back to top
InicioGaysUn jefe con un secreto (I)

Un jefe con un secreto (I)
U

el

|

visitas

y

comentarios

Apoya a los autores/as con likes y comentarios. No cuestan nada.

El ambiente en la oficina era igual que siempre: agotador. Nadie dudaba de la capacidad de Diego para los negocios, pero su presencia como jefe y presidente de su propia empresa de nuevas comunicaciones resultaba terriblemente intimidante. Era estricto, severo, enfocado al cien por cien en su negocio y muy intimidante. No permitía un solo error, ni tampoco un solo retraso en la entrega de documentos. Quizá por eso, tan solo Sebas había aguantado más de seis meses trabajando directamente bajo él como su ayudante y mano derecha.

Sebas no acababa de entender la mala fama de Diego. Más allá de su exigencia en los negocios y con sus subordinados, encontraba a su jefe amable y de trato fácil. Las escasas ocasiones en que había conseguido que saliese pronto del trabajo a tomar una caña con él para celebrar algún éxito laboral le había encontrado agradable, incluso divertido y extrovertido. Tan solo en el trabajo se convertía en un tirano adamantino y casi cruel. Visto lo cual, no le resultaba extraño que casi todos los empleados prefiriesen trabajar con él antes que dirigirse directamente a Diego.

–¡Sebastián! Ven aquí, por favor.

Sin decir nada, Sebas se levantó de su escritorio, recogió su tablet y entró en el despacho de su jefe sin llamar. Cuando gritaba y usaba su nombre completo más valía no andarse con rodeos y entrar directamente, porque significaba que no estaba de humor ni para las cortesías más básicas.

–Dígame.

Plantado en la cara alfombra blanca frente al escritorio de cristal y acero de su jefe se preparó para lo que fuese que este quería de él, con la tablet a punto y listo para tomar notas. Su jefe parecía enfadado, muy muy enfadado. Casi a punto de estallar.

–Deja la tablet, esto no es directamente del trabajo –escupió desagradable–. Esos imbéciles del taller acaban de llamarme, mi coche no estará listo al menos hasta dentro de otras dos semanas. ¡Dos semanas! ¿Y qué cojones esperan que haga mientras para desplazarme? El miércoles tenemos que visitar tres terrenos a ver si son útiles para nuestras nuevas antenas y no puedo ir en metro hasta allí.

Sebas le dejó despotricar un buen rato. Cuando su jefe estaba de ese humor, lo mejor era no interferir y dejar que se desahogase. Si ahora proponía algo su jefe se negaría a escucharle. Con paciencia dejó que blasfemase y murmurase hasta que intuyó que su humor estaba algo mejor. Cuando sus despotriques pasaron a ser sobre la reunión con un empresario chino que había vuelto a aplazarla por motivos ridículos, intuyó que era hora de intervenir.

–Señor, si el problema es cómo llegar a esos terrenos, yo puedo llevarle en mi coche.

–¿Y quién ocupará tu lugar aquí en la oficina? –preguntó con recelo–. Sabes que te necesito aquí cubriendo el frente mientras yo no esté.

–Marina puede cubrirme sin problemas, se lo dejaré todo perfectamente detallado y la dejaré mi número para que me llame en caso de que sea necesario. Además, señor, puedo actuar de chófer durante estas semanas en caso de que lo necesite, y ayudarle con las reuniones externas.

Diego se dejó caer contra el respaldo de su silla. El costoso reloj de oro que siempre llevaba puesto lanzó brillantes destellos al incidir en él la luz del ventanal que tenía a sus espaldas. Con un suspiro cansado se frotó los ojos y se pasó una mano por el pelo. Sebas se limitó a esperar, sabía que no sacaría nada si insistía. Además, no quería que supiese lo mucho que le gustaría acudir a esas reuniones, empezar a tener algo más de peso en las decisiones empresariales más allá de ser un simple secretario sobrevalorado.

–Supongo que eso solucionaría el problema, y te podría venir bien aprender algo más sobre cómo funcionan ciertas gestiones. ¿Qué edad tienes, veintiocho?

–Veintiséis, señor.

–Eres joven, pero trabajas bien y eres cumplidor. Sí, te vendrá bien venir conmigo. Está bien, deja listo el plan para cubrir tus ausencias y reorganiza tu horario para poder venir conmigo. Pasa a recogerme a las siete de la mañana el miércoles.

–Sí, señor.

No dijo nada, conteniendo su júbilo mientras salía del despacho de su jefe. No apreció la mirada divertida ni la sonrisilla que empezaba a asomar en el rostro de su jefe. Al principio no había tenido demasiada fe en Sebas. Le había contratado en prácticas como asistente personal después de que el chico se graduase primero de su promoción en ADE, pero había cogido afecto al chico. Era trabajador, responsable y mucho más ambicioso de lo que su apariencia dulce y accesible parecía revelar.

Sebas tenía el cabello castaño y ondulado, no demasiado corto, con algunos mechones rozando sus hombros y otros cayendo sobre sus ojos, de un rico tono marrón claro y piel morena por el tiempo que pasaba al aire libre. Monitorizaba las redes sociales de sus empleados, por lo que sabía que siempre que podía el chico se escapaba a la montaña con la bici o a correr con su perro, un achuchable samoyedo al que pagaba siempre guardería y cuidador. No era especialmente alto, tan solo uno setenta y dos, pero su actitud profesional y en extremo precisa compensaba ese pequeño defecto, al igual que el físico perfecto gracias al ejercicio que resaltaba con trajes buenos y camisas en tonos claros. Un detalle que le gustaba era que siempre llevaba corbata, aunque no fuese obligatoria.

