Había tenido un día complejo y agotador. Iba de camino a la universidad cuando miré el reloj y pude darme cuenta que estaba llegando tarde, otra vez. Comencé a caminar más rápido, estaba a algunas cuadras y al llegar a la puerta la vi.
Ahí estaba ella, Septiembre, sentada junto al escalón de la vereda fumando un cigarrillo. Tan seria y tan sensual que me parecía verla. Me gustaba mucho y yo sentía que le gustaba también. Siempre sentí cierta tensión entre nosotros.
-Hola, ¿todo bien? ¿Qué haces acá afuera?- la saludé y me puse a hablar con ella.
-Hola, bien un poco cansada ¿vos cómo estás? Hay una charla en el salón de actos, ya sabes, esas interminables que duran dos horas. Estaba aburrido ya y me vine para acá.
-Ahhh, bueno menos mal. Venía apurado, creí que no llegaba para la clase. Estoy muy atrasado e incluso me faltan los últimos apuntes.- Le contesté y le sonreí para romper un poco el hielo.
-Yo los tengo, ¿los querés? Acompañame al salón- me contestó devolviéndome la sonrisa y mordiéndose un poco el labio. Creí que me estaba intentando seducir un poco.
Subimos a buscarlos mientras se escuchaba de fondo la asamblea, todos concentrados en lo suyo. Mientras caminaba no podía dejar de mirarla balancear sus caderas de lado a lado y como se marcaba su culo con una calza negra bien apretada. Me gustaba, en serio me gustaba mucho.
Estábamos en el aula. Se puso a buscar entre sus cosas las hojas para darme y cuando se extendió sentí como me apoyo su culo muy cerca de mi, y tengo que admitir que me excitó un poco.
-Perdón- me dijo ella con una cara picarona.
-No pasa nada- le contesté. Le toqué la cintura para que se sintiera confiada de que no era nada malo. Le gustó, su cara la delataba.
Quedamos en un silencio incómodo y nos acercamos despacio. Nos besamos jugueteando con nuestras lenguas suavemente como si no fuese a pasar el tiempo, pero lo que no sabíamos es que era muy probable que nos vieran.
Me agarró de la cara y comenzó a besarme más rápido, mordía mis labios y eso me encantaba. Estaba pegada a mi cuerpo, podía sentir sus tetas contra mi pecho y comenzaba a sentir una erección, tenía la verga dura y no podía esconderlo.
Bajo su mano hacia mi pantalón y comenzó a masturbarme, lo hacía despacio y podía escucharla gemir. Mientras que lo hacía, la toqué por debajo de la ropa, de esas calzas que le marcaban todo y pude sentir su tanga diminuta.
La puse contra la puerta de espaldas, para que nadie pudiese entrar. La penetre despacio y pude sentir su vagina húmeda, mojada. Estaba excitada y eso hacía que me calentara mucho más.
Escuchaba sus gemidos mientras la cogía, se volvía loca y yo no dejaba de sentir placer. Sentía como mi pene se ponía cada vez más erecto, me tenía como quería. Era suyo. Había piel, química y ganas de seguir haciéndolo.
Escuchamos ruidos de afuera, como si alguien quisiera ir hacia el salón en el que estábamos. Era excitante la idea de que pudiesen encontrarnos. Cada vez más rápido, cogiéndonos como si no hubiese un mañana.
Fue un viaje de ida sin vuelta, tocar las estrellas sin bajar. Un orgasmo placentero para ambos en menos de quince minutos.
Rápidamente me abroché el pantalón mientras ella se acomodaba la ropa y se arreglaba su pelo despeinado.
Estábamos sentados en las sillas, hablando y “estudiando”. Tocaron la puerta y entraron:
-Buenas tardes alumnos, ¿estaba aburrida la charla?
Nos sonreímos, solo nosotros sabíamos qué había pasado.
Julio.
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