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Tuve que decir adiós, con la braga todavía empapada por ti
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Un sueño, una realidad, un amor imposible. 

La lluvia caía con fuerza esa tarde, acurrucada en el sillón del salón con mis piernas ocultando mis pechos y una taza té caliente entre mis manos, la mirada perdida, viendo como las palmeras del jardín eran azotadas por el viento y en una parte de mi cabeza estabas tú, estaba el recuerdo del día anterior cuando me fuiste a recoger al trabajo.

—Perdona Lara, hay un señor que pregunta por ti. –El teléfono de mi despacho había sonado y la dulce voz de Sonia, la recepcionista de mi empresa, me anunciaba tu visita.

—¿Perdona?, ¿quién es?

—Me dice que es un amigo, Jose dice que se llama y te trae un ramo de flores.

—¿Jose? – Al oír tu nombre me empezó a temblar todo el cuerpo, un escalofrío me atravesó de alegría, pero también… de miedo.

Nunca nos habíamos visto, le conocí hace ya tiempo por casualidad por medio de un correo que me envió por error y al cabo de pocos días los dos nos sentíamos muy cómodos, había nacido una relación, un amigo al principio y al cabo del tiempo algo más que un amigo. Siempre decíamos de quedar y conocernos y siempre había una oportunidad frustrada una vez más por una cosa u otra y siempre la lucha interna en mi interior, quería si, pero y mi novio, me convencía a mi misma que solo sería una comida, una cena, pero sabía que terminaría acostándome con él, sabía que me deseaba y yo… yo a él también.

Nada más salir del ascensor, justo enfrente mirando con atención unos cuadros estaba él, alto, delgado, con un ramo de rosas rojas en sus manos y… guapo, muy guapo, todas las chicas que estaban allí parecía que lo estuvieran devorando con la mirada, todas me miraban con envidia una vez que me acerque a él y nos besamos al saludarnos, sentí una especie de escalofrío cuando sus labios rozaron mi mejilla, notaba no solamente como nos miraban sino también sus comentarios silenciosos me atravesaban, así que subí nuevamente a la oficina, cogí mi chaqueta, el bolso y me fui con él fuera de aquel edificio para que pudieran hablar de nosotros, sabía que al día siguiente sería la comidilla de toda la oficina y las preguntas como estas ¿quién era ese hombre?, ¿no es su novio, verdad?, ¿pero, no se va a casar?, qué suerte, un hombre así que le traiga rosas, pero ¿quién es?, no tardarían en aparecer.

Llovía muchísimo y enseguida nos resguardamos en una cafetería cercana, estaba feliz de conocerlo al final, estaba radiante cuando por fin me dio las rosas y las olí mirándole fijamente a los ojos, no podía parar de mirarle, me parecía increíble tan increíble que me olvide de donde estaba, de que era digámoslo de esta manera territorio peligroso donde mucha gente me conocía como para que dejara que nuestras manos se juntaran y me dejara acariciar con su dedo pulgar suavemente, hablábamos de todo un poco, saltábamos de un lado a otro, los dos estábamos nerviosos y deseosos de besarnos, pero no lo hicimos, en más de una hora hablando solo sentí sus caricias en mi mano y como me hacía el amor con sus ojos, no solo era un hombre atractivo, guapo, inteligente, con buena conversación, era un caballero.

Con la excusa de ir al baño, me miraba al espejo, me peinaba y me retocaba un poco el maquillaje, pintándome los labios, estaba realmente nerviosa, sabía que tarde o temprano tendríamos que salir de allí y luego… luego que. Una parte de mi cabeza únicamente me indicaba un camino y la otra apoyada por el estado de excitación de mi cuerpo, otra bien diferente. Me miré por última vez en el espejo, el semblante triste de mi rostro lo decía todo, había tomado la decisión correcta aunque fuera en contra de los sentimientos que en esos momentos sentía y salí del baño, nada más salir, en la misma puerta Jose me cogió por la cintura atrayéndola hacía él y me beso en los labios, tuve que apartarme, tuve que decirle que no, pero no solamente le deje que me besara, sino que mis labios se enganchaban a los suyos y nuestras lenguas bailaban como dos bailarines en un escenario donde nada más hay un foco iluminando.

