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Un inocente juego
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Entro. No hay demasiada gente. Normal, quién va a salir a las 16 h en pleno agosto con el calor que hace.

Ahí estás… me digo a mí mismo. Camino hacia ella, para que pueda ver que llegué. Y nos miramos. Lo justo para que él no pueda darse cuenta. Yo paso de largo, y decido sentarme en la solitaria mesa de la esquina del café bar. Solo una mesa vacía se interpone entre la que está sentada junto con el pánfilo de su novio y la mía.

̶ Buenas tardes… ¿Qué le pongo?  ̶ pregunta el joven empleado, con su cara repleta de granos pajilleros.

̶ Ponme una ****  ̶ mejor no diré marcas. Pero sí, una de esas bebidas con sabor a Cola. La original.

El chico vuelve caminando hacia la barra, cuando veo que ella se mueve en su silla. Oh… Cómo sabe que me encanta eso… Se baja unos pocos centímetros el tejano elástico y sube su tanga rojo para que pueda verlo a través del hueco entre su respaldo y asiento. Me provoca. Lo consigue.

Lleva un top de color… blanco. Para una mujer debe ser blanco roto, color hueso, huevo, o cualquiera de los millones de tonos en blanco que existen. Para mí es blanco, y punto. Y deja desnuda toda su espalda. No es casualidad. Siempre me siento tras ella. La putada es que tengo que ver el careto de ese personaje. Si él supiese…

Pero no, nunca hemos follado. Solo es un jueguecito inocente entre ella y yo. No pasamos a mayores. Ella está felizmente en pareja con su mono de feria, y yo… bueno… soy demasiado insoportable como para que alguien me aguante.

Le escribo un mensaje. Enviar…

¡Clink! Suena su teléfono. Vaya… No lo ha puesto en silencio. Parece nueva en esto.

̶ Aquí tiene, señor…  ̶ dice el grano de pus andante, dejando mi bebida oscura y burbujeante sobre la mesa.

Miro mi teléfono. Ha rechazado mi propuesta. Y sonrío al pensar la cara que hubiera puesto el cebollino de su pareja. Deseaba darle un beso en cualquier zona desnuda de su cuerpo. Pongamos… su cuello. Sí, me encantaría besar ese cuello tan joven y estrecho. Me hace la boca agua, y doy un sorbo a mi **** fresquita.

Intento escuchar la conversación que tienen, pero entre la música del local y el ruido ambiente… imposible. Sí, soy algo maruja. Aunque solo intento pasar el tiempo mientras espero su…

¡Clink! Vaya. Yo tampoco lo puse en silencio. Puto novato. Me pide que le muestre una foto en ropa interior. Mientras busco en la galería de mi teléfono, que más de una debo tener, me llega otro mensaje de ella. Pero tiene que ser una foto recién sacada del horno… No vale una que ya tengas. Tiene que ser para mí en exclusiva.

Vaya… Pues haremos una nueva.

Entro en el servicio de caballeros. Porqué sí, soy un caballero. Y, menos mal, está impoluto. Solo me faltaba quitarme la ropa en este cubículo de apenas metro cuadrado con un suelo amarillento y encharcado.

Ya verás… Después de colgar mi ropa en la percha tras la puerta y quedarme con solo mis calzoncillos tipo bóxer, de color azul cielo con dibujos de pajaritos, y mis zapatillas (paso de acabar con los pies amputados por pisar este suelo), comienzo a magrearme la polla para ponerla a tono hasta conseguir que alcance un buen tamaño, lo suficiente para dibujar su contorno a lo ancho del cielo azul. Es un pajarraco, rodeado de pajaritos.

Foto. Enviar… Me vuelvo a vestir. Vuelvo a mi mesa. Traguito de **** fresquita.

Sigue conversando con el lerdo humano, cuando levanta su teléfono a la altura de su cabeza con gran disimulo para que pueda ver lo que está mirando en este momento. Ha ampliado la zona de mis calzoncillos. Poco después me llega un mensaje. ¿Y eso? ¿Un pajarraco volando entre pajaritos?

Me parto de risa. Pero enmudezco rápido al verme a mí mismo como un puto loco que ríe solo en un rincón.

Y es que… tenemos el mismo sentido del humor.

¿Qué puedo pedirle yo? Todo lo que se me ocurre, no podemos hacerlo, o bien porque está con el mentecato ese, o porque jamás debemos rebasar los límites impuestos.

Espera. ¿Y si…?

Le escribo. Enviar…

Ya no suena su teléfono. Chica lista. Y veo que mira su pantalla, pero tarda en contestar para evitar cualquier posible sospecha. Chica mala…

Sabes que eso no puedo hacerlo… Es imposible  ̶ leo en su mensaje. E inmediatamente, contesto.