Acentuando la sonrisa encendió su ordenador para ponerse a trabajar nuevamente. Bien sabía que el ofrecimiento del joven no estaba exento de cierto interés personal, motivado sin duda por su ambición y sus ansias de crecer dentro de la empresa, pero no le parecía mal del todo. Necesitaba empleados así, siempre dispuestos. Como el caballo de carreras que ansía estar siempre en la pista. Concediéndose un par de minutos más para sí mismo, concertó una cita con su ligue habitual para el martes. Si quería ir a ver esos terrenos con una buena actitud necesitaría quemar energía antes.

Ajeno a los pensamientos de su jefe, Sebas se esforzó al máximo durante esa semana. Sabía que si no dejaba todo atado y bien atado Diego no volvería a darle una sola oportunidad, y no pensaba dejar que eso sucediese. Trabajó codo con codo con Marina para conseguir que supiese todo lo que hacer en su ausencia. Incluso adelantó buena parte del trabajo del mes siguiente por si acaso. Consultó por internet los terrenos que iban a visitar y eligió su vestuario cuidadosamente.

El miércoles se levantó dos horas antes de lo necesario. Se vistió con un elegante polo azul de manga corta, vaqueros claros y sus deportivas de montaña. El día anterior había llevado el coche a lavar por dentro y por fuera y había recabado cuanta información pudo sobre los terrenos. Recogió las llaves y las gafas de sol y tras introducir en el GPS la dirección de su jefe condujo mientras tarareaba al ritmo de la música rock que emitía la radio esa mañana.

Aunque ya había visto antes el chalet de su jefe, no pudo evitar sentir una punzada de envidia al ver la gigantesca construcción de dos plantas. Sin embargo, esos pensamientos se cortaron de golpe cuando la puerta delantera se abrió y salió su jefe, vestido con ropa de calle muy similar a la suya. Nunca le había visto con otra cosa que no fuesen trajes a medida, por lo que se le comió con los ojos mientras llegaba al coche.

Vestido con una camiseta de marca, vaqueros oscuros y botas de montaña estaba muy atractivo. A sus cuarenta y nueve años se mantenía en una forma excelente acudiendo a nadar tres veces por semana y al gimnasio otras tres, por lo que su físico era perfecto, acorde a su gran altura de casi un metro noventa y seis. Su cabello se mantenía fuerte y casi libre de canas, de color negro y peinado con un corte moderno que sin embargo retenía cierta esencia formal. Sus ojos oscuros casaban bien con la piel morena de su cara, donde algunas ligeras arrugas marcaban sus rasgos, aportándole un toque distinguido. Sin duda, a su jefe le pasaba lo mismo que al buen vino, mejoraba con la edad.

Para su sorpresa, su jefe cojeaba notablemente. Al sentarse en el asiento del copiloto, la expresión de dolor de Diego no se le pasó desapercibida. Indeciso sobre cómo proceder se limitó a apagar la radio y arrancar de nuevo el coche, saludando a su jefe para pasar directamente a los temas de trabajo.

–Buenos días, señor. Tiene en la información más relevante de los terrenos en el dossier que está en el menú principal de la tablet. El resto está en la carpeta amarilla, ahí está la información sobre los antiguos propietarios, el histórico de ventas y el de precios. Y la evolución del valor del terreno durante los últimos veinte años.

–Impresionante, Sebas. Pero fuera del trabajo puedes tutearme si quieres.

–Vale se… Diego –se corrigió rápidamente.

Ninguno de los dos volvió a hablar. De vez en cuando Diego se revolvía incómodo en su asiento, pero su atención estaba tan enfocada en el trabajo que ni siquiera parecía consciente de su propia incomodidad. Por su parte, Sebas albergaba dudas sobre si debía hablar o no, por una parte, sentía curiosidad. Jamás había visto a su jefe manifestar dolor ni nada semejante. Por otro, no sabía si debía decir nada. Su relación era cercana siempre que estuviese restringida al trabajo.

Por fin llegaron al terreno que tenía intención de adquirir. Su propietario, un hombre demasiado mayor como para ir hasta allí, había enviado a su hijo como representante y se notaba que el joven estaba ansioso por cerrar la venta, a diferencia de su padre. Sebas dejó que fuese su jefe el que tomase la iniciativa en la negociación, observándole y aprendiendo de su forma desenfadada pero profesional de conducirse. Cuando el labriego estrechó la mano de su jefe supo que habían conseguido los terrenos, se expandirían.

Mientras caminaba de vuelta al coche por la tierra reseca y llena de traicioneras piedras iba eufórico. En su contraste, su jefe iba mucho más sereno, procurando disimular el intenso dolor que sentía en las piernas y la baja espalda. Al llegar al coche se apoyó en la ardiente carrocería antes de abrir la puerta, vacilando sobre si entrar o no. Sebas le observó preocupado, saliendo del vehículo y colocándose en frente del hombre mayor que le dedicó una débil sonrisa.

