Miguel me llevó a su casa donde dejamos mis cosas que pocas eran, después me llevó a la parada para que cogiera la guagua a mi casa, pues hacía más de un mes que no había llegado por allí, aunque sí había llamado. Supe que Coque me había estado buscando como cosa buena pero como nadie sabía mi paradero, pues nadie le había podido decir nada. William fue el primero que me encontré como siempre en su punto de caza, sentado donde siempre.
– ¡Vaya, a quién veo! – me dijo con alegría. – ¡Oye, culo, ya sabrás que el negro está como loco buscándote!
– Eso ya me han dicho, pues si no me ha encontrado es porque no ha sabido buscar bien. – le respondí con sorna.
– Mira, no sé qué pasó entre ustedes dos, pero conociéndote a ti, me imagino que te hizo algo que no aguantaste.
– ¡Lo sabes bien! Mira, estoy muy abierto a mil cosas pero algunas llegan a cruzar la línea de lo prohibido y ese…, bueno, ese se pasó y siguió de largo.
-Pero, ¿por qué no hablaste con él?
– Uf, me huele esto a que tú sabes todo…, no te hagas el sueco conmigo. – le dije sabiendo que estaba al día de todo lo ocurrido.
– ¡Bueno, en este pueblo de mierda todos lo saben todo! Y él vino a preguntarme, lo conocía desde hace tiempo y te confieso, por primera vez lo vi que estaba metido con alguien.
– ¿Me imagino que le habrás dicho muchas cosas mías para que se le quitarán de la cabeza esas ideas de encontrarme?
– Mira, culo, le dije lo que ya sabes, que tú eras muy maricón, más puta que las gallinas, un gozador tremendo y uno de los mejores culos que me he singado. Pero eso sí, le dije que tú teniendo una pinga buena en lugar seguro, eras el tipo más fiel y que si te le habías escapado era porque algo te había hecho. No me dijo nada, pero sí se quedó pensativo y eso me dijo que tenía yo razón. Te conozco bien y sé que cuando tienes un compromiso, te entregas todo, pero que a la primera mierda pones pies en polvorosa.
– ¡No quiero saber de él! – le respondí.
– ¡Mira, eso lo sé! Pero ten en cuenta que si no sabe que estás aquí, no pasarán ni cinco minutos que no lo sepa. Vas a tener que darle cara al asunto o el culo… je, je, je. – se rio a carcajadas.
No me hacía gracias aquello pero sabía que me estaba diciendo la verdad porque con solo el hecho de que yo apareciera en mi casa, pues Coque lo sabría enseguida y más que no faltarían personas deseosas de ver el espectáculo. Lo más conveniente era darle cara y que el encuentro tuviera lugar fuera de mi casa y el vecindario. William me propuso que él iría a buscar a Coque y que nos encontraríamos en su casa, que fuera directo. Al menos William sabía cómo arreglar las cosas y cómo sería mejor que nos encontráramos.
A la hora fui a la casa de William, allí estaban los dos. William se me acercó, me dio un palmadita en el hombro mientras nos decía que saldría por un rato, que iría a casa de la madre y regresaría para después del noticiero.
– ¡Recuerden que están en mi casa! – nos advirtió antes de salir y cerrarnos con llave.
Estuvimos un rato sin dar ni siquiera un paso ni decir nada. Coque estaba hermoso con su bigote y aquellos ojos que tanto me gustaban. Se me acercó, me abrazó fuerte y me susurró al oído.
– ¡Coño! ¿Por qué me hiciste eso?
No me dejó responderle, me estaba besando con pasión mientras me abrazaba pegándome a su cuerpo, haciéndome sentir su cuerpo y sobre todo su sexo que ya se ponía duro. En nada estábamos desnudos en la cama. Coque me comía a besos, me lamía, me mordía pero todo en silencio, sin decir ni una palabra. Poniéndome con las nalgas hacia arriba, después de lamer mi culo, lo escupió y poniendo su pinga mientras la metía, me dijo.
– ¡Ahora cuándo la tengas adentro vamos a hablar en serio porque a los maricones como tú hay que darles pinga pa que comprendan!
Sentí como me entraba su pinga, la misma que tantas veces me había hecho feliz y que en parte era de las que no olvidaba. Costó algo de trabajo como de costumbre muy a pesar de que con la calentura, todo se hacía más fácil.
– ¡Ya la tienes dentro! ¿Qué pasó?
– ¡Tú lo sabes bien!
– ¡Si te lo estoy preguntando es porque no lo sé! – me dijo mientras empujaba su pinga. – Dime, ¿qué te pasó? ¿Por qué te perdiste?
– Piensa en aquel día…
– ¡Ya, lo sé, mi hermano se pasó contigo!, pero no era motivo para que tú y yo termináramos así ¿no?
– Coque, tengo los pies en la tierra…
– ¡No, lo que tienes es mi pinga metida en tu culo! – me interrumpió haciendo que sintiera su fuerza de macho dentro de mí. – ¡Mira, maricón, tú y yo somos compromiso, estamos casados!
