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Un tropezón con final feliz (2)
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Eran las ocho y cuarto de la mañana cuando la llamé, el teléfono sonó como tres veces antes de que ella lo descolgara.

-Buenos días mi zorra.

-Buenos días mi amo.

– En 20 minutos paso y te recojo, hoy te voy a llevar a comprar lencería.

-Como tú quieras.

-Por cierto, no quiero que lleves nada de ropa interior.

-Así lo haré mi amo.

Tras recogerla en su piso fueron a la cafetería, mientras tomaban café él le preguntó.

-¿Qué tal ayer?

-Pues la verdad es que sacaste un aspecto de mí que desconocía que lo tenía.

-¿A qué te refieres?

-Nunca pensé que podría ser la esclava sexual de un hombre y que además me gustara serlo, al mismo tiempo, me hiciste correrme más de una vez en la misma sesión y eso nunca me había pasado, así que lo de ayer genial.

-Me alegra oír eso, porque hoy te voy a volver a follar como yo quiera.

-Sí amo. Le miró a los ojos y sonrió.

Él pidió la cuenta y salieron a la calle, se dirigieron a la tienda de lencería andando, eran unas pocas calles según google, entraron, tras saludar a la dependienta curiosearon.

-Elige tres modelos que invito yo.

-Gracias, ¿algún color especial?

-Tú elige y ya te iré indicando.

Aquella situación a ella le daba morbo, siempre se había encargado ella de comprarla, tanto para ella como para su marido e hijo, y ahora iba con un hombre que no era su marido e iba a dar el visto bueno, sintió un cosquilleo entre sus muslos. Ella escogió un modelo normalito de color negro y se lo mostró.

-¿Te gusta?

-Pues no, quiero que seas mi puta no una monjita.

Ella colgó el modelito y siguió buscando, encontró uno de color burdeos con transparencias, encajes y de tamaño reducido.

-¿Este qué tal?

-Mucho mejor, esa es la idea. Eligió uno negro similar y otro de color rosa fuerte.

Se dirigieron a la caja y mientras esperaban su turno la besó con delicadeza pasando una mano por su cintura, la gente los miró con disimulo, pero a ella no le importó, abría su boca para entregarle su lengua. En la calle él llamó a un taxi y le dio una dirección, el taxista asintió y puso rumbo hacia donde Eduardo quería. En el asiento de atrás Eduardo sobaba los pechos de Cristina mientras la besaba, el taxista lo vio por el retrovisor pero continuó conduciendo en silencio. Con su marido nunca se habrían atrevido a hacer una cosa así, pero ahora era la puta de aquel hombre y se dejaba llevar. Sus pezones se habían endurecido y su coño se estaba comenzando a mojar. Una vez llegaron a su destino Eduardo se detuvo, pagaron y se despidieron del taxista que les dedicó una sonrisa de complicidad.

-¿Dónde estamos amo?

-Espera y verás. Le dio un azote y le cogió la mano llevándola hacia la puerta del sex shop.

Una vez dentro, él parecía desenvolverse como si hubiera estado allí varias veces, iba de stand en stand cogiendo lo que necesitaba y lo ponía en la cestita que habían cogido a la entrada. Ella observaba en silencio y casi sin parpadear, pensó que era un hombre experimentado y que sabía lo que quería, no perdía el tiempo, seguramente tendrá más putas como ella repartidas por el país, pero eso no le importó, ahora estaba con ella e iba a follarla de maneras que a ella no se le ocurrirían ni en sus sueños más húmedos y eso la excitaba, toda esa preparación hacía que su coño se humedeciera, una humedad que ella intentaba controlar al no llevar bragas, no quería manchar el vestido pero se estaba convirtiendo en una difícil misión.

Se dirigieron a la caja y Eduardo le dio la tarjeta al dependiente que se cobró todo lo que él había cogido, salieron de la tienda y se dirigieron al hotel donde él estaba hospedado. En el ascensor no había nadie más que ellos dos y Eduardo aprovechó para subirle la falda y tocar su coño, ella se excitaba conforme subían, pero pensaba en si al abrirse la puerta su amo se detendría si aparecía alguien, la puerta se abrió y el dejó caer su falda, ella respiró al ver un matrimonio mayor esperando para subir, cruzaron un buenos días y cada pareja siguió su camino.