No es imposible. Solo busca el momento… o me pondré muy triste.

Segundos más tarde, recibo un emoticono con rostro travieso. Debe mostrarme lo que le he pedido. Pero pasan los segundos. Los minutos. Y mi **** ya no está fresquita, así que pido otra con mucho hielo al hombre forúnculo, el cuál asiente desde la barra.

Se aproxima con mi refresco sobre una bandeja, junto con otras bebidas para distintos clientes, cuando se escucha berrear a un grupo de adolescentes en celo que andan liándola por la calle. Y en ese preciso instante, cuando el pazguato de su novio se da la vuelta, curioso, ella levanta unos centímetros el culo de su asiento, lo justo para poder bajar de forma veloz su pantalón y mostrarme, en un visto y no visto, su precioso y redondito culo, tan blanco como un copo de nieve. Las chicas ya saben de qué tono de blanco hablo…

̶ ¿Perdón?  ̶ pregunto, todavía recuperándome de tal impacto visual, al Señor de los Granos.

̶ ¿… me la llevo?  ̶ refiriéndose al vaso de caldo oscuro a temperatura ambiente.

̶ Sí, por favor…  ̶ o si lo prefieres, te lo meto por el culo a modo de lavativa. ¿Qué cojones voy a hacer con eso? Pienso para mí.

Es la primera vez que lo veo en vivo. A pesar de haber sido un segundo, o quizá menos. Espectacular. Y la situación. El lugar. El contexto, en general. Todo ello lo hace más morboso.

Me toca   ̶ leo en mi pantalla.

No pasa demasiado tiempo cuando me llega su mensaje. Y al momento recibo otro.

Vas a enseñarme la polla.

Vale. De acuerdo. ¿Y cómo cojones se supone que voy a hacer eso? Sería divertido ponerme frente a ellos en su mesa, bajarme los pantalones y poner sobre esta mis huevos peludos y mi bonita polla, pero tampoco me apetece pasar la noche en un calabozo.

Ve al servicio de hombres. Un par de minutos después iré yo. Abrirás la puerta y me enseñarás la polla  ̶ leo en un nuevo mensaje de mi juguetona amiga.

Acepto su propuesta, y engullo unos tragos de mi refresco antes de contestar con otro mensaje.

Aprovechando que irás al servicio…

Enviar… Quiero su tanguita. Y recibo un emoticono de rostro travieso. Cómo me pone esta hembra.

Me levanto para ir de nuevo al servicio.

Entro. Dejo la puerta entornada. En el primer espacio hay un lavamanos con jabón y papel para secarse. Después, entro en el servicio de la derecha, el de señores con clase y buen rabo.

Un par de minutos exactos, escucho la puerta de afuera, y alguien entra en el servicio de señoras cachondas a las que el coño palmea. Y otro par de minutos después, tocan a mi puerta. Tok, tok. Abro. La miro. Me mira a los ojos. Se muerde el labio. Baja la vista hacia mi polla. Observa. Observa. Sigue observando. Mis pantalones bajados a la altura de los muslos. Mi polla gorda y venosa, por el calentón que ella me provoca. Y suspira. Me lanza su tanga a la cara y cae, para quedar colgado en mi rabo tieso. Ríe. Reímos. Vuelvo a cerrar. A penas han sido unos segundos. Lo justo para cegarla con el resplandor de mi Sol, y yo sentir como mis testículos tienen un extra de carga lechera.

Ya en mi mesa. Traguito de **** fresquita. Acerco la mano a mi rostro. Respiro profundamente. Huelo su aroma en el tanga rojo que ahora me pertenece. Y lo guardo en un bolsillo antes que alguien pueda pensar que soy un… Bueno, lo que soy.

Suena su teléfono. ¿Y ese tono? Te arranco las braguitas, con los dientes te las saco. Mi lengua un torbellino, pasaremos un buen rato… ¡Vaya! Es una canción de Spintria. Me encanta… Y cuelga. Me deja con las ganas de seguir escuchando ese depravado tema. Pasamos unos minutos sin mover ficha. No queremos levantar sospechas. La pareja conversa. Ríe. Yo pienso. Llevamos tiempo con estos juegos. Lo cierto es que me pone muy perro este tipo de actos. Más incluso que el sexo en sí. Creo que si llegásemos a follar, esto se acabaría. Y no quiero eso. Ella tampoco. De todas formas, para follar tiene al chimpancé de su chico, y yo a mis amigas justicieras.