Jose había hecho lo que tanto deseaba, lo que tanto deseaba yo, pero que no me atrevía hacer y había vencido a los miedos que tenía, me había cambiado la cara y dejaba que en aquel pasillo oscuro sin miradas incómodas me besara y acariciara mis pechos por encima de mi blusa, mi espalda apoyada en la pared mientras que su cuerpo se pegaba al mío y sentía como su mano derecha bajaba por mi costado hasta llegar a mi falda, notaba la excitación en mí, como mis labios vaginales se rozaban con mi tanga, como empezaba a humedecerlo y como mi respiración aumentaba con el corazón latiendo fuertemente. Me había levantado mi falda y con la palma de su mano apretaba mi coño, buscando la manera de bajar un poco mis medias y meterse por debajo de mi tanga, Jose me besaba en el cuello y mi excitación iba en aumento, los jadeos y primeros gemidos aparecieron sin que nadie pudiera notar nada hasta que observe una sombra que se acercaba al fondo del pasillo, instintivamente con las manos le aparte, nos miramos en segundo y empecé a bajarme la falda justo cuando nos cruzábamos con dos señoras que iban al baño y que nos miraban y cuchicheaban. No sabía lo que habían visto u oído, pero pagamos y nos fuimos de allí, él con más ganas de poseerme que antes y yo con el tanga realmente humedecido y pensando en las consecuencias de todo aquello.

Miraba por el espejo retrovisor y veía que me seguía en coche, no sé ni yo como le dije adiós, quizás no me hizo caso o quizás todo lo contrario y lo que hacía no era más que seguir las instrucciones veladas, quizás el deseo que tenía cuando le dije adiós en el parking.

—Adiós Jose, me ha encantado conocerte, pero tengo que irme a casa ya, son las cinco de la tarde y tardo unos 45 minutos en llegar y más como está el tráfico, mi novio hoy no llegará hasta las doce de la noche, así que… bueno venga ya nos vemos entonces… si tú quieres…

Aparco justo detrás de mi coche, la lluvia nos había dado una tregua y salimos del coche sin decirnos nada, solo nos mirábamos, siempre a unos metros de mi Jose vio como metía las llaves en la puerta del jardín de casa, como mirándole desaparecía en el interior del jardín dejando la puerta abierta, luego la del interior de mi casa, dejé el bolso y el abrigo en la entrada, las llaves encima de la mesa sin cerrar tampoco la puerta, oí como la puerta del jardín se cerraba, cuando mis pies sentían el suelo de parquet cuando me quitaba los zapatos de tacón en el pasillo, un poco más adelante oí como la puerta de casa también se cerraba cuando mi chaqueta caía también al suelo, más tarde mi blusa, luego mi falda, iba dejando un rastro de ropa para que Jose me seguirá, para que al final me encontrara encima de la cama con las medias negras y quitándome el sujetador según entraba en mi habitación.

Ninguno de los dos dijo nada, ninguno de los dos nos atrevimos a romper aquel silencio, aquella magia que nos envolvía, al igual que yo Jose se había ido quitando la ropa y dejándola caer en los mismos sitios donde yo me había desprendido de la mía, yo le miraba fijamente recostada en la cama con mi melena tapando uno de mis pechos, debajo de su bóxer su pene había aumentado de tamaño considerablemente, mi tanga se metía entre mis labios mojándose de los fluidos que empapaban mi vagina, solté un suspiro, un jadeo cuando note como su rodilla tocaba mi cama hundiendo el colchón, tan siquiera me había tocado, tan siquiera nos habíamos rozado y en ese momento cuando le venía gateando hacia mí, me tumbe en la cama, apoyando mi cabeza en la almohada y abriendo mis piernas para que se metiera entre ellas.

Su piel ya cubría la mía, mis pechos aplastados por el peso de su cuerpo, mis pezones habían aumentado de tamaño y se clavaban en su piel, sus labios besando los míos, nuestras manos entrelazadas subían y bajaban y entre mis muslos podía sentir cómo su cuerpo se apretaba contra el mío sintiendo su pene cada vez más duro, deseando salir de la tela que lo presionaba, notaba como mi coño recibía pequeños empujones. Notaba como mi cuerpo liviano se elevaba y volaba, sentía unas sensaciones que hacía tiempo tenía olvidadas, nos besábamos sin parar, sin separar nuestros labios, sin dejar de morderos suavemente, nos mirábamos y continuábamos acariciándonos, tus manos en mis pechos recorriéndolos y apretándolos, las mías en tu espalda subiendo y bajando por ella casi sin tocarte, había elevado mis piernas y te rodeaban por la cintura sin dejarte casi mover, solamente tu pelvis que apretaba mi sexo, sintiendo la dureza de tu pene en mi coño, los jadeos, nuestra respiración fundiéndose en nuestra boca, todas aquellas dudas se habían disipado hacía ya rato, era libre… libre para quererte, para besarte, para entregarme a ti.

