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Un impetuoso conquistador y una mujer predispuesta
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Estábamos mi esposa y yo en una recepción organizada por el jefe de área de ella que había asumido un mes atrás. Juana saludaba a unos compañeros cuando uno, que apareció a mi lado dice, mirándola a ella.

– “Esa sí que es una yegua, y parece necesitar verga”.

Tratando de quitarle hierro al comentario respondí.

– “En algo tenés razón, mi señora es una hermosa mujer”.

– “Está para cogérsela del derecho y del revés”.

– “Una pregunta, vos sos imbécil todo el tiempo o parás para comer?”

– “Me parece que te voy a dar un golpe”.

– “Intentalo, así tengo la oportunidad de romperte algo”.

– “Parece que ya se conocen, Manuel este es mi marido, Francisco este es mi nuevo jefe. De qué hablaban?”

– “Manuel decía que sos una yegua, que parecés necesitar verga y que estás para cogerte del derecho y del revés”.

A la mirada de ella el anfitrión intentó disculparse

– “Por favor, no lo tomen a mal, fue una broma”.

– “Claro, sos un humorista incomprendido. Querida es buen momento para retirarnos”.

– “Por qué?”

– “No me gusta esta reunión organizada por alguien que confunde humor con grosería y está satisfecho con eso”.

– “Pero si esto recién empieza”.

– “Una lástima, ¿caminás a mi lado o te llevo del cuello?”

En adelante no volvimos a tocar el tema

Habrían pasado dos semanas de la fiesta abortada, cuando empecé a notar un sensible aumento de llamadas telefónicas o mensajes de texto entrantes en el aparato de mi mujer. Y cuando eso sucedía, ella, disimuladamente, se retiraba para contestar o leer. Decidido a cortar de cuajo cualquier contratiempo contraté los servicios de una empresa de investigaciones por una semana. Por supuesto, a partir de ese momento evité toda intimidad matrimonial.

Mientras tanto cambié mis costumbres diarias. La llamaba con frecuencia al trabajo, la invitaba a almorzar en el descanso del mediodía, o simplemente la iba a ver para tomar un café si tenía tiempo. Por supuesto que eso le llamó la atención.

– “Me estás sorprendiendo, a qué se deben estos cambios?”

– “Porque me parece que tu jefe va a tratar de acortar la distancia con vos”.

– “No hay problema, ya sabré frenarlo si lo intenta”.

– “No lo dudo, pero en estos casos una ayuda siempre viene bien”

Al cabo de ese tiempo me presentaron los tres encuentros, que pudieron registrar, fuera del lugar de trabajo.

Uno fue el martes, después del horario laboral, en un café, con una duración de cuarenta minutos. De esa filmación retuve tres cosas relevantes. La gestualidad de ella era de cierto embeleso durante la charla. Al despedirse, ya en la salida, después de mirar alrededor, le dio un rápido beso en los labios mientras él permanecía imperturbable. Finalizado eso, mientras mi mujer se alejaba, él sonreía con suficiencia pareciendo estar muy satisfecho con el encuentro.

El segundo fue el jueves, cenando en un restaurant. Teóricamente había salido para la habitual reunión con sus amigas. Esta vez no estaban enfrentados como en el café, sino uno al lado del otro y muy cerca. Ambos de espaldas a la pared. Las caras decían lo mismo que en el encuentro anterior salvo un momento muy significativo. Ella mirando el plato con la cabeza baja y empuñando los cubiertos como concentrada en la comida. Pero una mirada atenta podía apreciar que estaba con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior y con los nudillos blancos por la fuerza con que sujetaba cuchillo y tenedor. Por su parte él tenía la vista fija en su acompañante, con la mano izquierda tomando la servilleta, mientras la derecha cruzaba por debajo en dirección a la falda. Esa actuación, que mostraba total normalidad para los presentes en el local, tuvo su culminación cuando ella, apretando los puños contra la mesa, abriendo al máximo los ojos y haciendo tres o cuatro movimientos convulsivos, pasó a la relajación. La despedida en el auto, a media cuadra de casa, parece haber incluido una mamada al miembro del galán.