–¿Está bien, señor? Antes le he visto cojear.

–¿Qué te dije sobre lo de tutearme? –le reprendió con amabilidad–. No te preocupes, me hice un poco de daño este fin de semana. Nada serio.

–A mí no me parece que no sea nada, Diego. Me parece que deberías haberte quedado en casa.

–Es posible –concedió mientras entraba en el coche con una mueca de dolor–. Pero gracias a este pequeño esfuerzo hemos conseguido los terrenos. Ahora podremos presionar al consorcio de Wang para que se decidan respecto a la asociación.

–Es una perspectiva fantástica. Si las condiciones son las adecuadas podría hacer crecer la empresa a nivel internacional.

–Por cierto, creo que no te lo he dicho, pero tu desempeño ha sido extraordinario. Mañana sería un buen momento para hablar de un aumento de sueldo. Y por supuesto, volverás a participar en estas reuniones y las negociaciones.

–¡Gracias, señor! ¡Muchas gracias!

Absolutamente radiante condujo de vuelta a la ciudad. Iba a proponer parar a tomar una caña cuando su jefe se le adelantó, indicándole que parase en su bar-restaurante favorito. Entre los viajes y el tiempo pasado en el campo ya se había hecho la hora de comer. Pidieron dos menús y una cerveza de litro cada uno. Brindando con las jarras de cerveza atacaron la comida con voracidad. De las cañas pasaron a las copas variadas, entre risas y brindis cada vez más entusiastas. Para cuando terminaron la fiesta ya frisaba la noche, y Sebas no estaba en condiciones de conducir.

–Pide un taxi, lo compartimos. Ya pago yo –sentenció Diego intentando estirar las piernas.

Sebas, obediente, llamó a un taxi mientras volvía a contemplar a su jefe. El aire frío de la noche estaba empezando a despejarle, quitándole la borrachera. Durante la comida había estado bien, pero ahora volvía a mostrar señales evidentes de estar sufriendo. Preocupado se sentó a su lado en el taxi, planteándose qué podía haberle pasado. Al llegar a la casa de su jefe, le costó tres intentos a Diego salir del coche. Dejando que la preocupación pudiese con él, Sebas salió del vehículo y despidió al taxista. Ya pediría otro para él.

–Sebas ¿qué haces?

–No estás bien, voy a dejarte dentro. No creo que puedas subir sólo las escaleras.

Diego iba a protestar cuando se percató de los doce escalones del porche delantero de su casa. Iba a volver a rechazar la petición de Sebas cuando este le agarró del brazo, soportando parte de su peso. Por debajo del tejido de la ropa, muy fina para las temperaturas de la noche, podía notar el cuerpo cálido y musculado de Sebas, que había tomado el mando con toda facilidad. Cediendo el control se apoyó en el joven que casi le remolcó escaleras arriba. En contra de lo esperado no le soltó en el porche, se quedó a la espera mientras abría la puerta.

El interior de la casa de Diego apestaba a dinero por los cuatro costados. No era algo ostentoso, pero se notaba la calidad y el lujo en el mobiliario de diseño y en los materiales de calidad que conformaban la edificación. En mitad del pasillo principal, sin embargo, se encontró con la sorpresa de una escalera en forma de caracol que subía al piso superior. Con un resoplido afianzó más el agarre sobre su jefe que sin embargo se desasió de su control.

–Gracias, Sebas. No te preocupes, puedo dormir aquí abajo.

–¿Tu dormitorio está abajo? –preguntó dispuesto a ayudarle de nuevo.

–No, está en el piso de arriba, pero puedo quedarme abajo.

La mirada incendiaria que le dedicó bastó para hacerle callar. Cuando su empleado volvió a sujetarle dejó caer su peso sobre él, empleándole a modo de muleta mientras ascendían las escaleras. En cuanto vio la puerta de su dormitorio, sin embargo, intentó detenerlo de nuevo. Enderezándose e intentando soportar su peso sin que su rostro denotase lo que le costaba. Se había excedido demasiado hacía unos días, pero su empleado no necesitaba ver más.

–Gracias por todo, Sebas, pero ahora será mejor que te marches. Mañana los dos tenemos trabajo que hacer.

–Ya he subido hasta aquí, te ayudaré a llegar a la cama.

–Sebas…

El joven se detuvo de golpe. Incluso en su estado captaba que podía estar excediéndose, cruzando demasiados límites. Sin embargo, sabía que su jefe necesitaba su ayuda. Diego era demasiado orgulloso a veces, si eso era lo que le impedía aceptar su apoyo, que le diesen. No le iba a dejar en la estacada.

–Vamos, jefe. No seas así, ¿te preocupa que vea que tienes el cuarto desordenado o algo?

Antes de que pudiese responder, abrió la gran puerta de caoba que daba al dormitorio. Diego intentó detenerle, moviéndose más deprisa de lo que podía en su estado. No llegó a tiempo. Los ojos castaños de Sebas se abrieron de par en par al tiempo que sus mejillas se teñían de color. Diego soltó un gruñido avergonzado mientras se cubría la cara con las manos.