Separando las piernas, con un giro de mi cuerpo te puse boca abajo, sentándome encima de ti con las medias y mi tanga a medio quitar, mi coño seguía cubierto por mi ropa interior, pero mis glúteos estaba liberados y desnudos, habías intentado quitármelas sin éxito al tener las piernas abiertas, me tumbé sobre ti y mis labios empezaron a recorrer tu cuerpo pintándote del poco carmín que tenía en ellos, con mis manos recorría tus músculos que luego besaba, tu vientre duro y plano sentía escalofríos cuando llegue hasta él y con mis manos empecé a quitarte el bóxer no sin antes dejar mis labios pintados en el cuándo te mordí con suavidad el tronco duro de tu pene.

Te acababa de desnudar por completo y tu pene se alzaba majestuoso ante mis ojos, mi mano lo recorrían de arriba abajo, te miraba y veía como tus ojos estaban clavados en mí, como deseabas que mis labios besaran tu pene y no quise hacerte esperar, primero un beso corto en tu glande, luego uno más intenso, metiendo medio glande entre mis labios cuando te besaba, tu cara reflejaba todo lo que yo iba buscando en ti en esos momentos, que disfrutaras de mí, de mis caricias y de mis besos.

Había subido mis manos hasta tu cintura, acariciando tu vientre, mirándote a los ojos, sabiendo que me veías con tu pene en mi boca, ya no solo tu glande en mis labios, sino que mi boca subía y bajaba por tu pene envolviéndolo con mi saliva, podía sentir como te palpitaba, como tus venas se llenaban hinchando tanto tu pene que ya estaba en su máximo esplendor, sabía que te gustaba que mis pechos desnudos rozaran tus muslos, te sentía jadear, te oía gemir viendo como desaparecía dentro de mi boca, con movimientos lentos subiendo y bajando por ella, mordiendo con mis labios tu glande, cogiéndola con mis manos y haciéndola bombear dentro de mí, sabía que te gustaba y era algo con lo que yo había soñado ya desde hacía tiempo, verte así, ver cómo disfrutabas de mí, me había imaginado como serian tus gemidos, como tus besos y caricias.

Una vez más subí por tu cuerpo lamiendo cada rincón, notando ya que mi vagina estaba tan mojada que al subir mis medias y mi tanga se bajaban hasta dejar mis labios rozar tu piel, dejando un rastro de mis fluidos sobre ella, sentí su pene meterse entre mis muslos y tus manos en mis glúteos cogiéndome las medias y el tanga y bajándome todo lo que pudiste, mis labios se habían acercado a los tuyos y nos empezamos a besar, no podía sentarme sobre ti, mi ropa no me lo permitía y me diste la vuelta, te pusiste encima de mí y empezaste a recorrer con tu lengua mi cuerpo, mis pechos y mi vientre fueron secuestrados por la dulzura de tus besos, me bajaste y quitaste por completo mi ropa interior dejándola a los pies de la cama humedecida a la vez que sentía como tu lengua rodeaba mi clítoris y me hiciste gemir, tragaba saliva, gemía y daba las gracias porque me hubieras ido a buscar.

Fueron unos minutos increíbles en los que me hiciste sentir tanto placer que casi llego allí mismo a un orgasmo con tu boca succionando mis labios, mi clítoris, con tus dedos dentro de mí metiéndome los muy dentro y luego flexionándolos, rozando todas mis paredes vaginales, mi espalda se arqueaba y mis manos acariciaban tu pelo apretándote contra mí, sintiendo tu nariz respirar en mi vagina, temblaba de placer y te eche de menos cuando empezaste a gatear sobre mi cuerpo hasta darme a probar mis fluidos con un beso profundo, un beso que me hizo olvidarlo todo hasta que me hiciste gritar, hasta que mi cuerpo se arqueó tanto que mi espalda se separó de la cama, tu pene había encontrado con facilidad la raja húmeda y caliente entrada de mi vagina y sin que lo pretenderlo se había metido tanto dentro de mí que me estabas llenando entera con tu polla.

Quieto, sin apenas moverte estabas haciendo que me deshiciera, sentía tu polla dentro de mí sin moverse, pero tan dentro que no podía ni pensar, solo gemía, solo te abrazaba y rodeaba con mis manos y con mis pies, arañando tu espalda con mis uñas cuando la sentía moverse, cuando la empecé a sentir como se deslizaba fuera de mí y volvía a entrar, como empezabas a penetrarme con suavidad, pero cuando la tenías muy dentro de mí empujas con fuerza y me haces gritar, el bombeo ya no paro, me estabas follando tan al fondo que mis gemidos y gritos envolvieron todo mi cuarto cuando empezaba a ver como el sol se empezaba a ocultar… lo había absorbido todo, toda su luz estaba en mi cara que irradiaba felicidad.

