Dana, la tía de Miguel, siempre fue problemática desde que estaba en el colegio. Solía meterse en toda clase de problemas entonces, y solía hacerlo ahora también. Fue precisamente este descontrol que aparentaba tener en su vida que la llevó a terminar un matrimonio de casi 8 años. Todos estaban conscientes que había sido ella la culpable, por lo que cuando llamó a la puerta de su hermana y madre de Miguel aquella madrugada, todos sabían por qué.
Fue necesario instalarla en algún lugar y qué mejor que la vieja casa de los abuelos, que tenía años abandonada porque no podían restaurarla. Cosa que, contra todo pronóstico, Dana consiguió en unos pocos meses con los ahorros de toda su vida.
Tenía 38 años y se dedicaba a la cultura de belleza, trabajando con una amiga de toda la vida en una estética al otro lado de la ciudad. No era una mujer fea, pero tampoco era bella. Era del tipo robusta sin tener demasiado sobrepeso. Su principal atributo eran sus grandes pechos y trasero redondo, que hacían voltear a cualquier; tenía la clásica figura de “reloj de arena”.
Dana estaba consciente de sus encantos y le gustaba que la voltearan a ver, por lo que usaba ropa muy sugestiva en algunas ocasiones que dejaban poco a la imaginación. Le encantaba usar vestidos entallados, algunas veces sin nada debajo.
Muy seguido se reunía con su grupo de amigos de la secundaría y todos ellos habían tenido relaciones con ella en su momento. Principal razón por la que sus esposas no les permitían estar cerca de ella si no estaban presentes. Y es que tenía el carisma necesario para que, si lo deseaba, cualquier hombre diera la vida por ella.
Miguel era su sobrino más joven. Tenía 19 años cumplidos y era a quien más frecuentaba de la familia por su actitud relajada, pero sobre todo, porque secretamente le atraía. Nunca supo exactamente por qué, pero varias veces se descubría pensando en su físico o mirándole el bulto de reojo. Él, por su parte, siempre fue respetuoso con ella aunque también le atraía bastante su cuerpo. Sus senos eran su perdición. Tenía una colección de fotos de sus prominentes escotes en su ordenador que había tomado discretamente durante las reuniones, y eran el combustible de sus sesiones masturbatorias de vez en cuando. Simplemente la deseaba.
Miguel tenía una novia, Michelle, con quien recientemente había perdido la virginidad. Su físico era parecido al de su tía, pero no con tanto busto, y a veces, cuando estaban a solas, solía fantasear que era su tía a quien besaba y le metía la mano entre las piernas.
Cierto día de verano, Dana le comentó a su hermana que necesitaba que ordenaran unas cosas en su casa para poder venderlas, por lo que sugirió que Miguel le ayudara. A él no le cayó del todo bien la encomienda, pero sabía que podía sacar partido de eso de alguna forma y a primera hora de la mañana se presentó en casa de sus abuelos.
Dana lo recibió con un camisón holgado y de un color azul aqua, que le fue muy difícil ignorar pues parecía que no llevaba nada debajo. Pasó toda la mañana acomodando y limpiando el cuarto de trebejos y de vez en cuando aparecía su tía para ayudarle. Aquello fue todo un suplicio pues al agacharse por cajas o cosas que estuvieran en el suelo, sus enormes pechos colgaban libres debajo de la tela y era imposible empalmarse con aquello. Finalmente, cerca de las 2 de la tarde, Miguel terminó sus labores y entró a la casa con la esperanza de un pago en efectivo, pero al recordar las palabras de su madre, supo que no habría tal cosa. Le había llamado varias veces durante sus labores y estaba un poco fastidiado por ella
– Tía ¿me puedo quedar con usted un rato? No quiero regresar a mi casa ahorita-. Le preguntó apesadumbrado al entrar en la habitación.
– ¡Claro! Ahí hay más almohadas en la cajonera-. Miguel se acomodó junto a ella en la cama cubriéndose las piernas con una almohada. No podía dejar de ver de reojo el escote de su tía y estaba teniendo una erección.
– ¿Qué estamos viendo?
