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Trío con papá y una desconocida
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Tiempo de lectura: 6 minutos

La moza se llamaba Milagros. Lo supe al mirar el cartelito que le colgaba sobre la teta izquierda. Seguido a eso, noté que debajo del ajustado uniforme azul se escondían dos tetas de muy buen tamaño, una cintura interesante y un culo apetecible. Eso no hizo más que aumentar mi estúpido odio hacia ella. Su mirada dejaba ver una perversión extrema, cargada de mucho morbo y curiosidad. Papá estaba congelado. Paseaba su mirada de mis ojos a los de ella como si estuviese mirando un partido de tenis. Yo solo podía mirarla a ella, toda diosa, arreglada, mientras me imaginaba a mí, en bolas, despeinada, transpirada y llena de leche. Éramos dos polos totalmente opuestos, sumado a que ella era la novedad para papá. Sentí que era yo quien tenía absolutamente todas las de perder.

Papá fijó sus ojos en los míos, mientras me acariciaba la cara.

─¿Está todo bien? Si querés, nos vamos ─dijo casi en un susurro.

Estuve a punto de decirle “sí, vamos”. Pero mi garganta se cerró y lo único que pude hacer es besarlo. Fue un beso ansioso, suave, pero acelerado. Casi que no llegué a notarlo, porque una mano deslizándose por mi espalda me hizo poner en alerta. Era Milagros, que, al parecer, había llegado hasta nosotros flotando. Interrumpí el beso y fijé mis ojos en los suyos. Ella sonrió y me besó de la manera más tierna del mundo. Sus labios eran finos y suaves, mientras que su lengua parecía una serpiente en llamas danzando adentro de mi boca. Sus pequeñas manos se aferraban, al mismo tiempo, a una de mis nalgas y a la pija de papá. Miré de reojo durante un segundo y vi como esa pija, que hasta hacia minutos era solo mía, se volvía a poner dura a causa de ella. Ella, ni lerda ni perezosa, abandonó mi boca y fue hacia la de papá. Sentí su nerviosismo al primer roce, pero el mismo se extinguió de inmediato.

Me alejé por un momento lo más que pude y la escena que contemplé, por más que me resultaba algo incomoda, era totalmente excitante. una sensación de calor me invadió desde los pies hasta la nuca, haciéndome notar que lo único que me importaba era que papá la pase bien. Me acerqué a ellos y deslicé mi mano por la espalda de ella hasta su culo. Tenía muy buena forma y estaba duro. Lo acaricié por unos instantes y luego le pegué lo más fuerte que pude. Esto hizo que pusiera en pausa el beso y me mirara confundida. La tomé del brazo y la arrastré hacia mí. Le saqué la remera dejando al aire un par de tetas aprisionadas dentro de un corpiño un par de talles más chico.

─¿Te gustan, papi? ─pregunté.

Él solo asintió con un movimiento de cabeza. Milagros se desprendió el corpiño, liberando unas tetas inmensas, naturales, bastante más grandes que las mías. Me puse detrás de ella y comencé a masajearlas, sin quitar los ojos de los de mi papá. Él estiró una mano y yo le pegué, haciéndole notar que no tenía que tocarlas. Obligué a Milagros a girar, pegando mis tetas a las suyas y volviendo a besarla. Mientras tanto, estiré mi mano en dirección a la pija de papá. Este se acercó despacio, como pidiendo permiso. Agarré su pija, indicándole a nuestra amiga que también lo hiciera. Entre las dos, sin cortar con el beso, comenzamos a pajearlo. Varias veces intentó tocarnos, pero le dijimos que no.

Luego de un rato, pusimos su pija entre nuestros muslos. Él, en un acto reflejo, intentó moverse como si nos estuviera cogiendo. Volvimos a frenarlo. Cortamos el beso y nos miramos desafiantes a los ojos, mientras una acariciaba las tetas de la otra. Nos separamos y puse a papá entre medio, de frente a mí. Volví a pajearlo, mirándolo fijamente a los ojos, mientras Milagros le besaba la espalda.

