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Un inconveniente afortunado
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Tiempo de lectura: 12 minutos

No había visto a Laura en dos años, hasta aquel encuentro casual en el subte. La empresa donde trabajamos juntos, una pequeña firma de veinte empleados tenía un ambiente laboral tóxico, a veces hasta violento. Moldeado a la personalidad de su dueño, Francisco. O mejor dicho Francesco. Un tano sanguíneo y gritón, disconformista y de carácter difícil. Se le ocurrió que quería un manager profesional para poner para ordenar su empresa la cual creía era un caos. El problema que pronto descubrí es que en realidad la fuente del caos era el mismo. Traté de hacer lo mío por un tiempo, pero pronto le di la mano con cortesía y frialdad y me fui a buscar nuevos horizontes. Nada relevante podía ser corregido.

Desde el primer día Laura me calentaba a sobremanera. Rubia, ojos azules penetrantes, un carácter extrovertido y divertido, y un sentido del humor ácido, igual al mío. Su rostro anguloso pero de bellos rasgos. Su boca amplia y sus dientes blancos fueron hechos para reír. Pero por sobre todo Laura tenía un tremendo par de tetas. Increíbles. Y sabía vestirlas bien, en parte también para distraer la atención de su cola quizás algo grande, y su contextura más bien robusta. Tampoco era muy alta. Debía medir alrededor de 1.55. Nos llevábamos bien y ella claramente se daba cuenta de lo que me producía. Nuestro sentido de la ironía y gusto por los comentarios de doble sentido nos mantuvieron siempre en tensión sexual.

De cualquier manera, más allá de los frecuentes flirteos, lo cierto es que mi cabeza (la de arriba) siempre primó. A los 48, casado y con hijos, estuve siempre entreverado con el sexo recreativo, pero le daba este carácter con rigor: sin lazos sentimentales posibles y a eso ayuda una sana distancia. Muy difícil con una compañera de trabajo. Y menos en un ambiente laboral, que como dije no era el mejor. Había empleados que ni siquiera se dirigían la palabra entre ellos y escándalos de amoríos e infidelidades cinematográficos, entre otras cosas. Y yo debía ganarme y ejercer autoridad en ese quilombo. Con experiencia en esos menesteres, sabía que avanzar a Laura era una receta para el desastre. Mas aún con una chica de 32, soltera y sin pareja estable, de las que extienden quizás un poco más de la cuenta los años de boliche y sexo casual, pero que en un plano íntimo sienten añoran una relación duradera.

Pero ese día en el subte, en el mismo trayecto que habitualmente compartíamos a salida de la oficina, liberado de aquella otra carga, pensé que quizás debía aprovechar la suerte y tratar de avanzar en una aventura.

– Jorge, ¡tanto tiempo!

– Hola Lau, ¿cómo estás? ¿Qué es de tú vida? ¿Seguís con ese desgraciado?

– Si, no me hables. Cada vez peor, pero el sueldo lo sigue pagando y no tengo otra.

Cierto, la eterna crisis económica de mi país no trata a todos por igual. A ella peor que a mí. Conversamos de esto, de aquello y de la vida. Aunque la notaba un poco extraña. Quizás dispersa.

– ¿Te sentís bien?

– Si… No, bueno, me peleé a los gritos con el Tano y me fui dando un portazo… Nada nuevo.

Exactamente así, ese tipo de situaciones no eran infrecuentes es esa oficina.

– Tranquila. Ya sabes como es. Y así de sorete igual no echa a nadie. Solo maltrata. El corte lo pones vos cuando decidís hacerlo. Lo hablamos muchas veces. – “¡Listo!” pensé. Era mi oportunidad. “Le invito un café con la excusa de charlar sobre eso y vemos a donde llego.”

– Si – dijo dubitativa – bueno en realidad… pero el caso es que ya tenía que ir al baño hace rato, me fui en la bronca de la discusión y me estoy re-meando.

Esto último lo agregó susurrado al oído, estirando un poco el cuello, ya que le llevo 15 centímetros. Estábamos parados uno frente a otro, en el vagón que ya iba bastante lleno. En el espacio reducido apoyaba circunstancialmente sus tremendas lolas sobre mi pecho. Vestía una blusa blanca, que las contenía con algo de esfuerzo en sus botones y con la ayuda de un corpiño que se adivinaba de encaje blanco. Su largo llegaba apenas hasta la cintura insinuando algo de piel arriba del jean celeste lavado muy ajustado.