– Eso digo yo pero tú le diste la razón a él, yo aquel día sobraba entre ustedes dos. Por eso me largué, tú que siendo mi gente, mi compromiso, me llevaste allí para que otro me singara y le permitiste que me echara tierra encima.
– Mi amor, yo recuerdo todo muy bien…, pero ¿cómo se te pudo meter en la cabeza eso?
– Los escuché, escuché cómo tu hermano quería abrirte los ojos…
– ¡Mami, pero que bobo eres! – me dijo con cariño mientras me besaba y pasaba sus dedos por el borde que unía su pinga en mi culo .- Me acuerdo de todo lo que pasó, yo mismo les dije que se fueran a singar a la cocina y me dejaran dormir tranquilo. Ya ves cómo me has puesto na´más de verte…, te voy a decir una cosa, no me importa que te hayan singado otros machos en este tiempo, pero quiero que tengas claro que yo no me he singado a nadie más.
Empezó a besarme, a singarme lentamente mientras me repetía que me quería mucho.
– Las veces que me pajeé pensando que te tenía así como ahora, bien clavado. Quiero que goces como te doy pinga… – quise decir algo pero me silenció- No, no me digas nada, goza, goza que quiero darte leche, dejarte preñado ahora mismo.
Estuvimos bastante tiempo singando de lado, en esa posición hasta que se vino dejando su pinga dentro pero ya algo más blanda. Me besó, me miró a los ojos y me dijo.
– Te quiero mucho, más de lo que te imaginas. ¿Volvemos?
Le dije que sí, que lo quería igual, nos besamos como colegiales, con pasión. Así nos encontró William cuando regresó, se acercó a la cama para vernos. Claro que ya se le había parado al entrar.
– ¡Coño, me alegro que hayan resuelto el problema!
– ¡Gracias a ti, brother! – le dijo Coque. – ¡Y ahora encuérate y ven a singar!
Después me murmuró al oído que sabía que William había sido el primero y que no había problemas, que era gozar y pasar página. No pasó ni un minuto cuando ya me estaba dando pinga por la boca mientras Coque retomaba fuerzas por detrás. Empezaron a turnarse para singarme, yo bien dueño de la situación porque estaba recibiendo mucha pinga de los dos machos de mi vida. William que me había iniciado y enseñado mucho, sobre todo a gozar y dar goce; Coque que me había conquistado para sí con su amor y ternura, y claro con su pinga y su manera de singar. William se vino primero, paso otro rato para que Coque lo hiciera. Allí quedamos agotados los tres.
Ya en la calle y rumbo a casa de Coque, me dijo.
— ¡Quiero que todos sepan que eres mi gente! Yo te quiero y si un día hacemos un trío o una orgía, yo siempre seré tu gente, tu marido. ¿Está claro?
¡Sí, papo, sí!
– Me gusta ver como alguien te singa, hoy viendo a William dando pinga y tú gozando, uf, se me para de pensarlo.
– William tiene mucha calle…
-Si te cuento que cuando lo conocí, quiso singarme, pero tú sabes que no me va dar el culo y a él tampoco…, fue en una fiesta y él estaba. Allí alguien sacó a relucir tu nombre y William me habló de ti y yo de lo nuestro. ¿Sabrás? Enseguida me dijo que nos ayudaría a volver pero que tenía que prometerle que cuidaría de ti.
Llegamos a su casa, la hermana después de besarme me recriminó lo que había hecho. Al parecer todos estaban al tanto de los sucesos porque me dijo que el hermano de Coque era un envidioso. Ya en el cuarto nos desnudamos y nos quedamos en la cama, lo besé con cariño porque muy aparte de todo, me seguía gustando. Acaricié su pinga con cariño.
– ¡Dime que la extrañabas!
– ¡Sí, papi, sí, sabes de sobra que la extrañé mucho!
Me atrajo hacia sí, me abrazó, me hizo acostarme a su lado bocabajo y empezó a acariciar mis nalgas, mi ojete recién singado por William y por él. Se me escapó un poco de semen que corrió hacia los huevos.
– ¡Hum, mami, pero si lo tienes lleno de leche todavía! No te preocupes, que yo ahora te voy a dar más leche.
Se subió encima de mí y metió su pinga sin usar lubricante ni saliva, pero como estaba bien lubricado y con la leche de ellos, la pinga entró fácil. Estuvimos singando mucho tiempo, no podría decir cuánto tiempo. Singábamos simplemente por singar porque no intentábamos venirnos o terminar, un sexo pasional sin fin. Después nos quedamos dormidos, cansados y felices. Por la mañana nos despertamos a eso de las nueve, él se metió en la ducha porque tenía que ir a trabajar. Antes me dijo.
– ¡Mami, saca del congelador un plástico y ponlo afuera para que se derrita!
Había en el congelador una vasija de plástico con algo que parecía o agua o batido, lo dejé como me dijo fuera y fui a preguntarle.
-¿Qué es eso, durofrío?
– ¡Ven, métete aquí conmigo! – me atrajo a la ducha, me abrazo. – No es duro frío, pero es para ti.
– ¿Y qué es?