Una vez en la habitación, Eduardo dejó caer la bolsa y la cogió del pelo, echó su cabeza hacia atrás y le comió las orejas y el cuello, ella se excitaba, las manos de él seguían por sus senos estrujándolos junto a sus pezones, acto seguido le tocó el turno a su mojado coño. Le metió dos dedos y comenzó a follarla, ella gemía, cuando estaba a punto de llegar al primer orgasmo del día, Eduardo se detuvo, sacó los dedos de su coño y mirándola a los ojos se los chupó, ella con los ojos desorbitados y a las puertas del clímax lo miraba excitada y expectante.

-Quítate el vestido y ponte uno de los conjuntos. Mientras cogía el teléfono y pedía dos botellas de cava.

-Si amo. Dijo llena de deseo. Comenzó a quitarse el vestido y él la detuvo con un gesto.

-Aquí no, en el dormitorio.

Después de llamar a recepción, puso el hilo musical y se sentó a fumar un cigarro mientras la esperaba. Ella salió del dormitorio con el conjunto negro y se acercó a él, sus pezones se veían con bastante claridad por la transparencia del tejido al igual que su depilado coño.

-¡Vaya! Veo que te has depilado.

-Sí, lo he hecho para ti amo. Había dejado una pequeña muestra de pelo donde antes había una gran mata de vello púbico.

-Acércate y date la vuelta despacio. Ella sumisa obedecía y mostraba sus nalgas al completo dado que el tanga no tapaba nada.

-Inclínate. Tenía delante ese hermoso trasero que ya había sido suyo y le dio tres zotes con relativa intensidad.

–Ves y cámbiate de modelo. Ella se puso el siguiente y tras los azotes finalmente salió con el rosa que recibió el mismo trato. Llamaron a la puerta y Eduardo le dijo date la vuelta y se dirigió a la puerta, abrió y el camarero entró con el cava, ella. Ella, rígida como una estatua de mármol no movía ni un músculo, se imaginaba observaba por otro hombre al que no conocía y al que no podía ver su rostro, sorprendentemente se excitó, Eduardo le dio una propina y le acompañó a la salida, el camarero había visto el cuerpo de Cristina pero no dijo nada.

-Ven zorra.

-Voy amo.

-Te has portado bien, pero el único que te va a follar soy yo, ¿queda claro? Le dijo apretando uno de sus pezones, ella contestó.

-Por supuesto mi señor. Con aquel hombre estaba en una montaña rusa de sensaciones nuevas, a cual más excitante.

Destapó una de las botellas de cava y la roció con él, enseguida sus pezones respondieron al frío contacto de la bebida, Eduardo se dispuso a comérselos, con una mano apartaba las bragas a un lado de su coño y volvía a meter dos dedos en su coño para follarla con ellos, la volvió a llevar a las puertas del orgasmo y allí se detuvo. Ella empezaba a volverse loca de deseo, llegados a ese punto quería ser follada, azotada, lo que fuera, pero no era más que una zorra entregada a los caprichos de su hombre. Eduardo la colocó entre dos sillas dejando su coño al aire, colocó sus manos a la espalda y le puso unas esposas, una mordaza en la boca y ató sus piernas a las patas de las sillas. No podía moverse ni hablar, la inclinó un poco hacia adelante y cogió un pequeño látigo de siete colas y se colocó delante de ella, se lo mostró y ella supo que iba a ser azotada, lo que no sabía era la intensidad con que lo iba a hacer. Él se puso detrás de ella y se lo pasó por la espalda varias veces, de repente se detuvo, unos segundos y le dio el primer azote, ella gimió, no había sido muy fuerte, el segundo lo fue más y el tercero más todavía, en esa intensidad le dio unos cuantos, ella gemía por el dolor y el placer, la mantenía en esa fina línea donde el dolor y el placer se mezclan, se detuvo y cogió un consolador anal, lo impregnó de vaselina y se lo introdujo con ternura mientras le decía al oído.

-Eres mi puta y voy a hacer con tu cuerpo lo que me salga de la polla. Ella se excitaba más al oírlo susurrar en su oído esas palabras. Tras colocarle el consolador volvió a los azotes, la sensación era nueva para ella, pero seguía excitándose, dejó de azotarla y se puso delante de ella y le vendó los ojos, colocó otro vibrador en su clítoris y le dio máxima potencia, ella intentó dar un salto pero atada le fue imposible, movía la cabeza, no podía aguantar, se corrió enseguida entre espasmos de placer, en esta ocasión no pudo decirle a su amo que se corría. Él le apretó con fuerza los dos pezones a la vez, ella gemía de dolor.

