Hace 8 años que estoy casada. Mi matrimonio ha ido de mal en peor a lo largo de los últimos 6 o 7 años. Pese a que he conversado del tema con mi marido, él está reacio a escucharme, y cada vez los encuentros sexuales son menos frecuentes, teniendo como mínimo un tiempo de tres meses entre un encuentro y otro, y dónde él acaba y a mí me deja insatisfecha. Harta de la situación, decidí tomar mi deseo sexual en mis propias manos.
No soy una mujer a la que la buscan por su atractivo, yo no me considero atractiva, pero tengo unos ciertos atributos que me han dado alguno que otro polvo en mi vida: piel blanca, ojos verdes, cabello castaño claro, y un culazo y unas tetas que dejan a más de uno mirando. Lástima que… sea gordita.
Buscando una alternativa a mi penosa situación sexual, encontré un aviso en internet, de un joven de 18 que buscaba una madura para poder disfrutar con ella. No perdí más tiempo y le envié un mensaje. Así conocí a Christian, un chico virgen.
Luego de mandarnos algunos mensajes, y de conversar largo y tendido de varios temas, lo invité a qué nos conozcamos en un lugar donde yo tengo el control: mi oficina. Soy abogada así que preferí estar en un lugar donde, ante cualquier situación, pueda controlar el desarrollo de los hechos.
Cuando Christian entró a mi despacho estaba nervioso, en cambio yo estaba muy calmada. Le invité una taza de café o un vaso de agua que él aceptó, tomó asiento en dónde por lo general van mis clientes y yo ocupé mi lugar en mi silla, del otro lado del escritorio. Me confesó que era virgen, que nunca había dado ni un beso y que deseaba que yo le quite la virginidad, que era una mujer muy hermosa y que si le decía que no me iba a respetar.
Debo confesar que me sentí halagada por sus palabras, no importaban si eran mentiras o no, pero sentí que decía la verdad. Estaba demasiado nervioso. Así que me levanté y me acerqué a él, le dije que se pusiera de pie. Le coloqué sus manos en mi cintura y yo puse mis brazos detrás de su cuello. Me acerqué con cuidado a sus labios y le di su primer beso. Fue lento y suave, para que se vaya acostumbrando. Poco a poco lo intensifiqué, haciéndolo más pasional y profundo, incorporando mi lengua en el proceso y gimiendo un poco para él. Empezaba a notar su erección en mi cuerpo.
Me separé de él y lo miré a los ojos mientas tomaba una de sus manos y la ponía sobre mi pecho. Gimió al sentir una teta por primera vez en su vida. La apretó, la acarició… Le puse la otra mano en el otro pecho. Estuvo un rato así, jugando con ellas.
—¿Querés verlas? —le pregunté.
—Si, por favor —respondió con un hilo de voz.
Me levanté la blusa, dejándome el sostén. Pasó sus manos por las blancas montañas que eran mis senos, sintiendo el perfume de Carolina Herrera que usaba. Le puse su cara en mis pechos y la hundió en ellos. Empezó a besarlos, erotizándome más y más… Yo ya estaba muy mojada.
Me levanté el sostén, dejando que mis tetas caigan a la vista, y él dejó salir un gemido al ver mis pezones, rosados y de grandes aureolas.
—¿Puedo chupártelos? —preguntó.
—Sí. Hacelo.
Tomó uno, como quien toma lo más delicado del mundo, y se lo llevó a la boca.
Dejé salir un gemido muy profundo. Ese mocoso me estaba volviendo loca.
Continuó chupando y besando mis pechos hasta que yo lo detuve. Me arrodillé ante él y le bajé los pantalones. Tomé su verga y me la metí en la boca.
Christian se agarró al escritorio, gimiendo y resoplando, mientras yo seguía mamando su pija.
—Cogeme —me suplicó —. Haceme hombre.
No me importó no tener protección. Solo quería hacerlo mío, hacerlo hombre.
Me bajé los pantalones, me corrí las bragas, me puse delante de él y me introduje su pene lentamente. Christian gemía… Resoplaba, tenía miedo que sea demasiado para él. Y sin ningún tipo de pericia ni técnica empezó a moverse desenfrenado. No duró ni dos minutos y dejó salir todo en mi interior. Cansado y mareado, se recostó sobre mi hombro.
—Perdón… No me aguantaba más… —suplicó.
—Descuidá —le dije con una sonrisa—. Mañana si querés lo volvemos a hacer. Pero ahora ya no sos virgen.
—No. Ahora soy tuyo.