– ¡Mami, ahí eché las pajas que me hice todo este tiempo! Esa es tu leche, mami… – lo besé con cariño. – Es la leche que te iba a dar, así que es tuya… puedes hacer lo que quiera, si quieres te la tomas o te la echas encima…
– Mejor me la metes…, papo, si es mi leche, era leche pa mi culo ¿no?
– ¿Sabes, mami? Me has dado tremenda idea y yo pensaba singarte y echarte la leche encima, pero será mejor que te singue y te la eche dentro de mi culo ¿porque ese es mi culo? ¿Verdad?
Aquella idea le gustó, ya con escuchar lo que le decía se me había puesto dura, pero esperamos a la tarde después que el llegara del trabajo. Por la noche vino a buscarme, traía una bolsa y se le veía cierto brillo malicioso en los ojos. Le pregunté adónde íbamos pero me dijo que sería una sorpresa, que ya lo sabría a su debido tiempo. En el parque nos encontramos con William y con uno de sus socios bugarrón también, Lalo con quien una vez nos habíamos ido en un bote por el río. Ya me iba imaginando lo que sucedería porque con ellos juntos, la singueta parecía estar en el aire. Después del saludo nos fuimos al carro de Lalo y cogimos rumbo a Güira de Melena.
– ¡Bueno, me vas a decir adónde vamos! – le pregunté a mi negro.
– Ya te dije que lo sabrás a su tiempo… – me dijo besándome.
– ¡Culo, es una sorpresa! -soltó William con su manera de hablarme.
Pasamos Güira y seguimos rumbo a Cajío, la playa que estaba al sur, pero no llegamos, entramos por un callejón de tierra colorada rumbo a la finca de un amigo de Lalo, y al parecer de Coque y de William. La oscuridad era enorme en el campo y más en aquel campo, a lo lejos aparecieron unas luces, al acercarnos vi al amigo de ellos que esperaba en el portal.
– Ese es el Caballo, así le decimos. – dijo Lalo para que yo supiera -, se llama Luis, pero entre nosotros le decimos el Caballo y seguro que te imaginas por qué…
El resto rio porque estaba claro, esos nombretes decían mucho. No lo conocía, pero ya estaba claro cuál era su mejor cualidad. Era la finca de Luis, un tipo grande y con una panza sobresaliente, rústico, sin afeitar con un bigote grande y fumaba un tabaco grueso. Repartió abrazos y estrechones de manos a todos.
– Este es mi gente… – me presentó Coque que al parecer lo conocía de antes.
– Pues un gusto conocerte al fin. – me dijo apretándome de nuevo contra sí. – me han contado maravillas de ti y pa´que este negro se haya enamora´o de ti… uf, me parece que eres un buen tipo.
– ¡Un buen culo es lo que es! – agregó Williams como de costumbre.
– ¡Bueno, eso se sabe! – agregó Coque besándome.
– ¡Se sabe y lo vamo a comprobá! – agregó Luis sonriente. – ¡Claro que con el pelmiso de tu marió!
– Estamos aquí pa´eso…, a mi gente le gusta mucho la pinga y yo quiero tenerlo contento y servido. – terció Coque pasándome el brazo por los hombros.
-¿De verdá que te gustan los pingones?- me preguntó Luis acercándose y cogiendo mi mentón.- Me he enterao que ese culo traga cantidá…
– ¿Sabes para que tengo mi culo? – le pregunté cogiendo su pinga por encima del pantalón.
-¡Cojones, este tiene madera! – bromeó Luis.
Pasamos a la casa, en una mesa había botellas de ron, limonada y cosas de picar. Los muebles, dos sofás y un sillón dispuestos alrededor de un colchón que estaba forrado con un nailon negro. Coque sacó de la bolsa que llevaba unos tubos de lubricante y uno de lidocaína. El Caballo me indicó dónde estaba el baño, lo tenía todo preparado para que me limpiara bien. Luis me trajo de la cocina agua tibia y la echó en el jarro para lavativa, la manguerita estaba ya puesta así como la punta. Sabía qué hacer y me puse en ello, sin prestar mucha atención de que Luis se había quedado mirando, hice todo, me puse dos lavativas y comprobé que estaba bien limpio. Al rato me silbó para que lo mirara, estaba en la puerta y la pinga se le marcaba por debajo del pantalón, enorme, gorda. Se la acariciaba con suavidad, se mordía el labio inferior. Coque apareció a su lado, me hizo un giño y se volvió a ir para la sala, era un gesto cómplice como dándome luz verde o dándosela a Luis.
Se me acercó y quedó plantado delante de mí, yo estaba sentado en la taza, después de haberme puesto la lavativa. Lo tenía delante, cerca, con las manos en jarras en la cintura, moviendo un poco sus caderas hacia delante y atrás, como si ensartara algo con su pinga que quería salirse del pantalón. Nos miramos en silencio, me sonrió y me hizo una seña, un giño, con los ojos indicándome lo que quería que hiciera. Empecé a desabrochar la hebilla del cinto, chasqueando la lengua me dijo que lo mirara. Así lo hice, palpaba con mis manos, buscando en su pantalón y calzoncillo para sacar su pinga que salía sola. Mirando a Luis me metí en la boca lo que pude de su pinga, él cerró los ojos de placer, le gustaba. Me costaba algo de trabajo, no era fácil, olía a sudor pero no era desagradable, era un olor a macho duro. No tuve que mamar mucho, porque con un movimiento brusco, me alzó, me hizo girar y ofrecerle mi culo. Mientras se untaba lubricante, me dijo.
