Los gemidos de Rebeca no se hicieron esperar.
Desde el momento en que mis labios y legua tocaron sus labios vaginales pude escuchar como esos gritos se escapaban de su boca.
Ataqué sin piedad y sin remordimiento.
Movía mis labios mordiendo, presionado y jalando los pliegues de carne.
Por momentos centraba mi atención completamente en su pequeño botón de placer, dándole al clítoris la atención que se merece. Luego sumergía por completo mi rostro entre sus piernas para saborear gustoso cada gota del delicioso néctar que salía de su interior.
El placer se fue apoderando de Rebeca por completo. Sus gemidos solo eran interrumpidos por cortas frases destinadas a dirigir mejor mis esfuerzos o para expresar lo bien que se sentía
Rebeca: ¡Si!!! ¡Así!!! ¡No pares!!! ¡Si!!! ¡Más a la derecha!!! ¡Eso!!! ¡Ahora para arriba!!! ¡Mierda!!! ¡Dios!!!