De Mariana se puede decir que estudió Historia en la mejor universidad de México, que sus padres eran divorciados y aunque expresaba mucho amor por ambos, siempre se sintió abandonada por los dos. Ella reconocía que le dieron todas las comodidades y aunque se sabía afortunada, nunca les perdonó que volvieran a casarse y que tuvieran más hijos con sus demás parejas. Mariana confesaba que le era difícil hacer amigos y que le resultaba casi imposible llevarse bien con las mujeres. Tenía una hermana menor a quien veía como a una hija y por quien siempre se preocupaba. Su hermana era casi de mi edad, 13 años menor.
Cuando la luz del sol empezó a filtrarse por las persianas de mi habitación, despertamos envueltos en las sábanas blancas y abrazados, con nuestros cuerpos desnudos expuestos al calor que ya empezaba a sentirse por aquellas horas de la mañana. Tomé el reloj que había dejado sobre un mueble de madera alado de la cabecera de la cama y vi la hora por última vez, pasaban las 10 de la mañana.
-Sabes, desde aquella vez en la cafetería he notado que siempre estás al pendiente de la hora, eso está mal, eres muy joven para preocuparte tanto por el tiempo.
-Ya me lo han dicho, es un hábito, parece que tengo prisa o que me preocupa algo, pero no es así, me ayuda a tener control.
-¿Control?, ayer me hiciste subir porque se te hizo tarde en el trabajo y no estabas listo para irnos, además ¿qué control vas a tener tú del tiempo? Dame ese reloj, te haré un favor y te lo devolveré cuando me vaya.
-Bien, toma mi reloj y también mi celular, vamos a desconectarnos por completo del tiempo, abre el cajón del mueble de madera y pon ahí también tu teléfono.
Empezó a reírse nerviosamente y finalmente accedió, aunque me pidió cinco minutos más para hacer una llamada que después supe fue para su hermana menor. Mariana se levantó de la cama, se puso las bragas y tomó mi camisa para ir al sanitario. Todo le quedaba bien, cualquier prenda que vistiera la hacía ver hermosa. Me levanté y fui a la cocina a buscar algo para comer, empezaba a tener hambre y no sabía cuánto tiempo más estaría ella en mi departamento. Tomé un vaso de agua y encontré dos rebanadas de pizza en el refrigerador.
Mientras metía la pizza al microondas y me hidrataba, escuché el ruido de la regadera y el agua cayendo sobre los mosaicos y el cuerpo de Mariana. Me acerqué a la puerta sigilosamente y escuché su voz muy baja cantando una canción: "¿Bailas? / Cenicienta de porcelana / Encerrada en tu piel intacta / Vendida en propiedad / A un señor de edad / Perfumada y compacta".
Abrí la puerta temeroso de ser muy invasivo y cuando ella vio mi silueta dibujándose a través del cancel, corrió una de las ventanas y con una sonrisa me dijo:
-Es Serrat, uno de mis compositores favoritos, la canción se llama "Cenicienta de Porcelana".
Tendió su brazo y me agoró de la mano, jalándome hacia ella. Me quité las dos prendas que me había puesto para ir a la cocina y empezamos a besarnos. Sentir las líneas de su cuerpo completamente mojado era delicioso. Tomé el jabón y empecé a cubrir de espuma su cuerpo suave para sentir mis manos fluyendo y resbalando por su escultural figura.
Tomó mi verga con una de sus manos y empezó a acariciarme el pene, los testículos, mientras que con su otra mano acariciaba mis nalgas. Nuestras respiraciones era agitadas, nuestras lenguas jugueteaban entre ellas y mis manos no hacían más que tocar cada rincón de su cuerpo. Desplacé mis manos en las mismas direcciones que ella y puse una en la entrada de su vagina y la otra bajo de su culo. Acariciaba su ano y clítoris simultáneamente y ella iba liberando gemidos tenues y risas nerviosas. Introduje uno de mis dedos por cada una de sus entradas, lentamente, mientras que sus risas iban cediendo a pequeñas expresiones de placer. Ahora dos dedos.
Cuando ya los dos estábamos totalmente entregados al momento, la tomé por los hombros y la puse de espaldas a mi, tomé mi verga con la mano y la introduje suavemente por su ano. Era una sensación irreal. El agua seguía cayendo sobre nuestros cuerpos. Sus gemidos se volvían intensos, estimulantes. Estaba destrozando ese culo perfecto y con mis dedos seguía jugueteando su clítoris, disfrutando con su vagina.
