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Un encuentro diferente
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Todos tenemos perversiones, deseos, fantasías, y siempre he cumplido todas en medida de lo posible; a veces retorcidas, locas, inconfesables; pero buscando el placer al máximo.

Conocí un hombre maduro, divorciado, que me atraía y quería tener sexo con él. Era gerente en una empresa transnacional, con buen puesto, discreto, con un cierre cuidado sin exagerar; buena loción y ademanes de caballero.

Tenía yo treinta y pocos años y sus cincuenta y más, lo hacían muy atractivo y apetitoso. Como consultora en logística, teníamos necesidad de reunirnos constantemente para los pormenores del trabajo. Una ocasión, el trabajo se extendió hasta tarde en la noche; se disculpó por la demora y ofreció el invitarme a cenar.

Un pequeño restaurante italiano cerca de la oficina era el lugar perfecto. La cena a base de pasta y un par de botellas de tinto, relajaron la conversación a temas más personales; su divorcio, mi falta de pareja. Después de cenar, se ofreció llevarme a mi casa.

Le invité a pasar a tomar una copa. Le serví un trago y me puse cómoda. Me senté junto a él y me empezó a besar el cuello; mis pezones se marcaron bajo mi bra de encaje. Sabia donde besar y como hacerlo.

Sus manos me despojaron de mi bata dejándome en lencería. Acariciaba cada centímetro de mi piel sin tocar mis senos, ni mi pubis, excitándome lentamente.

Sus labios también recorrían mi cuerpo, explorando y saboreando. Mi excitación era tal que no supe cuando desabrochó mi bra; mis senos se irguieron deseosos de atención. Sus labios aprisionaron uno de mis pezones y chuparon lentamente; sus dedos acariciaron el otro pezón, lo apretaban, era un dolor exquisito.

Mi panty estaba empapada cuando me la quitó. Teniéndome desnuda, me cargó a la cama. Después de recostarme, metió su cara entre mis piernas y comenzó a lamer; su lengua encontró mi clítoris y y me masturbo haciendo círculos; yo jadeaba, respiraba rápidamente, mis puños se cerraban agarrando las sábanas, sentía que estaba a punto de venirme.

Cuando estaba a punto de venirme, se detenía, aumentando mi excitación y frustrándome; le rogaba que siguiera, que estaba a punto; él no escuchaba, dejaba unos segundos y volvía a empezar. Su lengua y sus dedos se movían con maestría para hacerme gozar. Tomó mi clítoris entre sus labios y chupaba como si fuera un pezón, mientras metía dos dedos haciendo un movimiento de mete-saca.

No resistí más, le agarré del cabello y lo atraje a mi raja; mi pubis se movía, restregándose en su boca. Tuve un orgasmo intenso, mi espalda se arqueó haciendo el orgasmo más largo. No solté su cabello hasta que sentí que todo lo que tenía adentro había salido; él había sacado sus dedos y recogía todo mi jugo con su lengua, lo chupaba con fruición, con deleite. Un largo suspiro salió de mi boca mientras mi cuerpo temblaba sin control.

Él se acomodó entre mis piernas y enfiló su falo hacia mi entrada. Tenía pensado ponerle un condón con la boca; pero mi placer no me dejaba pensar. Sentía como se iba introduciendo en mi lentamente, disfrutando de mi cuerpo. Abrí la boca jalando aire al sentir el grueso tubo de carne que me estaba invadiendo, caliente, ansioso; volteé a ver su rostro, tenía una mueca de satisfacción y placer al entrar en mi. Al estar dentro, comenzó un delicioso bombeo; subió mis piernas y las besaba mientras su dedo pulgar empujaba mi clítoris hacia su pene y masajeándolo delicadamente.

Después de unos minutos, se salió completamente con un movimiento, fue cuando vi esa verga en todo su esplendor, larga, dura, chorreando nuestros jugos. Me acomodó a gatas y la penetración fue más profunda. Con una mano acariciaba la raja de mis nalgas y masajeaba mi culo con su pulgar; con la otra, sus dedos no daban tregua a mi clítoris, tratando de iniciar un nuevo orgasmo.

Después de un rato, se acostó y me hizo cabalgarlo; sus manos acariciaban mi clítoris y mis nalgas, subió un poco y sus labios chupaban mis pezones. Otro orgasmo llegó haciéndome suspirar de placer. Me dejé caer rendida sobre su pecho, aún con el cuerpo temblando.

Me acomodó boca arriba y siguió el bombeo; metió sus manos bajo mi cuerpo agarrando mis nalgas. El bombeo se hizo rápido, la venas de su cuello se saltaron, el tronco de carne se engrosó, se enterró hasta el fondo de mi vagina, se quedó quieto. Sentir las pulsaciones de su falo era delicioso, estaba yo deseando que me inyectara su semilla ardiendo.

Se retiró de dentro de mi, mi vagina aún palpitaba de placer.

Entonces él bajó hasta mi entrepierna y comenzó a chupar todo lo que salía de mi, estaba limpiando mi vagina de su leche y mis jugos. Lo volteé a ver y sus ojos me miraban con el placer de un manjar conseguido. El ver sus ojos y su lengua hurgando mi intimidad me provocó un orgasmo.

Cuando quedó satisfecho, se acercó a mi boca y me dio un apasionado beso. En lugar de rechazarlo, el aroma de la mezcla de nuestros sexos, me empujó a probar ese elixir.

Hubo algunos encuentros más, perversos, torcidos; pero muy placenteros de los que platicaré en otra ocasión…

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