– ¡Ponte enfrente del espejo que quiero velte la cara cuando te la vaya metiendo…!
-¡Ten cuidado, macho! -le pedí.
– ¡Oye, esto que tú tienes es pa´recibí pinga a trote y moche! – me dijo mientras me ponía el lubricante en el ojete. Puso su pinga y empezó metiendo despacio.- ¡Ademá!, ¿tú ere maricón o no? – yo aguantaba la respiración, tratando de no sentir dolor, él volvió a preguntarme. – ¿tú ere maricón o qué?
– ¡Sí, macho, soy maricón!
– ¡Pue, coge pinga, maricón! – dijo haciendo presión para meter todo su miembro de un golpe, sin parar. -me dio la impresión de que me iba a desgarrar, traté de concentrarme y de relajarme y dejar que deslizara a su antojo su pinga.-Ya la tienes adentro, maricón.
Me hizo jadear un poco al clavarme su pinga, pero me acomodé rápido y cuando empezó a singarme a lo bestia, ya estaba yo gimiendo de placer y él sintiendo que era el verdadero macho, seguía bombeando a su antojo. Al rato me hizo moverme hacia la puerta, diciendo que fuéramos a la sala para que los otros vieran como me tenía clavado. En la sala Lalo le mamaba la pinga a William y a Coque, todos miraron en nuestra dirección.
– ¡Miren cómo lo traigo! -dijo Luis.
– ¡Caballo, tú no pierdes el tiempo! – le dijo William acercando su pinga a mi boca. – ¡A ver, culo, a tragar pinga por to´os lo lados!
— ¡Cojones, tiene un culo tragón y lo mejor, estrecho! – agregó Luis.
Coque se acercó, me besó y agarrando mi cabeza para que volviera a chupar la pinga de William, me preguntó:
Mami, ¿te sientes bien así? – yo solo pude asentir con un movimiento de la cabeza porque la boca la tenía ocupada, después les dijo a todos. – Pues, arriba, vamos a singar por turno y todos a llenarle el culo de leche a mi jeva.
No tenía que pedir más, lo tenía todo allí, a mí disposición y yo dando todo lo que podía dar. Gozaba yo sabiendo que era el centro de aquellos cuatro machos y que por turno me darían caña a su antojo, y más que uno de ellos era mi pareja. Me gustaba Coque, era muy cariñoso y le iba el vicio de la singueta a tope, nos iba a los dos y nos queríamos por eso más. Allí estábamos disfrutando, Coque se apartó un poco para ver cómo me singaba Luis primero.
Luis al rato apretó sus movimientos y se vino rugiendo como un león, le tocó su turno a William que me tiró en el colchón bocabajo y me singó a su antojo, después le siguió Lalo que me hizo sentarme en su pinga y que por suerte se vino muy rápido. Al final mi marido, Coque me singó.
— ¡Mami, ese culito está lleno de leche!
¡Pero falta la tuya, la que más quiero! – le dije con amor mientras lo besaba.
Me gustaba mucho sentirme abrazado por mi macho, por mi negro rico y sentir como su pinga me llenaba despacio, buscando entrar toda e intentando darme placer. Sabía cómo lograrlo, sus caricias, incluso, cuando empujaba con fuerza, eran deliciosas, porque sabía dónde tocar y cómo hacer que yo sintiera al máximo.
Nuestro idilio duró hasta que se vino Coque, porque ya estaba esperando Luis de nuevo que como buen guajiro no se calmaba tan pronto ni con una sola venida. Pasé de los brazos de mi marido a los del otro que se encargó de seguir singándome sin consideración. William había logrado convencer a Lalo a que le diera el culo, al menos un alivio para mí si tenía a otro que singar. Sabía que a Lalo le iba todo y supongo que por eso lo habían traído, para que cooperara con tantas pingas. Pronto estábamos Lalo y yo en el colchón recibiendo pinga ya de todos, unos singaban y sacaban dando espacio a otro. Fue una vorágine de sensaciones. Luis se vino de nuevo en mi culo, William en el de Lalo, Coque por supuesto me dio su leche en la boca.
Después descansamos un poco, bebimos algo y nos fuimos a bañar a un estanque que había cerca. Allí amparados por la oscuridad jugueteamos algo, aunque yo más con mi gente, mientras que los otros dos con Lalo. Al rato Lalo vino a nosotros y le pidió permiso a Coque para singarme. Y claro que mi gente dijo que sí, allí nos amarramos el uno del otro, porque Coque me susurró al oído que si deseaba podía singarmelo yo también. Los otros tres guardaron silencio al ver cómo nos cambiábamos y nos singábamos mutuamente. Lalo se vino primero en mi culo, después yo en el de él.