-Que no puedas hablar, no quiere decir que no lo intentes zorra.

Ella asentía con la cabeza, entonces él se detuvo. Ella respiró aliviada y quedó a la espera de nuevas experiencias. Si su marido la viera convertida en la puta de un desconocido, seguro que le pediría el divorcio, aquella mujer ya no era la que él había conocido y con la que se había casado. Ella en cambio, se sorprendía con cada actuación de aquel hombre, y más le sorprendía lo que su cuerpo aguantaba y lo que le gustaba ser esa nueva Cristina, que se había convertido en una puta, una zorra, una esclava sumisa a cambio de placer sexual. Ernesto la liberó de todo con calma y le sirvió una copa del frío cava, bebieron mientras se miraban a los ojos hasta vaciarla, tras la copa otra que ya bebieron más despacio, las dejaron sobre la mesa. Eduardo le dijo que se arrodillara y le sacara la polla, ella obedecía sin decir nada, le desabrochó el pantalón y cuando la polla estuvo liberada, Eduardo le pidió que se la chupara, ella gustosa de tenerla en la boca comenzó a lamerla por todas partes, incluidos los huevos de su hombre. Él se reclinó en el sofá y le dijo que le comiera el culo también, su zorra pasaba la lengua por todas partes, tras unos instantes así, Eduardo le dijo que se la metiera por el culo y lo follara, ella obediente la cogió y se la metió despacio, comenzó a cabalgar en aquella polla que la volvía loca, sus gemidos iban en aumento, su respiración se aceleraba, Eduardo cogió el látigo y comenzó a azotarla mientras se lo follaban, la blanca espalda de Cristina se enrojecía mientras gemía pero ella seguía follándolo, tras unas cuantas embestidas los dos dijeron casi al mismo tiempo que se corrían, se quedaron en silencio y él la abrazó desde atrás.

-Cuando yo no esté, seguirás siendo mi puta en la distancia.

-Gracias amo por no dejarme tirada cuando ya no estés.

-Yo no te dejaré nunca tirada mientras obedezcas.

-Yo siempre seré tu puta y obedeceré estés donde estés.

– Ahora límpiame la polla. En esta ocasión, Cristina ya no cogió papel, le lamió su miembro hasta que no quedó ni una gota de su esperma, el resto salía lentamente por su culo, después bebieron y él la llevó a la cama, la tiró de espaldas y la ató de pies y manos, le vendó los ojos, se acercó a su oído y le dijo.

-Vas a batir tu récord de orgasmos hoy.

-Ya lo batí ayer mi señor.

-Ayer solo fue una muestra de lo que voy a hacer contigo.

-Uffff amo, me excitas cuando me dices esas cosas.

-¿Mi zorra se pone cachonda de imaginar lo que le va a hacer su amo?

Ella asintió con la cabeza. Eduardo se colocó entre las separadas piernas de su esclava y le mordió repetidamente el interior de los muslos, después le pasó la lengua y se acercó a sus labios vaginales, los lamía de arriba abajo y de derecha a izquierda, ella comenzó a gemir y a ponerse cachonda de nuevo, los fluidos vaginales comenzaban a lubricar su feminidad, Eduardo paró, le introdujo un consolador y volvió a lamer su clítoris, la volvió a llevar a las puertas del orgasmo y allí se detuvo, le sacó el consolador despacio y continuó chupándola, cuando los gemidos aumentaban de decibelios, el se detenía, le metió el juguete. Ella le suplicó que se la follara, pero él la ignoraba, ella intentaba soltarse retorciendo su cuerpo pero toda resistencia era inútil, era su esclava y él estaba haciendo lo que quería con su cuerpo, ella nunca había estado excitada hasta ese punto de locura, en el que ya no controlas tu cuerpo. El hecho de no ver, aumentaba la sensación de placer. El que sí controlaba la situación era él que volvía a lamer y jugar con su coño. Las continuas lamidas y parones habían llevado a Cristina a un punto donde ya era solo un cuerpo a disposición de su amo. Con el consolador en su coño y la lengua de él en su clítoris, Cristina alcanzó un orgasmo inimaginable para ella, su cuerpo temblaba tras el clímax, Eduardo cogió hielo de la cubitera y se lo puso en los pezones, los aguantó así unos segundos y los fue bajando por su cuerpo hasta llegar al coño, allí los mantuvo contra el calor que desprendía esa humeante vagina. Cuando el hielo disminuyó de tamaño, se levantó y pidió comida para dos a recepción, tras colgar el teléfono se preparó un cigarro y bebió de su copa, ella continuaba atada, su respiración se había normalizado y esperaba el siguiente movimiento, le daba igual el que fuera, sabía que aquel hombre que había aparecido en su vida por casualidad, le proporcionaría placer, en dos días que estaba en su vida, había tenido más sexo y experiencias que en los últimos años de su existencia.