El joven pasó al dormitorio. Encima de la cómoda había varios juguetes de gran tamaño. Dildos y vibradores relucientes y listos para usar. Sobre una mesa auxiliar se acumulaban las palas, fustas y látigos diversos. Al lado del moderno cabecero de la cama había varios juegos de esposas de diversos materiales, desde metal hasta cuero pasando por algunos de plástico. Con los ojos como platos Sebas se giró hacia su jefe que mantenía la cara tapada con las manos. Con un carraspeo avergonzado pasó por su lado sin mirarle, llamando un taxi al mismo tiempo. Estaba claro: se había quedado sin empleo por su cabezonería.

Ni siquiera en el taxi pudo apartar de su mente la imagen de lo que había visto. Lo peor de todo era la furiosa erección que presionaba sus vaqueros. Por encima incluso de la incertidumbre de lo que pasaría con su trabajo estaban los erráticos pensamientos sobre su jefe. En el fondo encajaba, alguien como él seguro que tenía esos gustos. Su mente cargada de alcohol no tardó en montarse su propia fantasía, donde su jefe aparecía vestido de cuero y sosteniendo un látigo en sus manos enguantadas de látex negro.

En cuanto llegó a su propio piso, muchísimo más moderno, se dirigió directamente a la habitación, donde se bajó los pantalones y los bóxers y se masturbó furiosamente. Acariciando su pene de arriba abajo ahogó los gemidos contra su mano, mientras su mente calenturienta se encargaba de proporcionarle una erótica fantasía donde los chasquidos de las fustas se mezclaban con los varoniles gemidos que emitía Diego mientras exhibía su poderío.

Moviendo su mano frenéticamente alcanzó el orgasmo, llenándose de semen el vientre y los muslos. Con un par de jadeos terminó de desvestirse, metiéndose en la ducha antes de caer rendido en la cama. Agotado consiguió quedarse dormido por fin, después de dar un par de vueltas sobre el estrecho colchón, recordando el tamaño de la gran cama de matrimonio de su jefe.

El despertador le arrancó de brazos de Morfeo. Su cabeza palpitaba dolorosamente con un inicio de resaca que solo se agravó en cuanto cayó en la cuenta de lo que había pasado ayer. Con una sonora maldición salió de la cama directo a la ducha. Si quería arreglar lo de ayer más le valía mostrarse sumamente profesional. No conseguiría evitar el despido, pero por lo menos conseguiría una carta de recomendación, o al menos esa era su esperanza.

Intentando tener una imagen inmejorable domó sus ondas castañas con gomina y las peinó hacia atrás. Eligió su mejor corbata y el traje gris con la camisa azul. Zapatos de cuero, impolutos, y calcetines bien conjuntados. Por desgracia para él, debería ir a buscar su coche después del trabajo. Por ahora debería resignarse con otro taxi. Por fortuna ayer se llevó su bandolera, por lo que la tablet de trabajo seguía con él. En cuanto llegó a la oficina se dirigió a su mesa como siempre, encontrándola vacía.

–¿Y esto? –preguntó con el corazón latiendo dolorosamente en sus oídos y en su garganta.

–Órdenes del jefe. Te espera en su despacho –respondió Marina sonriente–. Al parecer ayer fue muy bien, enhorabuena.

Con las rodillas temblorosas llamó a la puerta del despacho de Diego, entrando en cuanto recibió respuesta. Su jefe permanecía en silencio, contemplando el ordenador ensimismado.

–¡Ah, Sebas! Perfecto. Por fin tenemos una fecha definitiva para la reunión con Wang, y nuestro equipo de expansión nos ha remitido dos nuevos terrenos que tienen buenas perspectivas sobre el papel. Ampliaríamos mucho nuestro radio de cobertura si podemos adquirirlos a buen precio.

–¿Dónde están mis cosas, señor? –preguntó con un hilo de voz.

–En tu nuevo despacho. Trabajarás en el despacho anexo al mío, y tendrás derecho a tu propio asistente. Te sugiero que elijas a Marina, es una empleada muy capaz y ya está acostumbrada a sustituirte, será fácil formarla. Y por supuesto, hay que hablar del aumento de sueldo que te ganaste ayer.

–¿No estoy despedido, señor? –preguntó atónito–. Pensé que, después de lo de…

Su voz murió al tiempo que un intenso rubor cubría sus mejillas. Diego suspiró y levantándose de su escritorio cerró la puerta del despacho con pestillo. La desbocada imaginación de Sebas entró en acción, pasando por su cerebro cientos de posibles y eróticos escenarios que se vinieron abajo en cuanto Diego volvió a sentarse detrás de su escritorio. En contra de su costumbre, cogió un trozo de papel entre sus dedos y comenzó a doblarlo una y otra vez mientras mantenía la mirada baja.

–Lo que viste pertenece al terreno personal. Admito que no… Admito que no es algo que me guste que sepa mi empleado, pero eres una pieza muy valiosa en mi empresa como para dejarla ir por algo así.

–La verdad es que fue un poco… impactante. No sabía que te gustase dominar y eso, pero supongo que te pega.

–¿El qué? ¿Qué dices? –replicó extrañado dejando una grulla de origami sobre la mesa–. Creo que lo has entendido al revés, todo eso es… mío, lo uso conmigo.

–¿Me estás diciendo –comenzó a decir mientras intentaba controlar su rebelde entrepierna, que empezaba a despertar de forma más que visible–, que tú eres el…?