─Vos sos mío papi, ¿verdad? Siempre vas a ser mío, ¿cierto?

─Sí nena, tuyo para siempre ─respondió casi sin vos.

Le di un beso rápido en la mejilla, lo tomé por los hombros y lo hice girar, dejándolo de frente a ella.

─Sos mío, papi. Y yo te ordeno que te cojas a esta trola.

Milagros fue directamente a su boca, impidiéndole que me conteste. Yo fui detrás de ella y le quité el pantalón y la tanga. Su culo al aire libre era una de las cosas más lindas que vi en mi vida, por lo que no pude evitar arrodillarme detrás de ella y lamérselo todo. Ella, bien zorra como yo presentía, levantó una de sus piernas, como diciéndome “dale nena, chupa, chupa que te encanta”. Y era verdad. Así que me senté sobre el piso frio, debajo de ella y fui directamente hacia su concha. La muy puta ya se había mojado toda.

La pija de papá, totalmente dura y apetecible, se chocaba con mi cara, en un infructuoso intento de meterse en la concha de ella. Con el fin de dilatar la unión, dejé su concha para comerme entera esa pija hermosa. En esa extraña posición, la pija se ubicaba de manera tan perfecta que entraba toda adentro de mi boca, generándome unas arcadas hermosas que me sacudían por completo. Me sacié de ella lo más que pude, hasta comprobar que papá ya no daba más, que necesitaba cogérsela. Me arrastré poco más de un metro y me senté con la espalda apoyada en la pared. Era hermoso lo que veían mis ojos. Papá alto, con cuerpo tonificado. Milagros bajita, pero con cada una de sus formas totalmente apetecibles. Una atracción magnética los hacia mantenerse unidos. Así que decidí que ya era momento de dejar de ser una nena caprichosa y darle a papi el regalo que se merecía.

─Dale papi, cogetela de una vez.

No terminé de decirlo, que Milagros se le colgó del cuello, lo rodeó con sus piernas, y en un movimiento casi ninja, sin usar las manos, hizo que papá la penetrara de una vez y hasta el fondo. Al unísono, ambos largaron tremendos alaridos, como si de dos bestias salvajes se tratase. Ella se le aferraba con garras felinas a la nuca, él la tomaba por la cintura y la atraía y la alejaba de como si fuese de trapo. El sonido que se escuchaba cada vez que sus pelvis se encontraban era totalmente embriagador.

Yo observaba desde el costado, con las piernas abiertas y dobladas, acariciándome la concha cada vez con mayor ritmo. Estaba tan enfurecida como caliente, por lo que decidí canalizar esas energías en hacerme la mejor paja de mi vida. Necesitaba que el placer físico superara a los estúpidos pensamientos que me invadían la mente, por lo que, primero, con los dedos pulgar e índice de cada mano, me agarré los pezones y los apreté con fuerza hasta que el dolor fue insoportable y tuve que soltarlos. Después me di varias cachetadas en la cara, cada una más fuerte que la anterior, hasta que esa zona quedó anestesiada y no sentí más. Hice lo mismo con mis tetas que, luego de varios golpes, opté por mordérmelas. Dolía y me encantaba en igual cantidad. Dándome placer/dolor estaba cuando un fuerte orgasmo me sacudió y me trajo de nuevo a la realidad.

Papá estaba acostado en el piso mientras Milagros lo cabalgaba totalmente histérica. Para mí alegría, papá no me quitaba los ojos de encima. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sonrió. Me puse de pie, caminé un par de pasos hacia ellos y tomé del pelo a la mujer, haciéndola caer hacia el costado. Me miró con sorpresa, sin entender lo que pasaba. De inmediato, papá se arrodilló, haciéndola poner en cuatro para, para a continuación penetrarla por el culo sin preámbulos. Ella gritó de dolor, pero en segundos volvió a disfrutar. Esto me indignó, por lo que volví a tomarla del pelo, tratando de arrastrarla hacia adelante. Me costó moverla, pero cuando la hice perder el equilibrio se puso de pie y, de un empujón, me hizo golpear contra la pared. Cuando intenté ir encima de ella a golpearla de la manera en que sea, papá se puso en medio de las dos.