– ¡Me has solprendi´ó! Pensaba que tú era solamente hembra puta. – me dijo Luis pasándome el brazo por el hombro cuando regresábamos.
Claro que mucha gente se llevaba esa sorpresa porque en genral se imaginan a los pasivos como pasivos incapaces de asumir el rol de activos. A Luis le gustó aquello.
– ¡Mira que me he singa´o maricones pero tú ere el mejol! A ti se te para cuando te la meten.- agregó Luis.- Uf…Coque, cuida a este, es lo mejolcito que hay.
Llegamos a la casa a la media noche, ya nos disponíamos a irnos cuando Luis llamó a Coque a un lado, estuvieron hablando y al rato Coque me hizo seña para que me acercara.
– ¡Mira, mi amor, Luis me propone que nos quedemos! Pero yo mañana tengo que trabajar y yo te pido que te quedes con él. – quise protestar, pero me besó. – No me digas nada, yo quiero que te quedes con Luis, es un buen amigo y confío en él.
Quise protestar pero Coque no quiso oír nada, William intervino para que me quedara. Lalo prometió venir con el carro al otro día por la noche a buscarme. Y así fue como me quedé con Luis, el Caballo, en su casa a pasar la noche y el día porque si Lalo vendría, solo sería por la noche.
– ¡No te va´rrepentí! – me susurró al oído mientras me abrazaba por la espalda y veíamos el carro alejarse. – ¿Sientes mi pingón?
Entramos a la casa, apagamos las luces y nos desnudamos. Nos acostamos en el colchón que había en la sala, me comentó que era el lugar más fresco. Se mostró más tierno de lo que había hecho durante nuestra orgía, quizá porque estábamos solos. Me acariciaba el cuerpo con sus manos grandes, me besaba continuamente y repetía que le gustaba mucho.
– ¡No, quéate así, quieto!-me dijo cuando intenté acariciar su pinga dura. -Despué vaj a tenel tiempo e hacel lo qui quieras, pero ahora soy yo quien hace y dice… – dijo abriendo mis nalgas y empezando a lamer mi ojete. – ¡Papi, qué rico e´tá este culito lleno de leche!
– ¿Te gusta? -le pregunté con ingenuidad coqueta.
– Mmm… tú lo sabej bien… —hablaba y me comía el ojete. – lo que maj me gu´ta es que de´pué de tanta pinga que te hemo da´o, lo tienej rico y estrechito.
– Pues mi culo está para ser singado… -le dije a modo de invitación.-Lo sabes bien…
– ¿Quierej que te la meta? Tú na´má tienej que pedil… – yo abrí mis nalgas invitando.- ¡No, así, no… pidémela!
Tuve que rogarle como él deseaba, pedirle una y otra vez que me singara, se veía que el gustaba, jugaba con su pinga en mi ojete ensalibado y me hacía pedir de nuevo. Al rato fue él quien no pudo más y me clavo su pinga, a lo macho, solté un quejido pero me acomodé rápido. Se abrazó a mi espalda y quedamos así un rato. Sentía su enorme pinga llenando mi culo, su panza en mi espalda y los pelos de su pecho, sus brazos me rodeaban, me besaba tiernamente. No esperaba de Luis esa ternura. Aquel bestia que antes había visto y sentido, se había transformado en un hombre tierno, cariñoso. Entre caricias y besos, me hablaba de sí, algún que otro movimiento suave y lento, como deteniéndose en el goce, en el placer. Me contó que aquella finca era de los padres, que antes era más grande pero que tuvo que vender una parte cuando se divorció. Había estado casado, que tenía un hijo pero que cuando la mujer se enteró de le gustaban los maricones, se divorció, hubo juicio y tuvo que dividir la tierra y vender una parte para compensar a la ex mujer. Me dijo que no había visto más al hijo porque se lo tenían prohibido, que fue duro pero que con el tiempo se había acostumbrado. Por ese motivo no había tenido una relación seria con nadie, por temor a que lo metieran preso. Pero el tiempo lo aplaca todo, ella se había casado y vivía en Pinar del Río, bien lejos, él continuaba pagando por el hijo hasta la mayoría de edad.
Tenía buena relación con Coque, mi gente, se habían conocido en una fiesta de perchero y los dos se habían traído a la casa a un mariconcito al que le estuvieron dando pinga dos días. Desde aquel entonces, de vez en cuando ellos se reunían, que a William y a Lalo los conoció después. Me contó que con Lalo había tenido un amorío, pero que no había cuajado porque a Lalo también le gustaba coger culo y a él no le iba eso. Ya después solamente había tenido singantes esporádicos.
-¡Me gustaría tener una gente como tú! – me susurró al oído. – No sabej la cantidá de amor que te daría, seríaj feliz conmigo.
– Yo tengo gente. – le recordé.
– Tu gente o tu mari´o, como quieraj llamalo, te ha deja´o aquí ¿para qué?- una pregunta bastante incómoda, guardé silencio. – Te ha deja´o para esto. -dijo tocando mi culo lleno con su pinga. – Pa´que te singue.