Se ilumina mi pantalla. Acepto. Bebo hasta casi terminar mi bebida. Me levanto. Y de nuevo al servicio. Cualquiera que me vea, pensará que tengo un grave problema de vejiga. O peor…

Coloco mi teléfono de manera estratégica sobre el WC. Mi cámara lista. Comienzo a grabar lo que ella me pide. Me saco la polla morcillona. Lento. Muy lento. La acaricio, desde mis testículos rebosantes hasta la punta. Arriba. Abajo. Hasta descubrir su capucha, quedando bien gorda de nuevo. Entonces, me alejo lo que puedo de la cámara para obtener un mejor plano y así mostrar cómo introduzco su tanga en mi boca, saboreando su néctar, sus flujos, su aroma. Y me pongo tan cachondo que no tardaré más de unos segundos en explotar. Pensar en ello, en que desea ver cómo me masturbo, para después guardar esas imágenes y tocarse el coño en sus momentos más solitarios… Cómo me excita. Y cuando estoy a punto de correrme, acelero el ritmo hasta casi destrozarme el rabo. Saco de mi boca su tanga, para soltar un descomunal chorro de leche sobre él, y dejarlo bien empapado, pensando ya en mi siguiente petición.

Vuelvo a mi sitio. Estoy sudando. Joder, qué calor. Tragos de ****, ya no tan fresquita. Envío el video. Segundos más tarde, me llega un mensaje.

Lo veré cuando esté solita. Quiero disfrutarlo.

La imagino. Me la follaba ahora mismo sobre la mesa y ante la mirada atónita de su mascota.

Pasan unos minutos hasta encontrar lo que buscaba en internet. La imagen de una mujer en ropa interior y en postura provocadora. Uno de sus pechos asoma de forma lasciva por encima del sujetador. Sus bragas, manchadas de algo espeso y blanquecino.

Te hará falta… Por cierto, dejé tu tanguita escondido bajo el lavamanos, listo para que vuelvas a ponértelo  ̶ escribo, en conjunto con la foto de la mujer sedienta de penes. Enviar.

̶ ¿Otra vez?  ̶ escucho decir al besugo de su pareja cuando ella se levanta para ir de nuevo al servicio.

Me mira a los ojos sonriendo cuando pasa por mi lado. Yo disimulo para no levantar sospechas, pero veo que él está entretenido observando su culo perfecto cuando se aleja.

Entra en el servicio y pasan solo unos pocos segundos cuando…

Joder, está empapado… mmmm…

Que le guste me hace sentir de nuevo un leve cosquilleo en la polla. Lista para otra batalla.

Y tarda. Tarda bastante… Sale del servicio. Lo vuelve a hacer. Con su pantalón unos centímetros por debajo de su pequeña cintura, mostrando los hilillos de ese tanga rojo completamente embadurnado por mi esencia. Me pone tanto…

̶ ¿Nos vamos?  ̶ le escucho decir a ella.

̶ Sí… claro…  ̶ contesta él, dubitativo.

Vaya… Parece que el juego acabó. Se acercan a la barra. Paga él, por supuesto. Y se van hacia la puerta. Pero justo cuando salen por ella, aprovechando el despiste de ese pobre burro, gira su bello rostro para lanzar un guiño y mostrarme su pícara sonrisa.

Mi pantalla está iluminada. Me llegaron algunos mensajes.

Uff… me vuelvo para casa. Necesito que me follen.

Joder. Yo hago el trabajo sucio y ahora él… se la folla.

Y abro el siguiente mensaje. Es la imagen que debía enviarme. Una foto de ella, imitando a la mujer sedienta de penes que aparecía en la foto que yo le había enviado. Con su pecho derecho por encima del sujetador, mostrando su pezón rosado, y ese tanga rojo, completamente empapado, justo por la zona de tela que cubre y acaricia su jugoso coño.

Jesús, María y José… me digo a mí mismo.

Babeo mirando su foto, cuando entra un nuevo mensaje.

…y esta, de regalo…

Al momento, me llega una nueva imagen de ella.

̶ ¡Joder!  ̶ exclamo, y levanto la mano a modo de disculpas a las cabezas que se han girado.

La imagen de ella es exactamente igual a la anterior. Su postura. Su pecho derecho. Su tanga empapado de mí… Pero esta vez, con la punta de sus dedos, lo aparta para mostrar su coño mojado y dilatado, haciéndome suspirar y dejándome caer con los ojos cerrados, quedando recostado en mi silla.

Me levantaría, pero necesito un tiempo para recuperar el aliento y el tamaño a cacahuete de mi butifarra. Así que aprovecho. Agarro mi teléfono. Busco en la agenda. Llamo.

̶ ¿Hola? ¿Qué tal, preciosa?… Genial, sí… ¿Estás en casa entonces?… Ah… Por supuesto, si quieres me acerco… Ah… Interesante… Ummm… Pues… Prepárate, nena. Ahora mismo voy… Te vas a enterar.

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