-No te detengas, por favor, sigue así, dame más, un poco más.
Justo en el clímax me acerqué a su oído le dije en voz baja, casi imperceptible, "¿Bailas? / Cenicienta de porcelana…". Sus gemidos subieron de intensidad y con su voz doblegada dijo !si, si, si! hasta que pegó un lago y profundo ¡síii! que resonó en medio del ruido del agua.
Empezamos a reír y ella apenas podía sostenerse en pie, rodeada por mis brazos que la mantenían pegada a mi cuerpo. Su risa era irreconocible para mi, llena de felicidad, totalmente desahogada y sin decoro. Abrió los ojos y su mirada tenía un brillo imponente. Poco a poco fue retomando la respiración y la ayudé a secar su cuerpo.
Salimos del baño y le ofrecí una rebanada de pizza para reponer energías, aceptó y me preguntó si tenía agua o una taza de té, le pedí que se vistiera y le dije que iría a conseguirle el té de su preferencia. Quedamos en vernos en un rato más en el pequeño comedor que tenía en el departamento y cuando iba a salir me alcanzó, me tomó del brazo, me giró y me abrazó:
-Nunca me habían cogido por el culo, siempre lo evité.
-¿Evitabas el oral y nunca te habían dado por el culo?, no lo creo, viviste en pareja por un tiempo y muchos tipos te desean.
-Sí, lo sé, pero en verdad nadie sabe comer el coño y cuando intentaban cogerme por el culo me dolía. Tú eres igual de pésimo, pero al menos me caes bien.
Empezamos a reírnos y le dije que no debía quejarse, que seguro era la primera vez que alguien le cantaba "Cenicienta de porcelana" bajo la regadera. Todo era alegría y felicidad en aquel momento.
Acordamos salir los dos por provisiones para el resto del día (aunque ninguno hablaba de terminar el encuentro o de tener algún compromiso más que atender), pero antes me pidió que fuera a su auto y subiera una pequeña maleta que tenía en la cajuela con algo de ropa. No quería salir en zapatillas al supermercado. Bajé al estacionamiento, abrí el vehículo, saqué la maleta y regresé con ella. Entró a la recamara y salió con un short de mezclilla que se le veía espectacular, unos tenis blancos y una blusa blanca, con el cabello recogido con una liga. Se veía buenísima.
Bajamos juntos tomados de la mano y fuimos en su auto al supermercado más cercano. En el camino me contó de la primera vez que vio una película porno cuando recién había entrado a la preparatoria y de cómo le parecía repugnante que una mujer permitiera que le metieran el pene por el culo, aunque reconocía que le intrigaban las escenas en donde las mujeres eran masturbadas con diferentes objetos. Me contó también de su primera experiencia sexual, con un compañero de secundaria, la cual calificó como tierna y divertida pero realmente incómoda. También detalló todas las veces en las que su jefe en turno había tratado de llevársela a la cama y cómo aprovechó su belleza para irse abriendo espacio en el mundo de la política. Decía burlonamente que los hombres son tan torpes que por su calentura no ven cuando una mujer está interesada en ellos realmente y cuando no.
Llegamos al supermercado y compramos lo necesario, cervezas, algo de comida, un poco de aquello, un poco del otro… jengibre y pastillas de menta extra. Sucede que cuando me contó sobre su fascinación por el uso de objetos en el cine porno, recordé que una ocasión leí sobre las propiedades afrodisíacas del jengibre y la menta, las cuales en aquel entonces no conocía, pero que según otras fuentes eran efectivas. Quizá le pareció extraño, pero afortunadamente para mi no preguntó para qué rayos quería llevar esos artículos.
De vuelta al departamento la conversación fue sobre el trabajo, los pendientes que teníamos, hablamos sobre nuestros compañeros que nos parecían atractivos y me hizo un delicioso oral a mitad del camino. Llegamos a un semáforo que nos marcó el alto y el pensamiento de mi próxima travesura me provocó una nueva erección, cuando quise acomodarme la verga con la mano, bajó la mirada y notó el bulto debajo de mi pantalón, me preguntó si todavía no se me bajaba la calentura de la mañana y le recordé que yo no había terminado, que ella tuvo su orgasmo pero que en mi afán de evitar que se desvaneciera en la regadera la sujeté con mis brazos y no pude terminar. Recordó la escena y confirmó lo dicho por mi.