– Che, ¡pero es corto el viaje! ¿Tomaste mucho café?

– No ni había. Tomé dos de esos tecitos de hierbas que supuestamente te calman los nervios.

– ¿Los del sobrecito lila?

– ¡Si esos! Los que te gustaban a vos.

– ¡No boluda! ¡Son diuréticos! A mí me hacían mear todo el tiempo…Bueno, tranquila. Mejor sigamos charlando de otras cosas así te distraés.

Todo el diálogo fue también al oído, casi abrazándonos. Aunque prudentemente trataba de tener mi cintura separada. Mi erección ya podría ser perceptible. Con Laura en el subte era la norma. Conversando cerquita por el gentío como a punto de chapar, no colaboraba en mi esfuerzo por no calentarme con ella. Pero los movimientos nerviosos de sus piernas ya claramente no tenían que ver con mantener el equilibrio en el movimiento del subte, y ocasionalmente descansaba el peso en una cruzando la otra con fuerza, inclinándose levemente hacia adelante, y en consecuencia volviendo a descansar suavemente sus pechos en el mío. Por un momento, en una breve y furtiva mirada a sus tetas (siempre había breves y furtivas mirada a sus tetas cuando la tenía cerca) me pareció que sus pezones ahora se marcaban en las prendas que los contenían. “Que cagada” pensaba. “que oportunidad para aun café casual cerca de su parada y esta mina tiene la cabeza en correr a su casa al baño… bueno, igual el reencuentro es una buena justificación para chatear mañana ver qué onda”.

De cualquier manera la conversación "de otras cosas" duró poco. La formación frenó y se detuvo entre estaciones. Nada raro en la hora pico.

– ¡No te puedo creer! ¡Justo ahora, la puta madre! – Dijo nerviosa.

Los siguientes minutos nos quedamos en silencio.

– Arrancá subte de mierda. – murmuró apretando los dientes.

– ¿Tan mal Lau? – Una idea para intentar aprovecharme de su problema me vino a la cabeza.

– Peor. No aguanto más Jorge. ¡Me meo encima! ¿Qué hago? – me susurra casi entre lágrimas.

– Bueno a ver…… primero: colgá la cartera en la otra mano. Yo me quedo cerquita tuyo, y la otra mano, que tenés de lado de la puerta, no se ve. Desabrochate el botón del pantalón para aflojar un poco la vejiga porque en ese jean te queda de infarto pero parece que te lo calzaron a presión.

– Me van a ver.

– Te digo que no. – Ella estaba con su espalda sobre las divisiones que separan las puertas de los asientos y su derecha sobre la puerta, yo a su frente. Es interesante como en un lugar abarrotado de gente hay determinados espacios de intimidad. Bien lo saben los pungas.

– ¿Y cuándo se abra la puerta?

– En próxima estación se baja del otro lado, no de este.

– ¿Y la siguiente?

– Y la siguiente bajamos.

– ¿Bajamos? ¿Y a dónde voy? ¿Hay algún café… fff…. – inspiró profundo y contuvo la respiración, me apoyó la cabeza en el hombro, y percibí su cuerpo temblar con el esfuerzo. También pude ver que se colocaba la mano en la entrepierna. Exhaló al poder controlarse. – No puedo, Jorge, no aguanto más… te decía, ¿Sabés de un café cerca?

– Ningún café. A un departamento mío. ¿Viste lo que te venía contando? ¿Qué ahora estoy invirtiendo en departamentos viejos y reciclándolos para ganarme la vida? Bueno, uno que acabo de terminar y estoy sacando a la venta esta justo a la salida de esta estación de subte. Está vacío, ni papel higiénico hay, pero no creo que te importe. – Era mi carta. Quizás hasta le podía avanzar allí mismo.

– ¡Genio! …. El asunto es que llegue. Creo que si esto no arranca en cinco minutos me hago. No sé cómo voy a caminar así por la estación. ¡Y esta mierda sigue parada!

