Salí del vestuario del personal del bar "gay friendly", fui hasta la mesa donde me esperaba Diego, que me preguntó por qué me había demorado tanto. Le dije que quería privacidad, bebí el resto del vino blanco que le quedaba para enjuagarme la boca y lo tomé de la mano para plantarle un soberbio beso de lengua en público.
Se sorprendió, pero se dejó llevar y nos fuimos a la puerta a esperar a Gonzalo, que salió casi enseguida, vestido para matar. Una remera azul Francia y bermuda blanca, bien ceñidas las dos, marcándole todo su cuerpo de adonis.
-¿Quieren venir a mi departamento? Es acá cerca.
-¿Vos tenés un departamento en este barrio?
-Sí, en realidad, me lo presta mi padrino, porque soy del interior y vine a estudiar hotelería y turismo, me falta un año para terminar la carrea.
En un par de minutos llegamos a un moderno edificio de muchos pisos, donde para entrar marcó una clave y apoyó su pulgar derecho.
-Es un edificio inteligente, dicen. Las luces van aumentando cuando alguien entra o camina por pasillos y escaleras y después se atenúan.
-¡Guau! Es de puta madre.
-Sí, mi padrino tiene una fábrica de máquinas agrícolas y tiene mucha plata. Prefirió que lo use yo a que se lo arruine algún desconocido.
Entramos al ascensor y también allí usó la huella digital para subir.
-¿No marcas el piso?
-No hace falta, con mi huella sube directo al 17, es el pent house.
No me dio tiempo más que a manosear el bulto de Diego, que seguía empalmado, y el precioso culo de Gonzalo.
-¡Ojo que hay cámara!, nos susurró, y dejé de tocarlos.
Entramos a su palier privado y le pregunté si ahí podía.
-Es privado, me respondió con una sonrisa.
Le estampé un beso en la boca con mucha lengua y le atrapé los glúteos para apretarlo contra mi cuerpo, mientras Diego me apoyaba por detrás.
-¡Ufff! ¡Cómo estamos! Dejemos las zapatillas acá, dijo antes de abrir la puerta.
Era un piso de ensueño, moderno, minimalista, con un living comedor extenso, tres habitaciones, una en suite y baño adicional, más un balcón terraza con vista al río, sin vecinos molestos que pudieran espiar la intimidad.
Había ya anochecido y salimos al amplio balcón, para refrescarnos un poco, aunque enseguida levantamos temperatura acariciándonos y besándonos entre los tres, primero con dulzura, casi con vergüenza y luego sin pudor, con pasión y lujuria.
Hay muchas cosas que me calientan, pero los chupones de lengua entre tres me ponen a mil, así que rápidamente me arrodillé, les bajé los cierres de las bermudas a ambos, se las quité y me apoderé de sus pijas duras para devorarlas golosamente. Pasaba de chupar una a mamar la otra mecánicamente, sin dejar de pajearlos de manera alternada. Ellos se besaban con frenesí y lo único que se oía eran sus jadeos y mi succión desesperada de las porongas que me estaba comiendo, deleitándome con el sabor del líquido pre seminal que emanaban las dos.
Chupé, lamí, mamé y mordisqueé ansiosamente sus pijas hasta que noté que se estaban por correr, así que les apreté bien fuerte las bases de sus miembros para evitarlo y poder seguir gozando de los dos. Me puse de pie para meterme de nuevo en sus bocas, entrelazando mi lengua con la de ellos, y luego me puse frente a Gonzalo y a espaldas de Diego para franelear y apoyarme en sus cuerpos, por delante y por detrás.
Sentía las dos porongas durísimas, una contra mi culo ávido y la otra apretando mi miembro también enhiesto y anhelante. Gonzalo retribuía mis besos con profundos lengüetazos, mientras yo le acariciaba sus firmes y redondos glúteos. De pronto, paró de besarme para recuperar aliento y me tomó del cuello mirándome a los ojos con lujuria. Le pregunté si había ido demasiado lejos o si quería que entrásemos.
-¡No! ¡Qué lejos! Hagamos todo acá, que la noche está hermosa y no nos ve nadie.
-Me asustaste, bombón.
-Es que no podía respirar de la calentura.
Y yo tenía atrás a Diego que me estaba quitando la bermuda, para meterme la pija entre los glúteos, tratando de penetrarme de parado, prácticamente. Incliné mi cabeza hacia atrás para reclinarme en su hombro y besarlo con frenesí, mientras empujaba mi culo contra su miembro húmedo y ansioso por entrar en mi ano.
-¿Me querés coger ya, potro?
-Sí, no doy más. Tengo que cogerte, si no me voy a ir en seco.
-¡Aguantá! Que quiero toda tu leche adentro de mi culo.
-Y le di otro morreo de campeonato, al tiempo que Gonzalo me besaba el cuello, los pectorales y bajaba hasta mi poronga para saborear el líquido que chorreaba de mi pija y envolver luego con sus labios deliciosos mi glande y comerse todo el tronco, en un ir y venir de locura. Tuve que frenar su vaivén desesperado porque estuve a punto de eyacular en su boca y apreté bien fuerte la base de mi pene, mirándolo a los ojos como suplicando paciencia.
-Te debo una, me dijo, recordando la mamada del vestuario.
Me dejé llevar por la lujuria del apasionado Gonzalo y le solté la cabeza para dejarlo hacer. Me tomó de las nalgas para que lo cogiera por la boca, lo que hizo que se abrieran mis glúteos y que Diego pudiera meterme el glande en mi orificio hambriento, lo que me hizo estremecer todo el cuerpo.
-¿Te dolió? ¡No! La quiero toda adentro, pero despacio, le respondí, inclinando levemente el cuerpo hacia adelante para facilitarle la faena.
-Gonzalo me seguía chupando desesperadamente mientras Diego me iba penetrando muy suave hasta que su pelvis chocó con mis nalgas y casi desfallecí de placer, se me aflojaron las piernas al sentir toda su pija en mi culo palpitante. Comencé a contraer y dilatar el ano para invitarlo a cogerme, así que se dedicó con fervor a un mete y saca enloquecedor, lo que aceleraba y profundizaba la mamada de Gonzalo y, tras cuatro o cinco minutos de frenesí sexual, bufando y jadeando como un burro eyaculé varios chorros de semen en su garganta, que tragó con avidez sin dejar de chuparme la pija.
Mi corrida aumentó el ritmo y el furor de las contracciones de mi ano, que quería atrapar la poronga de Diego en su interior, en vano, porque el potro me la ponía hasta el fondo y casi la sacaba del todo para volver a embestirme cada vez más rápido, hasta que me llenó el culo con más de siete u ocho chorros de leche cálida, que se empezó a derramar por mis piernas.
Casi sin darnos cuenta, habíamos tenido un trío de sexo apasionado apoyados contra la baranda del balcón terraza, que, afortunadamente, estaba rodeada por un blindex polarizado de punta a punta, aunque ya sabíamos que nadie nos podía ver a esa altura.