No podía más, sentía como un orgasmo me iba a hacer explotar y te apartaste, sacaste la polla de mi coño, te pusiste de rodillas abriéndome las piernas poniéndolas en tus hombros, cogiste uno de los cojines de mi cama, me levantaste la pelvis con tus manos y me pusiste el cojín debajo de mis riñones, me mirabas y jugabas con tu polla en mi coño, sacándola y metiéndola solo un poco, metiéndola entre mis labios que se abren y golpeas mi clítoris, yo te miraba, cerraba los ojos y te volvía a mirar, mi boca ya no se cerraba y mis gemidos iban en aumento y una vez más, un grito de placer atravesó puertas y ventanas, mis ojos se abrieron a la vez que mi grito despertaba mis más bajos instintos, con un empujón tu polla me penetraba hasta el fondo, rozando mis paredes vaginales y sacando de mis gritos de placer, un… fóllame, un no pares, un te quiero.

Tus manos acompañaban a mi cuerpo al encuentro con tu polla que me atravesaba entera, tus caderas se movían hacia delante metiéndome tan fuerte y tan profunda que no era capaz ya ni de gritar, sentía como las fuerzas me abandonan, como mis piernas empezaban a temblar, como mi vientre era atacado continuamente por espasmos incontrolados, mi vagina se contrae así como mis manos contra las sábanas que arrancaba de la cama con mis dedos, mi vagina chorreaba de flujo envolviendo tu polla, en cada penetración la cabecera de la cama golpeaba contra la pared, el sonido acuoso de tu polla al follarme acompañaba a nuestros gemidos, los tuyos como gruñidos con cada empujón, los míos cada penetración. Mi cuerpo empezaba a regalarme uno de los orgasmos más increíbles que jamás había sentido, gemía gritándote que no pararas y no paraste, seguiste bombeando tu polla dentro de mí hasta que con varios gruñidos seguidos de un grito masculino te corriste, sintiendo como me llenabas la vagina con cinco chorros de tu semen, que se unieron al mar de flujo que habías provocado.

Mis piernas resbalaron de tus hombros, tu cuerpo se fundió con el mío, mis pechos sudados se juntaron con tu piel, tu polla resbalando fuera de mi coño y nuestros fluidos saliendo de mí mojándome los muslos y empapando el cojín. Te besé, te dije con tus labios en los míos, un te quiero, con ganas de repetir lo que acabamos de hacer, con las ganas de que me volvieses a follar y entonces un ruido, como un golpe lejano, cada vez lo oía con más nitidez…

-¡Joder!

El ruido de unas ramas golpeaban con fuerza mi ventana, llovía y hacía un viento infernal, eran las cinco de la mañana y me había despertado sobresaltada exclamando aquel exabrupto y como un resorte me levanté con el corazón latiendo sin parar, estaba nerviosa, confundida, tremendamente… excitada.

Mis ojos empezaban habituarse a la oscuridad de mi habitación, miraba con nerviosismo a mi derecha donde yacía desnudo… mi novio, había sido todo un sueño… solo un sueño, mi novio dormía plácidamente sin inmutarse de lo que me acababa de ocurrir, yo misma no daba crédito, pero lo que sí es cierto que acababa de tener un orgasmo en toda regla, mis bragas, incluso las sábanas de mi cama estaban mojadas, nunca me había pasado algo parecido, nunca un sueño había sido tan real, nunca una vez despierta lo recordaba como si lo hubiera vivido, recordando olores, sensaciones… caricias y besos.

Me tapaba la cara con las manos resoplando, sonreía nerviosa todavía con las piernas temblando y mi vagina llena de fluidos, me sentía tan feliz a pesar de estar a escasos centímetros de mi novio, me tumbé nuevamente en la cama con las piernas abiertas, las cerraba con fuerza y abría nuevamente, te soñaba encima de mí, sentía lo que acabas de hacer en mis sueños y volvía a sonreír y volvía a llevarme las manos a la cabeza, pero poco a poco la culpa empezaba a ensombrecer aquel momento, tanto que deje de sonreír… tanto… que miraba a mi novio con la culpa de haberle traicionado… tanto que me sentía profundamente avergonzada y a pesar de todo… te seguía queriendo.

Me levanté para prepararme una taza de té, miraba como llovía detrás del ventanal del salón, en una mano la taza de té y en la otra el móvil con tu imagen, aquella que me enviaste, aquella que te dije que había borrado. No paraba de pensar, de darle vueltas a la cabeza, estaba entre dos hombres sin saber qué hacer, buscando un motivo para dejar a mi novio… buscando un motivo para decirte adiós.

El teléfono sonó a las seis de la mañana a 360 kilómetros.

—Hola mi amor… gracias por hacerme el amor esta noche…

—Gracias por haberme hecho tan feliz…

—Gracias por ser como eres…

—Adiós…

Colgué el teléfono, borré la fotografía y seguí mirando como llovía.

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