El tercero fue el viernes, en el mismo café con un dato nuevo y definitorio. El comisionado había podido ubicarse cerca y grabar un diálogo. Ella le contaba a Manuel que yo la llamaba con más frecuencia o la visitaba en el trabajo para ayudarla a resistir sus avances, agregando:

– “Pobre, no sabe que soy yo la que te busco porque me llevás al cielo en cada cogida que me das”.

Después de analizarlo, con cierta frialdad, llegué a la conclusión que intentar remediar nuestra relación era inútil. Ella estaba entregada y él sabía cómo hacer para que el abandono fuera total. Mientras evaluaba cómo me convenía actuar renové el contrato con la empresa de vigilancia por una semana más. Debían avisarme cuando los vieran salir del trabajo, indicándome dónde estaban.

La solución era cortar, evitando el dolor que supone dilatar el vínculo, pero tomando el tiempo suficiente para cerrarlo bien y vengarme. Y para lograr buena efectividad pensé realizar dos movimientos; el primero dificultando la relación buscando aumentar el mutuo interés, lo que les llevaría a disminuir las precauciones; y el segundo darles campo libre, favoreciendo sus encuentros. En algún momento de este último vería de iniciar la venganza.

La primera actividad de entorpecimiento fue el miércoles siguiente. Ante el aviso del vigilador fui al restaurant donde estaban. Como ellos se encontraban al fondo del local, entré y me ubiqué cerca de la entrada. Marcaba el teléfono para simular una llamada cuando, por el rabillo del ojo, veo al alguien parado a mi lado. Al levantar la vista me doy con el consumado amante.

– “Me estás siguiendo?”

– “Que yo sepa no, todavía me gustan las mujeres”.

– “Y qué hacés acá”.

“Pienso almorzar, pero antes la tengo que llamar a mi señora para invitarla”.

– “No necesitás llamarla, después de cogérmela la traje a almorzar”.

– “La noticia no será buena pero si impactante”.

– “Y no te enojás”.

– “No veo por qué. No somos amigos, así que ni siquiera me debés algo de lealtad. La que me debe fidelidad es Juana, con ella me debo enojar”.

– “Vení, allá está”.

– “Hola querida”.

– “Hola, no me dás un beso?

– “No porque tengo cierta aprensión. Según lo que me dijo tu jefe, en la boca debieras tener saliva o semen de él”.

– “¿Queee, de dónde sacaste eso?

– “Textualmente me dijo: Después de cogérmela la traje a almorzar”.

– “Esas fueron tus palabras?”

– “Fue una broma. Comé con nosotros yo invito”.

– “Te agradezco la invitación, pero tu comentario humoroso me quitó el apetito. Querida, venís conmigo o tenés que trabajar a la tarde?”

La segunda interrupción se dio al día siguiente.

– “Querido esta noche salgo a comer con mis amigas”.

– “Me parece bien. Mi hermano me invitó a cenar, pero no me siento con ganas. Después veré”.

Hable con Joaquín, que me seguía en edad y estaba en antecedentes, así que de inmediato se prestó a ayudarme viniendo con su auto. Yo iba a salir antes que Juana, nos estacionábamos cerca y la seguíamos. Ella salió, tomó un taxi hasta la playa de un centro de compras, donde la esperaba Manuel en su vehículo y siguieron hasta un restaurant alejado, a primera vista muy confortable y con una cómoda playa de estacionamiento. Habiéndoles dado tiempo suficiente para entrar, nos ubicamos cerca del automóvil y mientras mi hermano vigilaba, simulando ver algo en el motor, yo distribuí cuatro clavos tipo miguelito en tres ruedas y a la cuarta le corte el pico de inflado. Luego entramos, ocupando una mesa, sin mirar alrededor. Ya sentados, con disimulo, tratamos de ubicarlos. Estaban a mi espalda, ella de frente, así que seguramente nos vio ingresar. Ahí marqué el teléfono de mi mujer. La llamada fue cortada y luego devuelta.