-Eso no es problema, se puede arreglar aquí y ahora, pero antes dame una de esas mentas que traes, que sé perfectamente para qué las quieres.
Cuando dijo eso empecé a reír y me excité aún más, le di dos pastillas mientras desabrochaba mi pantalón, se quitó el cinturón de seguridad y se inclinó para meter mi verga completamente a su boca. Al principio intenté mantener la marcha del vehículo, pero conforme la menta iba impregnando su boca y la frescura cubría mi pene, me resultó más difícil mantener la concentración, así que me estacioné en el primer lugar que visualicé. Su lengua cubría toda mi verga que ya tenía el sabor de la menta extra, soplaba levente la cabeza y eso me estremecía, sentía un poco de ardor por la frescura y el roce de sus labios, su saliva se sentía helada y con su mano derecha acariciaba la textura de mis venas que parecía que iban a explotar.
Cerré los ojos y simplemente disfruté de aquella mamada tan refrescante. Cuando volví a enfocar la mirada vi a gente caminar sobre la acera y me excité aún más, no sé si era lo incómodo de la escena que preferían pasar de largo o si realmente no veían al interior del vehículo, pero cuando vi venir frente a nosotros a una chica de unos 25 años que chupaba una paleta de caramelo, la excitación fue tal que me vine completamente sobre la boca de Mariana. Fue una sensación tan irreal que mi respiración me hacía creer que me ahogaba. Cuando Mariana limpiaba mi pene con su lengua, la chica de la paleta de caramelo pasó justo a nuestro lado, volteó discretamente la mirada y al ver mi pene escurriendo puso una cara atónita mientras aceleraba el paso. Fue mágico.
Mariana se incorporó y yo terminé de limpiarme con una hoja de papel, mientras que ella ocupaba otra para secar su boca. Todo el camino de regreso iba acariciando sus piernas. Eran brutales bajo ese short corto y expuestos al rayo del sol.
Llegamos al departamento y mientras comíamos y conversábamos sobre diferentes temas, vimos como el cielo se iba haciendo más oscuro y la ciudad brillaba por la iluminación de la noche. Nos fuimos al sofá y vimos una película, tuvimos sexo otra vez, bebimos vino y nos besábamos sin parar. Ambos nos quedamos dormidos cuando casi se terminaba la botella de merlot, una vez más abrazados y desnudos. En la madrugada me levanté al sanitario, fui por una sábana y cubrí a Mariana con ella, me dirigí a la cocina y limpié el jengibre, quitándole sus capas y dándole forma a una pieza de tamaño mediano, tiré la piel desecha y metí mi obra al refrigerador para irme a dormir nuevamente a los brazos de mi musa.
Por la mañana Mariana se levantó y se alistó con la intención de salir rumbo a su casa, era domingo y según había dicho tenía que llevar ropa a la lavandería y hacer algunas compras para la semana. Se enredó la sábana en el cuerpo, caminó a la habitación y salió con su ropa del viernes, jeans blancos y blusa blanca, ahora sin el sostén negro y sin las zapatillas. Caminó por el departamento mientras juntaba sus cosas y en ese momento fui al refrigerador, saqué el jengibre, le hice varios cortes sin deshacer su forma y volví a la sala. Todavía no era momento de irse y ella no lo sabía. Otra vez estaba excitado.
-Bueno cariño, ha sido un fin de semana maravilloso, pero ya es hora de retomar nuestras vidas… cierto, olvido mi celular.
Caminó hacia la habitación y la seguí, con el jengibre en la mano, sin que sospechara que iba tras ella. Entró, abrió el cajón, sacó su teléfono, lo encendió y mientras leía lo que parecía ser un mensaje de texto, me acerqué a ella y con la verga totalmente dispuesta me pegué a su culo, me incliné y le dije al oído: "todavía no, ca-ri-ño".
Desabroché su pantalón y metí lentamente mi mano con el jengibre por debajo de sus bragas, empecé a correrlo por su vagina y preguntó, con una risa nerviosa:
-¿Qué estás haciendo?, no me vayas a hacer alguna maldad, ¿qué es eso frío que se siente?
