Los primeros rayos de sol entraban lentamente por las rendijas de la ventana cuando Cristina abría los ojos, miró a su señor que dormía plácidamente, se acomodó contra su cuerpo y lo besó en el hombro, acarició su pelo con suavidad para no despertarlo, al cabo de unos minutos se levantó y tras pasar por el aseo llamó a recepción.
-Hola buenos días, ¿podrían subir dos cafés?
-Desde luego señora.
Diez minutos después tocaban a la puerta, ella abrió y Luis apareció con los cafés, se miraron sin saber que decir, Eduardo era el que siempre dirigía los encuentros entre ellos y ahora estaba durmiendo.
-Buenos días. Dijo él.
-Buenos días. Ella se apartó para que Luis pasara y dejara los cafés encima de la mesa, Luis mantuvo la compostura y saliendo dijo.
-Adiós señora.
-Adiós. Se limitó a decir ella, su respiración se había acelerado pero él no lo notó, eran las primeras palabras que cruzaban entre sí, ella se quedó apoyada en la puerta pensando que aquel hombre le había estrujado los pezones y la había penetrado por detrás hasta correrse, se excitó al recordarlo pero pensó que tenía a su amo en la cama y que con él estaba más que atendida. Cogió las tazas de café y se dirigió al dormitorio, dejó una en la mesita de Eduardo y se sentó a los pies con la suya. Eduardo habría los ojos y el olor a café inundó su nariz.
-Buenos días, has madrugado.
-Buenos días mi señor, la verdad es que he dormido de tirón y me he despertado muy relajada, he pedido café.
-¡Perfecto! Eduardo bebió un trago y dejó la taza en la mesita. –Bésame. Ella obedeció y lo besó, el beso fue largo y húmedo, ninguno de los dos parecía querer separarse del otro, finalmente Eduardo se separó.
-¿Quién ha traído los cafés?
-Luis.
-¿Te ha dicho algo?
-No, solo buenos días y adiós.
-Bien, recuerda que eres mía mientras yo esté aquí o contigo, cuando yo me vaya podrás hacer lo que quieras.
-No te preocupes mi señor, yo soy y seré siempre tuya. Se tomaron el café y Eduardo dijo.
-Hoy iremos al centro a desayunar, quiero que como ropa interior solo te pongas las braguitas burdeos, luego pasaremos por tu casa y recogerás lo que necesites para unos días, te voy a llevar a Toledo si quieres.
-¡Claro que quiero! Contestó con cara de felicidad ante aquella propuesta, sus vacaciones habían dado un giro inesperado y eso le encantaba. Se arreglaron y salieron del hotel, cogieron un taxi que los llevó al centro, en una terraza desayunaron y luego se dirigieron al piso donde ella vivía.
Estaba arreglando su maleta cuando Eduardo se colocó detrás de ella y le quitó la falda, le bajó las bragas y tocó su coño, ella se dejaba hacer mientras se excitaba, le mordía el cuello y las orejas hasta que la cogió y la subió en la mesa del comedor, en esta ocasión la puso de cara y con su polla le dio unos golpecitos en el clítoris, luego se la metió despacio, la estaba follando a placer cuando sonó el móvil de ella.
-Es mi madre. El teléfono estaba en la mesa junto a su bolso, Eduardo no se inmutó y le dijo.
-Cógelo. Ella, nerviosa como una pareja de adolescentes a los que sorprenden lo cogió y su madre le preguntó.
-Hola hija cómo estás.
-Hola mamá, estoy bien dijo como pudo entre las embestidas de su señor.
-¿Qué haces? Ella pensó en que no le podía decir la verdad, cómo le iba a decir que la estaban follando en ese mismo momento.
-Pues estoy haciendo la maleta, me voy unos días a Toledo con un amigo.
-¿Los dos solos?
-Sí, es un buen amigo. Dijo mientras lo miraba a los ojos. Eduardo seguía follándola y apretó uno de sus pezones, ella soltó un gritito.
-¿Qué ocurre hija?
-Nada mamá, se me ha caído una cosa. Bueno te dejo ya te llamaré a la vuelta.
-Vale hija, pásatelo bien. Seguro pensó ella por todo lo que le haría su amo y colgó, se relajó y disfrutó del polvo que le estaba pegando Eduardo. Él sacó un pequeño vibrador del bolsillo del pantalón y lo puso en su clítoris sujetándolo con una de las manos de ella, el placer de Cristina aumentó sustancialmente, Eduardo le estrujaba los dos pechos y sus pezones a la vez mientras la penetraba, de repente ella dijo.
-¡Me corro mi amo! ¡¡Me corroo!! Eduardo se dejó llevar y acto seguido le dijo que él también se corría, con la polla dentro le cogió la cabeza y la besó, le mordió los labios y ella se dejó hacer satisfecha por aquel polvo con llamada incluida.
Una vez la maleta estuvo hecha, bajaron a la calle y cogieron un taxi al hotel de Eduardo, en la habitación él recogió sus cosas y pagó en recepción, bajaron al garaje y se encaminaron al coche de Eduardo.
-Pensaba que iríamos en tren.
-Pues ya ves que no, no cojo el coche en ciudades que no son la mía si lo puedo evitar, es más cómodo que te lleven y no tengo que preocuparme por buscar aparcamiento.
-La verdad es que sí…
Salieron del parking y tras poner el GPS pusieron rumbo a la ciudad de Toledo. En los semáforos Eduardo acariciaba la rodilla de su sumisa que lo miraba con una amplia sonrisa.
-Gracias por llevarme contigo mi señor.
-No hay nada que agradecer.