A esa altura, la guerra estaba declarada. Las dos intentábamos pasar sobre papá tirando golpes de puño, arañazos, patadas y una inmensa catarata de insultos. La situación era totalmente surrealista: dos mujeres desnudas intentando matarse, mientras un hombre, desnudo también, intentaba frenarlas. La vuelta a la realidad (o cuasi realidad) llegó de repente, cuando papá me dio una cachetada que casi me hace perder el equilibro. Superada por la situación, Milagros también quedó paralizada.

─Las dos de rodillas ─dijo papá con una voz que jamás le había escuchado.

Hubo algunos minutos en los que no vi ni escuché nada más. Tengo imágenes que vienen como flashes: las dos de rodillas, papá golpeándonos en la cara con su pija. Papá agarrándonos del pelo, obligándonos a que le chupemos la pija. Papá descargando una catarata de leche sobre nuestras caras.

Luego de esos minutos de confusión, lo que sigue es totalmente claro. Las dos sentadas en el piso, con nuestras conchas pegadas, moviéndonos a un ritmo cada vez más frenético. Papá estaba sentado detrás de mí, besándome en el cuello y agarrándome las tetas con fuerza. Me sentía totalmente agotada, casi sin fuerzas, con unas inmensas ganas de dormir. Creo que estaba a punto de perder el conocimiento cuando algo húmedo y caliente me golpeo en la cara. Fue como si hubiesen abierto una canilla de gran potencia. Pero no, era la concha de Milagros, largando ese líquido hacia todas las direcciones. Sin pretenderlo ni predecirlo, algo muy similar comenzó a salir de mi concha. Era como si dos cataratas enfrentadas hubiesen enloquecido. Totalmente empapadas y casi sin aliento, nos fundimos en un abrazo como si fuésemos dos amigas que llevaban mucho tiempo sin verse. Papá, aun detrás de mí, se unió al abrazo.

Fue papá el que se puso de pie primero. Me ayudó a levantarme, después a Milagros. Nos miramos unos con otros como extraños, como si todo lo que acababa de pasar no fuese más que parte de un extraño sueño, o de una poco convencional película. Sin decir nada, Milagros se dirigió a una de las duchas y se dispuso a bañarse. A pesar de que había dos duchas libres, papá y yo compartimos la misma. Fue un baño rápido y silencioso. Ni siquiera nos miramos. Nos secamos como pudimos con pequeñas servilletas de papel. Primero salió Milagros, sin decir nada. Con papá nos quedamos varios minutos.

─¿Estás lista? ─preguntó.

No pude responder, no pude mirarlo. Solamente pude largarme a llorar como una niña chiquita. Papá me abrazó con dulzura, pero yo solamente quería salir corriendo. Me buscó la boca, lo rechacé. Insistió, volví a rechazarlo. La tercera vez me agarró con fuerza de la cara y me obligó a besarlo. Quise resistirme, pero no pude. Lo odié por varios segundos, hasta que la calidez de su boca unida a la mía y la deliciosa y familiar cercanía de nuestros, me devolvió a esa hermosa realidad en la que lo amaba más que a nada en el mundo. Lloré y sonreí al mismo tiempo, colgándome de su cuerpo, hasta terminar en incontenibles carcajadas casi histéricas. Papá me separó de su cuerpo y me pidió por favor que me calmara. Luego de varios minutos, conseguí hacerlo.

─Te amo, papi ─le dije.

─Te amo, nena ─respondió.

Salimos abrazados y sonrientes, directamente a nuestro auto. Mientras me subía del lado del conductor, pude ver, a lo lejos, a Milagros. Me miraba y sonreía. La ignoré por completo y seguimos viaje. Unos kilómetros más adelante, nos detuvimos al costado de la ruta y comimos choripanes con gaseosas. Satisfechos en todos los sentidos, decidimos volver a casa.

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