– Tranqui. Obvio que vas a poder.

Por el altoparlante anunciaron que había un desperfecto en la formación que nos precedía y que en breves minutos se liberaba la línea. Lo que esto significaba, ya que era algo demasiado común), es que bajaban todo el pasaje del tren de adelante, y lo hacían seguir solo con el motorman, para desviarlo al taller más adelante. Eso significaba que toda la gente que había descendido iba a pretender abordar nuestra formación. En la hora pico, significaba que íbamos a estar apretados como sardinas. Los “breves” minutos fueron veinte. Laura conversaba cada vez menos y su frente traspiraba un poco. Finalmente, con un traqueteo el tren se puso en marcha y avanzo a la siguiente parada. Allí el subte se llenó al máximo. Ya no era necesario sostenerme en algún barral. La presión del gentío me sostenía de pie. Laura realmente la estaba pasando mal. Mi pelvis quedó inevitablemente apoyada contra su mano, que mantenía cerca su entrepierna. Era imposible que no sintiera mi erección. Una descortesía, pero inevitable. Descansó su cabeza levemente sobre mi hombro, respirando profundo. “Please cuidado con mi pantalón”, estuve a punto de decir una de mis bromas ácidas pero ya hubiera sido cruel. En cambio, deslicé una mano hasta colocarla en su cintura (lo más parecido a un abrazo que me permitía el apretujamiento), más en un gesto de empatía que de sensualidad. Una cosa es el deseo, pero Laura era una buena mina y yo no era tan hijo de puta.

– ¿Y cuándo bajemos, es muy lejos? – me susurra.

– Salimos al andén, tenemos una escalera mecánica corta, luego atravesamos el patio frente a la boletería. Todo este tramo hay gente. Giramos en un pasillo y subimos otra escalera mecánica larga, allí generalmente no hay nadie. Luego otro tramo de escalera común, salimos a una plaza seca, unos metros más y llegamos a la calle. Contiguo a esta está el edificio, no hay portero y generalmente no hay gente, y debemos llegar al segundo piso.

– Ok. Abrochame el pantalón.

– ¿Qué?

– Yo no puedo, tengo una mano con la cartera, y con la otra sola no puedo.

Maniobré mis manos furtivamente en el ínfimo espacio hasta sujetar ambos lados de prenda, encontrándome con su mano que también estaba por allí. Los ceñí mientras exhalaba, y luego le subí el cierre. Llegábamos a la estación y la puerta se abrió a nuestro lado. Mas que bajarnos, la presión de la gente nos empujó al andén. La tomé del brazo y caminamos en silencio, ella con pasos muy cortos y nerviosos, por el andén. Luego subimos la primera escalera mecánica, cruzamos el patio de la boletería. Giramos en el corredor, avanzamos hasta la segunda escalera mecánica, donde como había anticipado no había nadie. Al subirse delante de mí Laura lanzó un quejido, puso ambas manos en su entrepierna con fuerza, y se agachó hasta quedar casi en cuclillas. Yo estaba un escalón más abajo tras ella, con lo cual apoyo ahora su culo en mi verga. Llegamos arriba, y rodeé su hombro con mi brazo para acompañarla en la escalera, que ella subió con ambas manos en su entrepierna, atenta a que nos pudiéramos cruzar con gente. Cuando salimos a la plaza seca procuró normalizar su postura al caminar, y podía sentir la tensión en todo su cuerpo. Abrimos a la puerta de calle (ya tenía la llave lista en mi mano), fuimos hasta los ascensores…

– ¡No, no, no!

Ninguno estaba en planta baja. Laura movía rápidamente sus piernas golpeando los pies en el piso. La acompañé finalmente dentro del ascensor.

– Ayyy… – Laura se pone en cuclillas dando respiraciones cortas y profundas.

Llegamos, y corre por el pasillo delante de mí, con trancos cortos hasta que llegamos a la última puerta la cual abro de sin demora.

– ¡Ahí, a la izquierda!

Laura corre, apenas entorna la puerta del baño y en un segundo la escucho descargar el meo más largo y fuerte que vi en mi vida. Por Dios como debía estar de llena la vejiga de esa mujer.