Diego no respondió de inmediato, ocultando la cara detrás de sus manos. El reloj de oro se deslizó por su muñeca y Sebas pudo ver la marca rojiza de unas esposas en su muñeca, un roce discreto que bien podía pasar por el roce contra la correa de oro del costoso reloj. Con los ojos como platos reevaluó todo lo que sabía de su jefe. Percatándose de su sorpresa y su confusión Diego suspiró y cogió otro trozo de papel.

–No creo que lo entiendas, pero bueno, cartas sobre la mesa. Sí, soy el sumiso, el pasivo o como quiera que lo llames. Antes de las reuniones y los eventos vitales me gusta ser dominado y sometido, y tenía un gran acuerdo con un amigo, pero la última sesión se nos fue de las manos y de ahí que estuviese tan machacado. Todavía lo estoy.

–No… no lo sabía. Ni me lo imaginaba.

Ambos hombres se quedaron en silencio. A Sebas la cabeza le daba vueltas y más vueltas mientras su entrepierna parecía decidida a rebelarse. La idea de su jefe sometiéndose a otro le parecía increíble, más cuando él sabía lo dominante y exigente que era en su trabajo. Sin embargo, ahora estaba delante de él y la única palabra que parecía describirle era “vulnerable”.

–Bueno. Supongo que esto ha sido duro para ti. Mejor intentamos olvidar algo así, supongo que lo que haga un viejo en su dormitorio no es interesante para ti. Vuelve al trabajo, Sebas. Y gracias por tu discreción.

–No eres tan viejo, yo te follaba.

El silencio se instaló entre ellos de nuevo. Sorprendido su jefe, mortificado el joven. Las carcajadas de Diego rompieron el silencio que se había instalado entre ellos, sobresaltando a Sebas que le miró dolido.

–¡Ay! Perdona hombre, no me reía de ti. No tienes que mentir para animarme. Aunque ha sido todo un detalle, vuelve al trabajo.

Enfadado Sebas se levantó de su silla. Su erección seguía marcándose en la entrepierna de su pantalón de traje. En dos zancadas se plantó delante de Diego, que se había recostado en su silla y le miraba sin comprender a qué venía semejante reacción. Agarrándole por el cabello, Sebas acercó la cabeza de su jefe a su entrepierna, dejándole a escasos centímetros de su erección. Diego abrió los ojos cómicamente mientras su mirada se movía del bulto que parecía apuntarle acusador a la cara de su joven empleado.

–¿Te parece esto una broma?

–No. Lo siento.

–Si digo algo, lo digo porque es lo que pienso. Y si no te lo quieres creer por lo menos no te rías.

Soltó el cabello de su jefe que se volvió a echar atrás en su silla. Consciente de lo que acababa de hacer, Sebas se quedó quieto. La adrenalina recorría su sistema y estaba más excitado de lo que jamás había estado. De no conservar todavía un ápice de cordura, además de una gran necesidad de mantener su empleo, se bajaría allí mismo los pantalones y demostraría a su jefe lo en serio que iba. Estaba a punto de disculparse cuando su jefe le sorprendió de nuevo.

–¿Te apetecería venir mañana a mi casa? Sigo sin coche, así que podrías llevarme y… ver qué surge.

–Me encantaría. ¿Nada más salir?

–En cuanto salgamos, sí. A las cinco.

–Vale. Creo que ahora mejor voy a trabar un poco.

Dándose la vuelta Sebas se dispuso a salir del despacho de su jefe, cuando Diego le llamó de nuevo.

–¡Ah! Y, Sebas, si vuelves a montar un espectáculo así en el trabajo, considérate despedido de inmediato. Aquí dentro sigo siendo tu jefe y venimos a trabajar y a ganar dinero.

–Sí, señor.

Como en una nube, Sebas acudió a su nuevo despacho. Tras colocar sus cosas consiguió apartar de su mente cualquier atisbo de la conversación que acababa de tener. Debía concentrarse en el trabajo, a pesar de su pene rebelde que seguía presionando dentro de sus pantalones. Cuando Diego amenazaba con el despido, su amenaza siempre iba en serio. Al ver la ingente cantidad de mensajes que tenía en su bandeja de entrada sumado a toda la investigación previa que necesitaba para la reunión con Wang se puso manos a la obra, consiguiendo que toda su atención se enfocase por fin en su trabajo.

Para su suerte, la jornada del viernes fue tan agotadora y frenética como siempre. Diego no dio muestras de inquietud ni de nervios a pesar de que el plan de salir juntos e ir a su casa se mantenía. Por su parte, Sebas intentaba controlarse, pero la expectación por lo que vendría después le mantenía en tensión. Estaba nervioso, no sabía muy bien lo que podría esperar y tenía mucho que digerir. Hacía tan solo un día que sabía que a su jefe le gustaban los hombres, y más sorprendente era aún la revelación de sus gustos.

Conforme se acercaban las cinco su nerviosismo crecía más y más. En cuanto dieron las cinco menos cinco recogió su mesa, dejándola preparada para el lunes, y tras ponerse la chaqueta y coger su bandolera y su tablet esperó a Diego a la entrada de su despacho. Su jefe no se hizo de rogar. A las cinco y tres minutos salió, cerró con llave su despacho y se despidió cordialmente de los pocos empleados que todavía pululaban por ahí. Sebas casi tuvo que correr para alcanzarle y llegar a tiempo al ascensor.