– “Me hablaste, ocurre algo?”

– “Querida, llame para decirte que salí con Joaquín y me trajo a conocer una casa de comida hermosa, muy agradable. Si los platos responden a los precios deben ser buenísimos. Debieras probarla con tus amigas. Nos vemos más tarde”.

Según mi hermano el corte de llamada fue cuando vio quién lo hacía, para luego levantarse, ir al baño y desde ahí devolverla. Poco después ambos salieron por una puerta lateral. Nosotros, satisfechos con comida y bebida salimos más tarde, observando un remolque estacionado al lado del auto averiado. De la pareja no había rastros.

Desde ese momento y hasta el próximo jueves, con distintas excusas no le deje ni un minuto libre fuera del lapso habitual de labor. La buscaba en el horario de salida y, si me indicaba alguna demora, esperaba el tiempo necesario en el ingreso del edificio. Estimando que el período de obstaculización había sido suficiente pasamos a la otra etapa. El día habitual llegó con el anuncio esperado.

– “Esta noche salgo con mis amigas”.

– “Qué coincidencia, yo también salgo con una dama”.

– “La conozco?”

– “No sé, ni idea de quién es”.

– “Y entonces cómo vas a salir”.

– “Sencillo, llamo a la agencia, pido una acompañante de determinadas características y a la hora establecida viene a buscarme”.

– “O sea que estás pagando una puta”.

– “Cada uno se gana la vida como puede, en este caso he pedido una mujer culta y educada, pues pienso ir a ver un coro de castañuelas, luego cenar y después sin apuro a un hotel. Hasta mañana hay tiempo, no duermo acá”.

– “Y me lo decís tan tranquilamente”.

– “No te enojes querida, solo estoy cubriendo necesidades que cada tanto aparecen”.

– “Y por qué no lo hacés conmigo, llevamos más de dos meses sin tener sexo”.

– “Porque me resuena en la cabeza la broma de tu jefe, y cuando se me ocurre que, besándote, puedo encontrar saliva o semen de él se me van las ganas”.

Por supuesto que no tenía certeza, pero era muy probable que este conquistador siguiera el patrón habitual de casi todos, considerar como gran objetivo tener sexo en la cama matrimonial. Por eso la dejé salir primero y, después de apagar las luces, conecté la alarma, y me encerré en el escritorio. La espera fue fructífera y corta, nada más que una hora y media. Los escuché hablar y subir al primer piso.

Después de un lapso prudencial y observando el máximo silencio posible, tomé mi bate de beisbol y subí las escaleras orientado por los gemidos de mi mujer. Cuando llegué a la puerta abierta del dormitorio matrimonial, la escena era algo esperado. Ambos sobre la alfombra, mi esposa en cuatro puntos, él encaramado embistiéndola desde atrás, los dos dando la espalda a mi ubicación y expresando en voz alta lo que sentían y pensaban.

– “¡Más fuerte, más, bien adentro, qué delicia, madre santa cómo me gusta!”.

– “Parece que el cornudo no te da lo suficiente”.

– “No papito, por el culo solo me das vos”.

– “¿Qué, no lo dejás?”.

– “No, porque se daría cuenta que otro me lo abrió y lo usa seguido”.

El primer batazo fue en la espalda, el segundo en la cintura, y paré al sentir el crujido de los huesos de la columna. Luego lo saqué de encima de mi mujer, haciéndolo rodar al costado y llamé al 911.

– “Acabo de darle un golpe a un tipo que estaba violando a mi esposa, ahora está desmayado pero lo voy a vigilar por si despierta antes que ustedes lleguen. Mi dirección es. . .estará la puerta abierta para que entren directamente”.

Los policías pueden ser de todo, menos tontos. En seguida intuyeron que no había violación, pero la excusa era buena. No había ensañamiento y el inmediato llamado a emergencias hacían creíble la versión, que por otro lado mi esposa no iba a contradecir, pues hubiera sido aceptar causal de divorcio ante autoridad competente.