– No sé, le acabo de cambiar-. Le contestó sin quitar la mirada del televisor. Dana se recargó sobre él y sus pechos rozaron el brazo de Miguel. No llevaba sostén y por el frío de la refrigeración tenía los pezones casi erectos.
Miguel miraba de cuando en cuando sus pechos y sentía como el pene le palpitaba cada vez que se estremecían con el movimiento de sus brazos. Dana se dio cuenta inmediatamente y se pegó más a su brazo, quedando sus senos prácticamente sobre él. Miguel no se movía y mantenía la mirada fija sobre el televisor, intentando ocultar su erección con la almohada. Su tía siempre le había parecido no solo atractiva, si no que durante su adolescencia fue su objeto de deseo por la forma tan sugestiva como se vestía en las reuniones, usando ropa muy ajustada y en ocasiones corta. Al ver sus senos casi desnudos recordó aquella vez que fueron a la playa y llevaba solamente un vestido sin tirantes. No llevaba traje de baño, por lo que al meterse al mar, el vestido se adhirió tanto a su piel que podía ver perfectamente todas sus formas.
De pronto apareció la primera escena de sexo y notó como los pezones de su tía se endurecían completamente.
– ¿Nunca te han hecho eso?- Le preguntó en voz baja. Miguel la volteó a ver sorprendido por la pregunta y el pene le palpitó con fuerza.
– ¿Qué cosa?
– Que te amarraren en la cama. Se siente bien rico…- Le contestó divertida al ver cómo su sobrino se ponía nervioso con el tema. Ella estaba consciente de sus miradas no solo en ese momento, sino cada vez que la veía. -¡Ay por favor! ¡No me digas que te da vergüenza! Si ya tienes 19-.
– Pues sí, pero eres mi tía.- Le contestó Miguel, ahora más excitado que sorprendido. -No me lo han hecho.
– ¿Qué te gusta que te hagan? – Preguntó nuevamente su tía acomodándose de lado. Sus pechos cayeron sobre su brazo marcando perfectamente sus pezones. Miguel saboreo en su mente sus senos que ahora veía descaradamente.
– Pues lo normal.- Dana se rio ante su respuesta y se acomodó el pelo con la liga que jugueteaba desde hace rato
– ¿Qué es lo normal? Dime, no le voy a decir a tu mama-. Insistió – ¿Te la han chupado?
– Si, varias veces.
– ¿Quién? ¿Michelle?- La sola mención de su novia le causó algo de remordimiento, pues le había dicho que pasaría la tarde con su tía, sin imaginarse el rumbo que estaban tomando las cosas.
– Si, pero no le gusta ni tampoco que me la coma a ella… ¿A usted le gusta, tía?- Le preguntó envalentonado sin quitarle la vista a sus labios.
– ¿A mí? ¡Claro! No “suelto prenda” si no me comen primero-. Contestó entre risas y sonrojada, pues no esperaba la ocurrencia de su sobrino. -¡Ah, que pendeja! Si es de lo más rico que hay… Y ¿qué más has hecho? Ahora eres todo un padrote.- Miguel rio y se fue acercando más a su tía. En la pantalla los gemidos de la protagonista se disfrazaban con música suave y ambos voltearon a ver la escena.
– Pues ya me la cogí, el año pasado.
– ¿A poco sí? Y ¿qué tal?
– Me gustó, Michelle está buena.
– ¿Qué te hizo o cómo fue?- Preguntó ya con un evidente tono de excitación en su voz.
– Estuvo más o menos, lo imaginaba mejor-. Miguel fue bajando la almohada descubriendo su incipiente erección. Los ojos de su tía se clavaron de inmediato en el bulto de sus pantalones y le sonrió.
– Ya vi que se te está parando, cochino. ¡Cuéntame, ándale! Antes me contabas todo-. Dana le puso una mano en el vientre y comenzó a acariciarlo despacio, apretando su entrepierna que a estas alturas estaba completamente empapada. Nuevamente apareció otra escena sexual en la pantalla y Dana se mordió los labios al escuchar los gemidos.
– Pues usted, con sus preguntas.