–¿Listo para lo de hoy? Si has cambiado de idea no pasa nada.

Hasta su nariz llegó el caro perfume de su jefe. El reducido espacio de la cabina del ascensor parecía crear una corriente de intimidad entre ellos. Contemplando largamente al hombre se percató de cómo abultaba su musculatura la camisa que llevaba, y los veinte centímetros de diferencia entre su altura y la de su jefe.

–Aún estamos en el trabajo, señor. No quiero una carta de despido sobre mi mesa el lunes.

Diego se echó a reír de manera disimulada mientras el ascensor se detenía en el garaje. Siguiendo a Sebas hasta su coche se percató de los contrastes de la personalidad de su empleado. En el trabajo era eficiente y profesional, y en su vida personal parecía dulce y cariñoso, sobre todo en las fotos con Polar, su samoyedo. Tan solo el otro día había conseguido atisbar parte de su faceta salvaje, y porque le había sacado de sus casillas. Nunca se había planteado nada semejante con su asistente, pero después del fracaso de su relación con Nicolás necesitaba algo que le revitalizase y le permitiese soltar un poco las riendas. Tan solo esperaba que no afectase a su relación laboral.

Sebas conducía con aparente calma a pesar de las dudas y los nervios. La pregunta de su jefe le había sorprendido con la guardia baja y se había visto incapaz de darle una respuesta clara en uno u otro sentido. Intuía que, hasta no verse en la situación, no sabría si sería capaz de llevar a la práctica sus fantasías. La idea de decepcionar a Diego le asustaba casi más que el no encontrar el humor para hacerlo. Aparcó su coche dentro de la propiedad de su jefe, en el hueco vacío que normalmente ocupaba el deportivo de Diego. Inspirando hondo salió del coche y siguió a su jefe al interior de la casa.

Plantado dentro del lujoso vestíbulo, Diego sonreía. La expresión de su cara consiguió enervar a Sebas que miró en rededor. Sin perder el extraño gesto le condujo hasta el salón, inmenso y con una vinoteca refrigerada encajada entre dos grandísimas librerías. Cuanto más miraba a su jefe, más sentía hervir su sangre en una mezcla de excitación y enfado que conseguía perfectamente erosionar su cordura. Dejó su bandolera en uno de los carísimos sillones de cuero y se dirigió tranquilo hasta su jefe.

Con una rapidez que sorprendió a Diego aferró su corbata, empleándola a modo de correa para igualar su altura a la suya. Frente a frente le miró a los ojos, encontrándose en ellos dos profundos pozos de súplica y deseo. Su pene comenzó a crecer y supo que podía con ello. Podía tomar las riendas. Podía tener a ese hombre tan poderoso a sus pies.

–¿Te diviertes? –siseó con maldad tirando con más fuerza de la corbata–. Ahora no estamos en el trabajo, ahora tú ya no mandas ni tienes ningún poder. Borra esa sonrisa de la cara y mantén la mirada baja. ¡Ya!

–Sí –respondió el hombre, obedeciendo al instante.

–A partir de ahora más te vale dirigirte a mi con respeto. Si tienes que responder quiero escuchar un “sí, señor”.

–Sí, señor.

–Muy bien. Ve y sírveme un vino. Uno bueno, me da igual si es tinto o blanco.

–Sí, señor.

Seguido por la atenta mirada de Sebas, Diego se dirigió a su vinoteca mientras el joven se acomodaba en el sofá de cuero. Aflojó su corbata y se quitó la americana mientras su jefe elegía una de sus mejores botellas y una copa ancha. Depositó la copa en la mesita frente al sofá y descorchó la botella, sirviendo el líquido de intenso color y aroma con un gesto elegante. Tendió la copa al joven que dio un sorbo, paladeando con deleite la cara bebida. Agarrándolo de nuevo por la corbata le forzó a acercarse, procurando no ladear la copa para no derramar el vino.

–Ponte de rodillas. Voy a dejar que tú también bebas.

Diego se arrodilló a los pies del sofá. En su mente se mezclaba la humillación con el deleite. En el trabajo Sebas estaba a sus órdenes, corría para complacerle. Ahora había despertado a un pequeño demonio dentro de él y las tornas habían cambiado. Sus ágiles dedos le sujetaron por la barbilla mientras daba un sorbo a la copa.

Sus labios teñidos de rojo por el vino se acercaron a los suyos, besándole y pasándole a la vez el vino. Sorprendido por su reacción tragó el líquido, mucho más tibio ahora que cuando lo decantó. La lengua de Sebas invadió su boca. Dominante, demandante. Exploraba cada rincón y forzaba a la suya a moverse y a seguirle el ritmo. Nico jamás le había besado así en tres años de relación. Un nuevo tirón de la corbata reclamó su atención cuando sebas se separó de él, todavía con la copa en la mano.

–¿Más vino?

–Sí, señor, por favor. Más vino, por favor.