Enciende la luz de baño y la escucho suspirar relajada.

– ¿Mejor Lau? Llegaste.

– Si boludo. O no tanto.

– ¿No tanto?

– Mi pantalón esta mojado, la toallita está saturada y mi bombacha es un enchastre y desbordó bastante al pantalón. ¿Tenes algo para secarlas?

– Y… no. Habrás visto que el departamento está vacío. – Literalmente. Vacío, recién terminado, y preparado para ser mostrado para la venta.

– No, imaginate que no vi nada. – su tono mostraba que recuperaba algo de su alegría habitual.

-Ya sé. Pasámelos los pongo al lado del termotanque que está encendido. En 30 minutos se

Con el calorcito y la ventilación se secan lo suficiente. Al menos el jean….

Me los pasa entreabriendo la puerta, los voy a colgar en ese lugar. “Que mierda”, pensé. “Acá en el departamento solos, pero con Laura habiendo pasado probablemente la situación más vergonzosa de su vida. Es no da para más que una conducta de hermano mayor”. Siento correr el agua del bidet.

– ¿Tampoco una toalla?

– Mmmm tampoco… a secarse al aire, jaja – al tiempo que me sentaba en el piso desierto del cuarto de estar, y comenzaba a chequear mensajes en mi celular.

– ¿Y ahora?

– Y ahora vos estas allá, yo acá, y conversamos un poco de la vida mientras se secan tus pantalones… – la escucho revolver la cartera, seguramente buscando también su celular.

– Gracias por lo que hiciste. Me da mucha vergüenza todo, y espero que sigas con esa frase que repetías acerca de que los caballeros no tienen memoria.

– Para eso están los amigos, y respecto a lo otro, justo estaba subiendo el ¨Story¨ en Instagram, con la foto de tus jeans secándose.

– ¡Que pelotudo que sos! – rio – Ya imagino el texto: "Laura Rodriguez se meó encima y su pantalón se orea junto a un termotanque mientras la protagonista intenta secar su concha".

– ¡Que feo sonó eso último! Tratá de que nunca se seque del todo.

– ¡Jorge! – Rio a carcajadas. – Me hacés poner colorada.

– Vos no te ponés colorada, sos más malvada que yo.

– Si estoy colorada.

– A ver, pasame una selfie. – Me pasa una por chat, sacada desganadamente desde abajo, probablemente con el celular apoyado en sus rodillas.

– ¿Vistes?

– No, no veo nada, me ocultás tu cara con las tetas. – dije entre risas.

– Bien que te gustaron siempre mis tetas, Jorgito. Pero nunca avanzaste…. – la última oración la dijo en otro tono, más seria, hasta con cierta melancolía.

– Si es cierto. Estás rebuena Lau, y me gustás mucho. Tenemos mucha onda y no soy ningún santo. ¿Pero en ese puterío? Acordate lo que me costaba. Ya estoy algo viejo Laura, y veces uso más la cabeza.

– Tu otra cabeza sugería otra cosa en el subte. – Su voz ya no veía de dentro del baño.

Yo tenía la vista en el celular durante la conversación. Giro la cabeza y la veo parada junto a la puerta del baño, desnuda de la cintura para abajo. Su cara con su amplia sonrisa y sus hoyuelos, sus ojos azules penetrantes clavados mí. Sus muslos generosos pero bien torneados enmarcaban una concha carnosa, jugosa, perfectamente depilada. “El arco del triunfo” – me vino a la mente una metáfora que usábamos de jóvenes con unos amigos.

En silencio me pongo de pie y me acerco.

– Que linda que sos… pero… pero… el vino francés también está incluido en el menú, supongo.

Y sonreí pícaro mientras extendía la mano y comenzaba a desabrochar los botones de la blusa. Abierta la blusa, la empujé suavemente hasta que cayó tras sus hombros, y en el mismo movimiento la acerqué, alcancé el broche de su corpiño y lo abrí. Libres sus senos de la prenda, hice una pausa contemplar tan sublime perfección. Del tamaño de melones, maravillosamente formados y aún sin palparlos, decididamente suyos: no hay cirujano plástico que pueda lograr eso.

– Uauuu….