– ¿Sabes que les gusta? Cuando les hacen así… – Su tía le metió la mano bajo el calzón y, sujetando su pene con fuerza, lo frotó debajo del glande con el dedo pulgar. Miguel la miró sorprendido dejándose hacer.- ¡‘Mijo’, si estas bien grande! ¿Cómo no le va a gustar meterse esto a la boca a la otra mensa?
– Pues ya ve.- Contestó Miguel jadeando y separando las piernas. Su tía se acercó más a él y comenzó a masturbarlo despacio.
– ¿Quieres que me detenga?
– Es que eres mi tía, no manches…
– ¿Y qué tiene? Si no me vas a embarazar ni te vas a casar conmigo, ‘nomas’ me vas a coger.- Le contestó divertida acelerando el ritmo.
– ¿Ya, de plano?
– Pues la traes bien parada ‘mijo’, y te la pasas viéndome las tetas y las nalgas, ¿a poco crees que no me doy cuenta?
– Pues sí, tía, pero hasta ahí.
– ¿Hasta ahí ‘nomas’? ¿Seguro?- Dana buscó su boca y se besaron, jugando con sus lenguas y chocando los dientes por la brusquedad de aquel gesto; lo besaba ávidamente sin dejar de masturbarlo hasta que sintió su miembro palpitar con más fuerza. No quería que se corriera tan rápido pues deseaba disfrutar aquel encuentro lo más que pudiera. Tomó su mano y la llevó a sus pechos. Miguel los acariciaba y apretujaba sin quitarles la vista de encima. -¿Te las quieres comer?- Dana metió la mano a su camisón sacándose pesadamente ambos pechos. Sus pezones, duros y grandes, eran de un color café oscuro. Miguel se abalanzó sobre ellos inmediatamente, chupándolos y apretujando sus senos firmemente con ambas manos. Eran muy suaves y con estrías en la parte superior; aquello, lejos de causarle aversión, le parecía algo muy sensual y femenino.
Dana se levantó el camisón hasta la cintura y estiró la pantaleta hacia arriba, dejándole ver la forma de su vulva perfectamente depilada. Miguel metió la mano entre sus piernas y acaricio su vagina, que estaba completamente mojada. Se chupó los dedos saboreando un poco sus jugos y la frotó nuevamente sobre la tela. Dana gimió abriendo más las piernas y acomodándose sobre las almohadas. Sin despegar los labios de sus senos, Miguel masajeaba vigorosamente su vagina con dos dedos, metiéndolos y sacándolos despacio. “Esa lengua, ‘Migue’, esa lengüita tuya” Le decía entre suspiros muy profundos.
Miguel se incorporó sobre ella y le retiró la pantaleta; se hizo un hilo de fluido conforme la prenda bajaba por sus piernas. Acercó la nariz a su vagina y disfrutó ese aroma agridulce que tanto le gustaba de Michelle, solo que el de su tía era más fuerte. La piel oscura y depilada hacía contraste con el interior de su abultada vagina; sus labios eran pequeños y estaban casi completamente dentro. A diferencia de los de Michelle, que eran grandes y largos y de un color rosado muy claro. Le dio pequeños besos en los muslos y hundió la cara en su entrepierna. Su tía dejó escapar un fuerte gemido cuando sintió como la lengua le recorría toda la raja. «Así mi niño, justo así» Le decía acariciándole la nuca. Miguel bebía sus jugos que brotaban profusamente y no tardó en detectar el agrio sabor de la orina; su tía estaba por correrse.
Dana separó sus labios con ambas manos y abrió más las piernas. El clítoris rozado sobresalía un poco y Miguel lo lamía en círculos con fuerza. «¡Así, ‘Migue’. Sigue…» Decía entre suspiros. Le daba lengüetazos rápidos en toda la vulva y luego bajaba hasta la entrada de su vagina, que penetraba con la punta de la lengua. Su tía estaba extasiada y se mordía los labios con los ojos cerrados.
Las manos de Miguel iban y venían de sus pechos a su vientre y se detenía en sus pezones, que apretaba y jalaba con los dedos. “¡Ven, que te la quiero chupar ya!” Le dijo su tía tomando su cara con ambas manos. Miguel le dio un último lengüetazo que casi la hizo correrse y se recostó en medio de la cama. Sin dejar de ver el bulto entre sus piernas, le quito rápidamente el pantalón y el pene saltó hacia ella. Lo miraba atónita con una expresión de asombro mientras lo sujetaba con ambas manos.
