Estimado lectores y lectoras todos necesitamos un lugar, un castillo donde sentirnos amos y señores, un lugar donde cerrar los ojos, mirar en nuestro interior y finalmente escoger si queremos subir a la atalaya más alta o bajar a la mazmorra. Olvidemos los roles, olvidemos a los dueños y también a las sumisas, ahora de lo que estamos hablando es de descubrir que es lo que necesitamos realmente. Todos sabemos que tenemos algo pendiente, pero no sabemos que es. Solo sabemos que nos quema el alma, tan solo eso. Duele ¿verdad?
Mi castillo está aquí. Si quieres gritar, yo te haré gritar. Si te asusta el dolor, no sentirás dolor. No es necesario nada que no quieras que suceda porque en mi mente lo importante es saber dónde quieres llegar, no hacerlo. Podrás estar arrodillada sin hacer nada, podrás después irte sin que nadie te lo impida, pero ese acto te demostrará si en realidad quieres entrar al castillo o todo forma parte de una fantasía que te impide dormir por las noches. El único enemigo eres tú misma, aquí nadie corre peligro. Pero eso ya lo sabias.
No importa si eres joven o mayor, alta o baja, delgada o gorda, morena o rubia. En mi castillo eso no importa, es de noche y no hay antorchas. Cuando entres al castillo todo estará a oscuras, cuando te vayas no habrás visto nada y nadie te habrá visto. Ese es el secreto del castillo. Tu identidad, tu vergüenza y tu cobardía están a salvo. No importa lo que suceda porque tan solo sucederá lo que desees.
Hace mucho tiempo tú viniste al castillo, desconocía como eres o qué edad tienes, solo sabía tu nombre y a que te dedicabas. Nunca podría reconocerte por la calle. Apenas escuché un susurro de tu voz. Tengo trozos de ti, trozos tan pequeños que nunca podría construir un rompecabezas, aunque fuese el mejor jugador del mundo.
Supe de ti a través de un comunicado que me enviaste, en el decías que querías abrir las puertas y entrar en mi castillo. Te di mi dirección y te dije que vinieses un día. Así de rápido ha de suceder, sin darte tiempo a pensarlo más. Si me has escrito un correo debo entender que es lo que deseas. No tenemos edad para juegos.
Ese mismo día y a las doce en punto llamaste a mi puerta, yo te abrí. Todo estaba en penumbra, aunque percibí un agradable olor a perfume. Puse mi mano en tu hombro y te dirigí hacia mi comedor procurando que no tropezases con nada. Yo conozco mi castillo aun en la oscuridad. Olías a rosas y tu estatura era mediana, no sabía más.
En el comedor me senté en el sofá y te dejé en medio del salón, en penumbra. De pie. Sin más referencia que unas sombras –nosotros mismos- que la tenue luz del ventanal dibujaba contra la pared. Te escuchaba respirar con dificultad. Después un solo susurro.
-No sé porque diablos estoy haciendo esto –dijiste en voz casi imperceptible.
Yo conseguí escucharte y descifrar tu angustia. Mis sentidos se agudizan en la oscuridad de mi castillo. Tu anonimato se pierde mínimamente gracias a mis sentidos educados para descubrir por qué diablos estás haciendo eso. Pero, aunque mis sentidos están educados nunca podré resolver el puzle entero. Eso te pone a salvo. En eso consiste el juego.
Después te diste la vuelta y te fuiste. Cuando escuché la puerta cerrarse yo continuaba sentado en mi sofá, a oscuras. No encendí la luz. No estaba desilusionado, tampoco decepcionado. Sabía lo que te había costado entrar en el castillo y tomar esa decisión ya era más que suficiente. Ahora sabias que eras capaz de entrar.
Al día siguiente volví a recibir otro mensaje tuyo.
-"Esta medianoche volveré".
En efecto, volviste, quizás con diferente ropa, pero con el mismo perfume. Volviste a hacer lo mismo y te volviste a ir. Ni si quiera te toque. Así sucedió durante las siguientes cuatro medianoches. Yo no esperaba más de ti. Sabía que tarde o temprano abrirías la siguiente puerta. Las puertas del castillo son pesadas y difíciles de abrir, lo sé. Son de roble macizo con bisagras de acero forjado, grandes y pesadas. Como toda puerta de castillo que se precie. Traspasarlas es difícil, de ahí su magnificencia, si fuesen livianas todos podrían traspasarlas y nadie valoraría la dificultad de entrar en el castillo. Ni tan solo mis enemigos.
La cuarta medianoche te arrodillaste y me pediste que te castigase por hacerme perder el tiempo. Lo hice… pero no por hacerme perder el tiempo, tú no me habías hecho perder el tiempo. Te castigué por puro placer, para escuchar tu respiración después de un primer azote en ese culo. Incluso dar un golpe con la mano en el culo a una persona en la oscuridad requiere de cierta técnica o caerías en el patetismo de abofetear el aire. Después rompiste a llorar. He visto cientos de veces esos llantos que ahora estaba escuchando. Imaginé tu rostro anónimo lleno lágrimas. Un llanto que no surge del momento, ni tan solo del dolor. Solo es un resumen de tantas tardes de angustia, noches de insomnio y mediodía repletos de dudas. Nadie te comprende, no puedes hablar con nadie. Llevas demasiados años callándote cuando necesitas gritar. Por eso ahora rompes a llorar.
Después me bajé los pantalones y metí mi miembro en tu boca. Tú comenzaste a hacer tu trabajo. Sin más. No lo hacías bien pero tampoco mal. No importaba eso ahora, simplemente te estaba ayudando a bajar las escaleras del castillo. Directos a la mazmorra que tenía tu nombre grabado en la puerta. Tu boca se ceñía al contorno de mi pene con dificultad, estabas demasiado nerviosa para conseguir más. No utilizabas la lengua y tus manos estaban posiblemente apoyadas en tus piernas cuando tendrían que estar jugando con mi pene. No importaba. No lo hacía para conseguir placer de ti. Era mucho más que todo eso. Ambos lo sabemos y posiblemente muchos lectores también lo sepan.
Al cabo de cinco minutos ya estabas desnuda, tirada en el sofá y yo, tu amo, haciendo de ti lo que quería. Tus nalgas rojas de azotes, tus pechos con pequeñas marcas de mis dientes, tu sexo latiendo y húmedo, tu respiración entre cortada y sin poder decir que querías más, tus ojos lo decían todo. Cada vez que el roce de mis dedos pasaba por tu cuero tu piel se ponía de gallina. No quiero penetrarte, solo que fantasees con la idea de tener a tu señor destrozando tus entrañas.
Al día siguiente no supe de ti, tampoco después. Solo sé que te gusto bajar a los infiernos de mi mano. Pero tú no eras como otras personas a las que hice descender, bajando hasta las mazmorras más sucias y oscuras de su personalidad. Descubriendo aquello que se negaron durante años.
El castillo sigue aquí, con las mismas y pesadas puertas. Yo sigo detrás. Sé que no volverás, tampoco estoy esperándote. Simplemente espero noticias tuyas, diciéndome que quiere traspasar las puertas del castillo. Y recuerda, mientras tú seas un cachito de cielo en la tierra yo seré el diablo que te acompañará siempre.
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