Dije mientras las acaricié hasta como pidiendo permiso. Saboreé con mis manos la consistencia de lo natural. Masajeé sus areolas medianas, pellizqué tímidamente sus pezones generosos, que se endurecieron a mi tacto.

– ¿Suficiente para levantar un viejo? – Bromea con sorna.

Sin dejar de mirarla a los ojos, aflojé mi cinturón, desabroché mis pantalones, los cuales dejé caer con mis calzoncillos. Mi erección saltó hacia el frente como resorte. Tomé su mano, y la coloqué sobre mi pene, sin romper el contacto visual.

– Eso parece. – agregó.

Comenzó a sobar mi miembro suavemente, y bajó la vista para mirarlo por primera vez.

– Ummm… pasable. – me provocó. No soy superdotado pero no tengo nada de qué avergonzarme.

– ¿Pasable? – la expresión pícara de su rostro iluminado y hermoso me llamaba a comerla a besos.

Sin mediar otra palabra, nos abrazamos, y nos entrelazamos en un profundo y largo beso. Mientras nos comíamos la boca, flexioné un poco mis piernas ya acomodándome con una mano le coloqué mi pija entre las piernas, no para penetrarla, sino simplemente para apoyar el largo de mi erección en la ranura caliente, cosa que adoro.

– ¿De parados? ¿O en el piso duro? Que mal. Mejor lo dejamos para otra vez – claro que su lenguaje corporal no acompañaba su broma.

Entre besos ni la fui haciendo retroceder lentamente al pequeño baño y dentro se sentó en el borde del el vanitory. Mordisqueé los lóbulos de sus orejas y besé su cuello, descendiendo lento hacia los objetos de mi deseo, donde me entretuve largo con mi lengua y mis manos, incitado por sus suaves gemidos. Sin prisa continuaron mis besos en su panza dura de gimnasia, su ombligo, sus ingles y sus entrepiernas, que gradualmente fue separando más, apoyando un pie sobre el borde de la bañera anexa, invitándome al punto ansiado. Me senté sobre el bidet que estaba justo enfrente, para atacar su concha con mi lengua con comodidad. Con pereza intencional, me fui acercando con lamidas y mordiscos suaves en la parte interna de sus muslos, hasta descansar mi lengua con intensidad sobre su engordado clítoris. Laura se tensó de placer y emitió un gemido gutural. La chupé por un rato, saboreando sus jugos, empujando ocasionalmente la lengua en su entrada perfectamente lubricada. Su respiración se volvió más agitada entre pausas largas donde contenía el aire y tensaba sus músculos.

– No… Jorge… Ahhh… no…

– ¿Mhhh? – pregunté sin que mi boca dejara su tarea.

– Ahhh…me estás matando. Así no, te voy a empapar.

“¿Te voy a mojar?” pensé… “¿será… que tengo una “squirter” entre manos?” Incrementé la intensidad de trabajo de mi lengua sobre su clítoris, coloqué mi mano izquierda sobre su pubis envolviendo su pierna, un poco para restringirle los movimientos, ya que estaba retorciéndose mientras sujetaba con sus dos manos mi cabeza, por momentos empujándome como para sacarme. El dedo mayor de mi mano derecha rápida y subrepticiamente buscó su abertura, y entró en la cavidad, estrecha por la tensión de sus músculos pélvicos, pero tan lubricada que resbaló adentro sin resistencia alguna. Rápido localicé la rugosidad de su punto G, y comencé a estimularla.

– Ahhh… no Jorge… pará… en serio te digo… ahhh…

Sentí espasmos reprimidos en mi dedo, mi boca se mojó con una tenue pero perceptible eyaculación, y sus muslos apretaron fuerte mi cabeza. Un orgasmo sí, pero no una liberación total. Me puse de pie, y antes de que se recuperara un poco, la penetré. Ningún estímulo extra necesitábamos ambos. Hace rato estaba rígido como hacía mucho tiempo no lo estaba, y ella tan mojada que un solo movimiento y mi glande ya flotaba en vacío húmedo y cálido de sus entrañas, y mis huevos apoyaban contra sus glúteos separados. Le puse mi mano tras la cabeza, y la acerqué para un apasionado beso, su cola resbaló en parte del borde de la mesada, y se sostuvo contra mi penetración presionado su clítoris contra mi pelvis.