Satisfecho con el futuro del amante, como usuario permanente de silla de ruedas, solo me quedaba ocuparme de mi benemérita esposa.

Desde luego que lo sucedido no fue tema de conversación. Yo no tenía interés alguno en recibir explicaciones incongruentes, y si ella hubiera intentado hacerlo, le habría respondido con el viejo dicho: ‘No aclare que oscurece´.

Joaquín y yo somos farmacéuticos, él dedicado a lo que específicamente son medicamentos, mientras lo mío son los complementos y la parte comercial. A mi hermano le pedí seleccionar algunos productos que tuvieran efectos secundarios de acidez estomacal y taquicardia, para quedarme con los más insípidos y simples de administrar. Cumplida esa tarea comencé a usarlos mezclados en cada comida que lo permitiera y tomara Juana. Al cabo de una semana el manjar estaba a punto. Una mañana al verla salir del baño con mala cara le pregunté si le pasaba algo. Su respuesta fue la esperada.

– “No sé qué me pasa, pero desde ayer en el trabajo siento un fuego en el estómago, que comienza ardiendo y se va incrementado hasta que me doblo de dolor. Se calma un poco cuando vomito pero luego reaparece y para colmo el corazón pareciera galopar. Estoy desesperada, no hay hora del día que consiga alivio prolongado”.

– “Te aseguro que lo entiendo, yo pasé por lo mismo. Quizás perdí igual cantidad de líquido vomitando que llorando. Mi corazón además de galopar se dolía. Sé perfectamente lo que se siente. Y eso me pasaba cada vez que llegaba tu aviso diciendo que te demorabas una hora más en el trabajo. También me sucedía cuando salías a cenar con tus amigas o cuando llamaba a tu sector y me contestaban que habías salido por un rato”.

Su mirada indicaba que sabía perfectamente a qué hacía referencia.

– “Sin embargo debo reconocer que ambos sufrimientos tienen diferente origen. El mío en tu infidelidad, pero terminó la noche en que Manuel ingreso como usuario de silla de ruedas. El tuyo nace en el veneno que desde hace una semana, más de una vez por día, te estoy administrando. Ayer fue la última dosis”.

– “No puedo creer lo que me estás diciendo, te voy a denunciar”.

– “No hay problema, entre materia fecal, orina, aliento y transpiración ya has eliminado cualquier rastro. Dentro de poco tiempo empezarán a fallar los órganos empezando por los riñones hasta que llegue el turno del corazón”.

– “Sos un monstruo”.

– “En eso me convertiste. Lástima que no pueda acompañarte al cementerio. Justo ese día tendré una diarrea que no me permitirá salir de casa. Ya tengo prevista la inscripción en la lápida, dice: ´Madre Tierra, recíbela con alegría. Así es como yo la envío´. Ahora estoy alegre, ese día mi alegría será total”.

– “Por lo que más quieras, no me hagas eso, dame algo, no quiero morir. Seré tu esclava el resto de la vida”.

– “No pretendo tanto, si esta tarde firmás dos documentos, te doy el remedio”.

Naturalmente acepto, firmando el pedido de divorcio, renunciado a cualquier derecho económico y el poder para ser representada, en el tema separación, por un abogado amigo. Al término de eso le di un antiácido. Con el correr de las jornadas tomando esa pastilla se normalizó totalmente. Probablemente, temiendo un nuevo envenenamiento, se fue de casa a los pocos días. Nunca más supe de ella.

Al tiempo, la sentencia de divorcio, me provocó un alivio inmenso, convenciéndome de que el futuro seguramente sería mejor. Los infiernos de esa naturaleza es raro que se repitan.

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1 COMENTARIO

  1. Yo los hubiera m4t4do. A los desgraciados. Mi buen. Pero. Pues ya lo desgraciaste. Desafortunadamente para el. Muy bien 👌 merecido

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