Tenía razón, allí me había dejado Coque como si todo lo anterior, todo lo que había dicho de amor y de pareja se hubiera evaporado en el aire.
– Mira, no te pi´o que dejej a tu negro…, no, no soy celoso en principio…-me besó. – Sé mío, ven de vej en cuando, te necesito…
Yo guardé silencio, él también aunque siguió moviéndose mientras me tenía abrazado. Estuvimos singando así un rato, en silencio, sin decir nada, solo escuchando nuestra respiración o jadeos, o gemidos de goce. Me volvió a contar que había singado a otros pero que le gustaba yo, mi tipo, que no era una “loquita” de esas que hay por ahí, que le gustaba el tipo de macho que tenía y sobre todo, que cuando daba el culo se me paraba la pinga. Era cierto y a muchos les parecía raro. Sus besos calientes me llenaba la nuca, sentía sus manos agarrarme los hombros, el cuello, el pecho. Más besos y aquel sexo largo y despacio.
– Ya vej, podemoj singal mucho tiempo…, te voy a tenel así to´o el tiempo que resijtas.
Era tierno, un amante casi ideal, besaba, lamía, abrazaba y acariciaba o empujaba como un animal sin consideración, a veces gozaba el momento de saberse dueño, macho alfa, dominante. La noche fue larga, estuvimos jugueteando largo rato hasta que me propuso que nos viniéramos para después dormir algo. Yo me vine rápido mientras él me singaba y decía obscenidades, pero a él le costaba trabajo. Le propuse que me singara la boca y que me echara la leche en la garganta. Le gustó aquella idea, le expliqué que tenía que meter toda la pinga y singarme duro sin importarle la baba o los amagos de vomitar que podía provocarme, que no parara hasta echar la última gota de leche. Me puse en posición con la cabeza hacia abajo para facilitar la singada, aquello le pareció gustar porque sentí su pinga más dura. Me costaba trabajo porque casi no me dejaba ni respirar, empezó a moverse y yo a resoplar por la falta de aire y la baba que se me salía y espumeaba. Al rato se detuvo y sacó su pinga chorreante de saliva y babas, para preguntarme si no me iba a ahogar. Cuando me repuse, le expliqué en qué consistía y sobre todo que tenía que darme ese gusto y concentrarse para venirse. Me sonrió, vi en sus ojos el goce por aquella explicación que le había dado y sentirse que era más macho que nadie. Aprendió rápido la lección porque demoró poco para venirse en mi garganta mientras me agarraba la cabeza con fuerza.
-¡Cojonej, eso sí que me ha gusta´o! – exclamó mientras me ayudaba a incorporarme. – ¡Nunca había hecho esto! Ja…si te vieras esa cara llena de leche y baba… – agregó mordiéndose el labio inferior.
Yo sentado lo miraba, estaba bueno, era un tronco, su pinga enrojecida le colgaba chorreando baba espumosa y semen. Lo atraje hacia mí y empecé a lamer su pinga con suavidad.
– ¿Qué? ¿Te quedajte con hambre?
– No seas tonto, te la estoy limpiando para que te quede bien limpiecita y sin una gota de leche.
-¡Coño, pero si erej más maricón de lo que pensaba!
Aquella replica mía, tan estudiada y repetida, sabía que surtiría el efecto deseado. Se me tiró encima besándome, diciendo que me quería, que yo era lo que estaba buscando. William me lo había hecho saber, a los bugarrones les encantaba que el maricón fuera así, bien maricón. Dormimos abrazados con el ventilador delante, ambos satisfechos de aquella noche de locura.
Nos levantamos algo tarde, besándonos y acariciándonos mucho. Nos gustábamos y era evidente, muy excitados, deseándonos mutuamente. Quise sentarme en su pinga pero me llevó al baño, nos metimos en la ducha y allí sí me clavo su pinga haciéndome soltar quejidos de placer, porque ya no me dolía, lo deseaba, lo esperaba. Se estuvo quieto un rato y comprendí por qué estábamos allí, sentí como me llenaba de algo caliente. Me estaba meando dentro el muy cabrón.
– ¡Cuándo me despielto lo primero, es mear! ¡Y lo mejol es en tu culo!
Me dijo con vicio, le gustaba lo que hacía y al parecer tenía maestría en ello. Yo sentía que me reventaba con el orine caliente dentro y su pinga impidiendo que saliera. Empezó a singarme, a moverse, la sensación era muy grande y aunque antes lo había probado, esta vez era más fuerte. De vez en cuando se escapaba algo de orina que corría por mis piernas, la sentía caer caliente y su olor invadía el baño. Luis me singó de un golpe, no se detuvo, no paró hasta que se vino.
– ¡Uf, eres el mejor! No muchoj aguantan que le meen y se los singuen después!- me dijo mientras me besaba y acariciaba.- Ahora ha´te una paja, no te voy a sacal la pinga hasta que no te vengas.