Ignoré sus preguntas y le dije que solamente quería agradecerle el regalito que me hizo en el auto el día anterior. Cuando le dije aquello, metió su mano a una de las bolsas del pantalón blanco y sacó las pastillas de menta, "entonces vas a necesitar esto". Sacó dos pastillas y las metió en mi boca. No, "quiero una más". Repitió la risa nerviosa y depositó una más en mi boca.
Mientras hacía eso y yo seguía jugando con su vagina dijo en un tono preocupado:
-¿Qué es eso?, como que quema, se siente frío pero me empieza a arder.
Liberó un leve gruñido como de dolor o incomodidad y le pedí que se tranquilizara, le pedí que confiara en mi y que no se iba a arrepentir. Frunció el ceño y cerró los ojos, como esperando que aquel extraño experimento terminara pronto. Empecé a frotar mis dedos que quedaban libres al tiempo que seguí recorriendo su sexo con mi aliado.
-¿Aún te arde?
-Poquito, pero empieza a sentirse rico… ¿qué es?
Seguí el juego con mi mano y con mi otra empecé a tocarle las tetas, una y luego otra. Le di unos besos en el cuello y jugueteando con mi lengua su oído le pedí que se quitara el pantalón. Empezó por quitarse la blusa, el sostén y mientras se repetía la rutina de los últimos días liberó un gemido:
-¿Qué es eso? ya dime por favor
Que la excitara y no supiera qué era lo que tenía recorriendo su vagina me gustaba, me gustaba mucho. La pedí que volteara y ya teniéndola de frente le introduje una parte del jengibre en su vagina que ya estaba muy dilatada y caliente, sus gemidos iban creciendo y su respiración se aceleraba. "Me está ardiendo otra vez", dijo mientras me desabrochaba el pantalón y hacía intentos por sacar mi verga a la fiesta.
Saqué el jengibre de su sexo y nos desvestimos rápidamente, yo ocultando mi juguete ante su mirada inquieta y curiosa. La tiré sobre la cama y ahora sí, con el aliento fresco y su coño sensible me lancé sobre ella. Mi boca y mi lengua saboreaban su piel expuesta y suave, mi mano introducía un dedo, dos, el jengibre, mi lengua, mi nariz corría a lo largo de sus labios y olía ese aroma fresco y ya conocido. Una delicia. Mariana se retorcía de placer, daba pequeños giros sobre la cama, pero con sus manos mantenía mi cabeza sobre ella.
Seguí el ritual del abecedario, repetía la rutina de mis dedos y el jengibre, metía y sacaba mi lengua fresca y Mariana me apretaba tanto a ella que me impedía respirar por la nariz. Jalaba aire por la boca y mi aliento fresco la enloquecía aún más. Sus fluidos eran tan fuertes que incluso absorbían el sabor del jengibre y se distinguían entre la menta. Empecé a meter y sacar más rápido mis dedos y sus gritos de placer otra vez cubrían todo el departamento, tal y como había ocurrido la mañana anterior en la regadera. Tomé el jengibre con mi mano mientras metía mi lengua y con las uñas lo rompí, no me costó trabajo porque ya le había hecho cortes pequeños en la cocina. Retiré mi lengua un poco y al mismo tiempo mis dedos impregnados con jengibre, mi boca y mi aliento. Todos sincronizados en el sexo de Mariana. Más rápido. Más profundo. Más rico. Mariana levantó su pelvis hacia mi y después de un grito potente y largo relajó sus piernas y retomó el aliento.
Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla, más con el deseo de ver su cara de satisfacción y disfrutar de la felicidad que brotaba por sus poros.
-¿Qué demonios fue eso?, se sintió delicioso, podría repetirlo todas las mañanas.
-No lo creo, te preocupa la lavandería y las compras del supermercado.
Nos quedamos unos minutos más platicando en la cama y después nos levantamos, nos vestimos y la acompañé al auto. Salimos y caminamos de la mano por el estacionamiento.
-Ha sido el mejor fin de semana de mi vida y sabes, lo recordaré en cada cumpleaños, pero quiero saber ¿qué fue eso?
Abrí la puerta y la ayudé a meter sus cosas en el asiento de atrás, el mismo en el que iniciamos la travesía que nos llevó de vuelta al departamento dos días atrás.
-Eso no te lo diré jamás, o tal vez sí, algún día.
Encendió el vehículo y antes de partir bajó la ventana y me dijo:
-Te acompañé al súper, vi tus compras, no sabía que fuera tan bueno, pero ahora ya lo sé. Fue rico fingir que no tenía puta idea.