Nos movimos unos segundos en esa posición trabada mientras nos besábamos, y luego la sostuve de las piernas para acomodarla. Laura se colgó de mi cuello y arqueó su espalda hacia atrás, con lo cual pude comenzar a bombear desde abajo un buen rato, alcanzando bien su punto G con mi pene.

– ¡Ay no! Ahí no. Voy a hacer un enchastre.

– Relajate, no importa.

– No…

– Estamos en un baño, ¡Relajate boluda, haceme caso!

Fueron pocos bombeos más. Giró sus ojos hacia atrás, contuvo la respiración y luego exhaló emitiendo un largo y gutural gemido. Sus muslos me apretaron con violencia, y su vagina se contrajo con espasmos esta vez sí, liberadores. Dejé resbalar mi pene afuera en parte expulsado por sus contracciones, y sentí el poderoso chorro se su eyaculación. Luego todo su cuerpo comenzó a temblar, a convulsionar, resbaló hacia adelante como poniéndose de pie, pero sus piernas, se aflojaron, y la tuve que sostener. La giré hacia mi izquierda, hasta sentarla sobre la tapa cerrada del inodoro, donde quedó largos segundos con sus piernas cruzadas, y todo su cuerpo aun temblando. Cuando su orgasmo comenzó a ceder, me coloque por sobre sus piernas cruzadas, con las mías abiertas, mi pija a la altura de su cuello, mientras agarraba sus lolas con ambas manos. Laura adivinó mis intenciones, tomó solo mi glande en su boca, y arqueó su espalda hacia atrás, para ensayar una turca, lubricada por sus jugos que estaban en mi miembro, y por el extra de la saliva en la punta que recibía en su boca en cada movimiento. Sentí que ya no podía retardar más mi orgasmo y saboreaba ya mis chorros sobre sus tetas.

– Pará, todavía falta. – Corto la turca y se puso de pie. – Sentáte, quiero acabar de vuelta.

– Lau, exploto. Estamos cogiendo sin protección y te lleno de leche en cinco bombazos si te ponés arriba mío.

– Lo primero no te preocupes, estoy con la píldora. Lo segundo no me jodas, ¿no era que los hombres más grandes se controlaban mejor?

– Mejor si, pero esto ya está fuera de escala. – dije mientras me sentaba resignado a sufrir.

– Dale, yo también sigo calentísima. Tampoco tardo mucho más. Para el próximo digo, el siguiente veremos ¡jajaja! – Rio con mirada pícara, mientras se ponía a horcajadas mío y se ensartaba sin más trámite. Se quedó un momento quieta, me miró con sus ojos azules. Su expresión había pasado de burlona a amorosa y me sostuvo la nuca con ambas manos (las mías ya estaban sujetando sus nalgas).

– ¿Acabamos juntos?

– Dale, acabemos juntos.

Y comenzó a mover su pelvis hacia adelante y atrás, frotando con fuerza su clítoris, sus ojos clavados en los míos, sus tetas masajeando mi pecho. Me favorecía, se estimulaba más ella que a mí sabiendo que yo estaba muy cerca.

– ¿Estás?

– Bancá, un poquito más.

Aceleró sus movimientos y su cuerpo se tensaba más y más, mientras escalaba al orgasmo. Y yo trataba de pensar en fútbol….

– Ya estoy. – jadeó.

Pero no hacía falta mucho aviso, porque sentí su vagina contraerse. Eso fue demasiado para mí, y exploté dentro de ella. Sentir mi eyaculación terminó de empujarla por el borde, se quedó inmóvil, inclinó su cabeza hacia atrás, y su cuerpo vibró intensamente en nuevo orgasmo. Sentí sus espasmos en mi verga, y sus flujos que chorreaban hasta mis huevos.

Nos quedamos largo rato en esa posición, sencillamente mirándonos a los ojos y besándonos.

– ¿Y la parte donde yo te acabo en las tetas? – bromee.

– ¡Jaja, la próxima, pero venís bien cargadito!

Luego otro silencio, más miradas y besos…

– ¿Habrá secado tu pantalón?

Y ambos reímos a carcajadas.

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