No me costó trabajo lograr venirme, estaba tan caliente, me sentía tan bien y tan a su antojo que me vine en nada. Eso le gustó, me besó, sacó su pinga que hacía de tapón y todo salió, por suerte que estábamos en la ducha. Él abrió la ducha y el agua se llevó todo, después me enjabonó, me bañó y sin dejar de mirarme a los ojos. Se veía contento, feliz, enamorado. Desayunamos juntos, él preparó el café, el pan, aunque entre broma me aclaró que si yo fuera su gente, el desayuno lo tendría que hacer yo y no él, pero como era el invitado, hoy no iba a fijarse en ello.
Después me dijo que me quedara descansando, que tenía que hacer algo, controlar a algunos trabajadores de la finca y que vendría a buscarme a las tres o cuatro horas. Me quedé allí, estuve recogiendo todo, poniendo todo en orden y hasta me eché en la cama a dormir un rato porque estaba cansando de tanto singar. No sé cuánto dormí pero me despertó Luis cuando se acostó a mi lado, me besó.
– Veo que has recogido to´o, eso me gucta…, has dormi´ó bagtante. Ya son las cinco.
– Estaba cansado…
– ¡Bien, puej ejpero que tengas ya fuelzaj! Ven vamos.
Lo seguí, salimos al portal y cogimos por el jardín hacia la derecha, hacia los establos de los animales. Me contó que haríamos algo que me iba a gustar, entramos al establo, no muy grande. Tenía vacas, terneros y un caballo. Escuhé voces al otro lado de la pared, eran quizá los trabajadores. Abrió uno de los cubículos y sobre la paja había una colchoneta.
– ¡Confia en mí! Ven…
– ¿Qué quieres hacer?
– ¡Ven, papi, ven! Sé que te va a guctar, yo no te haría na malo.
Me atrajo hacia sí, me abrazó, me besó. Me susurró al oído que me iba a gustar mucho, que solo tenía que hacer los que me gustaba pero que me vendaría los ojos. Vio mi asombro, pero se apuró a calmarme, diciéndome que era solo la venda y que no me ataría. Quería que complaciera a algunos de sus trabajadores.
– ¿Cuántos son? ¿Por qué la venda?
– Mira, nene, en el campo ej así…, muchoj no quieren que loj veaj. Así ej mejol, al final me dicej cuántos te han singa´ó ¿no te gucta?- me besó varias veces.- Yo ejtaré aquí, no te preocupej.
Le dije que sí, me puso la venda y me dijo que no me la quitara, que me acostara boca abajo en la colchoneta o me pusiera en cuatro, que vendrían ahora lo guajiros a darme pinga. Me quedé allí acostado escuchando, sentí pasos y sus susurros. No podía ver cuántos eran pero allí estaban, alguno que otro resopló, escuché que alguien se desabrochaba la hebilla del cinto y alcé mi culo al aire para invitar a ese decidido que estaría desnudándose. Escuché que alguien con voz ronca decía que iban a sortear el primero, seguro que con monedas o con palitos, yo esperaba.
Sentí una mano ensalivada en mi culo, escupió varias veces y puso su pinga en mi ojete. La metió hasta atrás, yo casi grité. Esto pareció gustarle porque escuché algunas exclamaciones de aprobación. Se agarró a mis caderas y me singó con fuerza, sin detenerse, me singó hasta que se vino, sentí como jadeaba, cómo apretaba sus manos. “Buen culo”, fue lo que dijo al sacar su pinga. Después otro tomó su turno, empujaba y empujaba cuando sentí que alguien pasaba y se ponía de rodillas delante de mí, con su mano me cogió el mentón para llevar su pinga a mi boca. Desde ese momento perdí la cuenta, fue un remolino de sensaciones, por la boca y por el culo, me singaron no sé, pero todos quedaron satisfechos y yo también. No me imagino cuánto tiempo pasamos singando, uno quiso que me pusiera de pie con las manos apoyadas a la pared, la leche me chorreaba por la entre pierna. Ese que me singaba de pie me agarraba el pecho y me llamaba puta, hembra, bicha. Sacó su pinga cuando se vino y unas manos me hicieron acostarme en la colchoneta y poniéndose sobre mí me singó igual, gozando él solo, bueno, quizá era lo que pensaba que el goce era de él solo, pero se olvidaba o no sabía que yo estaba bien así, recibiendo pinga a diestra y siniestra. Alguien se puso delante para que le mamara la pinga, sentí el sabor salado y cierto olor que me indicaba que ya me había singado el culo y ahora seguía con la pinga tan dura como si nada. No me echó el lechazo en la boca, quiso singarme de nuevo, este si lo recordaré porque me singó mucho tiempo, le era difícil venirse dos veces seguidas. Cuando lo consiguió, pues era el final.
Escuché que se despedían de Luis diciendo “buen culazo”, “ese sí que es maricón” y alguien ya algo lejos le grito “a ver cuándo repetimos”. Luis me dijo.
– ¡Ya puedej quitalte la venda! – lo hice y cuando me acostumbré a la luz lo vi allí de pie, vestido pero con la pinga parada. – Ya vej, nene, yo no te he singaó todavía.
