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Un buen amante y una clienta atrevida (1)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Empecé mi día sin conocer lo que el tiempo me iba a deparar. En la mañana salí a correr, y sólo unas horas más tarde estaría disfrutando de un placer sublime. Simplemente, cómo siempre, no hice más que dejarme llevar y hacer lo que tenía que hacer.

Trabajo cómo masajista, la empresa para la que laburo ofrece este servicio a domicilio (vamos personalmente a sus residencias). Cómo se podrán imaginar, tenemos de clientes personas algo adinerados, y siendo una empresa de muy buena reputación pasó incluso a ser símbolo de prestigio obtener nuestro servicio. Y no es por presumir, pero somos lo mejor de lo mejor.

Constantemente recibo comentarios sugerentes de mis clientes habituales, podría corresponder sus comentarios, pero no es mi área. Sin embargo, nadie ha sido lo suficientemente valiente para ser tan directo cómo la mujer de quien hoy les hablaré.

Fue la primera vez que la veía, sin embargo, aun siendo un chico tan reservado, me comporté cómo si de mi esposa de años se tratara. En cuanto la vi mi corazón se estremeció. Cuando me abrió la puerta de su hogar ambos nos miramos con detenimiento, muy rápido ambos sacamos una enorme sonrisa y me invitó a pasar. Parecía lista para la sesión, ya que sólo traía toalla.

Intentando disimular mi felicidad inexplicable, contuve las ganas de besarla, pero ella parecía aún más embobada. No soltamos una sola palabra, pero sin poder dejar de vernos. Yo intenté no parecer intenso y estoy seguro que ella igual, pero era cómo un libro abierto. Sólo dejé que se me acercara y ambos caminamos sin dejar de rozar nuestras manos.

–Que bonita casa –Dije.

–Cómo tú.

–¿Cómo no te pierdes aquí?

–Conozco bien esta casa. Siempre he pensado que la confianza viene del saber, pero a ti no te he visto en la vida y ya te quiero montar.

Hasta ese momento no estaba seguro, pero mi intuición tenía razón. Ella no paraba de mirar mis labios, y yo los suyos, pero por momentos mi vista se dirigía a sus preciosos pechos siendo apretados por la toalla, que me hicieron tener una erección muy notable.

Al llegar a la puerta dirigió su vista al frente, y mientras abría miró hacia atrás, justo hacia el bulto en mi pantalón. Caminaba lento, y frenaba por momentos a propósito, para sentir mi verga entre sus nalgas.

Ella sólo dejó caer la toalla para provocarme y no por desconocimiento, por obvias razones. Tenía una habitación exclusivamente para masajes y parecía una chica recatada, a pesar de cómo se estaba comportando en ese momento, al igual que yo.

Se acostó y me señaló el cajón de los aceites. Ella miraba en dirección hacia mí y yo mantuve mis caderas en su dirección, para que ella disfrute del espectáculo viendo a mi paquete marcarse. En cuanto me acerqué sentí su mano frotándome la entrepierna.

–¿Sí quieres el masaje? –Dije.

–Sí, sólo quédate ahí –Dijo mientras me bajaba el pantalón– ¡Dios mío! ¿Eso cabrá en mí?

Me tomó del brazo atrayéndome para que mi verga quede frente a su rostro. Empezó besando y lamiendo la punta, luego se la metió lo más que pudo.

Yo empecé a tocar sus pechos mientras disfrutaba de tan rico oral. Frotaba y apretaba sus pezones, sintiendo su lengua rodear mi pene.

Me dirigí a sus tetas, para que mi boca las probara. Al mismo tiempo, mi mano se deslizó por su abdomen hasta llegar a sus labios húmedos. Los frotaba de arriba hacia abajo mientras mordía, lamía y succionaba suavemente sus pezones.

Sus gemidos de placer me calentaban de sobremanera, lo que me llevó a tocarla con más intensidad.

Cada que lamía sus areolas, succionaba o mordía sus pezones, cada que rozaba su clítoris con mis dedos mojados por sus fluidos, sentía como su cuerpo se estremecía. Me encantaba que sus piernas tiemblen gracias a mí.

Bajé por su abdomen con besos tiernos. Me dirigí a su entrepierna, dejando un camino que mi lengua trazaba, mientras introducía un dedo en ella.

Mis labios apretaban su clítoris y mis dedos llamaban con desesperación algo en su apretado interior, cuando su espalda se curvó de forma exagerada y sus manos jalaban la sábana cómo intentando romperla.

–Oh, Dios ¿Quién te enseñó a hacer eso? –Dijo con la respiración agitada.

–Me encanta que te encante. Nunca he estado tan caliente.

–Déjame quitarte la calentura.

Me rodeó la cintura con sus piernas y me jaló hacia ella. Al sentir sus pechos contra mí y tener su boca frente a la mía, no aguanté y la besé, mientras acariciaba sus pechos y movía mis caderas lentamente.

Era simplemente maravilloso deslizarme en su interior mientras nuestras lenguas se entrelazaban y pellizcaba delicadamente sus pezones. Mis caderas se movían cada vez más rápido. Con la intención de quedar encima de mí, me voltea para montarme.

Sus rápidos y sensuales movimientos de cadera me volvían loco. Jamás me había sentido tan bien, y la cara de mi compañera expresaba lo mismo por su parte.

–Quiero tomarte en cuatro –Le hice saber con una mirada traviesa.

Accedió y al levantarse pude ver cómo de sus partes brotaba un hilo de fluidos que llegaba hasta mi verga a punto de estallar. No había mejor vista que tener su culo frente a mí, entrar era todo lo que quería en ese momento al igual que ella. Me lo hizo saber y yo no la dejé esperando.

Los estallidos que provenían del choque entre mis caderas y sus nalgas me motivaban más, junto con sus gritos de felicidad.

Ella giró su cabeza cómo intento de mirar de reojo cómo la empotraba. Yo la tomé de ambos brazos y la jalé hacia mí hasta que su espalda quedó contra mi pecho, sólo para poder sentir sus labios otra vez. Mientras más cerca del clímax estaba, más rápido la penetraba. Le solté los brazos y la tomé de la cintura con una mano, para poder frotarla con la otra.

–Que rico, me encanta. Voy a llegar –Dijo mientras besaba su cuello–¡Termina dentro!

No tenía otras intenciones, simplemente la abracé mientras me venía en su interior. Nuestros gritos y gemidos aumentaron por ese instante, expresando nuestra pasión incontrolable.

Al salir, vi cómo mi semen bajaba de su vagina. Me miró con una sonrisa pícara y abrió más sus nalgas para que pueda ver mejor.

–¿Qué tal el paisaje?

–El mejor que haya visto ¿Sientes esa gota que baja por tu pierna? –Pregunté mientras me mordía el labio inconscientemente.

–Sí… está caliente.

Se levantó para tomar la toalla y me ofreció bañarnos juntos.

–Sería un gusto.

–Oye –Dijo mirando en mi dirección rápidamente, pareciendo ser algo urgente.

–¿Sí?

–¿Cómo te llamas?

FIN (Continuará)

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