Atendiendo a la súplica de su jefe dio un nuevo sorbo. Diego observó fascinado cómo daba otro sorbo y volvía a besarle. De nuevo tragó todo el líquido y de nuevo sintió su lengua explorando su boca. Cuando le mordió los labios después del tercer trago no pudo evitar gemir. Sentía su erección presionada dentro de su costoso traje a medida. Al percatarse, Sebas presionó la entrepierna de su jefe con el pie, compartiendo la copa de vino hasta que la terminaron.

Sin decirle nada aflojó su corbata, sacándola del cuello de su camisa para volver a apretarla en torno a su cuello para poder seguir usándola a modo de correa. Con una lentitud dolorosa fue soltando los botones de la camisa de su jefe, que aguardaba de rodillas con los brazos a la espalda. El pie de Sebas continuaba presionando con fuerza la erección de Diego, causando dolorosas punzadas que no hacían más que aumentar su excitación. La camisa quedó abierta a ambos lados, revelando un pecho grande y de pectorales trabajados en el gimnasio y unos abdominales bien marcados cubiertos por una nube de vello oscuro con alguna que otra cana.

Sebas retiró la camisa y la chaqueta de Diego lanzándolas sobre el sofá. Su jefe quedó desnudo de cintura para arriba, con el pelo revuelto y el torso sacudiéndose al ritmo de sus jadeos. A pesar de la orden de mantener la mirada baja de vez en cuando levantaba los ojos, mirando con sumisión a su empleado. Apartando el pie de la entrepierna de Diego, Sebas se incorporó. Se desperezó con agilidad y recogiendo la corbata de su jefe dio un par de tirones para que se incorporase. De pie le dominaba con su estatura, no así con su actitud.

–Vamos, coge la copa y el vino, quiero subir al dormitorio. Tienes una colección… interesante.

Por primera vez fue su jefe el que se ruborizó intensamente. Había ido consiguiendo sus juguetes poco a poco, en función de sus gustos. Había dejado fuera los que Nico quería usar esa vez, pero lo cierto es que Sebas no había llegado a ver ni la mitad. Con una sonrisa disfrutó de la idea de sorprender a su empleado de nuevo, subiendo tras él por las escaleras. Al abrir la puerta, Sebas le hizo pasar mientras observaba la inmensa colección de su jefe, a su entera disposición. Muchos de los cajones de la cómoda estaban abiertos y mostraban más y más juguetes, muchos de ellos ni siquiera sabía para qué servían y otros no los había visto salvo en el porno duro.

–Eres un vicioso ¿eh? Joder, menuda colección te has montado.

El joven soltó la corbata-correa y examinó los diversos juguetes. Su jefe se mantenía quieto, mirándole de reojo mientras procuraba mantener la vista baja. Si a Sebas le gustaba lo mismo que a él, sabía que acababa de llevarle al paraíso. Si no le gustaba o lo consideraba demasiado, debería ajustar sus expectativas y guardar buena parte de su colección. Con el corazón en un puño observó cómo el joven se inclinaba en el cajón donde guardaba los accesorios de cuero y sacaba un collar de perro y una correa, sonriendo con maldad.

–Ven –ordenó tajante–. Cuando estés conmigo fuera del trabajo nada de usar corbata, la corbata es para los que se la ganan, tú sólo mereces un collar de perro y una correa.

–Sí, señor.

Sebas ajustó el collar con movimientos diestros, sentándose después en la cama. Sabía que su jefe estaba mirando, atento a todos sus movimientos. Muy lentamente se desabotonó la camisa y la dejó caer a los pies de la cama, soltando después el pantalón de su traje e inclinándose para librarse de los zapatos y los calcetines. Bajó el pantalón y en el mismo movimiento arrastró también los sencillos bóxers grises que llevaba. Diego no pudo resistir más y levantó la cabeza, encontrándose con dieciocho centímetros de carne apuntando directamente a su cara. Bajo el pene colgaban dos testículos de tamaño medio, bien contenidos dentro de un escroto firme. El pubis mostraba una fina capa de vello castaño ligeramente ondulado y bien recortado.

Afianzó la correa en la mano derecha mientras agarraba un puñado de cabello de su jefe en la izquierda. Sin decir palabra orientó su pene a la boca de Diego que separó los labios sin protestar. Sabía lo que se esperaba de él. Con la pericia que solo puede dar la práctica rodeó el glande con su lengua un par de veces antes de relajarse y permitir que el joven moviese las caderas, introduciéndose más y más en su garganta. Su propio pene presionaba de forma más que evidente contra la tela de su costoso pantalón.

El sabor salado y ácido del líquido preseminal del joven inundó sus papilas. El chico tiró de la correa e impulsó su pelvis hacia delante. Una arcada le cerró momentáneamente la garganta al tiempo que le hacía lagrimear. Sintió uno de los pies del joven, grande y cálido, presionar sobre su erección frotando y acariciando sobre la tela. Sacando su pene de la boca de su jefe un momento Sebas se inclinó y desabrochó la bragueta, dejando únicamente el bóxer azul para cubrir su erección.

Abriendo su boca con los pulgares volvió a meter su rígido pene dentro. Agarró de nuevo la correa y el cabello y se puso en pie para poder moverse mejor. Su pie ejerció más presión sobre el pene del hombre que movió las caderas para intentar aliviarlo, separando las piernas en el proceso. Sus manos intentaron acariciar las piernas del joven que le rechazó con una mirada de aviso. Diego captó la indirecta, dejando las manos a la espalda y bajando los ojos sumisamente. A modo de premio Sebas engarfió los dedos de su pie, moviendo después la planta arriba y abajo antes de apretar de nuevo.