Empezó a quitarse la ropa despacio, mirándome con tranquilidad, hasta chiflando alguna canción que no podía identificar. Yo acostado sobre mi espalda, alcé mis piernas y las sostuve con mis manos esperando a que me diera él la última singada. Se acomodó y deslizó su pinga en mi culo singado y chorreante de leche. Cuando quedamos bien unidos, me abrazó, me dio un beso como si quisiera comerme todo, un beso pasional, su lengua entraba en mi boca, los chasquillos inundaron el lugar.
– ¡Erej mi vida! ¡Coño, pero qué rico estáj, qué rico singaj y cómo te gujtas! ¿Sabej una cosa?
– ¿Qué, papi?
– ¡Uf…! mirando cómo te daban pinga esoj guajiroj…, me gujtaj máj…yo estaba ahí, loco, a punto de salltarte encima y singalte, pero me contuve.
– Pero ya ves, ahora eres tú quien me va a singar último, ¿sabes una cosa?
– ¿Qué, nene? Dime…, dime…
-¡Macho, quiero tu leche, quiero que me preñes! – le dije mirándole a los ojos y sosteniendo su cara con la poca fuerza que me quedaba.
Esa fue la palabra clave para dar comienzo a la pasión, hicimos el amor como unos poseídos. No fue singar, fue hacer el amor entre dos personas que se adoraban. Nos besábamos con fuerza, no dejamos de besarnos, de acariciarnos hasta caer agotados y lograr venirnos a la vez. Nos quedamos allí, abrazados, fundidos el uno con el otro. Yo pensaba qué pasaría cuando viniera mi gente, no sé pero estaba algo confundido. Allí estaba Luis o El Caballo como le decían, dándome cariño, amor y sexo, mi Coque había desaparecido dejándome allí, como si se prestara una cosa o algo. Me había dejado allí no porque yo se lo pidiera o lo deseara, simplemente me dejó allí para que Luis me tuviera.
Al rato nos vestimos y salimos del establo, yo le dije que quería ir a bañarme pero me dijo que me quedara así, que iríamos a una poceta cercana a bañarnos. Esta vez fuimos a caballo, no queda lejos pero me gustó el paseo, sobre todo porque me hizo sentarme delante de él, sintiendo su respiración en mi nuca. Me hablaba de sí, del campo, de lo duro que era arreglarse con todo. Llegamos al sitio, una poceta que usaban para almacenar el agua para el regadío. Ya caía la noche, el agua estaba fresca y se agradecía después del calor del día.
Nos bañamos tranquilos, divirtiéndonos y despreocupados de todo. Nos tendimos sobre el suelo de cemento para secarnos, ya casi estaba oscuro aunque la luna alumbraba algo. Regresamos a la casa, por el camino empezó a besarme, a acariciarme.
Mira, mi nene…, tengo que decilte algo. – no me dejó preguntarle, me besó.- Estaj aquí polque Coque no quiere que ejtéj en el pueblo.
Aquella confesión me devolvió a la realidad, a ese mundo del que creía haber salido. Me contó que Coque se casaba con una mujer, la novia de hacía tiempo, que la boda había sido ayer y que también estaría el hermano. Al parecer todos estaban al tanto y en complot contra mí.
Mira, tu me gujta mucho… quiero que seaj mi jeva pero no quiero empezar con una mentira. Te quiero aquí en mi casa para mí… y si te bujco machoj, es pa´dalte gujto, pero seráj mío.
De nuevo mi vida giraba por completo, me perseguían aquellas aventuras raras. Coque casándose, todo aquello que habíamos vivido era solo un pasatiempo. William se había prestado también para aquella farsa. Luis me contó que no, que la idea de presentarnos había sido de William, al menos William se salió con la suya dejándome en buenas manos. Le dije a Luis que quería irme al pueblo, que quería verlo con mis propios ojos. Me calmó, me dijo que no hiciera ninguna locura y que me olvidara de todo. Que no valía la pena pero que me comprendía.
¡Mira, mi vida, te comprendo bien! -me besó- si quierej ilte, te busco un taxi pa´que te lleve. Pero cuando lleguej al pueblo no loj vaj a encontlal…se fuelon de luna de miel.
No pude saber adónde se habían ido, pero lo sabría. En la casa llamó a alguien que vendría a buscarme y llevarme al pueblo. Me dijo que era una persona de confianza, que le pagaría y que no me preocupara, que no hiciera ninguna locura. Me besaba, me decía que me quería y me preguntaba si volvería. No dejaba de acariciarme, de besarme, me hizo volverme y me bajó el pantalón, ensalivó mi culo y me metió la pinga.
-¡Quiero que te lleves el culo lleno de mi leche!
Fue lo que me susurró, yo no estaba muy a gusto porque tenía en la cabeza mil cosas, quizá él lo comprendió y se apuró, vino y me dejó vestirme justo cuando por el camino se vieron las luces del carro que venía a buscarme.
– Si se me sale tu leche, vendré a porque me des más. – le dije dándole un beso.
Sabía que le gustaría aquello, porque era un sí, un sí de que vendría a vivir con él. Pero tenía que ir y poner en su lugar a Coque. No era la primera vez que me hacía algo, la primera vez en casa del hermano, me dejó. Me fui, Luis me dijo que me esperaría.