La música se oía y ella se relajó hasta un punto en que casi se duerme, solo la llamada en la puerta la devolvió al presente, pensó si Eduardo dejaría que la volvieran a ver así como estaba, desnuda e indefensa, pero estaba dispuesta a aceptar lo que eligiera su amo.

Eduardo abrió la puerta y el mismo camarero apareció con el pedido, desde donde estaba podía ver una de las piernas de Cristina y vislumbrar que estaba atada, sintió algo de envidia. Los hombres hablaban y Cristina estaba expectante.

-¿Te gusta lo que ves?

-Pues la verdad es que sí señor.

-¿Te gustaría ver un poco más?

-¡Ya lo creo!

Cristina tenía una mezcla de vergüenza y excitación al oír aquellas palabras, estaba ofreciéndola a los ojos de aquel desconocido.

-Espera aquí. Le dijo Eduardo al camarero. Entró en la habitación y se dirigió al baño, cogió una toalla y cubrió los pechos y el coño de su puta-

-¡Pasa! El camarero entro titubeante en la habitación.

-¿Qué opinas sobre lo que ves?

-Pues… Que es usted un hombre afortunado al tener a una hermosa mujer a su disposición. El camarero era un joven treintañero que no parecía estar acostumbrado a este tipo de situaciones pero supo expresarse con un delicado tacto. Cristina intentaba controlar la respiración, estaba siendo exhibida como si fuera un trofeo, o una esclava en venta, aunque en realidad era ya la puta de Eduardo. Pensó en dónde terminará esta situación.

-Bueno muchacho, ¿quieres jugar?

-¡Sí!

-Está bien, solo puedes ver lo que el azar te dé. Sacó una moneda y le dijo, cara los pechos, cruz su coño. ¿De acuerdo?

-Sí, de acuerdo señor. Eduardo le ofreció la moneda para que él la lanzara, la moneda cayó al suelo y rodó por el mismo hasta detenerse. Cristina no podía ver nada pero era consciente de todo lo que estaba ocurriendo, que salga cara pensó. Eduardo cogió la moneda y se la mostró al camarero.

-Ha salido cara, ¿estás de acuerdo?

-Sí señor.

Eduardo se acercó a Cristina que respiraba aliviada por lo que había salido. Le bajó la toalla lentamente y mostró sus pechos con unos pezones endurecidos.

-Puedes tocarlos.

-¿Qué? Se preguntó Cristina. Ya era una puta oficial, su amo la estaba prostituyendo como si fuera su proxeneta con aquel camarero que no se podía creer lo que le estaba pasando. Le tocó los pechos con suavidad, de un pecho pasó al otro.

-¿Quieres apretarle los pezones?

-Sí quiero. Dijo con una excitación patente en su rostro y en el tono de su voz e ignorante de hasta donde llegaría aquella situación.

-Pues tendrás que hacerlo con más rudeza o se acabó. El camarero apretó los dos pezones a la vez, apretó hasta que Cristina chilló de dolor. Eduardo levantó la mano y el camarero se detuvo.

-Suficiente por esta vez, puedes marcharte, una cosa más.

-Dígame.

-Confío en tu discreción.

-Desde luego señor, gracias señor.

Cuando se cerró la puerta, Eduardo cogió el látigo y volvió con ella, le quitó la toalla y la azotó mientras le decía.

-Eres mi puta y no lo olvides nunca.

-Si mi amo, soy tu puta, tu esclava. Dijo satisfecha entre gemidos.

-¿Quieres que te lleve a tu casa o prefieres seguir aquí?

-Quiero estar donde tú estés.

