Lo que tú quieras amo. Dijo Cristina contenta por las palabras de Eduardo, ella le daba todo lo que él necesitaba y lo hacía encantada. Se terminaron la botella de vino y cogieron un taxi para volver al hotel.
Eduardo pidió otra botella de vino para la habitación. Una vez abierta él sirvió dos copas, Cristina había bebido más de lo que solía beber y su estado era de cierta embriaguez, pero aun así cogió la copa y bebió un buen trago. Eduardo le pidió que se desnudara y se apoyara de cara contra la pared, volvió de la habitación con el pequeño látigo y las esposas, se las puso y le levantó los brazos, también le puso el antifaz en los ojos para que no pudiera ver, le separó las piernas y dejándola así se preparó un cigarro, ella sintió el olor mientras esperaba el castigo, sintió el látigo al pasárselo por la espalda, ella sintió un escalofrío de placer, sabía que había sido mala y que merecía un castigo, pero antes del primer latigazo, sintió como el pequeño juguete que seguía en su coño, se ponía en marcha, acto seguido lo notó, el látigo azotó su blanco y redondeado culo, los azotes eran espaciados y la azotaba de la espalda al culo, el vibrador iba haciendo su trabajo y ella con lo que había bebido estaba en una nube, uno tras otro el látigo la azotaba y su coño se lubricaba con los fluidos que emanaban de él. Eduardo la estaba castigando como había dicho por ser una puta celosa y ella lo disfrutaba, el orgasmo se abría camino entre sus piernas, ella gemía a cada azote que sentía en su cuerpo desnudo, el vello de su cuerpo se erizaba y ella se pegaba más a la pared.
Eduardo aumentó la fuerza con la que la azotaba consciente de que su esclava estaba cerca de llegar al clímax, Cristina se retorcía, su culo y espalda ya habían cogido el color rosado producido por el látigo, pero Eduardo continuó castigando a su puta esclava.
Cristina llegaba al orgasmo cerrando los muslos, pegada y retorciéndose contra la pared gimiendo en voz alta, el alcohol había hecho que se le olvidara decir lo que su amo quería oír. Cuando terminó de correrse, Eduardo la azotó un par de veces más con cierta dureza, se detuvo y le dio la vuelta, le quitó las esposas y se las puso por la espalda.
-Ahora zorra te vas a arrodillar y te voy a dar unos guantazos por no decir lo que me tenías que decir, serán diez y tú los irás contando en voz alta y me darás las gracias, ¿queda claro puta?
-Sí amo. Cristina se arrodilló y esperó el primer guantazo, seguía sin ver nada, solo podía sentir y oír a su amo.
Eduardo le dio el primero de los diez y ella le dijo.
-Uno, gracias amo. Le dio el segundo y ella siguió contando.
-Dos, gracias señor. Así esta llegar a los diez, su mejilla estaba sonrosada tras los guantazos, sintió como la levantaba con cierta rudeza y la conducía no sabía a dónde.
-Arrodíllate. Ella obedeció, sin saber dónde estaba.
-Abre la boca. De repente sintió como la polla de Eduardo entraba en su boca.
-¡Chupa! Ella comenzó a chupar y a tragarse la polla de su amo, sentía como se iba endureciendo por momentos. Eduardo la cogía por el pelo y la separaba de su polla o se la metía hasta el fondo de aquella boca que no tenía nada que ver a cuando la conoció. Mientras se la follaba por la boca, Cristina sintió como el pequeño vibrador se ponía en marcha a máxima potencia
-¡Me corro puta! ¡¡Me corroo!! El semen de Eduardo caía por los pechos de Cristina que lo disfrutaba feliz de tener a su amo otra vez para ella sola. De repente, casi a punto de tener un nuevo orgasmo, sintió como la meaba e inconscientemente abrió la boca. Eduardo la meaba por todas partes, su orina salía a borbotones de la boca de Cristina que no pudo evitar beber algo de ella. Eduardo terminó y acto seguido Cristina lo dijo.
-¡Me corro amo! ¡¡Me corroo!! Cristina sucumbió y se dejó caer en el suelo, esposada y con los ojos vendados se sintió feliz, por un lado por correrse dos veces y por otro por haber hecho lo que su amo había querido. Eduardo guardaba silencio mientras le daba unas caladas al cigarro que se acababa de hacer.
-Estás en la ducha zorra, ahora te quitaré las esposas, el vibrador y te darás una ducha, solo cuando termines te podrás quitar la venda. Cristina se sintió liberada y a tientas cogió el gel y abrió el grifo, la sensación del agua cayendo por su cuerpo la reconfortó, el agua le devolvió el control que el alcohol le había quitado, estuvo bastante rato sintiendo el agua caer sobre su piel y pensando en lo que había sucedido, había perdido la cuenta de las veces que se había corrido en los últimos días, y de las maneras en cómo habían sido, no sabría elegir una, había sido una esclava, una puta, una zorra y todas por separado o juntas le habían gustado, Eduardo tenía un gran abanico de maneras de hacerla correrse, pensó en la monótona vida matrimonial que había llevado en ese aspecto, también pensó en que si Eduardo se quedara para siempre, si su coño podría aguantar aquel ritmo de polvos, sonrió para sí misma. Cuando finalmente decidió salir, se quitó la venda de sus ojos, cogió el albornoz y descalza y con el pelo mojado salió del dormitorio, Eduardo estaba en el balcón con una copa de vino.
-Ya estoy duchada mi señor y lista para cumplir sus deseos. Eduardo la miró y la cogió de la mano.
-Me alegra oír eso, sírvete una copa y siéntate a mi lado, hoy hace una buena noche. Cristina se sentó con su copa a su lado, Eduardo le ofreció la suya para brindar.
-¿Por qué brindamos mi señor?
– Por aquel afortunado tropezón que hizo que llegáramos hasta aquí.
-¡Me parece perfecto!
-Mañana es nuestro último día en Toledo y he visto unos carteles de una fiesta de disfraces, el tema es libre, solo hay que llevar antifaz.
-¡Cómo en Venecia!
-Sí, así que mañana irás a una tienda de disfraces y te comprarás uno y otro para mí.
-¿Y de qué quieres que me lo compre?
-Quiero que vayas de Justine la doncella del marqués y que te hagas dos coletas.
-¿Y tú de qué irás?
-Yo iré del marqués de Sade, coge mi tarjeta y cárgalo en mi cuenta. Cristina pensó que eran unos disfraces muy adecuados para ellos y el tipo de relación que había entre ellos, de joven había leído la novela del marqués y recordaba que había tenido ciertas fantasías, incluso había llegado a masturbarse, pero nunca puso en práctica ninguna de las cosas que se mencionaban en la obra.
Continuaron hablando de los detalles hasta que el vino se terminó, Eduardo se levantó y la besó en la boca, le mordió el labio y le dijo que se iba a dormir, que viniera cuando quisiera. Cristina decidió quedarse un poco más.