Un gemido ahogado escapó de la garganta de Diego seguido de una arcada repentina cuando Sebas clavó su pene dentro de su garganta. Las caderas del joven se movían sin tregua, adelante y atrás, una y otra vez. Gruesos chorros de saliva caían desde la comisura de sus labios hasta su regazo, manchando su traje y salpicando su vientre. El intenso sabor salado del líquido preseminal de Sebas conseguía volverle loco, le espoleaba a tragar más y a intentar que nada se perdiese.

Controlando las arcadas comenzó a moverse también, acompañando al joven que jadeó satisfecho. Se sentía cerca, igual que Diego. Dejando el pie quieto dejó que fuese su jefe quien se frotase contra él. Se satisfacía con su cuerpo del mismo modo que él lo hacía con su boca. Sentía como movía la lengua, como recorría cada minúsculo detalle de su piel, como reseguía el trazado de sus venas e incluso llegaba a sacar la lengua intentando alcanzar sus testículos. Complaciéndole tiró de su pelo y sacó el pene de su boca, forzando después su cabeza contra sus testículos.

Diego lamió con ganas el escroto, levantando los testículos con la lengua en su ansia por lamer toda su superficie. Sus labios apresaron uno de los dos y succionaron, intentando tragar y meterlo dentro de la boca en su totalidad. Sobre su cabeza levitaban los gemidos y los jadeos de Sebas, tan eróticos como incitantes. Su pelvis se movía sola, frotando su entrepierna contra el pie de su joven ayudante. Una oscura mancha de humedad cada vez mayor se veía en sus bóxers en el punto exacto donde estaba su glande. A pesar de la advertencia anterior no pudo evitar coger el pie del joven y bajarlo más, presionando contra su entrepierna mientras se frotaba desesperado igual que un perro en celo.

Con un fuerte gemido el joven aferró su cabello con ambas manos y le llevó de nuevo a su pene, haciendo que se tragase toda su longitud de una sola embestida. Sus testículos golpearon la barbilla de Diego manchándola de saliva y líquido preseminal. Notaba las manos de su jefe acariciando su pantorrilla y manteniendo su pie sobre su erección, pero se lo permitió esta vez. Sus jadeos se aceleraron al mismo ritmo que se movía más y más deprisa. De un tirón salió de la boca de su jefe y dejando dentro únicamente el glande alcanzó el orgasmo.

Espesos chorros de semen llenaron la boca del hombre que se quedó quieto, moviendo únicamente sus caderas mientras su propio orgasmo le alcanzaba, creando una mancha blanquecina y espesa que traspasó el tejido elástico de sus bóxers y manchó el pie del joven que se dejó caer en la cama entre jadeos. Algo indeciso sobre cómo proceder mantuvo el semen en su boca, sin tragarlo, pero sin dejar que saliese a pesar de que podía ver cómo resbalaba una gota por el pene de Sebas.

–Abre la boca, déjame ver qué tienes –ordenó el joven incorporándose sobre los codos.

Obediente, Diego abrió la boca y enseñó el semen del chico que retenía ahí. A una señal suya tragó, notando como bajaba por su garganta. Inclinándose hacia delante lamió el pene del chico hasta dejarlo limpio, consciente de la atenta mirada de Sebas.

–Ponte de pie.

Con los pantalones por las rodillas se incorporó, dejando las manos a los costados sin intentar cubrirse. Incorporándose de la cama Sebas dio un par de tirones a la correa, apretando la entrepierna de su jefe sobre el bóxer y acariciando la mancha de semen causada por su orgasmo.

–¿Te lo has pasado bien? ¿Te lo has pasado bien corriéndote sin permiso? ¿Eh? ¡Responde!

–Sí, señor. Lo siento mucho.

Echándose sus ondas castañas hacia atrás el joven se acercó a su jefe. A pesar de mantener la cabeza gacha pudo ver como su mirada le seguía mientras se colocaba detrás de él, siempre sin soltar la correa. Dándole un empujón entre las paletillas le hizo caer a la cama boca abajo. Subiendo sobre él retuvo sus muñecas contra la cama y mordió su cuello antes de deslizar su lengua hasta su oreja. Apretó con los dientes el delicado cartílago y pegó sus labios justo a la oreja para susurrarle.

–Comienza la ronda dos, prepárate.

–Nota de ShatteredGlassW–

Gracias a todos por la lectura y el apoyo. Espero que os haya gustado y le hayáis disfrutado mucho. Poco a poco iré retomando el ritmo habitual de publicación, por lo que pido un poco de paciencia si por ahora los relatos se suben demasiado agrupados o con demasiado intervalo entre ellos. Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected].

Compartir relato
Autor

Comparte y síguenos en redes

Populares

Novedades

Comentarios

DEJA UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Los comentarios que contengan palabras que puedan ofender a otros, serán eliminados automáticamente.
También serán eliminados los comentarios con datos personales: enlaces a páginas o sitios web, correos electrónicos, números de teléfono, WhatsApp, direcciones, etc. Este tipo de datos puede ser utilizado para perjudicar a terceros.