La desató y la besó con dulzura, ella se mostraba disciplinada y tierna mientras le devolvía los besos agradecida. Le puso un albornoz y cogió otro para él y se dispusieron a comer. Para sorpresa de ella, él le servía la comida y la bebida, eso a ella le encantó, le hizo sentirse querida por aquel hombre que había revolucionado su vida y su forma de ser. Luego tomaron un café, la llevó a la cama y se acostó a su lado sin decir nada, la abrazó por detrás y le dijo que iban a hacer una siesta para recuperar fuerzas, quedaba toda una tarde para seguir jugando y él pensaba sacarle el máximo partido a su nueva adquisición. Ella por su parte se sintió feliz al notar su abrazo y se relajó hasta dormirse.

Eran casi las cinco cuando Eduardo abrió los ojos, ella seguía durmiendo a su lado envuelta en el albornoz, él se levantó y se sirvió un café y se preparó un cigarro, se lo tomó en el balcón sentado en una de las hamacas mientras esperaba a que ella se despertara, veinte minutos después él escuchó.

-¿Amo? ¿Estás ahí?

-Estoy en el balcón mi niña.

Esas nuevas palabras a ella la llenaron de placer, era rudo y amable y esa combinación la satisfacían, se levantó y se acercó a su amo, lo besó y se asomó por el balcón, la altura era considerable, algunos edificios no muy lejanos eran de la misma altura eran los únicos en los que podía haber alguien que los vieran.

-Voy al baño mi señor.

-¡No! Desabróchate el albornoz y ponte encima de mí. Ella obedeció, separó las piernas y se puso a la altura de su polla.

-Suelta tú orina mientras te tocas los pechos.

Ella dudó sorprendida por un momento, pero no iba a llevarle la contraria. Si su amo quería que hiciera eso, lo haría. Cerró los ojos y relajó su vejiga, su cálida orina salía con fuerza contra el pecho de su amo, él ni se inmutaba, la observaba mientras le daba unas caladas a su cigarrillo, poco a poco la fuerza con que salía la orina disminuyó hasta que terminó en un goteo encima de su polla, ella esperó órdenes.

-Ahora lame mi cuerpo.

Ella comenzó a pasar la lengua, notaba el sabor de su orina mezclado con el sabor del cuerpo de su señor, cuando llegó a la polla, se recreó hasta ponerla dura, siguió disfrutando de la mamada, su amo le apretaba la cabeza para que se la metiera toda, arcadas, lametones, alguna bofetada y al final, cuando él estaba a punto de correrse, le apretó la cabeza contra su vientre mientras se corría, ella aguantó todo lo que pudo hasta que su amo se terminó de correr en la profundidad de su garganta, entonces se separó y lo miró, él le dedicó una sonrisa.

-Ahora te toca a ti zorrita.

-Sí amo sí. Dijo con deseo.

Eduardo se levantó y le quitó el albornoz, la sentó y le separó las piernas, se acomodó para comerle el coño, ella le acariciaba el pelo mientras la lengua de él la hacía disfrutar, su excitación iba en aumento, su respiración se aceleraba, gemía mientras sus piernas se abrían todo lo que podían para que su amo la devorara a placer.

-¡¡Me corro mi amo!! ¡Me corro! Él siguió hasta el final y ella terminó de correrse. Eduardo se levantó y con la polla en su mano le dijo.

-Abre la boca.

Ella obedeció mientras él comenzaba a mearla, primero los pechos, también su coño, luego subió hasta su boca que se llenó enseguida, la orina salía a borbotones de su boca, luego bajó de nuevo a sus pechos y a su coño donde terminó la lluvia dorada. Se separó de ella y sin decir nada se dirigió al interior de la habitación, ella se quedó sola, pensando en lo que le habían hecho, una nueva experiencia para su memoria, y la había disfrutado sin ningún tabú.

Eduardo se preparó una copa y con ella salió al balcón, Cristina seguía desnuda en la hamaca con cara de satisfacción y relajada por lo que había sucedido. Él miro y le preguntó.

-¿Quieres un trago? Ella asintió y cogió la copa, bebió y se la devolvió, él se acercó a la barandilla y miró el paisaje, sin volverse le dijo.

-Arréglate que salimos a cenar, quiero que te pongas el conjunto negro que compramos.

-Sí mi amo.

Una vez en la calle, la cogió de la mano y como una pareja normal, se dispusieron a caminar sin rumbo por las calles de la ciudad a la búsqueda de un lugar donde cenar, la temperatura era agradable y ella era feliz con él y no le importaba donde la llevara con tal de estar con él todo el tiempo de su estancia en la ciudad…

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