– ¿A poco nunca había visto una así, tía?
– ¡N’ombre, con puras chiquitas me topo últimamente!-. Contestó subiendo y bajando la mano a lo largo de su miembro.
– Pues ahí está.
– ¿No le dolió cuando se la metiste?
– Si, por eso tardamos mucho en hacerlo otra vez.
Dana se frotaba ambos pezones mientras lo masturbaba lentamente. Veía sorprendida aquel falo punzante del que ya brotaba líquido blancuzco. No era muy largo pero si muy grueso, tanto, que temía batallar para meterse aquello de un solo empujón. Solo una vez había tenido algo así entre sus piernas, y no había sido una experiencia muy satisfactoria, pero era joven y no tenía tanta destreza como ahora.
Besó sus testículos y luego se los metió a la boca uno por uno al tiempo que frotaba su miembro. Le jalaba la piel con los labios y luego subía con la lengua hasta su glande. Miguel cerró los ojos y jugaba con los pezones de su tía, que le rozaban los muslos con el movimiento.
– ¿Quién te la chupa mejor? ¿Ella o yo?
– Usted tía. Si le sabe.
– Mentiroso…- Dana apretó la base del pene y se lo metió de lleno a la boca. Subía y bajaba los labios rápidamente haciendo un vacío cada vez que se salía. Lo lamía de arriba abajo y lo volvía a engullir con una maestría sorprendente; sabía muy bien cómo hacerlo.
Miguel levantó la cabeza y veía como su pene desaparecía en la boca de su tía; estaba como loca. Apretó su glande con los labios y lo masturbó con rápidos movimientos.
– ¿Quieres correrte dentro?
– Donde quieras-. Contestó Miguel con un hilo de voz. Lo chupó un par de veces más sujetándolo de los testículos y se acostó sobre la cama. Él entendió inmediatamente su intención y se aproximó a ella abriéndole las piernas.
– Despacito porque me va a doler ¿eh?
Dana le indicó donde tenía un par de preservativos y se lo puso rápidamente. Se acercó a ella nuevamente y frotó su pene a lo largo de su raja, que estaba caliente y se contraía en pequeños espasmos. Primero introdujo el glande despacio y se quedó quieto. Su tía, con los ojos cerrados y la boca abierta, movía las caderas arriba y abajo tratando de engullir aquel mazo de carne. Miguel solo empujaba despacio introduciendo poco a poco todo su aparato. Al cabo de un momento, su tía se separó los labios y lo abrazó las piernas “Métemela ya, ‘Migue’. ¡Métemela ya!” Y de un solo empujón, su pene completo se abrió paso en aquella estrecha cavidad.
Dana dejó escapar un pequeño grito al sentir los testículos de su sobrino chocar con sus nalgas, empezando un mete-saca lento pero consistente que la hacía gemir con cada empujón. Ella lo miraba fijamente mientras la penetraba, casi sin poder creer el placer que le provocaba aquel acto prohibido. Estaba cogiendo con su sobrino y lo estaba disfrutando más que con cualquier otro hombre. Miguel se recargó en sus mulsos con ambas manos y aceleró el movimiento de sus caderas. Sus pechos se movían frenéticamente con cada sacudida hasta que se salieron del camisón nuevamente; con un rápido movimiento de sus brazos, se sacó los tirantes bajando la prenda hasta su cintura. Miguel estaba hipnotizado por el movimiento de sus senos, que besaba y lamía ávidamente. “¡Me voy a venir, Miguel…!” Le gritó y al cabo de un par de embestidas Dana se corrió pesadamente entre gemidos ahogados. Su interior se contraía muy rápido y Miguel pronto sintió un escalofrío recorrer su espina pero no se detuvo.
Se inclinó casi dejando caer su peso sobre ella y la penetró más despacio. Estaban abrazados, moviéndose en una deliciosa sincronía para retrasar su inminente orgasmo. “¿Quieres de perrito?” Le preguntó su tía cuando sintió que se detuvo. Miguel se incorporó y la acomodó de rodillas, subiendo el camisón hasta la espalda.
