Llegó la pandemia de COVID 19, y nadie podía salir de casa. Habían puesto una cuarentena muy dura, solo el gobierno permitía salir por unas cuantas horas para poder ir a comprar alimentos. En el edificio nadie que fuera extraño podía ingresar. En esas semanas, me pajeaba hasta 5 veces al día, me metía lo que fuera por mi ano, pero nada reemplazaba un buen pene venoso. Pero que podíamos hacer, estábamos en pandemia.
Una vez empezaron a abrir, nos organizaron por turnos para ir a la oficina. En uno de esos turnos, coincidí con el médico de la compañía, se llama Alfredo. Alfredo es un hombre como de 60 años, gordo, calvo, con una cara de un poco pervertido, olor muy fuerte, y cada vez que me veía, lo hacía como un lobo que mira a su presa, confieso que me daba medio miedo y medio morbo. El hecho es que uno de los días que estaba de turno, me dolía mucho la espalda, probablemente por estar sentado mal en la casa, y decidí ir a consultarlo. El consultorio quedaba en un rincón aislado de la oficina, sin ventanas a la calle, en donde no pasaba mucha gente. Toqué la puerta, entré y allí estaba. Me miró de arriba a abajo. Le expliqué la molestia, a lo cual me dijo, te voy a revisar, quítate la camisa siéntate en la camilla y colócate de espaldas. Empezó a revisarme la parte baja de la espalda, donde me dolía y sentí sus dedos ásperos recorrer mi columna. En esa revisión, Alfredo como sin querer deslizó uno de los dedos por la raja de mis nalgas, para luego decir muy serio: "mmm, tienes una desviación de la columna, voy a colocarte una inyección, y luego te voy a enderezar". Lo que no me imaginaba era que inyección me iba a colocar y como me iba a enderezar…
Como ya estaba sin camisa, Alfredo me indicó: "bajate los pantalones, acuéstate boca abajo para poder inyectarte, voy a preparar la inyección", obedecí, bajé mis pantalones dejando mis nalgas al aire solamente, y me acosté boca abajo. Alfredo estaba vestido con uno de esos nuevos uniformes de médico. Tumbé mi cabeza y miraba a la pared esperando a que llegara Alfredo y me inyectara, lo que no veía ni me imaginaba es que Alfredo había bajado el elástico de su pantalón de médico, había empezado a sobarse su pene, parándolo. De un momento a otro sentí sus piernas abriendo las mías, su cuerpo tratándome de inmovilizar en la camilla, sus brazos fuertes y peludos inmovilizando los míos y su pene (que debía ser muy grueso y largo) entrando de un solo golpe por mi ano, gracias a su peso, partiéndome en dos, sintiendo un ardor y un dolor enorme. Un grito iba a salir de mi, cuando al oído escuché su voz "donde grites, te va a ir mal", y empecé a sentir su miembro entrar y salir, el dolor pasó a ser placer, creo que instintivamente paré las nalgas para recibirlo, Alfredo al parecer se dio cuenta y se excitó más, me daba más duro con su verga venosa, me decía al oído, "con esto te enderezo esa columna", me daba cada vez mas duro hasta que sentí como me dejaba su leche dentro de mi… se vino y me soltó los brazos y se bajó de la camilla. "Vístete" me ordenó "no vayas a botar mi leche" me dijo, mientras se limpiaba su verga (cuando la vi dije, como me cupo todo eso!). Me vestí y me fui a mi escritorio con toda esa leche en mi ano, y con una sensación entre placer y dolor. Cada vez que me movía sentía esa rica leche salir de a gotas…
De allí, cada vez que tenía turno, iba a revisarme con el Doctor Alfredo, a que me aplicara mi inyección.