Tenía un culo grande y redondo que no cabía en muchos pantalones, razón por la cual procuraba usar casi siempre un vestido holgado que denotaba muchísimo sus caderas y sus nalgas. Se inclinó levantando el trasero lo más que pudo, abriéndolo con ambas manos. La vista que tenia de su vagina era excitante, completamente abierta y chorreando fluidos blanquecinos. Su ano palpitaba fuertemente y deseó penetrarla por ahí, pero sabía que no se lo permitiría sin lubricante y no quiso insistir.
Nuevamente la penetró de golpe y Dana gimió con fuerza, ahogando el sonido con la almohada. Miguel la sujetó de la cintura para apoyarse mejor empezó a moverse rápidamente. Amaba ver como sus nalgas vibraban con cada enviste y sobre todo escuchar el placer que le propinaba a su tía con sus movimientos.
– Ay no. Quítate el condón, ‘Migue’, y dame así-. Miguel quedó atónito ante la solicitud de su tía y se detuvo.
– ¿Está segura?
– Sí, mi amor. Te quiero sentir-. Miguel sacó el pene despacio y se quitó el condón, que estaba lleno de líquido preseminal.- Solo córrete afuera, ¿sí?
Nuevamente dirigió su herramienta a la entrada de su vulva y la fue metiendo poco a poco “¡Cógeme!” Le dijo abriéndose la nalgas. Miguel empujó lo más fuerte que pudo hasta quedar completamente dentro. La sensación era indescriptible y tan placentera que ambos gimieron casi al unísono. “¡Cógeme!” Volvió a pedirle su tía. Miguel aceleró los movimientos de su cadera sujetándola firmemente de la cintura. Volteó a ver un espejo que estaba junto a la cama y vio la mueca de placer de su tía, que gemía ya descontroladamente con cada empujón. “¡Si! ¡Si! ¡Si!” Le decía Dana con la cara en la almohada.
Miguel aceleró sus embestidas hasta que ya no pudo más. Le sobrevino el orgasmo apenas retiro el pene de aquella suave cavidad, lanzando varios chorros de semen sobre su vulva y su espalda. Su tía quedó sorprendida ante la cantidad de semen que expulsó y tuvo un pequeño orgasmo mientras frotaba su clítoris con los dedos. Miguel se inclinó sobre ella sintiendo los últimos estertores del orgasmo y besó gentilmente su espalda.
Estaban tan absortos disfrutando aquel momento prohibido que no escucharon la docena de llamadas de sus celulares hace unos minutos, y aquellas ultimas sensaciones placenteras fueron interrumpidas por los golpes frenéticos de su madre en la puerta principal.
Dana lo miró con expresión de terror y saltó de la cama. “¡Rápido, ponte los pantalones y metete en la cama!” Le ordenó mientras salía de la habitación poniéndose las pantaletas. Miguel apenas se pudo tapar con la cobija manchada de los fluidos de ambos cuando su madre entró a la habitación hecha un energúmeno.
– ¿Por qué no te has regresado a la casa? ¿Qué están haciendo? – Pregunto fúrica.
– Miguel se quedó dormido porque me ayudó a limpiar atrás.- Le contestó Dana detrás de ella. – ¿Querías que me ayudara con la casa, no? – Su madre echó un vistazo a la habitación tratando de reconocer el olor que flotaba en ella.
– ¡Agarra tus cosas y vámonos! – Le ordenó y salió del cuarto. Dana aguantó la respiración hasta que la escuchó salir de la casa y soltó una carcajada. Miguel estaba pálido y no sabía qué hacer.
– Vete antes de que nos metamos en un problema. Pero me debes algo ¿eh?- Dijo sujetándole fuertemente el bulto que había disminuido rápidamente por el susto. Dana lo besó poniendo las manos de su sobrino en sus nalgas y jugaron un momento con sus lenguas. Miguel se despidió torpemente y se marchó tras su madre.
Aquel día había sido un parteaguas que marcaba un antes y un después para ambos. Miguel siempre había querido tener relaciones con su tía y ella no tenía reparo en corresponder. Solo era cuestión de planearlo y de pedir un pequeño favor.